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Film Estreno

Locaciones El cine "adulescente" de Alberto Fuguet

Por Jorge Morales

En la novela semi biográfica Missing, de Alberto Fuguet, el autor se reencuentra con su tío Carlos que supuestamente había desaparecido sin dejar rastro en Estados Unidos. En una de sus primeras reuniones, el tío le cuenta sobre un período que estuvo preso y Fuguet le pregunta si la experiencia de vivir en la cárcel es similar a OZ (serie norteamericana que transcurría en una prisión). Carlos Fuguet responde desconcertado a qué se refiere, y el escritor le dice que es una serie de HBO, pero que no importa y que continúe su relato.

En ese notable texto de Fuguet, uno de los pocos del autor que contó con el beneplácito general de la crítica literaria (mucho más atrincherada, arbitraria, sanguínea y entretenida que la aburrida tibieza de la crítica chilena de cine), el autor fue un catalizador de la vida de su tío, y de alguna manera encontró a través de él una voz para escribir sobre el mundo sin tener en la cabeza una referencia cultural específica a la cual arrimarse. Y es que Fuguet ha construido un corpus literario y cinematográfico que se nutre de la cita (cinéfila, musical, literaria y hasta comercial –las benditas marcas-) como si esos elementos fueran expresivos, vinculantes e imprescindibles para entender una realidad determinada. Por eso en el segmento citado de Missing, consciente o inconscientemente, Fuguet deja transparentar su particular óptica personal: para él la cárcel puede ser un episodio de OZ.

Justamente Locaciones: Buscando a Rusty James es el paroxismo de ese hábito. Fuguet sondea el impacto que tuvo en la vida de cinéfilos, realizadores y críticos La ley de la calle (1983), la cinta de Francis Ford Coppola que disfrutó de un insospechado éxito en Latinoamérica, y en particular en Chile y Argentina. No se trata de una investigación sobre la producción o de cómo la película provocó vocaciones cinematográficas o despertó la cinefilia (dos efectos que seguramente tuvo) sino más bien algo mucho más íntimo, arrollador y decisivo. Fuguet ve en La ley de la calle una cinta que lo interpreta, que lo desnuda, que lo conoce. Piensa que es más que una película, es un viejo amigo, un confidente, un cómplice. Por eso, recorre la ciudad de Tulsa –donde se filmó- para encontrar algunas "respuestas" y escuchamos en off a gente relacionada con el cine que vivió La ley de la calle con la misma intensidad, o sea, más que como una experiencia cinematográfica como una experiencia de "vida".

¿Haría mucha diferencia si la película en cuestión fuera La guerra de las galaxias? En principio, pareciera que sí, pero seguramente no. Porque lo que aquí se dice y se reflexiona con exagerado amaneramiento sobre La ley de la calle sintoniza perfectamente con la veneración bobalicona de los seguidores de Luke Skywalker. Claro, los fanáticos de Star Wars son el arquetipo caricaturesco de los calcetineros del cine. La diferencia –se dirá- es que La ley de la calle es una película de "otra" categoría, un film de "cine arte", sensible, intelectual, etc., no una payasada de naves espaciales y batallas intergalácticas. Aunque dudo que los fans de La guerra de las galaxias crean que la cinta de George Lucas es un film de "cine arte", estoy seguro que darían tantas o mejores razones para explicar el encantamiento y fidelidad a esta saga de ciencia ficción que los motivos de fascinación que prodigan los incondicionales al "chico de la moto". Y es que el fanatismo o la obsesión no responde a una lógica ni tiene una explicación única y homogénea, es igual que la fe: se tiene o no se tiene.

Todos los que amamos el cine tenemos, qué duda cabe, nuestros flechazos cinematográficos. El año pasado presenté Fitzcarraldo (1982) en la celebración de los 50 años del Goethe y di no pocas razones para explicar de qué manera la cinta de Werner Herzog cambió mi modo de ver y entender el cine. Sin embargo, aunque ese impacto fue decisivo en mi formación como cinéfilo y puedo establecer claramente la secuencia de hechos que de allí se desencadenaron, me costaría mucho sostener que Fitzcarraldo tiene tanto o más importancia a acontecimientos que viví, vivo o viviré. No quiero decir con esto que el cine no sea capaz de interpelarnos y conmovernos. Pero como dijo alguna vez la escritora húngara Agota Kristof, por más triste que sea una película no podrá serlo tanto como una vida triste.

Hay en la película de Fuguet un tono ceremonial desmedido como si el cineasta estuviera convencido que su devoción pudiera explicarse y contagiarse. Si hay algo que en el cine cuesta mucho que funcione son las idolatrías, básicamente, porque son comprendidas casi exclusivamente por su propia feligresía. Y más aún cuando se venden como en esta película, con grandilocuencia y afectación, pese al tono coloquial de algunos de sus testimonios. Fuguet intenta mirarse a sí mismo a través del efecto que la película le provocó, tanto en sus búsquedas como en el bálsamo que suavizó sus frustraciones (su majadera victimización por el desprecio crítico que tuvo en sus inicios como escritor). Pero más bien lo que devela, es una forma de mirar el mundo más propia de un adolescente que de un adulto; un mundo con sus propios códigos de masculina fraternidad y misoginia (es sintomático que el grupo de consultados conformen un particular Club de Toby: no hay una sola mujer que haya sido entrevistada). Es la visión de lo que los franceses llaman un adulescent (o adulescente en castellano, o kidult en inglés). Fuguet se quedó "pegado". Porque si bien muchos que conocimos y nos emocionamos en su minuto con La ley de la calle, difícilmente seremos parte de este entusiasmo cinéfilo porque es como la pasión del primer amor: hormonal e hiperventilada. Se le puede recordar con cariño, pero es una pérdida irrecuperable; por mucho que nos disfracemos de Darth Vader o gruñamos quejándonos como Chewbacca.

Locaciones: Buscando a Rusty James
Chile, 2013
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Sonido:
Duración:
Alberto Fuguet
Silvio Canihuante, Mauricio Varela
Alberto Fuguet
Alberto Fuguet
Sebastián Arriagada
Cristián Mascaró
91 minutos

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