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La crítica de Wikén a "El Tío" Lavando la ropa sucia del jefe

Cuando El Mercurio siente amenazado su panteón de héroes y símbolos, parece perder la compostura. Ya ocurrió con "El diario de Agustín" y vuelve a repetirse con "El tío". Pero que alguien les prevenga: hasta para hacer el trabajo sucio hay que lavarse las manos. Otro incidente en el prontuario del Decano.

Por Jorge Morales

El domingo 20 de octubre en el programa Tolerancia cero estuvo invitado Ignacio Santa Cruz Guzmán, actor protagónico y productor ejecutivo de la película El tío, dirigida por Mateo Iribarren. Aunque la participación de actores o directores de cine –en su calidad de profesionales audiovisuales- no es frecuente en ese programa político (que yo recuerde en los últimos años sólo ha asistido Pablo Larraín por No), la presencia de Santa Cruz se justificaba por ser tanto motor del filme sobre Jaime Guzmán, el emblemático fundador y líder espiritual de la Unión Demócrata Independiente, como sobrino del asesinado senador. Si bien la película no generó mucho ruido cuando se estrenó en agosto en el SANFIC, para la UDI su debut en salas comerciales provocó muchísimo más escozor, al punto que el mismo día de su estreno la Fundación Jaime Guzmán, brazo intelecto-patrimonial de la tienda gremialista, publicó un inserto en El Mercurio acusando a El tío de ser –como titulaba el comunicado- una obra "infamante".

No he visto la película, pero aunque se trate de un filme "infamante" –calificativo que es muy fácil de relativizar dependiendo de la vereda política en que uno se encuentre (y muy infrecuente en el análisis cinematográfico, por muy moralistas que seamos todos los críticos de cine)- el tratamiento que ha sufrido la cinta en El Mercurio, justamente donde se publicó la citada declaración, podría ser considerado con peores epítetos que ese, hecho que fue denunciado por Santa Cruz en el programa de Chilevisión.

Las críticas de cine de El Mercurio son publicadas un día después de su estreno, los días viernes, en el Wikén, su suplemento de espectáculos. El pool de críticos está integrado por Ernesto Garratt, Diego Muñoz, Isabel Plant y Antonio Martínez. Martínez encabeza el grupo y es quien escribe la que se considera la cinta más importante de la semana, estimación que muchas veces cae en algún estreno nacional. Sin embargo, insólitamente, el "crítico de cine" elegido para analizar El tío fue Juan Antonio Muñoz, en realidad, un crítico de ópera y editor de espectáculos de El Mercurio. El texto no era la crítica principal, pero tenía una extensión superior al comentario de Martínez sobre Gravity, la película destacada de la semana. Para que el incordio fuera total, y quedara completamente al descubierto, Muñoz ni siquiera calificó el filme con las clásicas estrellitas. Una señal de que la obra de Mateo Iribarren (por cierto, guionista de todas las películas de Pablo Larraín antes de No) ni siquiera merecía tener un lugar en ese "cosmos".

Ignacio Santa Cruz como Jaime Guzmán en El Tío

No me interesa particularmente comentar la crítica de Muñoz (que intenta desnudar la "infamia" de los creadores de El tío –de otra manera no se entiende que haya sido convocado para tan "delicada" operación política-) como el mecanismo tan propio y singular de El Mercurio: una película, en este caso, pone en cuestión a ciertos valores, intereses, principios, personas, etc. que considera altos y eximios, y el Decano, se pone los guantes (o se los saca más bien) y ocupa todos los medios a su alcance –legítimos e ilegítimos, dependiendo de la ocasión- para destruir a su adversario. De paso, por cierto, humilla a sus propios profesionales –los críticos de cine del Wikén- que son notificados (por si no se habían enterado) que pertenecen a una empresa cuya libertad de expresión linda con la voluntad e irritación de su dueño, y pueden ser reemplazados a placer para cumplir su labor especializada por un funcionario de inconfundible filiación ideológica.

Desconozco la situación interna que determinó este "reemplazo", pero es indudable que El Mercurio no quiso dar libertad a sus críticos para opinar sobre la película de Iribarren y prefirió asegurarse con el lacayo de turno la manifestación de una señal política más que un comentario de cine. Como suele ocurrir cuando se quiere aparentar hacer la pega y se hace todo lo contrario, el tiro les salió por la culata. Lejos de castigar a la cinta, más allá de sus méritos o deméritos artísticos, terminó mostrando que la diversidad y pluralismo del diario que a veces asoma entre sus páginas (no hay que olvidar que Carlos Peña, el más ácido y contestatario columnista político, está entre sus filas) es una total y absoluta falacia. El espurio profesionalismo de El Mercurio (un cliché, según Muñoz, que majaderamente se repite en la película) vuelve a aparecer en gloria y majestad. Y es que en este pequeño ejemplo queda ilustrado la manipulación y montaje en el tratamiento de la información que suele caracterizarlo.

Sin embargo, El Mercurio sabe que no importa cuán absurdas, bajas e impresentables sean sus acciones, su poder sigue incólume. Por hechos mucho más trascendentales que atacar una película del montón (participar en un golpe de Estado, por ejemplo) siempre queda libre de polvo y paja. Y es que nadie quiere enemistarse con Agustín Edwards. Y una "estúpida" crítica de cine de una "estúpida" película no va a poner más en crisis su poca credibilidad, que aún siendo cuestionada por todo el mundo desde hace décadas, no le ha restado ni un ápice de su influencia, incluso entre quienes la cuestionan.

En estricto rigor, lo obrado por El Mercurio es un vergonzoso y torpemente disimulado acto de censura, tanto a la película como a los críticos de cine de Wikén. Sí querían establecer una posición editorial sobre la cinta, hubiera bastado ocupar los espacios que tienen destinado para eso, y asumir los "costos" de la libertad de expresión, o sea, que un crítico del staff hubiera analizado la película en sus dos mil y tantos caracteres sin los prejuicios políticos del periódico, y en el peor (y mejor) de los casos, sólo con los propios. Así como en La Tercera -que no diremos que es el niño símbolo de la libertad editorial- tuvieron algo más de pundonor y trataron a la película como a cualquier cinta estrenada de la semana, dejando entrever posteriormente su posición editorial con Héctor Soto, que si bien es un reputado crítico de cine es al mismo tiempo un destacado analista político de derecha, con lo que podían estar en el mejor de los mundos: la visión especializada de un juez conservador pero sin asomo de servilismo. En el Wikén, el precio finalmente lo tuvieron que pagar sus críticos que agacharon el moño aceptando que un periodista sin pudor ni vergüenza bajara de un balcón del Teatro Municipal a las mazmorras del cine para un "sutil" acto de matonaje. 

Curiosamente, el tratamiento vejatorio que recibió El diario de Agustín, de Ignacio Agüero, siendo similar en su espíritu, es por contraste muchísimo más lógico. En ese caso, era tanto el periódico como el director los cuestionados, y resultaba hasta natural que estuvieran por lo menos incómodos y confundidos sobre cómo abordar el impacto de las revelaciones criminales del documental. De ahí, claro, a ocupar todas sus redes para obstaculizar su exhibición y distribución hasta el día de hoy, es otro tema. Pero llama la atención que ahora se tomaran tantas molestias por una película que si bien calumnia –según su punto de vista- a un personaje aparentemente apreciado por el jefe, hubiera sido menos ridículo su desprecio de mantener el status quo con un mínimo de profesionalismo y dignidad.

 

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