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El actor y director Mathieu Amalric interpreta en "La Chambre bleue" al acusado de un homicidio que intenta reunir las piezas en su memoria que prueben su inocencia.

Por Pamela Biénzobas desde Cannes

"La vida es distinta cuando se la vive y cuando se la analiza más tarde", dice Julien tratando de recordar, de narrar. No hay más que fragmentos: de imágenes, de acciones, de diálogos. ¿Cómo estar seguro? Pero no hay lugar para "eso creo" o "me parece que". Hubo un crimen, y Julien está detenido, acusado.

La Chambre bleue, el nuevo largometraje del realizador y actor Mathieu Amalric (Julien, naturalmente) se basa en la novela homónima de Georges Simenon, y como ella juega con las limitaciones del relato reconstruido. Julien y Esther (Tony y Andrée en el libro) vivieron una pasión adúltera durante un tiempo, y ahora él está siendo interrogado sobre cada detalle. Está claro que ocurrió algo grave. Hay muertos. Y pareciera que nada de lo que diga Julien podrá probar que él no es culpable. La realidad no es más real que un relato. Y un relato no es más sólido que los fragmentos que lo componen.

Julien, con la mirada perdida, en permanente búsqueda –a su alrededor, en sus recuerdos- ocupa una posición de testigo de su destino, resignado a la conclusión que sacarán los demás, diga lo que diga.

La Chambre bleue

Amalric exacerba la duda acerca de la culpa y la subjetividad de una narración en que apenas existen momentos ajenos a la presencia o al recuento de los hechos por parte del protagonista. Cualquier realidad es relativa y frágil, porque más importante que lo sucedido es lo rememorado. Y aunque eso debería servirle a Julien, es lo que lo pierde: demasiado inocente o demasiado abrumado para reescribir su relato en función de sus intereses, se extravía en sus propias incertidumbres y hesitaciones. La única incoherencia que da cuenta de un cálculo, de una mentira, es la negación oral de la existencia de unos mensajes enviados por Esther tras la separación de los amantes, mientras que la imagen –de la película y de su memoria- los muestra claramente.

El trío protagónico ejecuta sutilmente ese juego de equilibrio entre la solidez de un personaje complejo y la teatralidad de una situación recitada: una superficie artificial que deja adivinar una profundidad insondable. Amalric está acompañado por Stéphanie Cléau como la amante y Léa Drucker como la esposa Delphine (Gisèle en la novela), con sus misteriosas miradas y sonrisas.

La Chambre bleue es una película con una base sensual: carnal incluso al comienzo, y de tensión y suspenso después. Pero sobre esa base se erige una construcción gozosamente intelectual. Es una edificación delicada, que lo debe todo al guion (adaptado por Amalric y Stéphanie Cléau) y al montaje (de François Gedigier), que revelan, cuestionan, contradicen, afirman y dudan, desafiando la posibilidad misma de certeza y de verdad.

Entre las paredes azules de la habitación de hotel en que se encontraban los amantes, y la tapicería azul que recubre los muros del tribunal donde se dicta la sentencia, Julien vive su vida como quien interpreta un rol escrito por adelantado; entre desapego y fatalismo como quien cuenta y oye contar el relato de su vida.

 

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