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Toni Erdmann, de Maren Ade Abraza un Kukeri
Hace unos días, la Federación Internacional de la Crítica de Cine, Fipresci, anunció su Gran Premio 2016 para la mejor película del año. En la amplia encuesta –en la que participaron críticos y periodistas de cine de todo el mundo- triunfó holgadamente Toni Erdmann, de la alemana Maren Ade, el film que deslumbró también al público en el último Festival de Cannes.
Por Pamela Biénzobas
Versión original en inglés en www.fipresci.org
Durante la apertura del próximo Festival de San Sebastián, Toni Erdmann recibirá el Gran Premio Fipresci 2016 al mejor film del año. Así lo determinó una encuesta –con todo lo incompleto e imperfecto que resulta cualquier ejercicio de este tipo– en que participaron 475 críticos de todo el mundo, y que permitía considerar cualquier largometraje, de cualquier origen, naturaleza o técnica, que hubiese tenido su estreno mundial a partir del 1 de julio de 2015.
Luego de una primera etapa de nominaciones, Toni Erdmann se impuso en una segunda fase ante los otros dos finalistas: Paterson, de Jim Jarmusch, y Anomalisa, de Duke Johnson y Charlie Kaufman. Su holgado triunfo no fue ninguna sorpresa: ya en mayo, en el Festival de Cannes, el tercer largometraje de Ade se había perfilado como favorito, y su ausencia total del palmarés oficial generó decepción y quejas. Y como la gran limitación del Gran Premio es precisamente su amplitud –el universo de películas es tan ilimitado que el factor difusión es determinante, y siempre recaerá en un título con fuerte distribución mundial o visto en los festivales más visitados–, era fácil anticipar que la obra que había provocado tanta emoción y entusiasmo sería la elegida.
Maren Ade será así la primera mujer en recibir el trofeo, que en sus 17 ediciones anteriores –fue creado en 1999– ha recaído en figuras tales como Pedro Almodóvar (ganador en dos ocasiones con Todo sobre mi madre y Volver); Paul Thomas Anderson (también con doblete: Magnolia y There Will Be Blood); Jafar Panahi (El círculo); Aki Kaurismäki (El hombre sin pasado), etc., y que el año pasado, recibiera George Miller por Mad Max: Furia en el camino, curiosamente, el presidente del jurado de Cannes 2016 que dejó a Ade con las manos vacías
En 1985, Whitney Houston le dio una nueva vida al hit de 1977 de George Benson "The Greatest Love of All" al convertirlo en un himno pop mundial al autoestima y la confianza en uno mismo. En 2016, la canción adquirió un nuevo significado y un estatus de culto, gracias a la gloriosa interpretación de Sandra Hüller en Toni Erdmann.
La escena en que Ines Conradi (Hüller) se rinde y canta con pasión acerca de amarse a sí misma, mientras su padre Winfried Conradi (Peter Simonischek) toca el piano disfrazado de Toni Erdmann, no es sólo uno de los momentos más cómicos del film (el más cómico de todos, de apenas un par de segundos, viene un poco después). También es el más catártico, y un punto de inflexión en el tercer largometraje de Maren Ade.
Tras Der Wald vor lauter Bäumen (The Forest for the Trees, Premio especial de jurado en Sundance 2005) y Alle Anderen (Everyone Else, premio Fipresci de la Crítica internacional en el Bafici y Osos de plata del Gran premio del jurado y a la mejor actriz –Birgit Minichmayr– en la Berlinale 2009), la cineasta alemana entregó una mirada extraordinariamente conmovedora, divertida, refrescante y libre al (sin)sentido de la vida, a nuestras sociedades de capitalismo salvaje, y al valor de la empatía.
Toni Erdmann surgió en la Competición del Festival de Cannes 2016 como una bienvenida bofetada cinematográfica, recibiendo una ovación generalizada, además del premio Fipresci de la Crítica internacional (y perplejidad, como decíamos antes, por su ausencia en el palmarés oficial).
A lo largo de 162 minutos, el film permite a sus escenas desplegarse con una cámara al servicio de la acción. Esto da rienda libre, pero también pone un enorme peso, en el talento, la sensibilidad y la inteligencia de los dos actores principales.
Diez años después de su impresionante revelación en Requiem de Hans-Christian Schmid (Oso de plata a la mejor actriz en la Berlinale 2006), Sandra Hüller construye una Ines Conradi como una joven mujer de una rica complejidad, atrapada en su propia telaraña de exitismo escapista. El precio que tiene que pagar, en estrés y en una falta total de vida personal, no es nada comparado con lo que obtiene de su entrega absoluta a su trabajo en Bucarest, en una importante firma alemana de finanzas. La recompensa más importante, en todo caso, no es su éxito. Es la facilidad de contar con objetivos de vida ya listos y digeridos, con valores profesionales y sociales a los que puede adherir convenientemente, sin tener que cuestionar nada.
Hasta que llega Toni… Escondiendo su propia complejidad tras sus constantes bromas, que vienen de una indudable bondad pero que pueden ser invasivas y molestas, Winfried Conradi está consternado por la vida vacía que lleva su hija, con la que apenas tiene comunicación. El hombre ya maduro se encuentra en una etapa en la que está permanentemente viendo cómo pasa la vida, al cuidar a su madre anciana y al perder a Willy, el perro con el que compartió el día a día durante años. Sin avisar, en medio de su duelo aparece en Bucarest, y se impone en la vida de Ines por un par de días horribles. Rechazado y dándose cuenta de la imposibilidad de contacto, se vuelve a esconder, esta vez bajo el disfraz del impulsivo, basto y omnipresente Toni Erdmann. (Aunque finalmente, para alcanzar el lazo más fuerte, sincero y afectivo, necesitará todavía otro atuendo más, uno enorme y peludo: el del Kukeri, nuevo superhéroe del cine.)
Sandra Hüller |
La narración suelta de Maren Ade guía la acción a través de un flujo de situaciones. La mayoría son terriblemente incómodas y embarazosas. Uno de los logros más incisivos de Toni Erdmann (aunque esto parece depender del nivel de identificación del espectador con el personaje de Ines como un hijo invadido por un padre) es su manera de jugar con el malestar y lo desagradable. Ade lo empuja hasta el extremo, pero evita el humor fácil de ver a un personaje humillado al hacer de los dos Conradi, cada uno a su manera, tan tercamente desafiante. Así, la incomodidad se transforma en confrontación.
Sin embargo, pese a toda la acción y los diálogos a lo largo de la película, son las miradas las que la conducen. Y es ahí que Ade, Hüller y Simonischek son más brillantes y sutiles. En Toni Erdmann, la gente no tiende a mirarse a los ojos, especialmente padre e hija, a los que tanto les cuesta si no es para provocar al otro. Tienden a mirarse a sí mismos, contemplando el vacío (y su propio vacío) o su entorno cuando logran verlo bajo una luz completamente nueva. Esos pocos segundos en que Ines, echada en el sofá de un club nocturno, mira hacia donde se encuentra su padre pueden contarse entre los más potentes y cargados de sentido del cine reciente.
La crítica social también es un tema subyacente en Toni Erdmann, con Ines perfectamente consciente de que su trabajo provocará la pérdida de cientos de empleos, algo que acepta como inevitable. Pero el discurso es tan claro que no necesita énfasis. La película encuentra un equilibrio perfecto entre el retrato de la burbuja de los extranjeros en su mundo privilegiado y la inclusión en el cuadro de la realidad de la pobreza rumana (invisible para los primeros), para expresar su postura acerca de la relación de los personajes con la sociedad y con el otro. En el caso de Winfried/Toni, empático por naturaleza y obstinado creyente en la bondad humana, la conmovedora escena del baño rural resume perfectamente su actitud.
En Toni Erdmann, Maren Ade ofrece un canto a la humanidad (y la humanidad puede ser muy desagradable) a través de un cine realizado con seguridad y sin pretensiones, que capta y comparte lo bueno, lo malo y lo feo –y lo hilarante– de nuestras fáciles vidas occidentales. Y probablemente ofrece también un efecto secundario en un área totalmente inconexa: se puede prever un auge en las ventas de disfraces de Kukeris búlgaros.
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