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El cine ha muerto... otra vez Así habló Greenaway

La consigna es antigua, pero siempre provoca algo de ruido. Greenaway viene diciendo desde hace más de cinco años que al cine le llegó su hora. Pero el moribundo se niega a morir, mientras Greenaway sigue haciendo su espectáculo "futurista" -como el exhibido durante enero en Chile- que se parece mucho a un montón de viejas obras experimentales.

Por Andrés Nazarala

El sábado 7 de enero, el galés Peter Greenaway presentó su show audiovisual Luperpedia en pleno Paseo Bulnes. Fue una muestra de manipulación visual in situ, con un Greenaway loopeando y repartiendo imágenes en cinco pantallas, desde una mesa de dirección.

La performance –que curiosamente fue la entrega callejera y gratuita del Festival Santiago a Mil- juntó a un público diverso, que iba desde la audiencia que responde devotamente a las ofertas del evento teatral hasta transeúntes casuales, pasando por admiradores del autor de El vientre de un arquitecto. Convocó, según las cifras, a alrededor de tres mil personas que vivieron la experiencia de manera distinta: algunos se sintieron engañados y se fueron a los pocos minutos; otros creyeron que estaban frente a una pequeña revolución y unos pocos aprovecharon el festín de estímulos visuales y sonoros -el músico electrónico Huibert Boon jugó con los sonidos, desde otra mesa- para fumar marihuana y enfrentar algo parecido a un viaje sensorial.

Tonite let's all make love in London

No es de extrañar: Luperpedia funcionó como maquinaria lisérgica. Su espíritu me recordó al del Technicolor Dream, de Pink Floyd, ese espectáculo de música y proyecciones que el director Peter Whitehead registró en el documental Tonite let's all make love in London (1967), o el Exploding Plastic Inevitable, la provocación multimedial que Andy Warhol presentó en un congreso de psiquiatría para que, a fuerza de estímulos y pirotecnias, los especialistas vivieran la epilepsia.

Aquí, imágenes de la bomba atómica y Hitler compartieron pantallas con escenas de clásico esperpento a lo Greenaway, puestas en escenas pictóricas, rostros, niños en tiempos de guerra y fragmentos de una película que no estaba ahí para ser comprendida, mientras los loops de sonido componían una sinfonía de voces pegadas, ruidos y bandas sonoras fragmentadas, como si se tratara de una nueva versión del Revolution 9, de Los Beatles.

Al margen de la discusión de si su presencia es o no atingente para un festival como el Santiago a Mil, Luperpedia resultó ser un experimento interesante y le dio un aire extraño y caótico a un lugar de la ciudad que pareciera funcionar como síntesis del conservadurismo patrio, con su orden y sus tiendas de armas y objetos religiosos.

El problema fueron las explicaciones que acompañaron al montaje del galés, con una lógica museística donde una declaración de intenciones pretende reforzar la obra exhibida. Antes de empezar ya había dictaminado mediante un micrófono que "el cine ha muerto" y que Luperpedia es una posibilidad de lo que podría ser el futuro; la ruptura con la esclavitud de la pantalla única que somete a un espectador obligado a permanecer en un mismo lugar. Greenaway le pidió al público que se moviera y que, incluso, bailara si quería.

Las maletas de Tulse Luper

No ayudó saber que la cinta deconstruída era Las maletas de Tulse Luper, una serie de tres películas en las que el director aborda "una historia personal del Uranio y su implicancia en guerras y eventos decisivos de la historia occidental" (según sus propias declaraciones) y que tiene de columna vertebral a Tulse Luper, un escritor y artista que pasa su vida en diferentes prisiones del mundo, y recopila objetos de la historia que deposita en sus maletas. El proyecto armado sobre relaciones racionales y numerológicas (el número 92 -número atómico del Uranio- marca la pauta, como en otras apuestas del realizador), aunque es extremadamente experimental y llena de símbolos y elucubraciones herméticas, poco tiene que ver con la experiencia totalmente carente de narrativa de Luperpedia.

Al día siguiente -en una clase magistral ofrecida en el GAM- Greenaway repitió la idea de que el cine está muerto, dijo que nadie en la sala había visto una película de verdad y llamó a los asistentes "¡visualmente iletrados!". También denunció al séptimo arte por basarse en textos escritos ("en el cine el guionista es idolatrado") y extendió la observación a una civilización basada en la escritura.

"Algunos 'maestros del texto' han creado nuestros libros sagrados, nos han dicho cómo ser felices, cómo comportarnos, cómo hacer el amor, cómo vivir, cómo morir. La responsabilidad de la civilización descansa en ellos", opinó, proponiendo un cine completamente basado en imágenes. "Es imposible para un pintor ir donde un productor o a un estudio con cuatro pinturas o un libro de dibujos y decir: dénme el dinero. No entenderían de qué se trata. Pedirán un texto, un guión, y sí ese texto ha sido exitoso como Harry Potter, el productor se pondrá feliz", agregó.

Peter Greenaway conduciendo su espectáculo Luperpedia (Foto: Santiago a mil)

Greenaway también dijo: "Sentarse en la oscuridad, mirando hacia un rectángulo de luz, en una sola dirección, no es una ocupación muy humana. Pero no se preocupen. El cine está muerto y no tendrán que sufrir más". "Cuando ven una película, ¿no saben todo lo que va a pasar? Entienden lo que hace una película de acción, de amor… hay variaciones, por supuesto, pero básicamente siempre es lo mismo". "Cada vez que uno ve Casablanca, Titanic, Spiderman o Avatar es igual, no cambia. Yo creo que cada vez que uno vea una película debería ser diferente". "En los últimos años, los grandes eventos del cine mundial han sido dos fenómenos: Harry 'Bloody' Potter y Lord of the 'Fucking' Rings. Esas no son películas, son libros ilustrados".

Chelsea Girls (1966) de Andy Warhol

Aunque muchas de sus observaciones parecieron sensatas, Peter Greenaway perdió fuerza al justificar sus intenciones. Es que su concepción del "nuevo cine" resulta algo ingenua y no es más que un replanteamiento de lo que muchos ya han sugerido, desde Buñuel hasta Lynch, pasando por Jarman y Warhol. En Chelsea Girls (1966), por ejemplo, éste último dividió la pantalla, con canales de sonido independientes, ofreciéndole al espectador la posibilidad de indagar en las escenas con cierta libertad.

No hay nada nuevo bajo el sol, sólo ideas reformuladas y planes para cambiar lo establecido; borrar el pasado mediante la ilustración de un futuro idealizado, lo que no tiene nada de malo. El problema a veces está en los discursos, en la racionalización de una expresión artística que sólo puede ser arruinada con los excesos de lógica, como si se tratara de una hipótesis científica, altisonante, revolucionaria, trascendente. Colocando sus méritos y defectos en una ecuación, podemos afirmar que como artista, Greenaway ha demostrado que no es mucho más que un gran provocador.

 

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