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del asesino

Una de las habilidades del director israelí Avi Mograbi, es hacer de las limitaciones una oportunidad. En "Z32" (2008), exhibida dentro del marco retrospectivo que se ofrece de su trabajo en Valdivia, el rostro de un soldado israelí aparece oculto, y Mograbi utiliza este elemento "desventajoso" para hacer una lectura política sobre la violencia, y de paso mostrar la inofensiva fuerza del arte sobre los hechos que denuncia.

Por Andrés Nazarala desde Valdivia

Mientras en la plaza de Valdivia, la gente comenzaba a celebrar los goles de Chile ante Colombia frente a una pantalla gigante –no viene al caso ahondar en el decepcionante desenlace-, en el Teatro Lord Cochrane, ubicado a pocos metros, no más de 20 personas se reunían para ver Z32 (2008), una de las cinco películas que forman parte de la retrospectiva del cineasta israelí Avi Mograbi.

Consciente de lo que estaba ocurriendo, el mismo director se dedicó a bromear en la presentación del filme, asegurando que cada cinco minutos veríamos en la pantalla un fragmento del partido. "Así que no se preocupen", dijo.

La broma sirvió para romper el hielo antes de que el público enfrentara un ejercicio de reflexión y desnudez que continúa con una preocupación fundamental dentro del cine de Mograbi: la política exterior de Israel y el conflicto con Palestina.

Según contó el cineasta después de la función, el documental fue concebido bajo el alero de una ONG de Derechos Humanos que recoge confesiones de soldados, principalmente grabadas en audio. Mograbi, que forma parte de la asociación, consideró que el caso de un soldado en particular merecía ser filmado. Se reunió con él joven y él aceptó la propuesta, pero con la condición de que su rostro no se viera.

Z32

La limitación se convirtió en inspiración y el director terminó usando el tema del rostro como pilar y marco conceptual del filme. En la primera escena, un joven soldado conversa con su novia, conscientes de que una cámara los está grabando. Sus rostros no se distinguen, están borrosos. Luego vemos a Mograbi con una media sobre su cara, transparentando –desde la comodidad del living de su casa- lo que tendría que ir ocurriendo a lo largo del filme. Volveremos a encontrarnos con el joven soldado, transfigurado –con máscaras y retoques digitales- y confesando los pormenores de un operativo que terminó con el asesinato de 12 policías palestinos. Y, entre medio, Mograbi seguirá trasluciendo los procesos, registrando sus inseguridades frente al trabajo cinematográfico y tratando de lidiar –incluso cantando al frente de una pequeña orquesta- con la carga moral de "acoger a un asesino en mi película".

Borrando la cara del criminal –un joven común y corriente al que sólo le dijeron que está en el bando de los buenos-, Mograbi apela a la universalidad de los conflictos bélicos, cuestionando cuál es el grado de responsabilidad cuando hay órdenes, pero acogiendo también el goce homicida que puede llegar a tener un soldado.

Pero en Z32 –el código del expediente sobre el que se construye el filme- no hay denuncias concretas ni certezas, sino que muchas preguntas. Y el desencanto de un Avi Mograbi que hace de showman (humorista, cantante) para demostrar, con ironía, que el cine político puede llegar a ser un ejercicio de egocentrismo, donde importa más la exhibición del creador que su funcionalidad dentro de la utopía colectiva de "cambiar el mundo".

"Mis películas no salen del ambiente del cine, no tienen un efecto socio-político", reconoció Mograbi tras la función, admitiendo el fracaso de su misión, la que no ha generado un cambio de consciencia masiva en Israel, pero sí ha permitido el desarrollo de un cine personal, meditativo y honesto, donde los mecanismos están siempre abiertos, expuestos, transparentados o sometidos al sano ejercicio de reírse de uno mismo

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