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Recordando a Mike Nichols Who's Afraid of Virginia Woolf?

"El graduado", "Silkwood", "Secretaria ejecutiva", "Closer"... la filmografía de Mike Nichols (1931-2014) se construyó a base de trabajos particulares, cada uno son su tono, estilo y calidad que no necesariamente se reflejaba en los otros. El también director de televisión y sobre todo de teatro fue de esos realizadores considerados buenos ejecutantes más que cineastas. Al partir, el pasado 19 de noviembre, dejó varios títulos olvidados, así como algunos momentos convertidos en clásico. Para saludar su legado, en lugar de un obituario, Pamela Biénzobas prefirió recordar su ópera prima y su film favorito personal.

Por Pamela Biénzobas

Una bofetada. La adaptación a la pantalla de la obra de teatro de Edward Albee es una experiencia violenta, desagradablemente sobrecogedora, de una intensidad inclemente con el espectador que ha aceptado entrar en el juego de la teatralidad de la puesta en escena. ¿Quién le teme a Virgina Woolf? (1966) fue un brusco y triunfal inicio en el cine para Mike Nichols, quien había pasado de ser uno de los cómicos más exitosos del teatro estadounidense, en su dupla con Elaine May, a uno de sus directores preferidos.

En plena gloria teatral, aceptó la propuesta de adaptar a Albee al cine, reuniendo en el set a la dupla estelar Elizabeth Taylor-Richard Burton, ya debidamente casados tras su sobreexpueso romance adúltero. El éxito crítico y comercial de su debut (que cosechó cinco premios Oscar de un total de 13 nominaciones) abrió para Nichols la carrera por la que finalmente sería más masivamente popular.

La puesta en escena de ¿Quién le teme a Virgina Woolf? no busca disimular que es una obra de teatro dirigida por un hombre de teatro. Siendo los diálogos el motor del texto, Nichols se apoyó en un elenco de por sí brillante para hacerlos resplandecer. Por lo demás, si de algo vale el dato, dos de los Oscar citados fueron para Taylor y la actriz secundaria Sandy Dennis. Pero es una obra de teatro en el cine, con las herramientas del cine. Para tratar de aislar a los participantes del huis-clos, la cámara de Haskell Wexler (otro Oscar más) recurre sin complejos a los movimientos, insistiendo con los planos cerrados aún más en la insostenible carga emocional. La puesta en escena ofrece así un espacio de artificio que se convierte en la única posibilidad de respiro frente a la intensidad de lo representado.

Elizabeth Taylor y Richard Burton en ¿Quién le teme a Virginia Woolf?

La insoportable dinámica de la pareja de Taylor y Burton, cuyo motor parece funcionar a base de alcohol, es aún más dura por el manifiesto lazo con la realidad. Pero más que un gesto exhibicionista, es un gesto de humildad de dos titanes que quieren demostrar que lo son por su talento más que por su glamour. Aquí se esfuerzan por mostrarse feos, con personajes que se refugian de su conmovedora vulnerabilidad detrás de un escudo de mezquindad, crueldad y bajeza. En el esplendor de su atractivo físico, los actores componen a través de la decadencia, suprimiendo toda la gracia de su belleza para encarnar unos cuerpos –y almas– en desgracia. George y Martha viven en ese universo insufriblemente cerrado de las universidades suburbanas estadounidenses. Él es profesor de historia, pero su carrera ha resultado bastante menos deslumbrante de lo esperado. Ella es la hija del presidente de la universidad, detalle omnipresente en la relación.

Esa noche (porque todo sucede durante una noche), cuando vuelven ya tarde de una fiesta en casa del padre-jefe, ella anuncia que tienen invitados, que su papá le pidió que distrajeran a un joven matrimonio recién instalado en el campus. Cuando aparecen Nick y Honey (George Segal y Sandy Dennis), se encuentran en medio del campo de batalla. Si Martha se esfuerza por ser detestable, George no se instala en la posición de víctima sino que trata de igualar su nivel. Pronto queda anulada la posible visión –que permitiría tomar partido y así saber dónde se está parado– de él como el elemento razonable, atacado por la gratuita maldad de su mujer. No, ninguno quiere ser víctima, sino jugadores de un juego en que harán cualquier cosa por ganar.

Los invitados, también bastante alcoholizados (antes de quedar los cuatro decididamente ebrios), desequilibran y reequilibran el juego, y se muestran potencialmente casi tan perversos como sus anfitriones, en una mutación permanente de rivalidades y complicidades que nadie pareciera controlar. Un tema atraviesa todo y concentra la mayor tensión: el hijo al que aluden desde el comienzo en tono de amenaza. El hijo que, aunque no saben dónde está, ella piensa que aparecerá al día siguiente para celebrar sus dieciséis años. El hijo que pareciera ser el único tabú en su guerra sucia donde todo ataque está permitido.

Durante toda una noche (131 minutos de película) puntuada por diversas crisis, diálogos, monólogos y explosiones, la tensión apenas cede por instantes antes de volver a partir. El ritmo no está hecho para acomodarse al espectador y permitirle una real distensión, sino para hacerle sentir la incomodidad. En uno de sus más duros roles de mujer castradora, Elizabeth Taylor relumbra con la ferocidad, la nocividad y el fuego hipnótico de un volcán en erupción, y se transforma naturalmente en el centro de gravitación del microcosmos enfermo.

Mike Nichols (de pie a la izquierda) dirigiendo a Taylor-Burton en ¿Quién le teme a Virginia Woolf?

El tono de las actuaciones es exageradamente teatral, de acuerdo al estilo de dirección, pero en medio del griterío histérico, de los estereotipos sicoanalíticos de relaciones patológicas, Burton y Taylor son capaces de otorgarle una densidad tal a Martha y George que detrás de su perversidad no sólo aparecen patéticos y lamentables, sino también terriblemente humanos e incluso, en última instancia, amables en el primer sentido del término.

A pesar de la insistencia dramática demasiado cargada de la música de Alex North, el plano final (que se cierra sobre el rostro de Taylor antes de posarse en las manos entrelazadas de ambos, y luego abrirse, en un respiro desesperadamente necesario, hacia la imagen de una rama florecida en el exterior) resume en la mirada de Elizabeth Taylor y en esas manos unidas tanto la esperanza como la desesperanza de la unión malsana de dos personas frágiles, desgarradas y despiadadamente destructoras.

Mike Nichols (nacido en Alemania como Michael Igor Peschkowsky) hizo cine por más de cuarenta años, y probablemente sea recordado ante todo por la película que realizó un año después El graduado (1967). Pero su ópera prima hubiese bastado para dejar su nombre en la historia del cine.
 

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