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Gloria, de Sebastián Lelio Quémame en tu fuego

Unánime y entusiasta. Así ha sido el positivo recibimiento que ha tenido entre los espectadores y especialistas el debut de Gloria, de Sebastián Lelio, en la cuarta jornada de la 63 edición de la Berlinale. Nuestra compañera Pamela Biénzobas, presente en el prestigioso festival alemán, comparte el contagioso entusiasmo por la -hasta ahora- primera favorita a ser parte del palmarés oficial, encontrando claras conexiones con la realidad chilena, de sus ansias de dejar los miedos y liberarse, de ser como Gloria.

Por Pamela Biénzobas desde Berlín

Al momento en que escribo esta columna, la película Gloria, de Sebastián Lelio, ya conquistó a la Berlinale, se transformó en la favorita de la primera mitad del festival, y está presente en las páginas de cine de todo el mundo. Gloria Cumplido, encarnada con gracia excepcional por Paulina García, sedujo aquí con la misma fuerza que en San Sebastián, donde arrasó en Cine en Construcción en septiembre pasado. Entonces, una broma entre el público profesional, compuesto por bastantes hombres maduros, fue la prueba más espontánea y palpable de la solidez y vitalidad (y del encanto) del personaje: querían su número de teléfono.

Sebastián Lelio y sus protagonistas posando en la alfombra roja de la première de Gloria (Foto:Pablo Ocqueteau)

En esa ocasión también me sedujo ante todo ese raro retrato de mujer, por los mil motivos de escritura, interpretación, construcción visual, ritmo, banda sonora, etc., que tantos están elogiando hoy, con entusiasmo y con toda razón. Por su parte, los múltiples aspectos que evocaban temas políticos, sociológicos e históricos me parecieron entonces como elementos bien integrados naturalmente en el contexto: por supuesto que decían muchas cosas, pero para crear mejor un personaje complejo y en permanente diálogo con sus circunstancias.

Al notar que la corta descripción del film en las publicaciones de la Berlinale terminaba destacando estos temas, mi primera reacción, como chilena viviendo fuera, fue ver ahí la mirada reductora de algunos europeos (bien intencionados y a menudo bien informados) que, creyendo a veces saberlo todo sobre otros países por los que se interesan sinceramente (Chile sigue siendo el candidato perfecto para eso), sobreinterpretan cualquier señal y se quedan en clichés. No negaría jamás la huella impresa por el peso de la historia y por nuestras estructuras sociales en todo lo que producimos, incluso en su elusión, pero sí refuto la lectura simplista de que toda producción cultural chilena trata acerca de la dictadura.

Y sin embargo, al ver Gloria por segunda vez, ya conociendo al personaje y el desarrollo de la historia, aspectos del telón de fondo captaron mucho más mi atención y ciertas analogías emergieron tan nítidamente que el subtexto pareció incontestable. Y esa mujer que busca y se busca, que reafirma su autonomía, que experimenta, se equivoca, lidia con los distintos aspectos de su vida práctica y afectiva, y persigue un equilibrio esquivo, apareció no como un espejo de nuestra sociedad (aún estamos demasiado lejos) sino como un modelo al que Chile podría y tendría que aspirar. No porque sea ideal, sino porque, al contrario, es perfectamente accesible: es cuestión de voluntad.

Sergio Hernández y Paulina García en Gloria

Cuando Gloria conoce a Rodolfo (Sergio Hernández), lo acepta sin preguntar mucho sobre su pasado, pero le trata de exigir que sea recto en el presente. Es recién durante la cena familiar cuando nos enteramos de pasada de que era uniformado. Y cuando esa noche desaparece repentinamente, y el hijo de Gloria le pregunta "con quién estai, mamá", ese breve reproche protector retumba de manera disonante. De la misma manera, cuando antes Rodolfo (que tiene un parque de juegos recreativos) comenta casi con coquetería que "a los hombres nos gusta jugar a la guerra" a propósito del paintball, en el grupo que pasa detrás, en overoles grises manchados de pintura y sus rifles al hombro, vemos una tropa en tenida de camuflaje. El sutil tempo del montaje nuevamente crea una disonancia en el tono, dejando unos pocos segundos de embarazo que Rodolfo trata de romper besando a Gloria con efusión.

Él está tratando de cambiar, ante todo por y para sí mismo. Hace un año y medio se hizo una gastroplastía y cambió su cuerpo (aunque hoy tiene que llevar una faja para sostener el resultado). Quiere ser otro. Pero no logra (no quiere, no sabe cómo, simplemente no puede) cortar por completo con su ex-esposa y con sus hijas quienes,  con alrededor de treinta años, siguen dependiendo de él. El patético y cobardísimo Rodolfo es ese pasado dictatorial que hoy está integrado en la sociedad, que trata de cambiar su apariencia, pretende romper con las instituciones pasadas y rehacerse una identidad, pero sólo por conveniencia propia. Y Chile, como Gloria, se presta al juego, aceptándolo sin preguntas ya que está ahí con su "normalidad", comiendo en la misma mesa, bailando en las mismas fiestas para adultos mayores solteros... Y a él le parece natural que los demás tengan que tolerar sus ineptitudes, que tengan que comprenderlo. Que transen. Gloria transa, cede a sus halagos, cree en sus promesas, se ofusca y vuelve a transar. Hasta que se cansa y se atreve a juzgarlo. E incluso a castigarlo. Y el público irrumpe en expresiones de goce.

Esa es probablemente la analogía central de las muchas que pueden analizarse en los personajes, las relaciones (por ejemplo, la bella complejidad de las relaciones intergeneracionales) y escenas de Gloria. Y ese momento hacia el final es tan liberador y catártico que sella definitivamente la empatía del espectador con Gloria Cumplido. Y, a cada uno respecto de sus propias circunstancias, le dan ganas de ser como ella. Y dan ganas de que Chile al fin decida y se atreva a ser como ella, a dejar de transar y  se 'queme' ("quémame en tu fuego") como dice la canción de Umberto Tozzi que cierra la película. Que deje de pensar que para estar bien necesita resignarse y aceptar a Rodolfo a falta de otro mejor. No lo necesita, ni a él ni a nadie más que aquellos (familia y amigos) que le ofrecen afecto sincero e incondicional. Puede ser feliz bailando sola, titubeante al comienzo, un poco torpe después, pero cada vez más segura, más grácil, más radiante de vida y belleza.

 

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