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La Pasión de Michelangelo Epifanía regional

Tras 13 versiones y alianzas internacionales con instituciones de distintos países donde se exhibe parte de su programación, por primera vez el Festival de Cine de Lebu tiene el estreno nacional exclusivo de una importante cinta local: La Pasión de Michelangelo. La película de Esteban Larraín (Alicia en el país) que debutó mundialmente en noviembre en el Festival de Cine de Roma y que abrió el certamen regional, trata del vidente y la virgen de Peñablanca, el montaje "milagroso" que en 1983 la dictadura de Pinochet hizo para ocultar la convulsionada situación política que se vivía en el país. No sin dificultades técnicas (todavía internet es un bien escaso en algunas zonas de la octava región), nuestro compañero Andrés Nazarala nos envía sus impresiones de la cinta que ya tiene su estreno programado para el 18 de abril.

Por Andrés Nazarala desde Lebu

En medio de un panorama competitivo en el que los festivales más importantes (Valdivia, Sanfic) se enfrentan a punta de invitados internacionales, cine alternativo y estrenos locales, el Festival de Cine de Lebu circula por otra senda, privilegiando la tarea de acercar el cine a las comunidades de la región de Bío-Bío que no tienen acceso a la gran pantalla. La precariedad se transforma así en desafío social, con los invitados -actores, productores, técnicos, estrellas de TV...- trasladándose juntos, colaborando en grupo y emprendiendo una gran "aventura" en beneficio de la descentralización.

Pero aunque el propósito principal es acercar el cine a la gente -potenciando algunas de las cintas más taquilleras y comerciales de la cinematografía local-, este año Lebu se dio el gusto de contar con estrenos, y en algún caso, vinculado a su misión regionalista.

El cineasta Esteban Larraín reconoció que fue ese espíritu social y regional lo que llamó su atención a la hora de elegir el festival para el estreno de La Pasión de Michelangelo, lo que no carece de sentido. Porque el caso de Miguel Ángel Poblete sigue siendo, de alguna manera, un asunto regional. OK, tuvo un gran impacto a nivel nacional cuando ocurrió en el año 1983 -en medio de tiempos oscuros para el país- pero en Peñablanca no ha dejado de resonar. Muchos de los que llegaron al rodaje para ser extras estuvieron alentando al verdadero Miguel Ángel en la cumbre del cerro Membrillar, donde supuestamente se aparecía la virgen. Algunos, de hecho, siguen creyendo que detrás del bluff realmente hubo un milagro.

Sebastián Ayala en La Pasión de Michelangelo

Es la presencia continua de esta masa la que le da a la La Pasión de Michelangelo un aire neorrealista. No es casual que en el guión figure José Román, guionista de Valparaíso mi amor (1969) y Ya no basta con rezar (1972) -ambas del porteño Aldo Francia, otro artista vinculado a la realidad regional-, ni que la estética del filme sea conscientemente deslavada y sucia, con mucha cámara en mano y desenfoques intencionales. Más que otros cineastas actuales, Esteban Larraín mira hacia al viejo Nuevo cine chileno con admiración.

Aunque el director acoge efectivamente la idea de que todo el caso fue un montaje del gobierno -con un tétrico Alejandro Sieveking en el rol de un funcionario que en las noches pasa a buscar a Miguel Ángel para llevárselo a Santiago e instruirlo-, la película juega con la ambigüedad y no pretende entregar una tesis definitiva sobre lo ocurrido. Larraín invierte tiempo en mostrar cómo la supuesta aparición de la virgen va cambiando la vida de cada uno de los personajes: un cura que no cree en el milagro, un fotógrafo de pueblo que debe lidiar con el fanatismo religioso de su mujer, un comerciante comunista que aprovecha la ocasión para vender figuritas de la virgen... Como en una película coral, estas pequeñas historias van componiendo un fresco de la época.

Pero es Miguel Ángel, interpretado por Sebastián Ayala (un estudiante de teatro de Valparaíso, parte del elenco de la serie de televisión El reemplazante), quien se lleva el mayor reconocimiento, con una actuación intensa y sorprendente que evita la caricatura. Entre la provocación sexual y la santidad, este lascivo y divinizado Miguel Ángel le da vitalidad y carácter a un filme honesto, áspero, revisionista y arriesgado, pero algo irregular a la hora de apreciar el resultado final de la ecuación. Con todo, La Pasión de Michelangelo nos devuelve uno de los hechos más insólitos de nuestra historia reciente, sin el afán sensacionalista de resolver el enigma.

 

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