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Cine Lido

Adiós al Lido Agonía y demolición de un cine

El último de los grandes cines céntricos ya no existe más. Un millonario proyecto inmobiliario lo borró del mapa. En silencio y presa de la indiferencia, el Lido fue muriendo lentamente a través de los años, resistiéndose al destino fatal de sus pares. Pero no pudo contra una insensible política urbana que desprecia a los cines como obras arquitectónicas.

Por Christian Maldonado (Texto y fotos)

Hasta que no ocurre, tomar conciencia de la desaparición de una sala de cine es percatarse, sin temor a exagerar, de un hecho doloroso. El cine Lido ubicado galantemente en el Paseo Huérfanos, a cuadra y media del cerro Santa Lucía, ha desaparecido. Literalmente. Un gigantesco brazo grúa se encargó en poco más de una semana de botar el letrero, las marquesinas, ventanas, cerámicas, murales, paredes, y dejar todo convertido en escombros. El cine Lido no se reconvirtió en banco o templo evangélico. No sólo desapareció como cine, se demolió todo vestigio del edificio que lo albergaba. Así termina la existencia del último de los viejos -dicen que tenía más de 70 años- y enormes cines del centro; así muere la única sala en Chile que poseía aquella magnífica y gigantesca pantalla curva envolvente, pieza del arcaico sistema de proyección soviético llamado Kinopanorama.

Hoy el lugar donde se levantaba el cine Lido de Santiago está vacío. Pronto, sin embargo, se levantará un monstruoso edificio de oficinas de 27 pisos, 37 mil metros cuadrados, y la friolera de 38 millones de dólares de inversión. La mole llevará el imaginativo nombre de Torre Huérfanos.

La sala, que como todas las de su tipo tuvo sus décadas de esplendor, comenzó a decaer en los años noventa con la irrupción de las multisalas. Ante tamaña competencia, al viejo recinto no le quedó más remedio que ofrecer una alternativa: a precio módico repusieron películas que habían terminado su ciclo por las grandes cadenas y que encontraban un segundo aire en el Lido. La estrategia tuvo cierto éxito. La sala se repletó varias veces, por ejemplo, con Titanic, ya varios meses después de su estreno oficial. Así el Lido fue el sitio predilecto para los rezagados, quienes podían ver la película que se habían perdido o que simplemente evadieron para no pagar el alto precio de la entrada de una multisala.

A pesar de ser la tendencia a la que adhirieron muchos cines del centro durante esa época, la pornografía nunca fue el destino del Lido. Su mayor cercanía al género fue la reposición de Fóllame, un bodrio francés catalogado de cine arte que había sido estrenado previamente en el Alameda. En los carteles del Lido, al igual como se hizo en el Alameda, se la promocionó con la advertencia (¿o gancho comercial?) de contener escenas de sexo explícito. Aviso que seguramente confundió a muchos espectadores habitúes de los rotativos eróticos del Roxy, Nilo o Mayo, asumiendo que el Lido se había sumado a esa cadena caliente transformándose en un cine triple equis.

A fines del 2001 luego de un período de abandono –las reposiciones son un negocio con un techo muy limitado-, el cine dejó de funcionar como tal para dar paso a la Sala de Espectáculos Lido. Ocurrió que, en un esfuerzo por revitalizar la escena revisteril –que nunca se recuperó de las noches cortas de toque de queda durante la dictadura-, con una poderosa inversión, el empresario Bernardo Carrasco trajo vedettes argentinas, y algunos espectáculos musicales estilo Broadway, principalmente importados desde el país trasandino. Se estrenaron obras de gran nivel artístico y técnico como Forever Liza o el ballet Cascanueces, conciertos musicales de artistas como la argentina Valeria Lynch, algunos importantes intérpretes de tango, y hasta los locales Beatlemanía. Lo más fascinante y paradojal de esta época fue que las chicas de lentejuelas y plumas debieron "compartir" el camarín con los pastores de un templo evangélico. La proliferación de templos que han ocupado antiguas salas de cine (como la del histórico cine Continental) ha permitido al menos que la estructura arquitectónica se mantenga y el cine corra menos riesgo de ser demolido. Pero la diferencia en este caso particular radicaba en que los espectáculos musicales debían alternarse con el culto evangélico. Durante los días laborales de la semana el Lido se entregaba a los oficios religiosos, pero los viernes y sábados eran para los shows. No había más remedio: compartir la sala era la única manera de financiarla.

A pesar de la calidad de los espectáculos y de ser en muchos casos estrenos únicos en la capital, la apuesta bohemia, novedosa, arriesgada, a esta altura casi única en Santiago, no tuvo mucha acogida. Con su fin, el centro religioso Cristo, tu única esperanza también debió cerrar.

Luego, la sala volvió a reabrirse como cine pero ahora bajo el nombre de Centro Cine Lido de la mano de Emilio Egnem, un empresario dedicado desde hace años a la explotación de salas de cine tradicionales. La idea de Egnem no era competir con las multisalas sino más bien funcionar como una opción popular con precios bajos y una orientación más familiar (cada Semana Santa, por ejemplo, se programaba Jesús de Nazareth de Zeffirelli). Algo parecido a lo que se estaba haciendo antes en el mismo Lido y en el cine Capri antes de convertirse en triple equis. Lo que diferenció la gestión de Egnem fueron, por ejemplo, los ciclos temáticos musicales, siendo el más célebre el del desaparecido cantante Sandro. El ciclo de las películas setenteras del idolo argentino fue un éxito rotundo. La sala se repletaba de seguidores que vibraban con las tramas absurdas, los diálogos ridículos, las pésimas actuaciones, y sobre todo, con las canciones que coreaban a todo pulmón. A tal punto llegaba el fanatismo que muchos espectadores gritaban a los personajes de la pantalla, indignados por la perfidia de los malos o alentando a Sandro, el bueno, para que les diera su merecido. Tan significativa fue la convocatoria que se anunció otro ciclo con las películas del cantante español Raphael. Sin embargo, a pesar de estos intermitentes "éxitos de taquilla", la sala no pudo consolidarse y finalmente, en un último intento, se volvió a programar películas al estilo rotativo con precios aún más bajos y promociones dos por uno. Si usted iba solo, pagaba mil trescientos pesos. Si iba acompañado, pagaba solamente dos mil pesos por ambos, con el beneficio de poder repetirse la película cuantas veces quisiera, como solía ser la costumbre en los viejos tiempos de los rotativos. Hubo momentos en que la entrada incluso llegó a costar solamente setecientos pesos y los días miércoles quinientos. Hasta en el diario La Cuarta se regalaban cupones 2 x 1.

En esta lucha por la supervivencia, se debió alternar la programación de películas con el arriendo de la sala para realizar funciones de obras de teatro (que incluyó hasta una reposición de la emblemática La Pérgola de Las Flores, con Carmen Barros incluida), festivales de rock, festivales de música cristiana, festivales de cine nipón, espectáculos de cabaret, conciertos de tributo a The Beatles, Sandro y Camilo Sesto, eventos de empresas y congresos de diversa índole. Respecto a esto último, la más llamativa fue la cumbre subversiva latinoamericana a finales del año 2006. Se trató de un evento organizado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez que convocó a los más importantes grupos radicales e insurgentes de extrema izquierda de todos los países latinoamericanos con la finalidad de debatir sobre las proyecciones de la lucha revolucionaria en América Latina. La realización de este cónclave irritó considerablemente a personeros políticos de los partidos de derecha y el gobierno debió redoblar la vigilancia para que no ingresaran al país sujetos con orden de arresto internacional. En realidad, Emilio Egnem no pensaba en política, sino simplemente en arrendar la sala al mejor postor.

En sus últimos días, como cierre de lujo, se programaron algunas joyas de la cinematografía como La pandilla salvaje de Sam Peckinpah y Bonnie and Clyde de Arthur Penn. También se exhibieron Doctor Zhivago y varias cintas de la serie de James Bond del período Sean Connery. ¡Todas proyecciones en copia cine!

Así fue sobreviviendo la sala, con sus butacas rotas, la pantalla manchada, en franco deterioro, pero con vida. Hasta que un día indefinido en la memoria, el Lido cerró definitivamente sus puertas.

¿Alguien sabe en qué momento exacto se cerró el Lido? Simplemente un día cualquiera, al pasar por ahí, el cine ya estaba clausurado, enrejado. ¿Para siempre? "Ojalá que no. Ojalá sea sólo algo momentáneo. Ahora, si vuelve a abrir, prometo que vendré más seguido". Como suele ocurrir, uno siente el golpe cuando los hechos están consumados. A pesar de estar en una muy buena ubicación, en el centro mismo de la ciudad, relativamente cerca del barrio de las Bellas Artes, del Metro, en una cuadra de alta afluencia  que posee varias librerías importantes, restoranes, cafés, galerías, un museo, un banco, la tienda de galletas Tip-Top, y un edificio que se llama "Lido" (seguramente debido al mismísimo cine), el Lido sucumbió frente a la comodidad de las butacas y la calidad técnica de proyección y de sonido del cine Hoyts de Huérfanos, otrora Rex, multisala ubicada a un poco más de media cuadra hacia abajo, cruzando Mac-Iver.

En muchas de las ciudades importantes del mundo, existe una sala de cine o teatro de nombre Lido, nombre de gala, sinónimo de elegancia, tomado del famoso teatro parisino. Nuestra capital ya ha perdido el suyo. El cine Lido de la calle Huérfanos se fue muriendo en una lenta agonía de la que pocos se percataron, agonía a la que a muy pocos importó. Esa indolencia es la que en gran medida ha animado estas líneas. La indiferencia de los transeúntes habituales que solamente se quejaban del olor a gato que emanaba tras las rejas que clausuraban la entrada, la indiferencia de la mismísima "gente de cine", adicta a los Festivales, las salas de Cine arte, del Hoyts de La Reina.

Es cierto también que hubo otras muertes silenciosas como la de los cines Central y Huérfanos (ya ni siquiera queda su característico letrero colgante), del cine Imperio, del legendario cine y teatro Astor, del cine Montecarlo en la Galería España; u otras más notorias como las del Santa Lucía (demolido también como varios de la zona oriente: Las Condes, El Golf y Las Lilas) o recientemente el Pedro de Valdivia o el Prat, último baluarte de los rotativos populares. Muertes sin deudos, decesos sin importancia, del mismo modo como a casi nadie le importó que cerraran el Bar Inglés, el restorán El Marino, el Rincón de los Canallas o el City Bar, dejando a nuestro Santiago Centro cada vez más despojado de sus lugares tradicionales.

Entonces ¿por qué hablar del Lido y no de otro? No es una arbitrariedad. Simplemente no se suele escribir sobre las salas de cine, menos aún de aquellas que desaparecen. Ocurre y seguirá ocurriendo. Lo del Lido pasó hace poco, en un proceso lento, a la vista y paciencia de todo el mundo, y escribir estas líneas es refrendar un poco lo que no se hizo ni por este cine ni por los otros. La ausencia de documentos, fotografías, videos (en la época en que hay más acceso para hacer registros) nos está dejando sin memoria de estos lugares que tienen una importancia significativa. ¿A dónde van a parar las butacas de los cines que se desmantelan?, ¿Podremos transmitir cómo se sentía estar sentado frente a la pantalla Cinerama del cine Santa Lucía?, ¿Qué destino tendrá el mural pintado por Nemesio Antúnez en las paredes interiores del cine Huelén, que fuera el cine infantil por excelencia, clausurado hace años? ¿En qué año se inauguró el cine Lido? ¿Qué edad tenía realmente?...

Las salas de cine también son parte importante del cine. Si bien es cierto que, producto de la mala calidad de nuestra cartelera comercial, monopolizada por el cine de Hollywood, desde hace un tiempo las películas realmente interesantes tenemos que conseguirlas en DVD, verlas en Festivales o bajarlas de Internet. Pero es en la oscuridad comunitaria de la sala de cine en donde se dan las condiciones óptimas para que se pongan en tensión los sentidos que permite apreciar la verdadera naturaleza de la obra, donde ocurre la hipnosis que nos permite suspender la realidad cotidiana para entrar en el juego de la abstracción, donde se sociabiliza el evento cinematográfico. Esto ni siquiera es romanticismo, es un hecho: no hay mejor lugar para ver y apreciar una película que en una sala de cine. Es el lugar primigenio, idóneo para ver las películas, para vivir en serio la experiencia cinematográfica. Y más aún, hay películas que sólo funcionan si se ven de esta manera. Pienso en los films de Rohmer, de Tsai Ming Liang, por dar sólo un par de ejemplos, cuando tenemos la inédita fortuna que una película de cineastas como ellos llega a nuestra cartelera.

Había algo mágico en asistir a una sala de cine, algo que tenía que ver con el ritual de ir-al-cine: hacer fila para la boletería con cierta ansiedad, comprar la entrada, traspasar el foyer, comprar un dulce en la confitería, abrir la cortina, seguir la luz de la linterna del acomodador y darle su propina, sentarse en la butaca y compartir con gente que no se conoce la experiencia sensorial de la pantalla, ver la película que puede cambiar tu vida o que ayudará a esa particular educación sentimental que forma el cine. Y es que en cierta manera, cada vez que entramos a una sala, los adultos volvemos a ser los mismos niños que, llevados de la mano por nuestros padres, abuelos, tíos, hermanos mayores, vimos las películas que nos marcaron, pues volvemos a dejar abierta nuestra capacidad de asombro.

Como corolario a esta historia, dos datos curiosos. Emilio Egnem, el último administrador del Lido, se trasladó a Osorno y reabrió, nada menos, el antiguo cine Lido de esa ciudad. Una extraña y feliz coincidencia.

Por fortuna, de las más de mil butacas del cine Lido de Santiago –esa era su  impresionante capacidad-, aproximadamente unas doscientas fueron rescatadas por un par de mueblistas-artistas que las han restaurado para su venta particular como objeto vintage. Será lo único que quede como memoria del viejo Lido.

A la izquierda, el Lido en mejores días; al centro, el sitio eriazo que quedó tras la demolición; a la derecha, la futura Torre Huérfanos, 27 pisos de oficinas, 37 mil metros cuadrados, y ningún cine.

 


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> victor dijo: 12 de Noviembre de 2010 a las 16:49
Excelente articulo, que me trae mucha nostalgia y la añoranza de la niñez, cuando uno asistia al cine con sus padres. Debo admitir que conoci el cine lido en los 90s y fui muchas veces y nunca dejo de asombrarme lo enorme que era y de como debio haber sido estar ahi en sus primeros años de vida, es una pena que lugares tan llenos de historia sean destruidos para dar paso a frios edificios para ejecutivos, una verdadera lastima.
Como comentario aparte, me gustaria tener mayor informacion del cine prat, en san diego (barrio frankil), ya que ese barrio, y por ende ese cine fue el que mas visite en mi infancia, junto a mis padres y mi hermno, a principio de la decada de los 80, no he encontrado fotos, ni historia, ni nada relacionado a ese gran cine, que por hoy eta cerrado, y pareciese que sera demolido. Hace mas menos 1 mes atras pase por ahi y da pena ver lo que es hoy, botado y olvidado y pensar en lo que fue hace un poco mas de 25 años atras.
El generar una nota, o un articulo como este, es brindar un homenaje a esos viejos cines, que nos dieron tanta alegria junto a nuestras familias y nos regalaron los recuerdos que hoy tenemos de ellos, es decir gracias, apenados, pero agrdecidos, por que hay mucha gente que atesoraro buenos momentos y que decimos que lo minimo que se merecen es ser mencionados en nuestra historia.
> Susana dijo: 18 de Abril de 2010 a las 23:55
Christian,
Un pasaje, de tu bello artículo, retrató exactamente mi experiencia infantil, de la mano de mi padre entrando al cine Santa Lucía, maravillosa experiencia, con intermedio y todo.
La pala mecánica del video parecía un ave rapaz, metáfora de las inmobiliarias. Esta pala me recordó otras tantas que he visto destruyendo casas históricas como las del Barrio El Llano, en San Miguel. La destrucción del Hogar de ciegos Santa Lucía, en la calle Salesianos, me provocó un tremendo dolor. Hoy se alza una torre... otra más.
También es nuestra responsabilidad que se destruyan lugares emblemáticos como el Cine Lido. No nos damos cuenta que desapareciendo lugares patrimoniales, con memoria histórica, también desaparece parte importante de nuestra vida.
Los "tótems" son necesarios, son un lugar de recogimiento, de encuentro, de memoria y crecimiento junto al otro.
El individualismo aisla, la marginación margina, la soledad enferma, la desmovilización social permite el avance de los autoritarismos, la desigualdad genera odios, el mercado duro endurece nuestras sensibilidades, la ignorancia permite lo impensable, la indiferencia es suicida.
Tu artículo me llevó a pensar esto y mucho más. Agradezco que desde la trinchera que mejor conoces dispares, con palabras acertadas, directo al corazón; la idea es que lo deje latiendo con mayor vigor.
Saludos, muchos.
Susana
> Francisco dijo: 26 de Marzo de 2010 a las 16:28
Tal ves fue el paso del tiempo... pero fui que recuerde (debo haber ido también cuando era mas niño) una vez al Lido y vi la chilena subterra, la verdad una pésima experiencia, sonaba definitivamente mal o muy bajo. Y la proyección era mala, proyectaban fuera de espacio, sobre las cortinas del borde y antes del escenario.
Creo que no me entristece que se vayan muriendo, la calidad que yo conocí era pésima.
Parecido le esta empezando a suceder al normandie, aunque mantienen una buena cartelera, pero el sonido siempre tiene fallas, así como la proyección. Y creo que para mantener un negocio (porque un cine es un negocio) se deben realizar mínimas inversiones en manutención.
Fue triste haber visto "los libros y la noche" y no escuchar nada por 10 minutos, y después un mal sonido el resto de la película, o ver por primera vez twin peaks y que se pegara, se comenzara a quemar y adelantaran 15 minutos.
> Sebastian Gray dijo: 19 de Marzo de 2010 a las 13:04
Excelente artículo, sentido y bien escrito.
> Orellana dijo: 22 de Febrero de 2010 a las 09:22
Excelente artículo, y me cuelgo de algunas de las opiniones del autor, la culpa de todo no la tiene el mercado ni la insensibilidad de las autoridades respecto al patrimonio, también nosotros somos los culpables de no alimentar estos circuitos que podríamos llamar "la alternativa a los alternativos", lugares con tradición pero alejados de la gallada del autodenominado "mundo del arte y la cultura".
En fin, si no preservan o casualmente se incendian edificios mucho más patrimoniales que este, no se podía esperar más.
Un último detalle respecto al nombre: efectivamente se basó en el teatro Lido de París, pero este nombre a su vez viene de una islita cercana a Venecia que durante el siglo XIX era balneario de moda para la aristocracia europea.
> Christian Maldonado dijo: 21 de Febrero de 2010 a las 23:02
Alberto, a fines del año pasado pasé a ver el Teatro Prat, en San Diego con Franklin, y lamentablemente éste ya estaba totalmente desmantelado por dentro. Sólo se conserva el cascarón del edificio. Nuevamente me pregunto ¿qué hacen con las butacas?
> Eduardo Amtmann dijo: 21 de Febrero de 2010 a las 17:24
Amigo, a veces en la rutina del día a día no nos damos cuenta de los "crímenes" que se cometen en nuestra ciudad. Gracias por hacernos recordar toda esa magia que envuelve al buen cine y por llamarnos a no olvidar aquellas salas que tanta alegría y diversión nos dieron en algún momento de nuestra vida. Un abrazo.
> Alberto Gurovich dijo: 20 de Febrero de 2010 a las 16:39
Terrible, y justamente en nuestros días, cuando aumenta la cultura cinematográfica y el deseo de los habitantes de la ciudad, de acudir, en esa silenciosa comunión particular frente a la pantalla de plata, al "café biógrafo", al "biógrafo", al "teatro", al "rotativo del barrio" y después al cine, pasando como muchos a educarnos en el "cine club".
Creo necesario organizar una salida callejera, con harto ruido, para rendirle un homenaje a los dos testimonios patrimoniales que aún permanecen, vacíos, en verdad, pero potencialmente disponibles para ser reconquistados: el viejo Teatro Esmeralda y al imponente Teatro Prat, ambos en la calle San Diego, con Av. Matta y Franklin, respectivamente. Y después programar un paseo en metrotren hasta Paine, para ir a mirar la escenografía, aún en pie, del film "La casa está vacía", de Carlos Schlieper (1945), que protagonizaron Alejandro Flores y Chela Bon. Y después retomar el viaje hasta Rancagua, para terminar reunidos en el frontis del histórico Teatro Apolo, ya cerrado, donde se encerraba don Elías Lafferte a ver, por enésima vez, las dos versiones de la película "Allá en el Rancho Grande", la de de Tito Guizar y Lorenzo Barcelata (1936), y la de Jorge Negrete y Lilia del Valle (1948), proyectadas en rotativo, antes de ir a tomar once en el tradicional Reina Victoria de la calle (ahora Paseo) Independencia.
> Lester Maxwell dijo: 20 de Febrero de 2010 a las 14:57
Gracias Cris: Bien por el otro Lido del sur. Mal por el de Santiago. Tus palabras son las de un verdadero amante del cine. Tal vez en regiones hay algo de esperanza. El Centenario de La Serena todavìa resiste a punta de teatro, para lo que originalmnte fuè pensado, y recitales. Saludos.
> Jaime González dijo: 19 de Febrero de 2010 a las 20:22
Emotivo requiem para una de las lindas salas de cine que poblaban la calle Huérfanos. Felicitaciones en especial la recopilación de la historia del elegante Lido, qepd.
> Miguel Lara dijo: 18 de Febrero de 2010 a las 17:02
Excelente , revive la pena de la muerte de un Grande !
> itronander dijo: 18 de Febrero de 2010 a las 13:12
Bello texto mi querido Maldonado. En su precipitada carrera hacia el abismo, el mundo escapa de su pasado como si lo hiciese del azufre abrasador de Sodoma. Que sea entonces un capricho de la memoria el volver a evocar un olor, un instante, una certeza, que reconstruyan por fragmentos lo que fue, por única vez, el presente. Me recuerdo un tema de Serrat que quiero compartir contigo:

http://www.youtube.com/watch?v=6RY7JB28GRc

Mil gracias por compartir la melancolía, se te adeudan una mesa, vino, conversación y risas.
> ALIENIGOR dijo: 18 de Febrero de 2010 a las 11:24
AGUANTA NORMANDIE!!!!!! es el precio de la "modernidad" y de los años 2 mil, "ce cela le progrès", como dicen los franchutes...en mi barrio del paradero 13 de la Gran Avenida teníamos el cine "Lautaro" donde desde los 8 años me pasaba los domingos viendo 3 películas, terminaba con dolor de cabeza y con asi un diente...me vi todas las Dráculas de Christopher Lee y los spaghettis italianos de Clint Eastwood y la primera vez que vi, para mi la mejor película chilena de todos los tiempos, el Chacal de Nahueltoro...era divertido porque en el paradero 18 estaba el cine "Moderno" que pasaba las mismas películas que el Lautaro y cada 45 minutos salía un señor en bicicleta trayendo y llevando los rollos de las cintas, estaba todo sincronizado, porque sino quedaba la cagada y todos coreando el clásico ya po' cojo....conocí también el cine Libertad de Vivaceta y los que nombra el amigo Carlos, en el comentario anterior, a propósito ese cine pasadito Matta en San Diego era el Esmeralda....Hasta en Cartagena fui al cine (existirá aún ?)...creo que mi niñez marcó mi gran gusto por el GRAND ECRAN...El LIDO ya fué como el Bandera, el Prat, el Balmaceda......será que es el ciclo de la historia o la arrasadora aplanodora del "progreso" involutivo ?
> Coyote Sorge dijo: 18 de Febrero de 2010 a las 07:11
contribuyo con otro adiós registrado
camarada Christian...

http://www.flickr.com/photos/coyotesorge/sets/72157617653365791/
> Luis Villegas dijo: 17 de Febrero de 2010 a las 14:36
No puedo negar que me dio mucha pena leer este artículo. ¿Dónde diablos estamos dejando la memoria?
> carlos dijo: 17 de Febrero de 2010 a las 12:33
Las salas de cine han sido y seran templos de recogimiento y ventanas abiertas a horizontes ignotos. Fueron mi matinales en el destruido cine Metro en calle Bandera, donde conoci a Tom y Jerry. En mi barrio Brasil existieron el Alcazar, con matine, vermut y noche,frente a la plaza Brasil en combinación con el Central y el Rex del centro, con los estrenos. Con dos peliculas,el Brasil,el Carrera,en la Alameda;poco mas al sur,el República en la calle del mismo nombre,en la Alameda,junto a la calle Maipú,el rotativo Alameda,el Chacabuco en la misma calle.Famosas eran las Populares con tres ,cuatro y hasta cinco películas los dias lunes y jueves,tambien conocido como femenino, con descuentos para las damas.Destacó despues de ser remodelado El Novedades en calle Garcia Reyes.
Por calle Sn. Pablo, el Minerva y mas al centro el Colon y esquina Av. Cumming, El O'Higgins, verdaderos Titanic ,como transatlanticosde muchos pisos pues albergaban platea baja, platea alta, balcon ,anfiteatro,palco,galeria, paraiso.
Hubo en la calle Dieciocho un cine de bolsillo con un nombre muy extraño, el Club de Señoras.
En mi adolescencia eran conocidos por los cimarreros y coto de caza entre los escolares,los cines Toesca en Huerfanos y Teatinos, City y York, famosos por las peliculas de vaqueros y piratas,en Ahumada y Agustinas
No quiero olvidar el cine Sn Diego, el Prat,el Balmaceda en la Vega Cenntal,, y uno que olvide su nombre que estaba al llegar a av. Matta por Sn diego al sur.
En av. Italia,con Bilbao el Roma y en este recuerdo de cines, en algun momento huerfanos fue la calle de los cines ,destacando el Central,Huerfanos, Roxy ,que aun sobrevive,España, Huelen,Tivoli, Principal,Rex,Lido.
En Compañia,a{un recuerdo la belleza del cine Real, junto a el Plaza.Las peliculas mejicanas se veian en el Santiago donde iban las fámulas santiaguinas.
En Monjitas estan aun el Nilo y El Mayo con peliculas triple equis.Desaparecio el Rio , calladamente .
La voracidad de las inmobiliarias, la indolencias de las autoridades, que piensan que el dia de la cultura significa empanadas, musica folklorica por ese unico dia y visitas a edificios historicos sobrevivientes a la picota inmobiliaria.
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