Irritantemente impecable El secreto de sus ojos

Por Pamela Biénzobas

Dos reproches principales pueden hacérsele a la película de Juan José Campanella: que no termine cuando debiera, atentando al final contra un ritmo llevado con la precisión de un director de orquesta, y, de manera más global, el ser enervantemente correcta, calculada milimétricamente para conseguir cada uno de los efectos que busca.

La película funciona perfectamente, y ¿cómo no?, si el guión, firmado por Campanella y Eduardo Sacheri, basado en la novela de este último La pregunta de sus ojos, es un producto ejemplar, digno de un manual de escritura.

En más de un sentido, se trata efectivamente de un film modelo, lo que conlleva el riesgo de que el modelo sea más visible que el film. Por eso la mejor complicidad que puede entregarle el espectador no es el apreciar sus logros de realización, sino obviarlos y dejarse llevar; jugar el juego del rompecabezas. La construcción es inteligente y tremendamente ambiciosa. El entrelazamiento temático, por lo demás, es igualmente eficaz: la historia de amor frustrado, el drama del amigo alcohólico, pero también la violencia política y la dictadura en filigrana.

El equilibrio de los distintos planos narrativos es una de las mayores fuerzas de El secreto de sus ojos. Así, en el momento en que la comedia romántica del coqueteo no asumido entre los protagonistas adquiere demasiada preponderancia, la intriga criminal va a pasar al primer plano justo a tiempo. Se va logrando de ese modo un equilibrio también de tono, que pareciera insinuar, cuando puede haber una tendencia a cierto exceso, que la película no se toma del todo en serio, que hay una complicidad en la ironía. Para luego, cuando terminamos por aceptar la comedia, bruscamente ponernos serios.

Ricardo Darín encarna a Benjamín Espósito, un fiscal jubilado recientemente que decide ponerse a escribir, en un principio diciéndose que es para ocupar su tiempo. Pero pronto queda claro que es para exorcisar un fantasma del pasado: un caso que quedó sin resolver, y que de paso tuvo un costo en su amigo y colega Pablo (Guillermo Francella). El personaje, así como la actuación de Darín, tiene suficiente espesor para pasar de la caricatura futil del tipo ingenioso, que siempre tiene la frase adecuada a flor de labios, al hombre enfrentado a cuestionamientos éticos y existenciales, así como a la amenaza de un poder asesino.

Espósito decide volver al juzgado a buscar los antecedentes, y a reencontrarse con su antigua cómplice y amor inconfesado, aunque correspondido: Irene (Soledad Villamil, la compañera de Darín en El mismo amor, la misma lluvia (1999), también de Campanella). A través de recuerdos se va reconstruyendo un caso de una complejidad que toca lo humano y lo político: el escabroso asesinato y violación de una joven. Obsesionado tanto por celo profesional como por un compromiso moral con el esposo de la víctima (Pablo Rago), totalmente devastado, Espósito pronto empieza a toparse con una dificultad inesperada: la violencia institucional de la dictadura. Las amenazas de muerte que pesan contra Irene y contra él mismo, y la desaparición del sospechoso principal (Javier Godino) confinan el caso a los archivos y al tabú. Pero al despertar el pasado, Espósito se da cuenta de que debe resolverlo en el presente, un cuarto de siglo después.

El desafío de los fuertes saltos temporales está asumido con dignidad, tanto de la parte de los actores en la creación de sus personajes, como de la puesta en escena, con un impecable trabajo de arte. La fotografía de Félix Monti acompaña fielmente la complejidad de la película, desde su eficacia clásica hasta sus cambios de tono variando desde el suspenso al romanticismo cargado.

El secreto de sus ojos es un modelo, con el riesgo y también con las virtudes y defectos que implica el término. Un modelo de construcción, de producción y de presentación, que tiene todo para funcionar en un mercado internacional, cautivando un público amplísimo que puede elegir casi por catálogo su motivo de interés. Asimismo, es un modelo de cómo evitar, o más bien combinar, modelos, flirteando con géneros sin adscribir realmente a ninguno en particular. Destinada a un merecido éxito, la película es en cierto sentido como el alumno perfecto que, de tan irreprochable, llega a irritar a sus profesores, que sin embargo no pueden negar la calidad de un trabajo escolar impecable.