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Film Estreno

El poder de la palabra

Lápida sin epitafio El poder de la palabra

Por Jorge Morales

La mayoría de los documentales en Chile es retrospectivo. Escarban los acontecimientos en los recuerdos de quienes fueron sus protagonistas y regresan a los escenarios donde los hechos se desarrollaron. La mayor parte de las veces está búsqueda recupera sucesos desconocidos o escasamente documentados, por lo que su valor histórico –o como testimonio de una época- es invaluable. En algunas ocasiones, revisionar esa cadena de eventos a la distancia desmitifica ciertas impresiones sobre lo que ocurrió, o al verlas contrastadas hoy con el paso del tiempo, permite dimensionar los alcances reales que tuvo. Revisitar un período permite comprender que los estados de ánimo, las urgencias y los sueños son pasajeros, y sus consecuencias, impredecibles.

Sin embargo, cuando un documental está a la siga de un proceso, esta composición o descomposición se va viendo en la medida de su desarrollo. No son los recuerdos la materia prima de la película sino la secuencia de los incidentes coyunturales que la construyen. La presencia del director es mucho más fuerte porque si bien los hechos mismos pueden indicar el camino a seguir, el realizador tiene muchas más opciones para escoger, más si se trata de una situación que implique cambios de distinta naturaleza. Su tesis está más comprometida que en la mirada retrospectiva, que en buena parte depende de sus protagonistas y del material que disponga para retratarla. Por eso, Patricio Guzmán fue tan visionario en La batalla de Chile al desnudar la Unidad Popular introduciendo sus cámaras tanto en el corazón de los sindicatos como en protocolares reuniones del ejército donde se fraguaba en silencio el complot militar, y tan ciego en El caso Pinochet donde optó por el relato retrospectivo de los casos de detenidos desaparecidos que llevaron a prisión al dictador en Londres, dando la espalda a los convulsionados, surrealistas y calientes días que se vivieron en Chile durante su cautiverio, donde el pinochetismo reverdeció con tanta intensidad como en los primeros años de la dictadura.

David Peña arengando a sus compañeros

En El poder de la palabra, el mayor acierto de Francisco Hervé fue comprender desde el primer minuto los trascendentales alcances de la metamorfosis que sufriría el transporte metropolitano con el Transantiago. Ver cómo un cambio de estas características influiría no sólo en los chilenos de "a pie", sino en un conjunto grande de trabajadores –formales e informales- vinculados al sistema. Temores y esperanzas que en el caso de los vendedores ambulantes y artistas callejeros los obligaron a organizarse y hacer valer sus derechos ante las autoridades de que no se podía tomar ninguna medida sin considerarlos. En ese plano, el documental es impecable. Elegir dos grupos directamente relacionados con el uso del transporte mismo (los chóferes de la locomoción colectiva y los comerciantes) permitió observar el proceso de transformación de manera más terrenal y realista que especulativa, oficial y entusiasta como seguramente hubiese sido expuesta por quienes diseñaron e implementaron el plan. Aunque hay un desequilibrio, una mirada superficial en el caso de los choferes, cuyo descripción se ajusta más a un nivel técnico y "estético" (enchulamiento de los buses y la subsecuente pérdida de identidad de su herramienta de trabajo y de ellos mismos), y una mucho más íntima con dos dirigentes de los vendedores ambulantes –Hardy Vallejos y David Peña-, el impacto del Transantiago en lo laboral queda notablemente delineado antes y durante la marcha blanca.

El principal logro de la cinta es lo que da pie al título. Como la necesidad, traducida en un discurso, es capaz de articular una organización y proveer de mística a un grupo carente de identidad. Como la palabra, se convierte en un bien que permite establecer lazos y contactos; un instrumento tan dúctil que genera también –y al mismo tiempo- un mundo paralelo, fantástico, ensoñado que crece y se potencia a sí mismo, muchas veces, incluso, desconectándose de la realidad. Cuando la confección de un uniforme es un triunfo sobre la dignidad o una credencial, un título profesional, la película delata la modestia e ingenuidad de sus banderas de lucha, con humor pero sin sarcasmo. Porque se trata de conquistas a la medida de sus metas y sus sueños (como la fantasía que para ser vendedor ambulante se requerirá pasar un curso). El discurso fortalece el carácter de quienes asumen los liderazgos –desbordando sus límites a niveles casi mesiánicos, con un poseído David Peña enfundado en una polera del Ché vomitando un encendido discurso-, demostrando que las grandes palabras y sus iconos son una construcción ideológica disponible a quien las necesite, por más grande o pequeña que sea su batalla.

David Peña y Hardy Vallejos

Pero Francisco Hervé comete una omisión inexcusable. Es imposible referirse al Transantiago sin describir el desastre monumental en que se convirtió. Es paradojal que una película que se estructura sobre las fases mismas de instalación del plan, pase por alto el momento más álgido de su puesta en marcha, cuando éste exhibió su verdadero rostro. Es la crónica de una muerte anunciada sin muerte. Los serios trastornos producidos por el Transantiago –que aún se sufren en alguna medida- tuvieron múltiples repercusiones sociales y políticas, poniendo en jaque al gobierno, a la continuidad de la Concertación en el poder (no lo sabremos ahora), y afectaron dramáticamente la popularidad y confianza sobre la gestión de la presidenta Bachelet. Hervé no muestra los paraderos atestados, la larga espera de los pasajeros para utilizar la locomoción colectiva, ni la enorme y vergonzosa distancia entre las vehementes promesas gubernamentales de modernidad del presidente Ricardo Lagos en perfomance de estadista –cuyas imágenes en la película son la precisa confirmación del engañoso poder de las palabras- y el resultado final. Es indudable, por ejemplo, que todos los cursos de liderazgo o psicología a los choferes –sobre la que hay más de una escena- fueron inútiles frente al estrés y agresividad de los pasajeros que por varios meses sufrieron los embates del caos inicial. O todos los gestos simbólicos de victoria, como los uniformes y credenciales de los vendedores ambulantes, pierden todo sentido cuando ni siquiera pudieron subirse a las micros. En una sola escena, Hardy Vallejos habla por celular con su mujer explicándole que no puede vender porque las micros están atestadas, frustración que no queda expuesta con la misma intensidad a cómo fueron retratadas las expectativas.

La contradicción entre la grandilocuencia esperanzadora de las arengas y la miserable verdad de los hechos pudo convertir esta cinta en un documento más mordaz y político, y ser mucho más que una "microhistoria" sin desenlace, que por sus silencios resulta hasta condescendiente con la autoridad.

El poder de la palabra
Chile, 2009
Dirección:
Producción:
Guión:
Cámara:
Montaje:
Música:
Duración:
Francisco Hervé
María Paz González
Pablo Leighton, Sebastián Brahm y F.Hervé
David Bravo y Sebastián Moreno
Sebastián Brahm y Francisco Hervé
Fernando Milagros
75 minutos

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