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Festival Dildo Roza 2011 ¡Vinimos a ver porno!

El viernes 5 de agosto se realizó en el escondido cine Capri –cuna del modesto circuito soft porno de la capital-, la primera edición del festival Dildo Roza, cuyo propósito fue exhibir trabajos nacionales e internacionales del autodenominado "video arte porno". El certamen incluyó una competencia con 20 obras de corta duración, varias de ellas realizadas por directores chilenos.

Por Andrés Nazarala

Un éxito insospechado. A tablero vuelto. Las 700 butacas del viejo cine Capri hervían de espectadores impacientes, mientras una pequeña multitud luchaba por abrirse paso desde afuera. Muchos reclamaban por entrar en el hall, codeándose con una decena de guapas chicas de Relaxchile.cl que promocionaban el famoso sitio web de escorts (esa forma elegante en que se conoce hoy por hoy a las prostitutas en internet). A pocos metros, un pendón anunciaba el lanzamiento del libro antológico Cuentos (post) pornográficos para antes de ir a la cama, de la editorial Casa Pornotopía.

Pero ¿era este un evento centrado en la pornografía que privadamente consumimos desde nuestra pubertad? O ¿era una tímida estrategia para buscar el resurgimiento de la alicaída cadena de cines porno que agoniza en las galerías de Santiago Centro y que, de tanto en tanto, es satanizado por algún programa de reportajes? Nada de eso.

Hija de Perra animadora del Festival Dildo Roza

Las respuestas se encontraban cruzando el umbral, donde la carismática Hija de Perra –protagonista de la cinta Empaná de Pino (2008) de Wincy- se encargaba de la conducción de un evento más cercano al universo de Almodóvar que al de Leonardo Barrera, el "legendario" director porno nacional de Hanito, el genio del placer (2001) que, por cierto, estaba anunciado como jurado, pero este cronista al menos no lo divisó.

Es que adentro se desataba una suerte de show de variedades como los que el team de Wincy y la excéntrica Irina la Loca realizaba años atrás en el ya desaparecido Club Bizarre. Era más un espectáculo de travestismo contestatario que de exhibición de sexo explícito.

Hubo azotes –con el público llevando la cuenta en voz alta mientras Hija de Perra le propinaba unas nalgadas a otra drag-, chistes más cercanos al humor negro que al sexual y dos performances. En la primera, realizada por alumnos de la Universidad de Chile, una pareja desnuda pedaleaba en sus bicicletas. En la segunda, el artista Mario Soro lanzaba mantras sobre una pista sonora que reproducía cantos de monjes tibetanos.

"¡Más respeto con los monjes!", le gritó el performista al encargado del sonido cuando consideró que el audio estaba demasiado bajo. Soro extendió el show a una duración excesiva, lo que provocó el abandono de una buena cantidad de espectadores hastiados de los ruidos guturales. Pero el artista pagó caro su vanguardismo, recibiendo una avalancha de garabatos a su salida, seguido del reclamo en voz alta de un asistente: "¡¡¡¡Vinimos a ver porno!!!!" gritó enardecido.

Pasémoslo chancho

Más allá de lo anecdótico, el gesto abre interrogantes frente un evento que probablemente se prestó para confusiones. Es que, a diferencia de lo que muchos esperaban, no se vio porno recreativo, ese que es un universo aparte, alejado de contextos sociales, psicológicos o religiosos; ese porno funcional en que los recursos cinematográficos se limitan a pequeñas estrategias visuales para que el espectador pueda sentir la experiencia "real". Esa pornografía tradicional que sigue intentando renovarse, como Tinto Brass que filma una porno en 3D o Rocco Sifredi, creador del "porno subjetivo", en el que la cámara corresponde a los ojos del espectador.

Lo de Dildo Roza era porno combativo, más preocupado de ser provocativo y políticamente incorrecto que de avivar la estimulación erótica. En Nunca salí del horror, por ejemplo, la poetisa y performista Eli Neira se saca la bandera chilena de su vagina al son del himno patrio (por el que obtuvo el premio a Mejor Discurso). En otra cinta de la española Patricia Heras (quien se suicidó recientemente) la contracultura se manifestaba a través de postales de sexo lésbico en lo-fi y actitud punk.

La reconocida fotógrafa Zaida González, en tanto, traslada el camp habitual de su obra a la pantalla grande, a través de una serie de viñetas de una "cena especial" que conjuga con ingenio la clásica simbiosis comida-sexo en Pasémoslo chancho. Mientras otra artista, Klaudia Kemper, recurre a la animación abstracta para sugerir un erotismo no exento de poesía. Se vio también un video –proveniente de Francia- en el que un acto sexual es contrastado con una pelea de Muhammad Ali.

Muñekeo

Pero fue el divertido corto nacional Muñekeo, de Sergio Beltrán, más bien ajeno a este universo de arte-ensayo, el que se llevó el premio principal Relaxchile. Mezcla de animación con actores de carne y hueso, muestra lo que pasa cuando una pareja se transforma en objeto de deseo fetichista de un títere: la muñeca vestida con lencería erótica se masturba mientras escucha los gemidos de la pareja follando.

Son ejemplos de lo que se vio en el festival; muestras de que el sexo sigue siendo un buen ingrediente para "epatar a la burguesía" y cocinar discursos antisistémicos. "Yo creo que porno es lo que ofende el pudor", opinó el director del festival, Sebastián Echevarría, en una entrevista publicada por The Clinic. "No creo que sea respecto a la carne. Porque la carne es carne, ¿me entiendes? El sexo es sexo. Lo que ofende el pudor de los hueones pasa por el discurso. Por lo que se está tratando de decir. Creo que el porno pasa por ser trasgresor".

Es la concepción que tienen en Dildo Roza de la pornografía. Visión que ciertamente deja afuera a ese porno de consumo privado que no resiste el fervor masivo ni la comunión que genera un festival; ese porno utópico del que se apoderó Internet y que cotidianamente, en las subterráneas, olvidadas y viejas salas de cine del centro capitalino, no hace más que contrastar con las vidas opacas de unos pocos espectadores. Ver si ese material creado para el onanismo se podría sumar al evento y ampliar su horizonte, es una misión a futuro para la organización de un certamen que, en su primera edición, supo cómo convocar a desde la trinchera del under a un montón de curiosos y calentones. Ya lo dijo cantando el prisionero Jorge González: el sexo vende.

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