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Invierno de película Días de cine en la ciudad luz

París tiene la reputación de ser el paraíso para los amantes del cine, con una cartelera capaz de saciar la ansiedad del más cinéfilo. Bajo la nieve europea, y todavía resonando el escándalo del emblemático actor Gérard Depardieu, huyendo de los impuestos a Bélgica y aceptando la nacionalidad rusa por gracia de manos de otro sirvergüenza (el presidente Vladimir Putin), Jorge Morales, de paso por esas tierras por unos meses, cuenta sus impresiones sobre qué tan cierta es la leyenda.

Por Jorge Morales desde París

La primera película que vi en París pocos días después de llegar (hace más de un mes) fue Días de pesca (2012), de Carlos Sorín. Acá la cinta se llamó igual en francés, pero con el agregado "en Patagonia", o sea, Jours de pêche en Patagonie. Se trata de la décima película de Sorín y la quinta que transcurre en esta zona austral argentina tras La película del rey (1996), La ventana (2008), Historias mínimas (2002) y Bombón, el perro (2006). Días de pesca sigue el tono de éstas dos últimas, es decir, argumentos ínfimos, estética documental y un elenco de actores amateur o derechamente no-actores. Claramente, es la inferior de las tres y la que más se acerca a convertir su estilo personal en una fórmula. Aún así, me gustó, aceptando todas sus limitaciones. Antes de esta película, Sorín hizo El gato desaparece (2011), una notable cinta de suspenso psicológico muy a lo Chabrol, muy "a la francesa", pero que quizás por ese mismo motivo acá ni siquiera se estrenó.

Afiche francés de Días de pesca

A la función que asistí –en una sala de la UGC, una de las cadenas de cine más grandes de París junto a la Gaumont-Pathé (la más antigua de Francia)- había una cantidad aceptable de público y, al menos en apariencia, no había mucha audiencia latinoamericana. Según  Otroscines.com la película se estrenó con 31 copias, pero ha tenido tal éxito de taquilla que las aumentó a 45. En menos de dos semanas, la cinta de Sorín superó los 33.000 espectadores, 3 mil personas más que en su paso por la cartelera argentina. A Pamela Biénzobas, nuestra compañera que vive en París hace varios años, el dato no le resulta tan sorprendente, y da por sentado que algunas películas chilenas que se estrenaron en Francia, como Huacho o Bonsái, tuvieron más espectadores acá que en Chile. Es probable que sea cierto, pero, en ese caso, se trató de cintas cuyas modestísimas taquillas eran bastante fáciles de superar. Lo de Sorín, en cambio, pinta más a gusto adquirido: Bombón, el perro tuvo acá más de 200 mil espectadores.

¿Cómo una película argentina de "historia mínima" puede triunfar en París? La explicación no tiene nada de misteriosa: París es la ciudad más cinéfila del mundo. De un país, por cierto, tan cinéfilo como su capital. Francia detenta el cuarto lugar en cantidad de salas de cine en el mundo (sobre 5.400) detrás de China, EEUU y la India, los tres países con más habitantes del planeta. Por eso es más que probable que sea cierta la leyenda que París tiene la mejor cartelera del mundo. En este momento, por ejemplo, hay casi 200 películas en exhibición, y sólo estoy contando las que están en la cartelera comercial porque hay otro montón que se muestran gratuitas en centros culturales (como el Instituto Cervantes que hace una semana proyectó Arrugas (2011), de Ignacio Ferreras, un interesante largo animado que contó con la presencia de Paco Roca, autor del comic en que se basó). O sea, hoy en París se exhibe más de 10 veces la cantidad de películas que se están presentando en este mismo momento en Santiago y más de la totalidad de películas que se estrenarán en un año completo (el 2012 se estrenaron en Chile 195 largometrajes). Naturalmente no todos los filmes son estrenos y hay reposiciones milagrosas cada semana. Antes de estrenarse Django sin cadenas, la nueva sangrienta, pretenciosa y vacía película de Quentin Tarantino (que vi en una sala llena… ¡a las dos y media de la tarde!), el cine Le Grand Action fue preparando el terreno para su estreno revisitando algunas cintas que influenciaron al director norteamericano como Río Bravo (Howard Hawks, 1959) o El bueno, el malo y el feo (1966) de Sergio Leone (en una versión con 18 minutos suplementarios) en un ciclo llamado Le Vidéo-Club de Tarantino, aunque todas fueron exhibidas en 35 mm o DCP. Me llamó malamente la atención que la selección no incluyera la versión original de Django (1966), de Sergio Corbucci. Pero sólo era cosa de esperar: el viejo Django se estrena esta semana, en otras dos salas, en sus cinco horarios del día, en versión restaurada. Un tapabocas total.

Mami Bates en Le Musée de la Cinémathèque

Los ejemplos se repiten. La misma mítica Cinémathèque Française –que tiene un sencillo, pero precioso museo con las primeras cámaras de los hermanos Lumière y alguna otra curiosidad como la cabeza de la mamá de Norman Bates, regalo del mismísimo Alfred Hitchcock- tiene sorpresas a diario. Aunque el lugar tiene un ambiente hospitalario –en el sentido más clínico del término (impersonal, frío y ascético)- su variada programación (hasta nueve películas distintas cada día) abre el apetito. Por ejemplo, el miércoles 23 de enero se exhibe Two-Lane Blacktop (1970), la bressoniana road movie del norteamericano Monte Hellman; a inicios de febrero, Les artistes du Théâtre Brûlé (2005), del siempre inquietante director camboyano Rithy Pahn (un documental sobre unos actores que viven en un teatro destruido por el fuego); una retrospectiva completísima -más de 40 títulos- de Luigi Comencini que durará dos meses e incluye L'ingorgo - Una storia impossibile (1979), basada en La autopista del sur de Julio Cortázar, y que reúne un ramillete de estrellas clásicas de la comedia italiana como Sordi, Tognazzi y Mastroianni junto al actor y magnate de moda, el flamante "ruso" Gérard Depardieu; o a mediados de febrero, se mostrarán tres largometrajes de Carlos Enrique Taboada, un cineasta mexicano del horror y fantástico que tiene títulos tan sugerentes como Más negro que la noche (1975) y Hasta el viento tiene miedo (1968).

El mayor obstáculo para este paraíso cinéfilo es que cuesta caro. Si bien Chile en términos de precios se parece cada vez más a París, ver una película sigue siendo mucho más costoso en la capital francesa. Hay rebajas para cesantes y jubilados, pero es el abono para la cadena UGC la auténtica salvación para los cinéfilos de verdad. Por unos 120 mil pesos al año puedes entrar a ver todas las películas que quieras todas las veces que quieras por los 365 días. Un pase Ilimitado. La tarjeta además sirve para los reputados MK2, un circuito de salas que exhibe sobre todo películas de "autor", como Tabú de Miguel Gomes, una de las favoritas de los críticos del mundo durante el 2012, que se estrenó en diciembre.

Nieva sobre París. Y aunque el espectáculo es maravilloso –sobre todo para los santiaguinos que tenemos enumeradas las nevazones de nuestra vida en la metrópoli chilena-, el frío y la oscuridad que cae lapidaria a las 5 y media de la tarde, invita a visitar las exposiciones y museos (otra actividad excitante e inabarcable) y a ir el cine. El único problema es escoger. Lo dicen los franceses: en París no buscas en la cartelera qué películas están dando, es al revés, piensas qué película quieres ver y buscas en la cartelera dónde se está exhibiendo. Una dulce pesadilla.

 

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