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La muerte del ladrón de flores El destierro de Taylor Mead

Figura importante (y desconocida para los legos) del underground neoyorkino, el poeta y actor Taylor Mead murió a los pocos días de ser expulsado de su hábitat natural en la cosmopolita metrópoli norteamericana. Un perfil de uno de los últimos sobrevivientes de la troupe de Andy Warhol.

Por Andrés Nazarala

Mi apreciación por Taylor Mead está marcada por la miopía. Mientras trataba desesperadamente de buscar algunas de sus películas, pasé por alto dos hechos: no supe que él era uno de los dos ancianos de Champagne, el segmento final y crepuscular de Coffee and Cigarettes (Jim Jarmusch, 2003). Y, peor aún, ignoré que se trataba del mismo tipo que leía poesía a tres metros de mí en el Bowery Poetry Club de Nueva York, al que llegué accidentalmente como un viajero despistado (descubrí que era él al día siguiente, al revisar la cartelera por internet).

Ahora bien, ¿hubiese hablado con Taylor Mead si hubiese sabido que era Taylor Mead? Probablemente no. Cargaba con la paradoja de saber mucho sobre él sin haber visto sus películas. Especialmente su obra magna: The Flower Thief (1960), dirigida por Ron Rice, un cineasta experimental que se fue a morir a México a los 28 años de edad.

The Flower Thief

Llegué a ambos gracias al libro Naked Lens: Beat Cinema, de Jack Sargeant, en el que Mead describe a Rice como un director que "no se sentaba a teorizar sobre un proyecto o sobre cómo hacer una película. Él simplemente hacía la película". Con esa filosofía filmó la cinta en las calles de San Francisco, contando con un Mead que, tras robar una flor, deambula por el bajo mundo con la actitud humorística y desamparada de Chaplin o Buster Keaton. Es lo que se desprende de los fragmentos que hay en internet. Porque conseguir The Flower Thief es prácticamente imposible (un entendido en la materia me dijo que si tenía suerte podía adquirir una versión en VHS, por no menos de 500 dólares), pese a su relevancia en la escena underground. Jonas Mekas, por ejemplo, la calificó en su momento como "la película más loca que se ha hecho" y la situó entre las cinco cintas más influyentes del cine estadounidense, junto a Shadows (John Cassavetes) y Pull my Daysy (Robert Frank).

En el libro de Sargeant, Taylor Mead cuenta una anécdota que refleja su pasión por el cine: le dio a Ron Rice todo el dinero que tenía para que éste pudiera terminar su película The Queen of Sheeba meets the Atom Man. Sin embargo, el director nunca filmó la cinta y escapó con la plata a México, donde murió años después.

Pero la carrera cinematográfica de Mead no se detendría. Rápidamente fue reclutado por Andy Warhol e integrándose a su Factory -ese singular Olimpo arty en el que la belleza física convivía con la excentricidad- donde el poeta y actor era una rareza: un tipo bizco, gibado e hiperventilado que contrastaba con el glamour imperante.

Warhol lo dirigió en seis películas (algunas disponibles) en las que ofreció lo que sabía hacer: improvisar como un loco, rozando el absurdo. Brilla en Tarzan and Jane Regained… Sort of (1963), una parodia con Mead en el rol protagónico; Taylor Mead's Ass (1964), que es, bueno, el registro del trasero del actor durante 60 minutos; Couch (1964), en el que lo vemos sentado en un sillón junto a Allen Ginsberg, Gregory Corso y Jack Kerouac; Imitation of Christ (1967), experimento basado en el libro del siglo XV, Imitatione Christi; The Nude Restaurant (1967), una serie de conversaciones en un restaurant donde los dueños y los clientes están desnudos y Lonesome Cowboys (1968), una parodia de los westerns americanos.

Andy Warhol y Taylor Mead

Fiel a la experimentación y el bajo presupuesto, Taylor Mead trabajó también con otros cineastas arriesgados como el padre de Robert Downey Jr., Robert Downey Sr. (Babo 73, recientemente editada por Criterion), Robert Frank (C'est vrai! y Last Supper), Gregory Markopoulos (The Illiac Passion), Adolfas Mekas (Hallelujah the Hills), Nick Zedd (Ecstasy in Entropy) y Gary Weis, quien lo registró conversando con su gato en Taylor Mead's Cat.

Son obras subterráneas e inquietas que reflejan el espíritu de una época que Jarmusch supo evocar desde la nostalgia. Coffee and Cigarettes cierra con él y William Rice (otro emblema del avant-garde) recordando los tiempos del No Wave neoyorquino y la vieja bohemia parisina de los 20, en lo que pareciera ser un bar que está próximo a cerrar. Toman café en vasos de papel simulando que es champagne y escuchan a Mahler en sus cabezas, brindando por los viejos tiempos.

"Ah… champagne, el néctar de los dioses", exclama Meads tras el primer sorbo, encontrando en ese instante de alienación consciente la única forma de revivir personajes y lugares que ya no existen. Es un lindo corto que, de alguna manera, se adelanta a la amarga realidad que vendría. El cierre del histórico Bowery Poetry Club, el año pasado, dejó a Mead sin un importante espacio para compartir sus escritos. Desapareció como el Hotel Chelsea y el CBG's. Y la semana pasada, el artista fue obligado a abandonar, por orden del dueño, el pequeño departamento que ocupó durante 34 años en Ludlow Street, esa calle emblemática donde se concentró el underground durante los 70 (los Velvet Underground nació en uno de sus departamentos) y que hoy no es más que una parodia de sí misma, un espacio de consumo para hipsters y turistas.

Desterrado de su tierra, Taylor Mead tuvo que partir a vivir con unos familiares en Colorado, donde un ataque a los pocos días se lo llevó a los 88 años de edad. Hubo pocos obituarios y homenajes. Algunos recordaron las sentidas palabras que escribió acerca de él Susan Sontag en los '70: "La fuente de su arte es la más profunda y pura de todas: él simplemente se entrega, por completo y sin reservas, a una fantasía bizarra y autista. No hay nada más atractivo que eso en una persona, pero es muy poco frecuente después de los 4 años".

 

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