Entrevista

Otras Entrevistas

Edición Nº 102 One Man Showcase
Laz Rojas: El héroe de las mil caras
Edición Nº 102 Conversando con Raúl Perrone
"Cannes me chupa un huevo"
Edición Nº 102 Oliver Laxe
Nada en lo inesperado que no esperaras secretamente
Edición Nº 101 José Luis Torres Leiva
Vientos de libertad
Edición Nº 99 Roberto Anjari-Rossi
La cómplice ternura de El legado
Edición N° 90

Michel Lipkes y Matías Meyer Rehenes de una tormenta perfecta

Michel Lipkes y Matías Meyer

Las películas de Michel Lipkes (Malaventura) y Matías Meyer (Los últimos cristeros)-con un destacado paso por festivales internacionales en 2011 y 2012 (Valdivia, entre ellos)- son dos piezas de resistencia a la situación de México, un país en permanente estado de colapso. Por eso, aunque esta entrevista -realizada durante el festival de Rotterdam 2012- parte hablando del cine mexicano, deriva inevitablemente en una reflexión política sobre una nación tan diversa y rica en identidades como en caos, dolor e injusticias sin fin.

Por Pamela Biénzobas

Michel Lipkes y Matías Meyer se conocen desde la adolescencia. Juntos fueron al colegio, juntos estudiaron cine en la universidad Sorbonne Nouvelle-Paris III, luego en el Centro de Capacitación Cinematográfica de México. Juntos, con Julio Bárcena, Gerardo Barroso, León Felipe González, Rubén Imaz, María Novaro y Bulmaro Osornio, fundaron la productora Axolote. Es bajo ese sello que produjeron los largometrajes con que participaron en el festival de Rotterdam de este año donde hicimos esta entrevista. Malaventura es la ópera prima de Lipkes, ex-director artístico del ahora desaparecido Festival Internacional de Cine Contemporáneo (FICCO) en Ciudad de México. Los últimos cristeros es, en cambio, el tercer largometraje de Meyer, tras El calambre (2009) y Wadley (2008).

Malaventura es una odisea contemporánea por los laberintos del centro de la Ciudad de México. Los últimos cristeros es un western ambientado a fines de los años treinta en la sierra mexicana, al final de la Cristiada (la guerra civil por las medidas anticlericales del gobierno revolucionario, tema en el que Jean Meyer, padre de Matías, es especialista). Ambos films, tan distintos y tan sólidos cada uno en su propia voz, hablan a su manera del proceso de construcción de una identidad nacional, de un malestar que se filtra por las grietas de un zócalo demasiado poco sólido para sustentar los cimientos de un país.

-Las películas que traen aquí, más allá de ser las dos producciones de Axolote, dialogan de manera muy potente. ¿Podrían haberse hecho en otro lugar que en México?

-Matías Meyer (MM): La peli de Michel para mí es así sobre México de manera muy, muy fuerte. Cada plano está impregnado de algo que tiene que ver con México. Mientras la veía me preguntaba "¿qué obsesión tenemos los mexicanos de estar hablando de nuestro país y de la identidad de esta forma?". Es como este caos hermoso que es un poco México y que nos gusta reflejar: siempre que sales a la calle en el D.F., o en el campo, hay miles de cosas que te atraen la atención. "Esto podría ser una película", "esto de México todavía no se ha tratado", y eso siempre te motiva, estar imaginando diferentes cosas.

En relación a la mía, tiene que ver mucho con algo que me emociona del país: el poder tener este contacto con nuestros campesinos, que son personas super sabias, íntegras, intensas. Pese a las diferencias sociales, cuando se dan los contactos, las relaciones pueden ser muy lindas. Más allá de qué tipo de revolución fue y de la historia de México, creo que tiene que ver con eso, con los paisajes, con los rostros.

-Michel Lipkes (ML): Creo que el punto de partida de las dos sí es definitivamente nuestro país, nuestra cultura. En el caso de Matías es un evento histórico, pero no para hacer el relato sino para retratar la vida de los hombres en ese momento. La obsesión está más en hacerte realmente sentir que estás ahí viviendo con esos hombres, caminando con ellos esos territorios tan hostiles.

-Esas mismas palabras se pueden aplicar a Malaventura.

-ML: Totalmente, y creo que el acercamiento también en mi caso particular fue partir de estas calles que representan tanto México, como un edificio que casi se derrumbó en el terremoto del '85, los viejos cines pornográficos del centro histórico, las viejas cantinas... Son cosas muy propias al lugar donde existen. Pero al mismo tiempo, aunque el punto de partida es ése, cuando filmamos intentamos limpiar las referencias. Lo que nos interesa realmente es la cosa universal, pues es ahí donde te puedes relacionar con los seres humanos y sus conflictos más elementales, y no con las cosas particulares al folclor de nuestra cultura, que obviamente no pude evitar.

La postura formal tampoco va acorde con nuestra cultura. No son películas barrocas. No es Ripstein y no es Iñárritu. Me pregunto cómo hubiera filmado Iñárritu Los últimos cristeros o Malaventura, con cámara en mano para hacer sentir esta turbulencia de la vida. Pero en el cine a veces lo interesante es contrarrestar las cosas y cuestionar el fondo con la forma, y no agarrar el fondo y darle la misma forma. Las dos películas son muy ambiguas. Inclusive más la de Matías porque hay un sentimiento de fraternidad, una lucha común, estos hombres tienen familia, etc., pero no sabes más. Te agarras de ellos porque entiendes que son personas que están luchando por sus ideales, por existir. Mi película es un poco más perversa. La de Matías es una experiencia humana y espiritual sanadora, creo. La mía no es sanadora. Hay un dolor interno que nunca se va, siempre se queda ahí hasta que el hombre fallece.

"El cine de autor en México empezó con Japón de Carlos Reygadas"

-Sin ser folclórico, tanto en el discurso de las películas directamente, como en el de ustedes para referirse a ellas, siento que hay un gesto y una necesidad de hacer una crónica de una historia que está aún en desarrollo, casi de la fundación de una nación.

-ML: Supongo que las dos películas hablan acerca de las utopías. En el caso de Matías es una utopía que se está intentando formar de cierta manera y en mi caso creo que es acerca de las utopías que se están ya desmoronando y que son ruinas de las aspiraciones que tuvo eventualmente el ser humano. Pero sí, definitivamente en México se abrió el sendero cuando realmente empezó a ejercerse el cine de autor por parte de nuestra generación. Todo arrancó con Japón de Carlos Reygadas. Antes, la herencia más inmediata que teníamos de la escuela de cine era la época de oro del cine mexicano, el melodrama ranchero y los cineastas como Cuarón, Del Toro, Iñárritu, y también obviamente la generación de Ripstein, de María Novaro, de Paul Leduc y de Felipe Cazals. Pero siempre en la época de oro había una búsqueda muy fuerte de una unidad, que era la del melodrama ranchero, que siempre escribía Revueltas o Mauricio Magdaleno, siempre con el mismo fotógrafo, siempre con los mismos actores... E Iñárritu, Cuarón y Del Toro son cineastas obviamente mucho más cercanos al Norte que al Sur.

Con Japón, Carlos Reygadas mostró que México puede ser filmado y retratado de muchas maneras, que es una cultura tan vasta y tan amplia de Norte a Sur, de Este a Oeste, un país donde la identidad es algo muy, muy frágil; donde realmente no estamos seguros de cuál es esa identidad.

-MM: También Japón mostró rostros que ves en la calle, que ves en el campo. Ya no eran rostros de actores, rostros de la tele. Japón aportó el rostro mexicano. Y creo que tiene que ver también con las nuevas tecnologías que llegaron con nosotros como el MiniDV o Final Cut (que nosotros vimos nacer y empezamos a usar), y con costos bajos de producción, con la llegada de festivales internacionales, que antes tampoco había tantos. También con que somos grandes devoradores de cine de autor de todo el mundo. Están todas esas influencias estéticas. Creo que no nos identificamos tanto con los demás cineastas, o con el cine mexicano. Yo me reflejo en nuestra generación, me siento afín a muchas películas de muchos directores. Para mí es más difícil identificarme con lo anterior.

-ML: Sí, uno puede ver las películas de Ripstein y la generación de los años '60 y son realmente muy buenos cineastas, admirables. Y en el momento de nuestro aprendizaje creo que fueron fundamentales para nosotros, no sólo para inspirarnos y hacernos ver nuestro país de manera cinematográfica, sino también para romper con eso y dejar de utilizar los modelos de producción que ellos establecieron. Por ejemplo, Rubén Imaz con Familia tortuga fue el primer cineasta mexicano que agarró una cámara digital y en dos semanas hizo un largo buenísimo. No necesitas dos millones de dólares, no necesitas seis semanas de rodaje, no necesitas a los Bichir, a los actores más conocidos. Para nosotros fue chocante, porque estábamos en plena escuela de cine y mentalmente estábamos haciendo nuestros cortometrajes, y dentro de la cabeza de Rubén algo se revolucionó y decidió hacer un largo y entre todos esos pequeños factores, esas pequeñas piezas de la maquinaria nace el cine independiente mexicano. Para mí fue una gran motivación primero como programador que soy desde 2004 y ahora cineasta con Malaventura.

-Pareciera que el cine anterior partía de la base de que México existe –que se sabe lo que es y cómo es- y que ustedes estuvieran poniendo eso en cuestión, diciendo "México se está creando" o "todavía estamos viendo qué es México". Da la sensación de que -en el momento en que eso se pone en cuestión en toda América Latina con el Bicentenario-, ustedes se enfocan en las fisuras de ese cimiento frágil. Por lo demás, al referirse a sus películas, en sus discursos, los dos usan la palabra "revolución".

-ML: Tantos países han estado celebrando sus bicentenarios y celebrando la historia, pero para mí era más importante observar el presente. De repente me di cuenta de que hay tantas cosas que son medio tabús en el cine, que a veces escogemos solamente hablar de cierto tipo de gente, de cierto margen de edades. Haces una película sobre un niño, y si es una película cruel se vuelve un tabú; haces una película de un anciano, y si está al límite de la muerte se vuelve una tabú, pues son cosas que la gente no quiere ver: "ya sé que me voy a morir, para qué me los estás metiendo en la cara, metiendo el dedo en la herida". Pero es importante no sólo por la experiencia humana, sino también porque siento que México se está muriendo, realmente, y que hay una lucha muy, muy frustrante dentro de todos porque somos impotentes frente a lo que está sucediendo. Nuestra manera de resistir es haciendo películas.

Ha habido muy pocas revoluciones en este planeta, y una de ellas fue en México, pero realmente no sirvió de gran cosa, más que para ser una referencia histórica. Los mismos cristeros: su lucha fue un testimonio de este anhelo de utopía y frustración prácticamente inmediata.

El infierno de Luis Estrada

Cuando tienes una mínima mentalidad crítica, te saca de quicio que se esté festejando la historia de esta manera y que todos estos héroes se romanticen a estos niveles porque realmente no tienen ese valor en el presente, más que la explotación económica. Por ejemplo, El infierno de Luis Estrada (Nota de la Redacción: fenómeno de taquilla en 2010 en México), aunque es sobre la historia inmediata de los narcotraficantes en México, tiene un discurso casi como haciendo política: "Hey, tú, mexicano, es tu responsabilidad venir a ver mi película porque te vas a dar cuenta de cómo está la cosa con México".

-MM: Pero esa película no revela nada nuevo, ningún tipo de visión nueva acerca del narcotráfico. Respecto a la Cristiada, yo desde el principio me he topado con mucha resistencia. Ya no hay censura, pero sí hay todavía mucha ignorancia acerca del tema porque se prefirió no hablar. Como una discusión muy fuerte entre amigos: luego decides mejor no hablar de eso porque ya sabes que va a acabar en pelea. Entonces durante cuarenta años no se habló de la Cristiada hasta que salieron los libros que escribió mi papá. Está la novela Rescoldo (de Antonio Estrada), que adapté, y que obviamente en México nadie conoce porque hay muchísimo prejuicio: si quieres hablar de la Cristiada quiere decir que eres de derecha.

Cuando empecé a ver alrededor lo que sabía la gente de la Cristiada, pues no se sabía nada. Yo mismo no sabía nada, aunque era hijo del historiador de referencia, hasta que empecé a hacer la película. Y todavía cuando se presenta, tiene que ganarse poco a poco al público, porque no quieres entrar a ver una película sobre tipos que defienden su religión. Hay una especie de barrera que también es reveladora del público. Pero la oposición que encontraba me llevaba a querer hacerlo cada vez más.

-Más allá de constatar que el tema no se había tratado, ¿de dónde vienen las ganas, la pasión? ¿Qué discurso tuyo pensabas que esta historia podía vehicular?

-MM: Creo que sobre la fe. No la fe religiosa sino la creencia como motor de movimiento y de cambio, que son las utopías. Se sentía un poco a nivel generacional que se había acabado eso, antes de que empezaran estas nuevas revoluciones y los okupas y todo lo del año anterior. De pronto se siente como que "es que nuestros padres en el '68 sí se levantaban, y nosotros... mira esta apatía en la que estamos, completamente hipnotizados"... y de pronto vuelve a venir. La película es un poco sobre eso, la importancia de creer en tus ideales para lograr un mínimo movimiento, un cambio.

-¿En qué punto de esta tensión entre utopía y poder está México hoy, en su percepción?

-MM: Pues lo que vemos es que todos esos valores que se han fundamentado desde la Revolución hasta acá han sido grandes incentivos para mucha gente, que tomó lo mejor de ellos para dar lo mejor de sí mismos y ser personas constructivas.

-¿A qué se refieren con "estos valores"?

-ML: Los valores de resistir, no conformarse y no quedarse estancado en viajes ideas, siempre estar renovándose. Nosotros, por ejemplo, somos tan cercanos a la cultura francesa. Y de repente escucho a los franceses que sacan sus libros del siglo XVIII y te empiezan a hablar del presente, como si sus valores se hubieran detenido allí. Fueron grandes valores, grandes mentes utópicas, intelectuales que florecieron, pero hoy no les queda más que eso. Se agarran de eso pero no renuevan su pensamiento. Lo importante es sí leer todos los libros pero ponerlos a un lado y mirar qué está sucediendo en el presente para suscitar nuevos cuestionamientos, nuevos sentimientos. Esos son los valores que nos ha dado la historia. Y en México está también este sentido que tenemos que transformar la realidad, ya sea con una cámara o con una nueva revolución.

No sé, parece que México cada cien años necesita mucha sangre para poder florecer. Siempre estamos buscando esta identidad, somos como los filipinos: estaban los prehispánicos, llegaron los españoles, hubo una fusión –los españoles ya son mexicanos hoy en día, son parte de la cultura, y nosotros mismos somos productos híbridos-, de repente llegaron los norteamericanos, que redefinieron una vez más nuestra identidad, o nuestra falta de identidad... y eso no hace más que confundirnos cada vez más.

Los últimos cristeros

México es un país que está en un permanente tira y afloja entre el Norte y el Sur. Yo me siento mucho más cercano a lo sudamericano, porque los valores de los norteamericanos están basados en la explotación mutua, en la inhumanidad, mientras que la vida del latino es mil veces más constructiva. Nos explotan, nos chupan nuestra vida, pero necesitan esta vitalidad inherente a nuestras culturas, aunque de cierta manera al mismo tiempo seamos sus esclavos. Y hacer estas películas es un gesto de resistencia.

-MM: Yo siento que en México ahora se dio lo que se puede llamar "la tormenta perfecta". Se ha juntado todo lo peor que podía suceder y está sucediendo. Por algo es así, y esperemos que desemboque en algo bueno. Pero se ve tanto en el narcotráfico que creció exponencialmente, en que somos un país que nunca ha respetado las leyes, donde nos encanta pasarnos la luz roja... a lo que te dicen que no, buscas una forma de hacerlo igual. Y sucede a todos los niveles, desde lo más pequeño hasta lo más grande. Es lo que rige el país. Es un caos. La Revolución finalmente fue algo muy utópico, una revolución campesina, pero luego...

Contra eso tienes la fortaleza de la televisión, que es una caja de ruidos omnipresente, con las novelas, con los poderes fuertes que no permiten que se cambien las cosas porque finalmente el mercado es el que domina. La política no tiene mucho que hacer frente a un empresario que amenaza con quitar 500 mil empleos. No le vas a poner un impuesto para mejorar un poco las cosas. Como decía Michel, está la Conquista, luego la Independencia, la Revolución, y ahora se viene este momento súper fuerte. Todo eso es el alimento espiritual del creador.

-¿Cómo definirías este momento, esta "tormenta perfecta" a la que te refieres? ¿Qué imagen lo representa para ti?

-MM: Una imagen del México actual para mí es el incendio del casino de Monterrey (Nota de la Redacción: Hecho ocurrido en agosto de 2011), donde entran a tomar venganza –o no sabes bien a qué- pero el público está ahí jugando en el casino, entran y dicen "salgan porque vamos a prender fuego". Algunos logran salir, prenden fuego, otros están arriba, se dirigen a las salidas de emergencia, y son falsas: es una pared. Ahí mueren calcinados. Lo que se está viviendo ahorita es un poco como las salidas de emergencia que en realidad son una pared.

Wadley

Tampoco lo voy a limitar todo a eso. Mi primera película, Wadley, que se presentó aquí, es sobre un viaje espiritual al desierto. Es un lugar donde dices "ojalá que a mis hijos les toque vivir esa experiencia cuando tengan 18 o 20 años", y que yo en ese momento veía como algo que nunca iba a desaparecer. Es un lugar de los huicholes, área protegida, un parque natural donde hay peyote. Y hoy en día lo vendió el gobierno a las empresas mineras canadienses para sacar oro, en una zona desértica donde van a deshacer todo porque necesitan muchísima agua, cuando el 70% del país está en sequía. Finalmente todo puede suceder. Entonces es un momento en que no sabes si puedes llegar a ser optimista porque todo es completamente oscuro.

-En función de estas reflexiones, ¿te planteaste la posibilidad de hacer algo contemporáneo con el tema que elegiste?

-MM: Mi idea era que no pareciera película de época, sino que pareciera que está sucediendo ahora, que es algo contemporáneo, que es como si tuviera la posibilidad de estar con esos tipos filmando un documental. Hubiera podido filmarla en blanco y negro, pero decidí el color para no crear esa distancia. Tampoco me preocupé tanto de que hubiera palabras que fueran de la época. Si de pronto se colaba por ahí algo actual, pues no me obsesionaba. Siento que las tres películas que he hecho tienen que ver 100% con México. La secretaría de turismo me debería apoyar, porque siempre está el desierto hermoso, la playa súper linda, la sierra... siento que es una especie de trilogía en que todo sucede en la naturaleza. Quisiera ver si puedo filmar algo en otra parte, o no hablar de México en mi próxima película, como experimento. ¿Qué pasa si filmo en otro lado?

-A veces eso da lo mismo. Probablemente igual filmarías México.

-MM: El otro día leía en el Daily Tiger (Nota de la Redacción: El diario del festival de Rotterdam) a Lav Diaz que decía "¿Cómo podemos hablar de Filipinas como una nación cuando existen tales desigualdades sociales".

-Su cine también habla sobre la fundación de una nación y sus incoherencias.

-ML: La historia de los filipinos y los mexicanos están ligadas íntimamente, aunque exista una distancia enorme. España nos unió a través del Galeón de Manila. Y fue a raíz de que México se independizó de España que vino la Independencia de Filipinas porque se había roto el puente de comunicación. Nuestros traumas son exactamente los mismos, y las disparidades sociales son igual de agudas. Lo único es que en México la tragedia del pueblo está basada en su ubicación geográfica: siempre y hasta el final de los tiempos vamos a estar pegados a los Estados Unidos, y eso es algo que ya está sellado, un pacto firmado con sangre. Los filipinos están más lejos, aunque los gringos todavía tienen bases militares ahí...

-En Malaventura, por mucha empatía que haya en el trabajo con el personaje central, la Ciudad de México es el protagonista principal.

-ML: Ahorita el centro histórico se está transformando. Hace diez años era un lugar en que todo es como en Malaventura, con los edificios en ruina. Era una metáfora enorme de México. Pero de repente llegó el señor Carlos Slim y compró el centro histórico y lo remodeló completamente. Ahora están los Starbucks, Burger King, todo lo que quieras para sentirte a gusto. Lo que filmamos fueron estos lugares que van a desaparecer. Pero ya existen dentro de esta burbuja cinematográfica y no van a desaparecer de la película.

Malaventura

Era realmente filmar un México que está a punto de desaparecer, como el viejo. El viejo es las ruinas, las ruinas son el viejo, todo este mundo va a desaparecer. Y no es en beneficio de nada constructivo, porque filmar estas ruinas es hacer evidente que hay una herida, y que esa herida son estos edificios agrietados, que están ahí para que no olvides todo lo que nos precede y las razones por las que nosotros nacimos en este México con todas las historias, todas estas humanidades confluyendo, yendo y viniendo de todo el planeta.

Está ahí y el hecho de tirar un edificio y construir un gimnasio es la voluntad de destruir el pasado y renovarlo. No es una ciudad como Rotterdam, que fue totalmente bombardeada y que pareciera que no quisieron dejar los más mínimos rastros de un pasado doloroso, con estos edificios modernos, porque duele recordar. Pero el dolor es un motor creativo muy fuerte. Para mí el dolor que me provoca mi país fue el catalizador para hacer la película. Era algo que tenía que sacar. Nada indica que ya salimos de la tormenta y que vemos tierra firme. No para, no para, y no hay nadie de poder en quien podamos contar.

-MM: En este sexenio murieron dos secretarios de gobernación, la mano derecha del presidente. El primero muere en un jet que cae sobre la ciudad de México, y el segundo en un helicóptero. Entonces ¿qué quieren que la gente piense? Da lugar para todo tipo de especulaciones.

-ML: Los políticos piensan "voy a sobrevolar el país para que no me toque lo que pasa en la superficie", pero los narcos son tremendos. Estamos siendo testigos de otro tipo de guerra. No es una guerra declarada. Es una guerra civil muy extraña, donde todos los civiles se encuentran en medio de una lucha de intereses muy fuerte relacionada al mercado de las armas y de las drogas, y del secuestro, del cobro del uso de suelo...

-¿Ustedes se sienten rehenes?

ML: Definitivamente, sí, hay miedo de vivir donde vivimos. Miedo de que secuestren a tus papás, de encontrarte en medio de un fuego cruzado, de estar manejando y de repente ver una persona colgada de un puente, cabezas decapitadas en la calle. Es algo inherente. Vivimos en un estado de paranoia. Pero lo importante es siempre contrarrestar y no ceder a esto, porque la humanidad se ha fundado sobre sangre, violencia, guerras, etc. No es la primera vez, pero lo estamos viviendo y no pensábamos que íbamos a ser testigos de lo que está sucediendo, que nadie se esperaba.

-MM: A veces pienso en la frase de Manu Chau que dice "nos engañaron con la primavera". Pensabas que iba a venir algo bonito y no. Finalmente sigues haciendo tu vida.

Este artículo aún no tiene comentarios. Puedes ser el primero en comentar.

Buscador
Quiénes Somos | Contáctanos