Columna Semanal

Otras Columnas

02-10-2016 San Sebastián 2016
Palmarés: De dulce y agraz
22-09-2016 Argentino QL vs la crítica
La conjura de los necios 2 o 3 o 4...
05-09-2016 Gene Wilder (1933-2016)
La sonrisa torcida del Dr. Fronkonstin
29-08-2016 Toni Erdmann, de Maren Ade
Abraza un Kukeri
27-08-2016 Debuta Tornamesa Mabuse
Tócala de nuevo, Bruce

Ariel Rotter y La luz incidente en Rotterdam El tiempo suspendido

El debut europeo de "La luz incidente" (que ya obtuvo premios en Mar del Plata y La Habana) contó con un componente adicional: antes del inicio de la película, su director, el argentino Ariel Rotter, con total naturalidad, se dio tiempo para introducir a los espectadores en la historia personal e íntima que dio origen al guión. Un elemento que puso el marco emotivo de un film que aborda con delicadeza el tema del duelo.

Por Pamela Biénzobas

La luz incidente puede cegar, si cae directamente en los ojos. La luz incidente puede también crear un halo que parece separar al sujeto de su entorno. La luz incidente, en cualquier circunstancia, ilumina, incluso los cuerpos que no están en condiciones de reflejar la luz.

La luz incidente es el título elegido por el argentino Ariel Rotter para su nuevo largometraje; el primero desde El otro, estrenado y premiado en la Berlinale 2007. "Pasé mucho tiempo tratando de hacer y de no hacer esta película", bromeaba el cineasta al comenzar las funciones en el festival de Rotterdam -del 27 de enero al 7 de febrero de 2016- para su première europea. Gracias a la oportunidad de acompañar tres proyecciones, presentando a Rotter antes y moderando el encuentro con el público después, pude ser testigo de las reacciones de los espectadores ante una obra de excepcional potencia y delicadeza.

La voluntad del autor por explayarse en la introducción (mientras que la mayoría de los directores prefieren saludar rápidamente y anunciar que volverán al final), y de manera muy abierta y generosa explicar cómo la historia se inspira de su propia génesis, construyendo un recuerdo que nadie conserva sobre el encuentro entre sus padres, inevitablemente añadía una dimensión suplementaria a la emoción y a la comunión de la sala. Quizás, simplemente, porque la franqueza de Rotter sobre las implicaciones personales y familiares del proyecto invitaba a abrirse también sobre sus reacciones como espectador.

Sin embargo, La luz incidente no necesita explicación ni contexto para emocionar. Todo está contenido en ese cuadro y en el sonido que viene desde la pantalla (sin surround). En la luz que entra por la tarde, a la hora en que las mellizas duermen, en el departamento en que una mujer vive en un estado de realidad suspendida, de extrañamiento permanente, desde que su marido y su hermano murieran en un accidente de carretera.

La fotografía de Guillermo Nieto y el montaje de Eliane Katz refuerzan esa sensación, con una percepción casi siempre fragmentada. No de modo brusco, sino parcial, de la manera en que Luisa (Érica Rivas, plenamente entregada a la contradicción y la desorientación) sin duda logra percibir la vida en la que se encuentra sin acabar de comprender. Es así como mientras se desenvuelve en territorios familiares (sobre todo el hogar), no se justificaría presentar y situar ese espacio, sino mirarlo con sus ojos que buscan asegurarse de que no todo ha desaparecido, y asumir que el otro habitante de ese mismo espacio ya no está.

Asimismo, en un período tal, el tiempo también está suspendido. Y cuando Luisa hace otras actividades que la pueden sacar de su familiaridad, difícilmente las realiza en plena conciencia, sino que de pronto se encuentra en medio de una situación que no maneja. Así, las secuencias comienzan sin planos de establecimiento y contextualización, propulsándonos en pleno desarrollo de una fiesta de matrimonio, una visita al socio del marido, un bar donde toca una banda de jazz o la exploración de un anfiteatro vacío. Enseguida, la película da todo el tiempo necesario al desarrollo de la escena, que puede ser fugaz, en esos momentos en que uno no está realmente presente, o al contrario pausado, casi vacío, en esos momentos en que uno sabe muy bien que está presente, pero no entiende del todo cómo ni por qué.

Pero cuando Luisa debería estar viviendo plenamente el duelo de algo que le escapó por haber estado sedada tras el impacto, su entorno –y en primer lugar su madre (Susana Pampín)- la incita a tratar de encontrar un nuevo marido por el bien de sus dos pequeñas hijas y, por supuesto, por su seguridad material. Ernesto (Marcelo Subiotto) está honestamente ansioso por cumplir ese rol. Y Luisa se lo pide pasivamente, mientras que cuando puede reaccionar activamente, lo único que quiere es estar en paz y poder procesar su pérdida antes de reemplazar el elemento faltante como una pieza de un rompecabezas. Pero es la Argentina de hace medio siglo, y ésa es la normalidad. La cámara observa a Luisa en su indecisión y en su resignación ante la idea de que en verdad no tiene nada que decidir. Una escena, de donde está tomada la imagen del afiche, resume su dolorosa turbación. Mientras su discurso expresa su poca voluntad de establecerse en una nueva familia, en un gesto que desconcierta al propio Ernesto, camina hasta la habitación y se desabrocha el vestido. Es uno de los raros momentos en que no acompañamos la percepción de Luisa, sino que la miramos de lejos, más cerca del punto de vista del fascinado pretendiente, que comprende que ya "ganó".

La luz incidente, por muy anclada que esté en una historia familiar concreta, y aunque centre su conflicto en las costumbres de una sociedad determinada en una época determinada, consigue transmitir de manera mucho más amplia y universal un estado que puede acompañar distintos tipos de duelo y de traumatismo. Y lo hace a través de elecciones cinematográficas de una precisión absoluta. En cada movimiento o inmovilidad de la cámara, en cada corte para meternos o sacarnos de una escena sin transición, en cada elección de dónde situar el cuerpo y el rostro de Érica Rivas. Es por todo eso, y por supuesto por la generosa apertura que demostraba Rotter al compartir su intimidad con el público, que los espectadores reaccionaban, agradeciendo no sólo la belleza y el tratamiento narrativo, sino por ejemplo las decisiones de ritmo para permitirnos sentir ese tiempo suspendido. Es por todas esas decisiones formales que algunos se le acercaban emocionados al final, más discretamente, como un hombre que le contaba que había perdido a su esposa hacía apenas unos meses.

Ariel Rotter encontró en su prehistoria un material complejo y doloroso que necesitaba tratar por motivos personales. Pero el cineasta lo tomó y realizó con él su mejor obra hasta el momento.

 

Este artículo aún no tiene comentarios. Puedes ser el primero en comentar.

Buscador
Quiénes Somos | Contáctanos