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Santiago Loza "Mientras mi generación se profesionalizó, yo me hice más chico"

El último largometraje del aclamado dramaturgo y cineasta argentino, "Si je suis perdu, c'est pas grave", nació de un taller de actuación que realizó en Francia. Un film-ensayo realizado casi sin presupuesto que estrenó este año en BAFICI, y que pasó recientemente por el Festival de Cine de Viña del Mar donde además se le hizo una retrospectiva. Aquí, las obsesiones, estrategias y confesiones de uno de los realizadores más prolíficos y autorales del actual panorama cinematográfico latinoamericano.

Por Andrés Nazarala

Cuando Santiago Loza estrenó en BAFICI su último largometraje, Si je suis perdu, c'est pas grave, sus obras de teatro estaban repartidas por todo Buenos Aires. "Mau-Mau", "Todo verde" y "La mujer puerca" convivían en la cartelera teatral, mientras los cines de la ciudad proyectaban La Paz, cinta que ganó el premio a mejor película argentina en el mismo BAFICI un año antes. Como si fuera poco, su serie "Doce casas" debutaba por Televisión Pública.

Cualquier otro se dormiría sobre los laureles del éxito, pero el dramaturgo y cineasta argentino preparaba su aterrizaje en el importante Teatro San Martín con "Almas ardientes", sin dejar de escribir compulsivamente otros posibles estrenos. Entre fines de agosto y comienzos de este mes, se dio además el tiempo para ofrecer un par de talleres para actores en el GAM –a propósito del montaje de tres de sus obras- y asistir al Festival de Viña del Mar.

Pese a la vorágine, él se toma las cosas con calma y entiende que todos sus proyectos nacen de la misma soledad: la del escritor enfrentado al papel en blanco.

"Siento que tengo mucho para probar", confiesa el autor en un café de Buenos Aires. "La escritura es un campo de aprendizaje permanente. Yo hace años que escribo pero siempre digo: ahora recién estoy empezando".

Y es que la carrera cinematográfica de de Loza comenzó tras estudiar guión en el Centro de Experimentación y Realización Cinematográfica del Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Audiovisuales. Realizó su primer largometraje, Extraño (2003), cuando aún se hablaba del boom del Nuevo Cine Argentino y con buenos resultados: ganó el Tiger en el Festival de Rotterdam y obtuvo la beca del Festival de Cannes. Luego vinieron Cuatro mujeres descalzas (2005), Ártico (2008), La invención de la carne (2009), Los labios (co-dirigida con Iván Fund en 2010 y ganadora de Un Certain Regard), La Paz (2013) y Si je suis perdu, c'est pas grave (2014). Habría que sumar El asombro (2014), mediometraje experimental que realizó junto a Iván Fund y Lorena Moriconi.

Destinos cruzados

Si je suis perdu, c'est pas grave

Si je suis perdu, c'est pas grave es producto de un taller de actuación que Loza realizó en Toulouse con estudiantes argentinos y franceses. Una suerte de película coral en la que se entrecruzan varios microrelatos: una joven pide dinero en la calle cantando como Sandro, otra participa en un casting en el que se elige a la doble de Brigitte Bardot, dos mujeres mayores deambulan sin rumbo mientras un tipo solitario busca desesperadamente el amor, entre otros pequeños trazos argumentales que el director une con sensibilidad y afecto por los personajes.

De fondo hay temas como el desarraigo, la pertenencia o el exilio voluntario en forma de tránsitos en medio de una pequeña ciudad de ensueño. Como insertos, vemos las pruebas de cámara de cada uno de los actores mientras son cuestionados –y descifrados- por el resto de sus compañeros. Son instantes que revelan el artificio de un filme que funciona como ensayo y en el que se cruzan tres territorios conquistados por el autor: el cine, el teatro y la docencia.

"Hace varios años di clases de guión y empecé a descreer de mi propia enseñanza", confiesa Loza. "Cada tanto doy también talleres de dramaturgia, pero de inicio. Trabajo con gente que cree que la escritura les es muy ajena, sobre todo con actores. Comparto con ellos las poquísimas certezas que tengo y también mis infinitas dudas".

-¿Armaste con ellos las historias?

-Sí. Eran actores que nunca habían tenido relación con la cámara. Trabajamos ciertas zonas biográficas. Primero, porque soy muy curioso de quienes hacen el taller. Y segundo, porque siempre estuve muy peleado en las escuelas de cine sobre los materiales que la gente se pone a escribir, me refiero a géneros sin paralelos con lo personal. Yo propongo que se parta sobre trazos biográficos. En la película se trabajó sobre la intimidad. Las historias están inspiradas en vivencias y deseos. Una actriz, por ejemplo, tenía una admiración especial por la Bardot así que se nos ocurrió hacer un casting.

Si je suis perdu, c'est pas grave

Yo diría que trabajamos sobre zonas biográficas pero se traicionaron como uno traiciona su propia historia. La memoria construye ficción, no tiene fidelidad con lo que realmente pasó. Cuando conocemos a alguien y le contamos algo sobre nuestra vida, estamos haciendo ficción. Hay un artificio necesario para atrapar o seducir al interlocutor con lo pasado. Trabajamos con eso.

-¿Cómo fuiste estructurando o puliendo las vivencias y los deseos de los alumnos?

-Me interesa más escuchar que hablar. Es increíble como alguna gente te cuenta anécdotas entretenidas y otros que no las pueden sostener. Cuando alguien me cautiva con su historia, me pregunto qué hay. Y cuando alguien me aburre, también me cuestiono qué es lo que está fallando. Me pregunto cuáles son esos tres o cuatro puntos que me hacen poner atención. Se trata de buscar el corazón del relato.

"Me conmueven más las actrices que los actores"


La mayoría de las situaciones que ofrece Si je suis perdu, c'est pas grave están protagonizadas por mujeres. Una constante dentro de la obra de un autor que ha reconocido su especial cercanía con el mundo femenino.

"Por lo general me conmueven más las actrices que los actores", admite. "Me interesan las confesiones y ciertos desbordes emocionales que están mas vinculados a lo femenino que al rol de lo masculino. Me interesan los personajes que viven en una relación muy estrecha con el dolor y lo femenino se vincula con ese dolor de una forma mucho más brutal y secreta. Digamos que estoy más cerca de la emoción permanente que de la razón y hay algo ahí que tiene que ver con lo femenino. No es raro que algunos de mis referentes literarios sean Silvina Ocampo, Marguerite Duras y Virginia Woolf".

-Has escrito muchos papeles para actrices específicas, sin embargo no te gusta dirigir teatro pero sí películas. ¿Cómo explicas esa contradicción?

-Hay algo visceral de mi material del que no tengo distancia. Cuando aparece la mirada de un director de teatro, puedo entender si funcionan esos materiales o no. Pero hay otro motivo: no me siento muy de teatro, eso de reunirse, del ensayo, la cosa franelera, de toquetearse mucho. A mi siempre me costó. Me cuesta el ensayo, la repetición o cuando terminan las funciones y se van a comer todos juntos. Lo he tratado de sostener pero me roba un tiempo que tiene que ver con la escritura.

El cine es distinto. Es un proyecto en el que uno ha estado involucrado por más de tres años y la zona grupal del cine es el rodaje. Es acotado, dura unas semanas. A esa gente no las ves más. Después padeces cierta soledad porque empiezasa empujar solo el proyecto. Hay algo solitario en el cine: el director arranca solo y termina solo.

De pronto, Santiago Loza confiesa que está "viviendo la desilusión" por un proyecto cinematográfico que no funcionó, lo que lo tiene en una suerte de limbo.

"A veces me pregunto qué tipo de cine haría ahora", reconoce. "Muchos directores de mi generación se fueron profesionalizando. En mi caso, me fui haciendo más chico. Mi última película trabaja casi con cero presupuesto. Sé que tengo un lugar de reconocimiento, pero en el cine no apuesto a la gran producción. Eso me ha dado libertad de riesgo pero también me sitúa en un margen de acuerdo a los mecanismos de producción y fondos. Pero es el lugar que uno eligió. En el teatro también estoy un poco al margen, pero me interesan los márgenes".

Extraño

-"Extraño" se estrenó en una época bastante fértil e inquieta dentro del cine argentino. ¿Cómo ves esos años desde la distancia?

-Para mí lo que pasó fue que empezó a filmar la primera generación que salió de la escuela de cine. Surgió después de cierto corte generacional. Hasta los 80, la gente que hacía cine venía de la industria pero después de los 90 la industria quebró. Aquí la formación viene de escuelas de cine, es más intelectual. Y también pasó que el cine se vinculó a una crisis social, la caída del menemismo. En mi caso, Extraño se hizo todo a deuda y después se regularizó.

Otro factor es el apoyo de una crítica nacional que vio que surgían películas autorales y eso repercutió internacionalmente. Pero son modas. De afuera se armó el movimiento más que por coincidencias reales. En algún momento, había una cosa de salir a la calle y contar historias que no se habían contado, como Pizza, birra, faso (Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, 1998) y su hiperrealismo callejero. Pero después, La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001) o Los muertos (Lisandro Alonso, 2004) no tenían nada que ver con eso. Hay una necesidad de los mercados de festivales de sostener ciertos movimientos.

Crónicas de una expatriada

La Paz sigue a un joven de clase media con ciertos conflictos familiares que estrecha relación con Sonia, la empleada doméstica boliviana que trabaja en su casa. Santiago Loza confiesa que ese personaje en realidad está inspirado en una mujer chilena.

"Yo vengo de una familia de clase media de Córdoba y en casa trabajaba una chilena que se llamaba Sara. Me contaba historias", recuerda. "El Chile que ella narraba era un Chile idílico. Era una expatriada. Contaba, por ejemplo, que había visto a Pinochet en la calle. Tenía muchas fábulas que para mí, que venía de una familia conservadora de derecha, me resultaban muy conmovedoras. Ella me hizo escuchar a Violeta Parra".

La Paz

-¿Pudiste enfrentar ese Chile idílico con el real?

-La verdad es que sólo he estado en Chile por invitaciones puntuales y períodos cortos, nunca lo he recorrido. Aunque para mí significa mucho. Tengo el recuerdo de haber visto La luna en el espejo (Silvio Caiozzi, 1990) y enamorarme de Valparaíso. También los documentales de Patricio Guzmán o haber leído El lugar sin límites, de José Donoso. Conozco poco de Chile y es como un Chile imaginario, mítico. Hay algo del interior de Chile que se ve que es sumamente conmovedor, tanto el sur como el desierto. Es como un lugar imaginario, el Chile que yo construyo. También está en creer que en el extranjero vas a poder construir algo que en tu propia tierra no puedes. Yo vivo en Buenos Aires y no sé si hay mucha elección del lugar donde te lleva la vida, pero siempre está la idea del extranjero: es un sueño que uno nunca cumple, la fantasía de irse. Uno dice: cómo sería la vida en tal lugar, pero la vida te termina atando a este presente. Pienso en Chile como en ese otro lugar. Ahora pareciera que hay un florecimiento cultural o un lugar posible ahí. Buenos Aires parece una trampa en la que no sabes qué posibilidad de algo nuevo pueda suceder.

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