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Los verdugos también mueren

Cine, bombas y anarquistas Fritz Lang y el atentado al subcentro de Escuela Militar

¿Qué relación tiene el director de "Metrópolis" con el bombazo del 8 de septiembre en la comuna de Las Condes en Santiago? En medio de la expectación periodística por la captura de los presuntos culpables, un fotograma de una de sus películas se mezcló inadvertida e insólitamente en el caso.

Por Jorge Morales

En el juicio a Víctor Hugo Montoya –procesado por la colocación de un artefacto explosivo en un retén de Las Vizcachas en 2013- una de las pruebas que presentó la fiscalía para acusarlo, fue una cinta sobre ETA que Montoya tenía en su computador. Como se sabe, ETA es una agrupación extremista que asesinó a más de 800 personas luchando por la independencia del País Vasco, y que desde 2011 se encuentra en tregua permanente. Aunque a ojos del fiscal del caso resultaba sospechoso que Montoya tuviera este material audiovisual (por cierto, entre decenas de películas descargadas de internet), el juez consideró que no era evidencia incriminatoria suficiente porque se trataba simplemente de un documental histórico sobre los etarras y no un manual de instrucciones para ser terrorista, por así decirlo.

En la persecución a los responsables por los cientos de atentados que se han cometido en estos últimos años en Chile, piezas tan flojas como esa se han utilizado como medios de prueba en los juicios a los imputados por esos delitos. En el caso Bombas, la fragilidad de esas evidencias alcanzó límites ridículos. El juez excluyó casi la mitad de las 6.774 pruebas presentadas por el ministerio público, y algunas otras, fueron retiradas por la propia fiscalía cuando su bochornoso contenido trascendió públicamente como, por ejemplo, copias de DVD's de Lucía y el sexo, de Julio Medem o La batalla de Chile, de Patricio Guzmán, o el poster –a esta altura inolvidable- de Axl Rose, vocalista de Guns N'Roses.

Más allá de la evidente inconsistencia y disparate que representaban esas evidencias, no es raro que cuando se trata de vincular a una persona con un delito se busquen elementos probatorios que no necesariamente sean las huellas del crimen que se cometió, sino que expliquen la conducta o ideología del acusado. En ese sentido, un libro, una película, etc. pueden convertirse en el eslabón clave de por qué alguien es sospechoso. Es un lazo que aparece subrepticiamente y, en general, está más en la subjetividad del que mira que en relación directa entre el supuesto criminal y su crimen.

Lo más raro, en todo caso, es que se dé lo contrario, es decir, que ese elemento –subjetivo, causal y casual- sea exhibido directa y visiblemente por quienes se declaran responsables del hecho delictual.

Anna Lee y los Conspiradores de las Células del Fuego

La foto de Anna Lee junto al texto reivindicando los atentados

El día 8 de septiembre el bombazo en un centro comercial colindante a la estación del metro Escuela Militar causó gran alarma pública. Hubo catorce lesionados, una empleada de aseo perdió un dedo, y por el horario que explotó el artefacto –en plena hora de almuerzo-, no cabe duda que se quiso causar daño. Diez días después, en plenas fiestas patrias, mientras se detenía a los tres jóvenes que se responsabilizó del atentado, en un sitio web antisistémico, un grupo autodenominado "Conspiración de las Células del Fuego" se atribuyó la autoría de ese atentado y de otro ocurrido semanas antes en el metro Los Dominicos. Aunque en el manifiesto no se dice nada sobre los detenidos –ni vinculándolos o desligándolos de esos hechos-, según la fiscalía, esta reivindicación es una forma encubierta de desviar la atención, una clásica y repetida estratagema para generar dudas sobre la culpabilidad de los acusados.

Partiendo por el nombre del grupo –que parece más propio de una secta religiosa o esotérica que de un movimiento político-, la declaración es bastante rara. No sólo delata una notoria ingenuidad al acusar al consumismo como un mal de estos tiempos que prácticamente habría que exterminar a bombazos (citando un extracto de un texto de Angry Brigade, una agrupación anarquista británica que explosionó varias bombas a inicios de los '70 en Inglaterra), revela además un gran cinismo al atribuir a la negligencia de Carabineros, por no haber evacuado la zona (prevenidos 15 minutos antes de la detonación, según ellos), la causa de que hubiera heridos por el explosivo.

Sin embargo, por lejos, lo más curioso del comunicado es que viene acompañado de la foto de una mujer. A todas luces se trata de una actriz en señal de súplica actuando en una cinta presumiblemente de los años '30 o '40. ¿Por qué los autores del atentado podrían interesarse en vincular su declaración pública a una película?

La foto corresponde efectivamente a una actriz: Anna Lee. La artista de origen inglés tuvo una dilatada trayectoria en cine y televisión. Hizo más de 100 películas, participó en roles secundarios de famosas cintas de Hollywood como ¿Quién mató a Baby Jane? (1962) y La novicia rebelde (1965), y actuó en más de una decena de largometrajes de John Ford. Pero es de un film menos conocido, donde tuvo uno de los papeles protagónicos, Los verdugos también mueren (Hangmen Also Die!,1943), de Fritz Lang, el fotograma que acompaña la declaración.

A Fritz Lang, lo conocemos bien. El gran director austríaco, figura clave del expresionismo alemán, es el autor de numerosos films inolvidables como Metrópolis (1927), M, el vampiro de Düsseldorf (1931), y por supuesto, la saga del Doctor Mabuse. Dice la leyenda –en parte digitada por el mismo Lang- que era el cineasta favorito de Hitler antes de estallar la Segunda Guerra Mundial y que pese a los intentos por censurar El testamento del Dr. Mabuse (que en 1933 muchos vieron como una lúcida anticipación al terror que engendraría el régimen nazi), el mismísimo Führer quiso nombrarlo director de la UFA, el importante estudio cinematográfico alemán. Fue ese ofrecimiento el que impulsó a Lang a abandonar rápidamente Alemania suponiendo que una negativa al cargo podría costarle la vida. Ya con el conflicto bélico en desarrollo, Lang se uniría a las fuerzas aliadas ofreciendo lo que mejor sabía hacer. Así nació Los verdugos también mueren, un film de propaganda anti nazi.

La película

Los verdugos también mueren cuenta la historia del asesinato de Reinhard Heydrich, uno de los cabecillas más crueles de la Gestapo que estuvo a cargo de la administración de los territorios que comprendían a la entonces Checoeslovaquia. Justamente en Praga, en pleno día, el doctor checo Franticek Svoboda (Brian Donlevy) asesina a Heydrich, y cuando huye de la escena del crimen, una joven testigo, Masha Novotny (precisamente Anna Lee), despista a los soldados nazis diciéndoles que escapó por una calle mientras él se oculta en una casa contigua. Luego, cuando Svoboda no haya donde refugiarse, va al departamento donde Novotny vive con sus padres, comprometiendo aún más la situación de ella y su familia. Lo que sigue después es la lucha sin cuartel de los nazis por encontrar al asesino de Heydrich, tomando como rehenes a un grupo de ciudadanos checos a quienes amenaza fusilar si no se entrega al culpable del homicidio. La foto que se publicó junto a la reivindicación del atentado al centro comercial, corresponde al momento en que Novotny ruega al médico que se entregue, ya que su padre es uno de los rehenes de la Gestapo. Sin embargo, en el curso de los acontecimientos, la película relata como ella –en conjunto con una gran cantidad de checoeslovacos comunes y corrientes- se compromete con la Resistencia para engañar a la Gestapo y finalmente responsabilizar a Emil Czaka, un empresario colaboracionista, de ser el asesino de Heydrich.

Varias escenas de Los verdugos también mueren. En el centro abajo, Brian Donlevy. En el medio a la derecha, Anna Lee

La película está muy por sobre el promedio de los filmes propagandísticos. Tanto porque conserva intacta la estética distintiva de Lang (la reunión secreta de la Resistencia es prácticamente calcada al tribunal del hampa de M, el vampiro de Düsseldorf) como por los originales vericuetos de la trama, donde la sofisticada trampa que preparan los checos para culpar al traidor Czaka, es pícara y chispeante. Naturalmente en la película los nazis son unos fríos y despiadados asesinos, pero nunca torpes ni descerebrados. De hecho, el inspector de la Gestapo (un notable Alexander Granach) que investiga el crimen de Heydrich se da cuenta desde temprano que todo se trata de una confabulación. Hay escenas de comedia pura (sobre todo las que involucran a Czaka, un personaje derechamente humorístico), una rara peculiaridad en un tipo de film que se caracterizaba por su épica seria y fervorosa sin muchos matices, y puede ser considerada sin problemas como una película de acción. Firmada por John Wexley como guionista, la película tuvo su origen en una historia original de Fritz Lang y nada menos que Bertolt Brecht, quién, dicho sea de paso, alegó judicialmente (sin éxito) por la autoría del guión del film.

Cuesta mucho establecer una relación directa entre la declaración y la película. No resulta creíble que la dura opresión sufrida por el pueblo checo tenga algún grado de similitud a la insatisfacción por los excesos del liberalismo capitalista en Chile. Aún con todos sus defectos, injusticias y arbitrariedades, no hay nada de la enclenque democracia chilena que pueda compararse a un régimen como el nazi. Y mucho menos comparable es asesinar a un genocida como Heydrich en medio de una ocupación militar extranjera con la complicidad final de toda una ciudad, que poner una bomba en solitario en una local de comida rápida a la entrada del metro por donde transitan inocentes compatriotas.

Aunque es posible que este grupo sea efectivamente los responsables del bombazo, y crean en realidad (nunca se sabe) que vivimos en un país gemelo a la nación del Tercer Reich y actúan en consecuencia, la asociación con la película puede ser mucho más pueril: el título. "Los verdugos también mueren" suena a provocación. ¿A quién? A la policía o las autoridades políticas. Una advertencia o amenaza sugerida sólo a través de una imagen.

O bien, se trata de un acertijo aún más extraño y rocambolesco, y que guarda relación con el final de la película. En su desenlace, el film muestra un informe secreto codificado que recibe un funcionario en Berlín donde la policía secreta de Checoeslovaquia confiesa que no cree que Czaka sea el asesino de Heydrich, pero como no han sido capaces de coaccionar al pueblo checo para que les entregue al verdadero homicida, para salvar el prestigio de las fuerzas de ocupación, prefieren responsabilizar a Czaka y cerrar el caso. Una forma de decir que Carabineros o el gobierno de Bachelet, en su urgencia por dar un golpe de autoridad para no parecer débiles, encarcelaron a tres inocentes.

¿Absurdo? Posiblemente, o al menos igual de absurdo como poner una foto de una vieja actriz de Hollywood acompañando la confesión de un crimen en Chile, o aún más absurdo, como poner una bomba a mediodía en un lugar público y mutilar a una modesta aseadora de 60 años. Desde luego, siempre existe la posibilidad de que se trate de una broma de mal gusto de unos cinéfilos trasnochados. Porque no cabe duda que la elección de la película es curiosa y genera más preguntas que respuestas. Lo que está claro es que este gesto anecdótico de la foto y el comunicado, sea cierto o no, tuvo una dimensión brutal y que sólo el azar y la buena fortuna permitieron que no tuviera mayores consecuencias.

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