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25° Festival de Friburgo Encanto y
potencial

Especializado en las cinematografías de Asia, América Latina y África, el certamen suizo cumplió su primer cuarto de siglo, y aunque de seguro cualquier cinéfilo no podría resistirse a los innegables atractivos de la ciudad y sus alrededores, la selección de películas aún puede terminar de desarrollar un perfil programático más definido y coherente.
(Foto: Poetry)

Por Joel Poblete

Para todo festival que pretenda cimentarse en el tiempo, cumplir un cuarto de siglo debería significar siempre no sólo una confirmación de supervivencia, sino además una innegable señal de madurez y evolución. En el Festival de Friburgo (Festival International de Films de Fribourg) el orgullo y la satisfacción son evidentes, pero de todos modos se tomaron el aniversario con sobriedad y calma, especialmente porque esta 25a edición, que se desarrolló en la segunda quincena de marzo, implicaba otra ocasión significativa: era la última a cargo de su director artístico, el crítico y programador Edouard Waintrop, conocido internacionalmente por su trabajo en Libération y su labor en la Fipresci. Waintrop estuvo en el cargo sólo en las últimas cuatro versiones, pero al parecer su impronta ha sido muy fuerte, a juzgar por los diversos saludos públicos que los organizadores del festival, incluyendo a su sucesor, el crítico Thierry Jobin, le dedicaron en distintas ocasiones, en los que más allá de la corrección política que corresponde en estos casos, se percibía un agradecimiento sentido y sincero. Una apertura a públicos más amplios fue uno de los sellos de la "era Waintrop", y mantenerla de seguro será uno de los desafíos para Jobin.

Edouard Waintrop

Pero esa apertura a diversos públicos siempre puede ser un riesgo, especialmente para aquellos festivales que no califican en el admirado club de los "clase A". Friburgo ha alcanzado un importante lugar entre los certámenes europeos, pero de todos modos está claro que pese a sus avances, estar ahí no es tan estratégico ni prioritario para los cineastas y productores como sí pueden serlo otros eventos fílmicos en la misma Suiza; partiendo por uno de los más veteranos del mundo, Locarno, obviamente, pero también considerando esa atractiva vitrina para los documentales en que se ha convertido el Visions du Réel de Nyon, e incluso el mucho más reciente Festival de Zurich, que a pesar de tener pocos años ha logrado dar que hablar, tanto por lo estrictamente cinematográfico, como por factores más mundanos y menos gratos, como el lío judicial que se le vino encima a Polanski cuando viajó ahí a recibir un premio por su trayectoria.

En el caso de Friburgo, cuyo foco principal son las cinematografías de Asia, América Latina y África, su mayor llegada al público es saludable y necesaria en un festival que aún debe afianzarse en el contexto internacional, pero de cierta manera puede hacer menos nítido su perfil y sus intenciones programáticas. Por ejemplo, se entiende que aún puedan convivir en la misma programación películas marcadamente más comerciales (como Tropa de elite 2 y Little Big Soldier, con Jackie Chan, exhibidas este año) con otros títulos más exigentes y menos "accesibles" para el espectador promedio –aunque claramente acá no tienen mucha cabida los realizadores más experimentales o vanguardistas que sí pueden encontrarse en otras latitudes-, pero esto podría ser en secciones paralelas, no en la misma competencia: sólo por ejemplificar, este año la competencia internacional incluyó por un lado una producción elogiada y premiada internacionalmente, como la notable Poetry de Lee Chang-dong, y filmes menos tradicionales dentro de lo que el público masivo acostumbra ver, como la india Autumn, prometedor debut como cineasta del actor Aamir Bashir; y al mismo tiempo, también competían Aftershock, una predecible y costosa producción del llamado "Spielberg chino", Feng Xiaogang; el efectivo pero convencional thriller argentino-español Sin retorno, de Miguel Cohan, y Miss Tacuarembó, una sorprendente y a menudo almodovariana comedia musical y religiosa con la que debutaba el uruguayo radicado en España, Martín Sastre. Obviamente no es la idea preguntar qué tienen en común esas películas tan diferentes entre sí -tanta heterogeneidad es común incluso en los principales festivales, incluyendo Cannes-, pero al menos cabe cuestionar de qué manera pueden dialogar entre ellas como parte de una misma competencia, o qué medidas programáticas pueden haber sido consideradas al mezclarlas todas en una misma selección.

Alien en una de las paredes del museo de su creador: H.R. Giger

Si hacíamos referencia a esos elementos que no terminan de convencer en la programación de Friburgo, también es justo destacar los aciertos del festival. De partida, el estupendo marco geográfico en el que se desarrolla: ubicada en el cantón homónimo, en la zona francesa del país pero a escasa distancia de la alemana, es una ciudad pequeña, de menos de 40 mil habitantes, pero de un encanto y belleza innegables, en especial en el equilibrio que mantiene entre sus construcciones más contemporáneas y las hermosas y antiguas edificaciones de su parte antigua, ubicada en la parte baja de la ciudad, la "Basse Ville" en la que sigue viva la tradición de esta localidad fundada en el año 1157. Además la ubicación es privilegiada: de partida porque en Suiza las distancias no son muy grandes, claro, pero también porque está muy cerca de la capital del país, Berna, y del lago Léman (popularmente conocido como Ginebra) y todos sus atractivos turísticos, incluyendo el château de Chillon y las ciudades de Vevey (donde Chaplin viviera la última etapa de su vida), Lausanne y Ginebra. Esto permite magníficos recorridos y visitas a aquellos cinéfilos que no quieran restringirse a las salas de cine. Por ejemplo, los directivos del festival organizaron para los invitados que estuvieran interesados, un irresistible tour al cercano pueblito medieval de Gruyère, famoso por su queso homónimo y no sólo una deliciosa localidad emplazada en un bucólico y fascinante paisaje alpino de verdes campos y cumbres nevadas, sino además sede de un puñado de interesantes atracciones: de partida su espléndido castillo, pero además la ineludible visita a la fábrica donde se elabora el queso, y un imperdible es el Museo H. R. Giger, un entretenido espacio ambientado en el castillo de propiedad del propio pintor y diseñador suizo, que hace las delicias de sus admiradores, ya que el recinto está lleno de sus diseños, pinturas y maquetas para pesadillescas criaturas fantásticas, partiendo, cómo no, por su Alien que le permitió ganar el Oscar. Es impagable además salir del museo y cruzar al edificio del frente, un bar que incluye diseños gigerianos, en el que se puede ver a pacíficos ancianos del pueblo tomando una cerveza en medio de sillas-monstruos y una ambientación algo espeluznante. Y muy cerca está la espectacular cumbre del Moléson, a la que se puede acceder por un teleférico que permite llegar a la cumbre de sus 2.002 metros, y como recompensa para quienes se animaron a ascender a las alturas, se puede degustar un exquisito y tradicional fondue.

Pero más allá de visitas turísticas, volviendo al festival mismo, la organización se caracteriza por la precisión y profesionalismo que uno podría asociar a los suizos. El personal de producción siempre se mostró eficiente y dispuesto a atender con una sonrisa en cualquiera de los tres lugares principales donde se concentró el movimiento cinéfilo de esos días: el epicentro de reunión en lo que fueran las oficinas de la antigua estación de trenes (la "Ancienne Gare", a escasos metros de la nueva) y las salas de exhibición que estaban a pocas cuadras de distancia entre sí, y se ubicaban en los cines Rex y los de la cadena Cap'Cine, ubicados en un centro comercial.

Aftershock

Como ya dijimos, la competencia internacional exhibió un nivel por decir lo menos ecléctico. Aunque hay que reconocerle sus enormes méritos de producción para recrear un cataclismo en sus minutos iniciales, la ya mencionada Aftershock no llegaba más allá del melodrama convencional, desaprovechando las circunstancias históricas y sociales que le daban su contexto, un drama familiar gatillado por el avasallador terremoto de 1976 en Tangshan, cuando una madre –casi como Meryl Streep en La decisión de Sophie- debió decidir entre salvar a uno de sus dos hijos atrapados entre los escombros, decisión que durante tres décadas fragmentó a la familia. La película fue un inmenso éxito de taquilla en China, pero en verdad es buen ejemplo de un cine inofensivo y predecible, el metraje se extiende más de la cuenta y aunque pueda emocionar a más de un espectador desprevenido, no profundiza demasiado. En una línea muy parecida podríamos ubicar a Los colores de la montaña, producción colombiana dirigida por Carlos César Arbeláez que ha sido muy elogiada en distintos festivales, por su mirada al impacto de la guerrilla en las zonas rurales del país sudamericano, esta vez desde la óptica infantil, ya que sus pequeños protagonistas son los niños que ven cómo la violencia y el miedo amenazan su inocente mundo; es entendible que por su temática y la ternura de los niños protagonistas, en su paso por festivales europeos el film logre conmover hasta a los críticos más duros, pero en verdad también se queda en la superficie y no muestra nada que ya no hayamos visto antes en el cine latinoamericano, por mucho que la fotografía logra captar a la perfección los paisajes rurales. Recientemente ha sido confirmada como la representante que Colombia enviará al Oscar para película extranjera, y no es de extrañar, porque tiene muchos elementos que suelen atraer a la Academia hollywoodense.

Además de esas películas y las ya comentadas Miss Tacuarembó y Sin retorno, el resto de los trabajos en competencia incluyó producciones que prometían ser mejores, como la palestina Fix Me, de Raed Andoni –docuficción en la que evocando a Woody Allen, el propio cineasta exhibe sus problemas y obsesiones personales-, la iraní La maison sous l'eau, de Sepideh Farsi –un oscuro puzzle policial de tintes sicológicos- y la guatemalteca Las marimbas del infierno, segundo largometraje de Julio Hernández Cordón (Gasolina) que también ha sido aplaudido y premiado en diversos certámenes, de seguro porque cumple con ciertos códigos que suelen gustar mucho del cine latinoamericano reciente, con su retrato de personajes pintorescos y excéntricos que desatan la risa y la complicidad de los espectadores, aunque en este caso hay poco más que eso y algunos momentos de humor absurdo. 

Please don't disturb

Afortunadamente, el resto de la competencia ofreció mucho más interés. El iraní Mohsen Abdolvahab sorprendió con Please don't disturb, comedia de situaciones que con humor y un ritmo ágil y preciso deambula entre distintos personajes, no sólo alejándose de los clichés asociados internacionalmente con el cine iraní, sino además permitiendo una incisiva e irónica mirada a su realidad cotidiana. Por su parte, con la coreana Late Autumn, el realizador Tae-Yong Kim demostró un prometedor talento para recrear atmósferas y reflejar sentimientos: protagonizada por los actores Tang Wei (la sólida protagonista de Lust, Caution, de Ang Lee) y Hyun Bin, es un remake de una cinta coreana de los años 60, y ofrece una muy particular historia de amor ambientada en frías y nubladas locaciones de Seattle, que abusa de algunos recursos expresivos e incluso a ratos cae en convenciones hollywoodenses, se extiende más de lo necesario y cuyo ritmo decae por momentos, pero de todos modos logra transmitir sensaciones y mantener el interés.

Definitivamente fue Asia la región que mejores novedades aportó a la competencia. De ahí surgieron los tres mejores títulos, encabezados obviamente por Poetry, que tal como era de esperar se quedó con el premio principal del jurado oficial, además del premio del jurado Fipresci; reconocimientos muy merecidos, que se suman al premio al mejor guión que obtuvo el año pasado en la competencia oficial de Cannes, y que fueron agradecidos por un saludo en video del propio Lee Chang-dong. ¿Qué se puede decir a estas alturas que ya no se haya expresado sobre esta espléndida película? Con precisión, sensibilidad y una economía de medios que puede confundirse con simplicidad, el realizador no sólo entrega un humano y profundo retrato sobre una mujer mayor en un momento clave de su existencia pública y privada (gran interpretación de Yun Jeong-hie), sino además una reveladora mirada a la sociedad actual, en la que el bien y el mal, la poesía y el horror conviven de manera imperceptible, en un drama sereno y sin desbordes, que incluso incluye oportunos toques de humor. También desde Oriente destacaron la vietnamita Bi, dung so!, de Phan Dang Di, un atractivo relato que entrecruza historias de distintos personajes desde la ingenua mirada de un niño de 6 años; el cineasta sabe transmitir la fascinación y el misterio que la naturaleza humana va ofreciendo al tierno infante, incluyendo el amor, el sexo, la muerte, el paso del tiempo y los lazos familiares. Lo que podría ser un desfile de lugares comunes que recogiera lo más cliché de los relatos fílmicos de iniciación, es acá un trabajo fresco y atractivo, que no termina de definirse por completo como relato pero de todos modos consigue interesar hasta el final y traspasar la a menudo húmeda atmósfera de los lugares que muestra. Y la ya mencionada Autumn (Harud) confirmó que habrá que estar atentos a los próximos pasos como realizador de Aamir Bashir, porque introduciendo interesantes toques documentales, consigue contar una historia compleja y conmovedora, donde la falta de esperanzas en la Cachemira contemporánea se entrelaza con el dolor por la pérdida que ha marcado al protagonista y su familia, conformando una narración fragmentada y por momentos confusa, pero a la vez nerviosa y urgente.

Bi, dung so!

Además de la competencia, la programación de Friburgo ofrece siempre buenas alternativas. Aunque tienen buenos invitados, su fuerte no son las visitas de estrellas que adornan la alfombra roja en otros certámenes; y pese a que figuren títulos como Poetry, no es uno de esos festivales que se conforman con programar "grandes éxitos" de los considerados clase A, sino que pretende rastrear en diversos circuitos. Así garantizan sorpresas y se arriesgan con algunas apuestas, pero también provocan más de una decepción al cinéfilo ávido de estímulos y novedades de peso. A esto se puede agregar que con sus alrededor de 80 largometrajes, la cantidad de películas lo hace mucho más "abordable" para quienes no están familiarizados con las maratónicas y agotadoras jornadas de los festivales que ofrecen 200 o más films. De todos modos, en esta 25a versión las secciones paralelas, que incluían mini retrospectivas, homenajes y bloques temáticos, ofrecieron unos cuantos aciertos: por ejemplo, como parte de la sección Black Note, que revisaba títulos de distintas décadas que han abordado las distintas vertientes de la música negra –incluyendo Bird de Eastwwod, Cuanto más mejor de Spike Lee y el documental Jazz '34, de Altman-, pudimos ver el estupendo documental Mississippi Blues, en el que Bertrand Tavernier y Robert Parrish se sumergen en el sur profundo de Estados Unidos.

Por otro lado, la productora y realizadora Lita Stantic estuvo presente para el homenaje que se le rindió como nombre de referencia en el cine argentino reciente, que incluyó títulos emblemáticos como Camila, Mundo grúa, La ciénaga y Un oso rojo. Mientras se pudo acceder a reconocidos títulos del cine de Malasia de los últimos cinco años a través de los siempre inquietos realizadores y productores de Da Huang Network, la sección Sakartvélo permitió revisar la trayectoria de la industria fílmica georgiana, incluyendo a autores como Kalatozov y Iosseliani. Y para los cinéfilos ávidos de clásicos, hubo irresistibles opciones en dos secciones: En la piel de un terrorista y La mujer que sabía demasiado. Entre otros, la primera reunió trabajos de De Bosio y Chabrol con el Buongiorno notte de Bellocchio y el Munich de Spielberg, además de la versión completa del elogiado Carlos, de Assayas; la segunda convocó a clásicos como La sombra de una duda de Hitchcock y La luz que agoniza de Cukor, con aportes más contemporáneos, como la española Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, y la notable Mother, de Bong Joon-ho. Ver nuevamente, en una excelente copia en 35 mm., a la inmensa y nunca suficientemente elogiada Gena Rowlands huyendo por Nueva York mientras arriesga su vida por un niño en Gloria, de Cassavetes, fue otro de los placeres que deparó este festival pequeño pero entrañable, cuyos innegables potenciales aún están en pleno desarrollo.

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