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Film Estreno

Los unos y los otros Aquí no ha pasado nada

Por Jorge Morales

La razón principal que motivó el rodaje de esta película fue la indignación. La impunidad frente a la muerte de Hernán Canales, atropellado por Martín Larraín (hijo del ex senador y ex presidente de Renovación Nacional, Carlos Larraín), quien huyó de la escena del accidente y luego quedó exculpado del crimen, impulsó a Alejandro Fernández Almendras a filmar con urgencia una película sobre el caso como una manera de expurgar la injusticia cometida.

Más allá de que en todas las promociones de la película y en la prensa se siga aludiendo al vínculo entre el filme y ese hecho, lo cierto es que el proyecto perdió en su proceso, su razón de ser. O mejor dicho, perdió su febril y justiciera ira inicial, y cambiando varios detalles (entre ellos, los mismos nombres de los protagonistas), optó por hacer un sobrio y por momentos notable retrato ficcional de la discriminación de la justicia chilena, pero sobre todo, de las estratagemas de una clase social, y un sector político como la derecha (aunque apenas se le nombre), que utiliza todos los medios a su alcance –legales y coercitivos- para obtener un resultado que los libere de polvo y paja. No se puede negar que al hacer este retrato premeditadamente contenido se evita la caricatura –de hecho, los jóvenes parecen más una manga de irresponsables hijitos de papá que una banda de maquinadores inescrupulosos-, pero lo cierto es que también elude el bulto: no pone al incriminado –aquí renombrado como Manuel Larrea- en pantalla. Prefiere leer todo lo que pasó a partir de un personaje inventado, Vicente Maldonado (Agustín Silva), el "pato de la boda", el tipo aturdido al que quieren obligar a asumir la responsabilidad del hecho. Un chico que también forma parte de ese estrato social, pero que tiene menos cercanía con el grupo de amigos involucrados. Es una decisión inteligente porque, de esa manera, se ve que la acción del círculo más nuclear tiene sus propias distinciones de clase, dispuesto a sacrificar la vida de otro inocente con tal de salirse con la suya. Pero esa decisión también evita enfrentar la parte más turbia, compleja e interesante de este entramado: entender como un joven que no era un asesino, mata, huye y luego miente deliberadamente, protegido y oculto tras una escolta de coaccionadores profesionales.

Por lo tanto, acá lo que vemos no es exactamente la historia de Martín Larraín, es la historia de otra "víctima" aparte del fallecido. Un despistado que estuvo en la hora, el lugar y con las personas equivocadas y al que se le puede echar la culpa de todo. Al final, sin embargo, se transformará de algún modo en cómplice, ya que la película se estructura para que al chico no le quede aparentemente ninguna otra salida más que la connivencia. En ese sentido, la cinta se vale de este personaje para explicar cómo funciona un modelo conspirativo, y a sostener una idea arriesgada, que este grupo social tiende a refugiarse como si fuera un cuerpo colegiado. Esto se puede colegir en la escena más inverosímil de la película: Vicente Maldonado tras haberse autoinculpado participa en una fiesta donde está Manuel Larrea y pese a todo el amedrentamiento del que fue objeto, no pareciera existir ni resentimiento ni demasiada tensión en el encuentro. Como tampoco resulta creíble que en esos breves minutos que vemos a Manuel Larrea parezca aparentemente reintegrado a su vida social en total y absoluta tranquilidad. Más allá de que las formas inmorales que utilice alguien para librarse de un crimen sean ilustrativas de su naturaleza, cuesta creer que haya quedado indemne de las secuelas sociales o sicológicas de estar comprometido con una muerte, más con el vendaval mediático que le siguió. Matar y huir de los fantasmas de un crimen, no es fácil, y Alejandro Fernández Almendras lo sabe muy bien: justamente de eso se trataba Matar a un hombre, su film anterior.

Está claro que la impunidad y los privilegios de una sociedad clasista y segmentada como la chilena no van a modificarse por una película que destapa sus mecanismos de corrupción, que son históricos, y que todos conocemos desde mucho antes de la película y de Martín Larraín. De hecho, pese a toda la indignación pública que provocó el caso, ni siquiera se remeció un poco la arbitrariedad con que funciona el poder judicial. Y es que Chile es un país tan contradictorio que, por ejemplo, se puede hacer una marcha multitudinaria en contra del modelo de pensiones, pero encabezar las encuestas presidenciales el candidato del sector político más entusiasta, creador y defensor de ese sistema. De todas maneras es sano que desde el cine se intente dar una respuesta artística al estado de las cosas, aunque sólo sirva para tener presente (y acongojarnos) de nuestra desgracia.

Aquí no ha pasado nada
Chile-EEUU-Francia, 2015
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Música:
Elenco:

Duración:
Alejandro Fernández Almendras
Augusto Matte, Pedro Fontaine
Alejandro Fernández A.. Jerónimo Rodríguez
Inti Briones
Soledad Salfate, Alejandro Fernández A.
Domingo García Huidobro
Agustín Silva, Paulina García, Alejandro Goic, Luis Gnecco, Daniel Alcaíno
95 minutos

 

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