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Rania Attieh y Daniel García, directores de OK, Enough, Goodbye Comedia accidental desde el Líbano

Rania Attieh y Daniel García

Lo que en un lado del mundo da risa tal vez no es tan divertido. Rania Attieh y Daniel García lo descubrieron con un largometraje que mira críticamente a la sociedad libanesa pero que en San Francisco fue comparado con las películas de Judd Apatow.

Por Andrés Nazarala

El estreno de OK, Enough, Goodbye, en el festival de San Francisco, provocó más de una equivocación. En el catálogo la presentaban como una película humorística al estilo de las de Judd Apatow, mientras que un puñado de espectadores –seguramente los que no leyeron el catálogo- esperaban ver los habituales problemas del mundo arábico reflejados en la pantalla, especialmente los del Líbano, donde la cinta fue filmada.

Pero en la ópera prima de la libanesa Rania Attieh y el norteamericano Daniel García –radicados actualmente en Nueva York- la guerra, el terrorismo o las mujeres escondidas tras velos brillaron por su ausencia.

Desde el país más occidental del mundo arábico llegaba una película demasiado personal como para ser encasillada; una historia mínima, casi doméstica, centrada en un malhumorado tipo de 40 años que ve cómo su mundo se derrumba cuando su madre decide abandonar el hogar y lo deja solo. Una situación tan absurda como dramática que no sólo tiene a la desolación como materia prima, sino que aborda asuntos menos "conmovedores" como lo difícil que es enfrentarse a los quehaceres del hogar cuando se ha sido tratado como un niño durante cuatro décadas.

Daniel Arzrouni, protagonista de OK, Enough, Goodbye

¿Y Apatow? Más allá de la gordura del protagonista, que a simple vista podría ser una especie de Seth Rogen libanés, no hay mucho de la comedia americana. OK, Enough, Goodbye está más cerca del humor melancólico de Whisky ("alguien nos habló de ella con el fin de compararla", confiesa la directora) o a las apuestas de un Alexander Payne. Todo esto matizado con trazos de documental que le dan frescura y carácter.

Es que Attieh y García construyeron una cinta de ficción que usa la realidad como materia prima, intercalando archivo documental que hablan de la historia de Trípoli y personajes reales que interactúan con los ficticios, como una maltratada empleada doméstica proveniente de Etiopía que refleja el racismo escondido, pero existente en la sociedad libanesa.

"El cine del Líbano es muy joven. Hay solamente cinco películas de las que la gente habla, está recién comenzando", analiza Rania. "Y todas las películas circulan en torno a los mismos temas: la guerra, el pasado, la pobreza, la religión... musulmanes versus cristianos. Era importante para mí y para Daniel –que viene de afuera y no tiene interés en tomar la bandera de las víctimas y correr con ella por todo el país- hacer una película que mirara más a nosotros que retratar los conflictos con el resto. Así que empezamos con la idea de que tenemos muchas cosas por mostrar. Lo que nos inspiró fue la Nueva Ola rumana, un cine muy crítico que se mira a sí mismo".

Aunque para desorientar a los espectadores, la dupla abre el filme con la imagen de archivo de una revuelta social en la que vemos gente quemando cosas. Es una pequeña trampa y también una declaración de principios en beneficio de un cine íntimo y cotidiano.

"Nos pareció interesante contraponer eso con lo que ocurre en la película, donde no pasa nada violento. Es sobre un hombre aburrido que lleva una vida aburrida y no sabe cómo darla a su existencia algo de acción", explica Rania. "Jugamos con las expectativas del público que espera una cinta árabe con fuego y violencia. Pero para mí era más importante hablar de otras cosas del Líbano, de la sociedad, donde hay horrores que cometemos contra nuestra misma gente, como la discriminación y el racismo".

-¿No tuvieron la intención de construir una comedia?

-Rania: No. Nunca lo pensamos y la película no nos parece divertida cuando la vemos ahora.
-Daniel: No estamos influenciados por la comedia. Si la gente se ríe tiene que ver con la cultura libanesa, la manera de hablar... eso puede resultar divertido, supongo.
-Rania: Es humor para los extranjeros, por la manera en que hablamos. En el Líbano pareciera que la gente estuviera enojada todo el tiempo. Cuando Daniel fue por primera vez me preguntó "¿Por qué están todos peleando?". Yo le decía: "No, no están peleando, están hablando del tiempo o del café".

-Pero la trama tiene algo de humor: el cuarentón que vive con su madre pero ella se cansa de atenderlo...

-D: Sí, pero nunca lo vimos como algo humorístico. Era importante para nosotros hablar de la estructura familiar en el Líbano, donde, si no tienes motivos para dejar el hogar –como, por ejemplo, si no tienes un trabajo o no te casas-, no hay presiones para que te vayas. Siempre pensamos en mostrar esta realidad, sin juicios, sólo mostrar. Tenía el potencial de establecer preguntas sobre la carga familiar en un niño... aunque este niño sea en verdad un adulto.

-El protagonista, interpretado por Daniel Arzrouni, resulta insoportable y al mismo tiempo entrañable...

-D: Sí, Daniel es exactamente como aparece en la película. Es amigo de un amigo. Trabaja en una fábrica de papas fritas. Vive con sus padres. Lo conocimos en una comida y en ese entonces necesitábamos un actor para un corto. Nos gustó su cara. Sabíamos que no era actor pero no sabíamos si estaba interesado en participar en algo así. Se lo pedimos y nos dijo que sí. Lo hizo muy bien. Fue muy natural. Escribimos el largometraje con él en mente.
-R: Fue fácil trabajar con él. Nos gustaba, les gustábamos, no hacía muchas preguntas y estaba dispuesto a actuar. Hicimos la película completamente solos. Necesitábamos a alguien como él, un actor que de pronto nos ayudara a iluminar tomando una ampolleta o se acordara qué llevaba puesto para la continuidad.

Filmar solos

Ok, Enough, Goodbye obtuvo el premio Cine del Futuro en el último Bafici

No es pretensión de autor ni engaño. Rania Attieh y Daniel García decidieron hacer la película por su cuenta, sin depender de productores o de un equipo técnico. La actriz principal (la madre que se marcha) es, de hecho, la abuela de Rania; la banda sonora fue compuesta por Daniel; todas las locaciones son espacios que estaban a la mano e incluso el padre de la realizadora actúa en una escena, haciendo del explotador y racista dueño de una agencia de empleadas domésticas.

-¿De verdad nadie los ayudó en la parte técnica?

-D: A veces teníamos dos amigos que nos ayudaban, pero casi todo el tiempo era sólo nosotros dos.
-R: Eran dos amigos del protagonista, uno arquitecto; el otro ingeniero. A veces los llamábamos para cosas pequeñas. El ingeniero se hacía cargo de la plata, de comprar, cuidar los ahorros y pedir recibos. Pero nunca hubo un equipo técnico.
-D: Hicimos todos los interiores con luz natural, usando una que otra ampolleta por ahí. Lo hicimos a propósito para poder movernos y grabar. No hubo necesidad de un equipo. Tratamos de mantener todo muy mínimo para no necesitar manos extras.

-Me imagino que para trabajar así tenían un guión claro...

-D: No hubo guión. Teníamos sólo un tratamiento.
-R: Sabíamos más o menos qué cosas debían ocurrir en la película: que la madre se iba de la casa, que él se buscaba una empleada doméstica... Sabíamos que queríamos partes documentales. Estaba decidido entre nosotros, pero con los actores éramos muy flexibles. No les dábamos líneas para que ellos sólo pudiesen decir las cosas de una manera natural, empleando las palabras que siempre usan. Rodamos en 40 días y nunca más de 3 o 4 hora diarias. Al final del día mirábamos lo que teníamos, lo analizábamos y nos preguntábamos "¿y ahora qué podemos hacer?". Íbamos armando el guión en nuestra cabeza. Además, hacíamos una toma por escena.
-D: Fue un buen sistema para trabajar con los actores, porque no son profesionales. Hubiese sido imposible para ellos repetir las tomas en distintos planos.
-R: Cuando trabajas con no-actores siempre las dos primeras tomas son horribles, pero las últimas dos suelen ser buenas. Y listo. Cuando tienes una escena buena es mejor parar y seguir con otras porque las actuaciones comienzan a decaer. Siempre ocurre.

-¿Pretenden mantenerse fiel a este tipo de rodajes íntimos?

-D: Depende del proyecto. Para algunos probablemente necesitemos un equipo.
-R: Yo no usaría más gente, nunca.
-D: Nunca digas nunca.
-R: Con esta cinta quisimos tomar el riesgo. No pensamos en la película que queríamos hacer sino que en la que podíamos hacer. Nos preguntamos: ¿Qué tenemos? No actores. ¿Quiénes pueden ser? ¿Qué locaciones tenemos? Construimos todo pensando en lo que estaba disponible. Fue una gran experiencia pero ahora estamos escribiendo un guión sin tomar nada en consideración. Seguiremos con actores no profesionales, pero escribimos pensando en no-actores que no conocemos y en locaciones que no tenemos al alcance.

-La película muestra una historia aparentemente exenta de contingencia, pero a lo largo del camino se van abordando algunos temas, como la dura realidad de las mujeres que llegan al Líbano para trabajar como empleadas domésticas. ¿Tuvieron la intención de abordar estos temas de sociedad a través de una historia mínima o fue algo que se cruzó en el camino?

-R: Sí. La verdad es de alguna manera queríamos hablar de Trípoli y los roces sociales no podían estar ausentes en el retrato. Es interesante cómo en el Líbano son racistas. Todas las mujeres negras son empleadas. Muchas de ellas son maltratadas y por gente educada, que tiene estudios y posgrados. También pesa mucho el prejuicio. Si eres mujer y de Europa del Este, por ejemplo, eres una puta. Cuando mostramos la película en el Líbano alguna gente se molestó. Aman la película hasta que aparece la empleada doméstica. Se sienten violentados porque hablas de algo que ellos reconocen, porque todos tienen empleadas. A veces se enojan y te dicen "mi madre tiene una empleada y la trata muy bien". ¡OK, pero no es un documental sobre tu madre!
-D: Toda la historia que mostramos de la empleada es real. Es su vida. La conseguimos a través de una de estas agencias, y para ella fue un alivio. Ha estado en el Líbano por mucho tiempo. Trabaja en muchos lugares para ganarse la vida. Sabía exactamente qué decir porque no estaba interpretando un personaje. Es su vida.

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