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Film Estreno

Fascinante aventura cliché Avatar

Por Joel Poblete

Si se exceptúa su debut, la olvidable secuela de Pirañas, no es arriesgado afirmar que James Cameron es un buen cineasta. A Avatar se le pueden cuestionar muchas cosas, pero no es una mala película. Es más, la cinta cumple con la idea que medio mundo tenía de ella, gracias a lo que la prensa nos dijo durante más de un año y especialmente a través de la agotadora repetición de su trailer (¿alguien que fue al cine en los últimos meses no recuerda frases como "You are not in Kansas anymore"?), y es así como tenemos entretención garantizada, espectaculares efectos visuales y de sonido y un relato de aventuras clásico que incluye una ineludible historia de amor que desafía el enfrentamiento entre dos especies distintas. Si sólo queríamos eso, y además tenemos la posibilidad de ver una copia en 3D, estaremos ante uno de los eventos fílmicos más espectaculares de los últimos años. De hecho, durante la primera hora del metraje fascina la sucesión de momentos que dejan con la boca abierta por el despliegue de imágenes digitales, y cómo éste permite ampliar los horizontes del 3D tal y como lo conocíamos hasta ahora. Ya por todo esto, Avatar es un auténtico triunfo, y el motivo por el que más de un crítico considera que marca un ante y un después en el cine desde el punto de vista de su apreciación como espectáculo

Pero si esperábamos algo más del regreso, 12 años después de su popularísimo Titanic, del cineasta que nos ha sorprendido con su efectivo balance entre los grandes espectáculos de género y el talento para contar historias y filmarlas con habilidad e inteligencia, es muy probable que luego de esa deslumbrante primera hora, nos terminemos por acostumbrar a los prodigios técnicos, y nos empecemos a dar cuenta de que el relato y los personajes son un conjunto de lugares comunes que no resiste demasiado análisis. Está bien, quizás Cameron sólo quería ofrecer entretención comercial y escapista dirigida especialmente a un público más adolescente y juvenil que sus anteriores trabajos, pero a estas alturas no es tan disparatado tener mayores expectativas frente a lo nuevo del realizador de títulos como Aliens: el regreso, El secreto del abismo, Mentiras verdaderas, Terminator y su secuela, y, cómo no, Titanic.

Puede que al margen de la espectacularidad de sus escenas de acción y el inagotable despliegue de efectos especiales, ninguna de esas cintas fuera un golpe a la cátedra en términos de análisis psicológico de los personajes o estructura narrativa; pero sin dudas merecen estar en un listado de honor entre algunas de las mejores producciones en sus respectivos géneros en las últimas tres décadas, y legaron a la posteridad no sólo algunas escenas que a estas alturas ya son iconos de la historia del cine (desde el final de Terminator y el striptease de Jamie Lee Curtis en Mentiras verdaderas, a toda la extensa secuencia del hundimiento del Titanic), sino también un puñado de emblemáticos roles llenos de fuerza, humanidad y energía incluso en medio de las situaciones más inverosímiles. Para atestiguarlo, ahí están la teniente Ripley, Sarah Connor y los a estas alturas ya clásicos Jack y Rose.

En Avatar no podemos negar que se nos presenta un grupo de personajes con indudables potenciales y buenos actores a su servicio, encabezados por el carismático Jake Sully de Sam Worthington, un rol que evoca a muchos westerns clásicos, como la misma película. Pero por mucho que los espectadores lleguen a desarrollar sentimientos lógicos de empatía o ira hacia ellos, ninguno de estos personajes puede ir más allá de los clichés, de los lugares comunes que terminan atrapando a la película misma y convirtiéndola en un espectáculo grandioso, pero tremendamente convencional y predecible. OK, Titanic también tenía un guión muy simple y básico, en base a reconocibles estereotipos, pero lograba mantener nuestra atención durante tres horas incluso aunque sabíamos lo que pasaría finalmente con el trasatlántico, y nos permitió ilusionarnos con la felicidad de su entrañable pareja protagónica. En alrededor de 2 horas y media, Avatar pronto confirma la triste sospecha de que su trailer ya nos contaba toda la historia que podía ofrecer el film, y tampoco logra sorprender y remecernos como sí lo hicieron películas que nos cuentan historias similares de cómo los colonizadores amenazan el equilibrio y armonía de un bucólico entorno natural y las tradiciones de sus nativos: por cierto, El nuevo mundo y Danza con lobos, son dos de los nombres que no tardan en asomar en la memoria.

Además de los elementos amorosos que no pueden estar del todo ausentes en una película de Cameron, nos encontramos con algunos de los temas y referentes que ya son habituales en su cine: sus tradicionales mujeres fuertes –en este caso, Neytiri, la doctora Grace y la piloto Trudy-, un personaje que esconde su identidad o se hace pasar por otro, y la tecnología, la modernidad, o simplemente lo desconocido, como elementos que ponen en riesgo a individuos comunes o pacíficos. Y cómo no, un villano de caricatura, aún peor que el Billy Zane de Titanic: el coronel Miles Quaritch, encarnación del fascismo más obvio y ramplón, prototipo del militar recio y despiadado, que no conoce límites y es capaz de tomar café relajadamente mientras bombardea a gente inocente, con lo que las alusiones al recordado coronel Kilgore de Apocalypse now se hacen aún más directas, por si no bastara que la máquina que tripula se llame Valquiria. Un rol que no está a la altura de ese buen y subvalorado actor que es Stephen Lang, quien pudo lucirse mucho más este año en su rol secundario en Enemigos públicos, de Michael Mann. Y por si fuera poco, el guión se permite referencias a la reciente política exterior estadounidense que ya a estas alturas son clichés en sí mismos, como cuando Quaritch arenga a sus soldados diciéndoles que "combatiremos el terror con el terror".

Si se trata de romper los límites de la animación tridimensional, o exhibir una desbordada imaginería en la dirección de arte para retratar la exuberante naturaleza de Pandora, no podemos negar que en el inicio Cameron nos cautiva, haciéndonos compartir el asombro de su protagonista, en la mejor tradición de otros aventureros de la historia del cine que se fascinan ante nuevos mundos y tierras lejanas. Pero es una lástima que luego no pueda ir más allá: son importantes los valores ecologistas y a favor de la tolerancia y el respeto a las culturas originarias que nos pretende transmitir, pero su propuesta es tan naif e infantil que por momentos no pasa de ser una especie de manual new age interestelar ambientado en 2154.

Incluso la banda sonora de James Horner, otro que facturó millones gracias a Titanic, parece ser un espejo de la película: es indudablemente efectiva y atractiva, pero tremendamente predecible al recurrir a todos los clichés esperables, incluyendo sonidos "étnicos" y coros de niños para simbolizar la pureza de los Na'vi, y la infaltable balada de turno para los créditos finales, con miras a ser nominada al Oscar (es curioso que Horner lograra mucho más rotundos aciertos artísticos al componer precisamente la partitura de la ya aludida El nuevo mundo de Malick). Así es Avatar, y aunque Cameron maneje bien el ritmo y la tensión, y por mucho que sus batallas y enfrentamientos estén muy bien "coreografiados" y ofrezcan todo el vértigo y adrenalina que uno podía esperar de ellos, todo ya parece muy repetido en otras producciones similares. No está en duda que este realizador siga siendo garantía de entretención y éxito comercial, pero esta vez su oficio y talento, que pueden dar mucho más que eso, quedan en deuda. Y no, a pesar de todo, Avatar no es una mala película.

Avatar
EEUU, 2009
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Música:
Elenco:

Duración:
James Cameron
James Cameron, Jon Landau, Brooke Breton
James Cameron
Mauro Fiore
James Cameron y John Refoua
James Horner
Sam Worthington, Zoe Saldana, Sigourney Weaver, Stephen Lang
162 minutos
> José Antonio dijo: 13 de Septiembre de 2010 a las 13:26
Excelente análisis. Concurro con lo dicho, y añado que es la misma trama sobre "el noble salvaje", rescatado con la participación central de un blanco "civilizado".
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