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Man in The Wilderness (1971), de Richard C. Sarafian El Primer Renacido

Aunque "El Renacido", de Alejandro González Iñárritu, no logró obtener la nutrida cantidad de premios Oscar a los que estaba nominado, obtuvo tres de las estatuillas más importantes. Casi el reverso perfecto de la olvidada "Man in The Wilderness", la primera versión cinematográfica sobre la vida de Hugh Glass, el trampero atacado por un oso que juró venganza a quienes le abandonaron. Una revisión a ese clásico perdido en la noche de los tiempos.

Por Jorge Morales

En 2011, la distribuidora francesa Wild Side, a través de su colección Classics Confidential –una valiosa selección de films clásicos desconocidos o "secretos"-, editó en DVD dos westerns ignorados de Richard C. Sarafian, Man in The Wilderness (1971) y The Man Who Loved Cat Dancing (1973). Para la ocasión, el crítico francés Philippe Garnier escribió el libro que acompañó la edición, L'Âme de l'Ouest (El alma del Oeste), un texto de 80 páginas donde analiza ambas películas que, según él, renovaron –discreta pero determinantemente- el género vaquero. Lo particular hoy, sin embargo, es que Man in the Wilderness (El hombre de una tierra salvaje) es la primera adaptación cinematográfica de la historia del trampero Hugh Glass que fuera el argumento central de El Renacido (2015), de Alejandro González Iñárritu.

El realizador Richard C. Sarafian, que fuera además director de Vanishing Point (1971), el famoso film de culto de las películas de carretera (ese cuasi subgénero de road movies sobre tipos raros viajando a toda velocidad por una autopista solitaria), comparte sin falsa modestia el juicio laudatorio de Philippe Garnier. Para Sarafian, que murió en 2013, Man in The Wilderness era una de sus mejores obras. Por eso, en una entrevista que viene incluida en los suplementos del DVD, Sarafian confiesa su enorme frustración por el trato discriminatorio que recibió por parte la distribuidora Warner, graficado en una anécdota ocurrida durante el tour de promoción: el distribuidor de Man in the Wilderness en Filadelfia le dice abiertamente al dueño de una sala local –frente al mismo Sarafian- que no le preste demasiada atención a la película porque tienen lista para estrenarse Jeremiah Johnson, de Sydney Pollack, una superproducción de temática similar. En el libro, el cineasta también recuerda el episodio, pero no con el film de Pollack sino que con The Cowboys, de Mark Rydell, un western curioso pero convencional, con John Wayne y una troupe de niños actores. Sea Jeremiah Johnson o The Cowboys, las consecuencias fueron las mismas: Sarafian agarró a combos al distribuidor en el estacionamiento del cine.

Man in The Wilderness

Si bien es cierto que Man in The Wilderness es bastante singular, a inicios de los '70 la temática del montañés salvaje ya estaba siendo explorada por varias películas. En los primeros párrafos del libro, Garnier recuerda, por ejemplo, cómo se gestó la historia de la citada Jeremiah Johnson –estrenada un año después de la cinta de Sarafian- que mezcló dos ideas que estaban circulando en el ambiente: un guión original de John Milius, Crow Killer (sobre un trampero asesino que se comía el hígado de sus víctimas), y la adaptación de la novela Mountain Man, de Vardis Fisher (y que tuvo una primera aproximación en un borrador escrito por Jim McBride y Rudy Wurlitzer y que iba a ser producida por la productora de Bob Rafelson). Según Garnier, originalmente el rol principal de Jeremiah Johnson iba a recaer en Clint Eastwood y sería dirigida por Sam Peckinpah, lo que da cuenta de la importancia del proyecto, pero la Warner Bros consideró que Eastwood era más apropiado para hacer de protagonista de otro guión de Milius: el detective Harry Callahan en Harry, el sucio (papel que, dicho sea de paso, iba a ser interpretado por Frank Sinatra). Finalmente, Robert Redford asumió el papel protagónico de Jeremiah Johnson con la dirección de Sydney Pollack, una sociedad que se repetiría luego en varias ocasiones.

Sin embargo, el antecedente más directo de Man in The Wilderness fue Un hombre llamado caballo (1970), de Elliot Silverstein. Varios miembros importantes de ese equipo (el guionista Jack DeWitt, el productor Sandy Howard y, desde luego, su protagonista, Richard Harris) querían repetir el éxito de esa cinta (que lanzó al estrellato a Harris) y contrataron a Sarafian. Aunque ambas obras tienen una mirada menos estereotipada de los aborígenes americanos, la historia de Un hombre llamado caballo (un aristócrata inglés apresado por los indios sioux) no guarda mucha relación ni con el tono ni el argumento del film sobre Hugh Glass. Man in The Wilderness no es una historia de cautiverio sino un relato de sobrevivencia, y finalmente, de redención.

John Huston y Richard Harris en una escena de Man in The Wilderness

Zachary Bass (Richard Harris) es guía de una expedición de un grupo de cazadores y tramperos por la tierra de los Arikara, una tribu nada amistosa que habitaba en territorio canadiense. La caravana es encabezada por el Capitán Henry (John Huston), que está empeñado en atravesar esa peligrosa zona aborigen remolcando un barco. En medio de la travesía, Bass es atacado por un oso, y el capitán Henry, que ha sido una suerte de padre putativo del trampero desde sus días como ballenero, creyéndolo desahuciado, decide rápidamente dejarlo al cuidado de dos miembros de la expedición que deben enterrarlo cuando muera… o matarlo si no muere en un par de días. Bass escucha todas estas determinaciones en medio de su agonía, pero es incapaz de presentar cualquier tipo de resistencia u oposición. Para bien y para mal, sus custodios no cumplen su misión y cuando se sienten en peligro por la presencia de los Arikara en los alrededores, huyen dejando a Bass agonizante.

Aunque la prodigiosa recuperación de Bass, su denodado esfuerzo por superar los obstáculos que le pone naturaleza y su búsqueda de venganza persiguiendo el convoy son prácticamente idénticos al argumento del film de González Iñárritu, hay una notoria diferencia en el perfil de los personajes, y su "aprendizaje" final. Mientras el Glass de González Iñárritu es un personaje vacío y sin identidad sólo animado por su necesidad de sobrevivir y la sed de venganza, el Bass de Sarafian es el retrato de un lobo estepario, un tipo hosco que pareciera más cómodo en medio de la naturaleza que entre los hombres, vagando sin rumbo ni esperanza por un ambiente tan hostil como su personalidad. Bass es un hombre que se hizo a sí mismo, huérfano, creciendo sin afecto ni ayuda, renegando de la existencia de un Dios que no ha hecho más que castigarlo. Todos estos elementos, que se ven a través de flashbacks (algunos inspirados, otros algo cursis), construyen un hombre que no sólo se ha visto privado de alcanzar la felicidad sino que literalmente la rechaza cuando la ha encontrado (como cuando abandona a su mujer embarazada). Bass es un alma en pena cuya fuerza y voluntad inquebrantable están dominadas más por un deseo de vencer la adversidad que por un propósito ulterior.

Sin embargo, en esta lucha por sobrevivir y sus ansias de castigar a quienes lo abandonaron a su suerte, Bass encuentra un sentido a su vida, un renacimiento en el más amplio sentido de la palabra. Una resurrección más espiritual que física. Uno de los momentos claves de ese renacimiento es cuando observa el parto de una aborigen arikara. Custodiada por su pareja a cierta distancia, la indígena tiene el parto en medio de un bosque, sin recibir ayuda alguna. Ese momento de intimidad, de dolor y de ternura, de comunión con la naturaleza, despierta en Bass tanta curiosidad como emoción. Y se vuelve a repetir un elemento central de la película: la paternidad. La pérdida de su madre, la traición del capitán Henry (un vínculo paternal que está claramente establecido pero débilmente desarrollado), el abandono a su propio hijo, y hasta la convicción de un mundo sin Dios (o sea, sin padre), construyen la personalidad de un hombre que entiende que no puede depender más que de sí mismo. Sin embargo, Bass descubre en ese periplo un sentido de pertenencia, que desvanece el propósito de su meta, dejando en evidencia la inutilidad y sinrazón de su venganza. Al reencontrarse con el Capitán Henry, en una tensa pausa en medio de una batalla contra los Arikara, rodeado de cadáveres con el barco encallado en medio de un lodazal, Bass simplemente quiere recuperar su rifle y dice con una sonrisa que irá a conocer a su hijo. En ese momento, los tramperos, y el mismo Capitán Henry, quedan anonadados con la actitud de Bass, como si vieran reflejado en ese gesto lo absurdo de su propia empresa. Y entonces abandonan la batalla y el barco como si estuvieran hechizados.

Man in The Wilderness

Man in The Wilderness fue filmada en España en condiciones climáticas duras, aunque Sarafian nunca se quejó por el esfuerzo (que alguien le cuente al alaraco de González Iñárritu). Tiene un aura misteriosa pese a los esfuerzos de Sarafian por darle un sustento psicológico concreto al personaje, y un tinte surrealista a lo Herzog en la hazaña demencial del capitán Henry, un "tímido" John Huston, muchísimo más contenido que en Chinatown (1974), y en otro registro en clave "Noé" (como el Noah de La Biblia, el endemoniado Noah Cross de Polanski) atravesando medio continente americano con un barco a cuestas, por cierto, una idea rodada una década antes de Fitzcarraldo.

Probablemente, no sea el western revolucionario que modificó el rumbo del género, pero es, sin ninguna duda, el tipo de film que se engrandece con el tiempo porque contuvo más ideas de las que supo expresar y rompe a su manera con ciertos estereotipos: no hay héroes imbatibles sino pura gente indómita llena de arrebatos y temores, tipos osados y mediocres, indígenas que no son ni sabios espirituales ni asesinos desalmados, cautivos de su ira por el daño recibido, y blancos perdidos en sus codiciosas aventuras sin sentido. No tiene mucho que ver, pero me recordó a Más corazón que odio (The Searchers), de John Ford, donde una patrulla de rescate se transforma en una turba de asesinos para limpiar el honor mancillado. En Man in The Wilderness es lo contrario: alguien busca la venganza y encuentra la paz. Puede parecer un argumento ingenuo, pero, a veces, en la simplicidad y bonhomía de un predicamento radica su subversión.

 

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