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Film Estreno

Las deudas con el mito Violeta se fue a los cielos
Por Leopoldo Muñoz
Para ser justos (aunque la misión del crítico no es trabajar con los ojos vendados y una balanza) hay que reconocer que Andrés Wood –tras el fracaso en boleterías de La buena vida (2008) más que por el número de espectadores por las expectativas cifradas comercialmente- acertó al elegir la vida de Violeta Parra para su sexto largometraje. Los números obtenidos por la producción (aprox. 400.000 espectadores) dan cuenta del vacío que hasta ahora hubo en la recreación cinematográfica de la autora de Volver a los 17. Éxito inobjetable y necesario para las ambiciones del director por realizar un cine que gatille la reflexión en el espectador pero que también seduzca a las masas, aspiraciones que no son poca cosa y por eso Wood es más cercano a la generación anterior, si pensamos en Caiozzi como su referente, que a la actual camada que tiene por socios al digital y el bajo presupuesto. La buena cosecha en taquilla de Violeta se fue a los cielos es significativa para los anhelos de convertir en industria los esfuerzos de productores y cineastas nacionales, en especial si se toma en cuenta la baja asistencia lograda por el audiovisual en las últimas temporadas. Sin embargo, como en toda biografía lo que importa es cómo se presenta al personaje retratado, qué acentos tiene y de qué se tiñe la historia, y en esa senda hay mucho que discutir a diferencia de la benevolencia mayoritaria de las críticas nacionales respecto a Violeta…. Pareciese que la buena prensa de la que disfruta Wood y la gigantesca figura de Violeta Parra provocan la genuflexión espontánea, pero aún así han surgido voces disidentes a la versión de Wood como las expuestas por Tita Parra y Pedro Messone, nieta y amigo íntimo de la atribulada creadora que terminó sus días con un balazo suicida. Disconformidad que también se debiese manifestar frente a su presurosa nominación de Violeta… como la candidata chilena al Oscar si se toma en cuenta una atractiva temporada de estrenos nacionales como Música campesina, Lucía o Ulises.
No es raro que Wood haya elegido a Violeta Parra, conocida fundamentalmente por su genialidad en el folclor. El cineasta, que en su dos últimos filmes ha sucumbido a una mirada desconfiada y no muy compasiva con sus protagonistas, ya había explorado las costumbres campesinas en El desquite, adaptación de la pieza teatral homónima de Andrés Pérez sobre un texto original de Roberto Parra (hermano de Violeta, por cierto). Así, la tierra y la muerte retornan al imaginario del director y tienen su mejor expresión en los primeros minutos de esta película con la desconcertante caminata de Violeta por los cerros, donde seguida por uno de sus hijos simula caer fulminada. Momentos breves pero que muestran una libertad y frescura en el juego de imágenes inédita en la obra del director y que se percibe en la poética senda del registro del Maule hecho por los hermanos Bustamante. En retrospectiva, se puede aseverar, sin saña, que los comienzos de las películas de Wood (La buena vida y La fiebre del loco son los epítomes) superan en ingenio al resto del metraje, a excepción de Machuca. Más que honrosa salvedad porque se archiva como el filme más personal del realizador.
El problema es que en Violeta..., a diferencia de cómo se enhebra la fábula de amistad colegial en Machuca, tras ese notable prólogo, Wood subestima la inteligencia del espectador. La puesta en escena y el montaje olvidan cualquier tentativa de marcar el ritmo narrativo a partir de la insinuación y la sugerencia, y optan por remarcar cada hito o situación de la protagonista como si el público no entendiese o no creyera de manera instantánea la verdad oficial que se enmarca en la pantalla. Los ejemplos saltan a la vista. Si el padre de Violeta ebrio e iracundo agarra una guitarra y la rompe contra cada mueble de la casa familiar (adaptada como bar y quinta de recreo) –instante violento y potente que marca el carácter de la protagonista según el guión- resulta completamente innecesario proyectar tal escena en cámara lenta. ¿O acaso Wood piensa que los espectadores no son capaces de entender la magnitud de lo ocurrido? Son esos énfasis, como la repetición del rostro infantil de Violeta Parra manchado con maqui o la machacante alegoría entre la gallina y gavilán –metáfora extraída sin pudores de la canción El gavilán de la compositora-, los que disminuyen cualquier sorpresa al ser un retrato compuesto a partir de la obviedad de cierta óptica sobre la folclorista.
Tampoco es excusa el argumento de un celoso rigor histórico, punto que ha generado más de una discrepancia a pesar de que el argumento está basado en el libro homónimo de su hijo Ángel Parra, ni menos válido resulta esgrimir que el vuelo de la imaginación son dañinos para los biopics. Sino basta observar Taurus (2001) o El Sol (2005) de Aleksandr Sokurov, donde se nos invita a experimentar el desconcierto que provocan grandes protagonistas del siglo XX como Lenin y el emperador Hiroito, respectivamente.
Un punto sensible, y que curiosamente no ha despertado polémica alguna, aparece en cómo se presenta el fallecimiento de Rosa Clara, la hija de Violeta. La exhibición de la muerte de lactantes no es nueva en la filmografía de Wood, de hecho, quizás la visión más amarga de La buena vida brota en cómo perece la guagua de una indigente. Tono pesimista y crudo que se repite con la retoño de Violeta, que si bien es un hecho histórico que ella estaba en Europa cuando ocurrió el deceso, no es fácil admitir que los hechos sucedieron como revela la película. Más allá de la indolencia de los adultos a cargo de la niña (suposiciones de esta recreación que muestran a Luis Arce, marido en ese entonces de Violeta, al borde de la negligencia criminal) llama la atención la escasa repercusión de esta tragedia en el personaje que encarna Francisca Gavilán.
Tal vez una de las explicaciones para comprender este vacío dramático, al igual que el nulo alcance político respecto a la influencia de Violeta en nuestra sociedad –el chiste de la sangre roja y comunista es la mayor alusión al respecto- se ilustra en la estrategia narrativa utilizada por Wood que se sustenta en el salto temporal. Modernismo (si es que cabe este adjetivo a un recurso ya añoso) que más bien parece ser una táctica oportunista para no enfrentar el enorme desafío de ir paso a paso con la vida de Violeta, en especial si se considera que esta es la primera biografía de la artista con alcances masivos. Y se quiera o no, existe una responsabilidad trascendente –también en sus beneficios como salta a la vista en boleterías- al exhibir un material fílmico que en décadas más tarde va ser considerado un documento histórico. Sin duda, al realizar una biografía es imposible complacer a todos. Lo que si se puede exigir como espectador es que el cineasta del biopic se aleje del pintoresquismo rural (pobreza, suciedad, alcohol) y de los obvios significados (el colmo es la reincidencia por enfocar las marcas de su rostro, para hacernos creer que se sentía fea y desdichada) para la reconstrucción de un mito que aún nos resulta desconocido a las nuevas generaciones. Al parecer el desafío para llegar a conocerla, y más importante todavía para apreciarla, sigue pendiente en el cine chileno.
Violeta se fue a los cielos Chile, 2011 |
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Dirección: Producción: Guión: Fotografía: Montaje: Música: Elenco: Duración: |
Andrés Wood Ruth Orellana A.Wood, E.Altunaga, G.Calderón, R.Bazaes Miguel Ioan Littin Andrea Chignoli A.Parra, C.Spasiuk, J.M.Tobar, M.Miranda Francisca Gavilán, Roberto Farías, Thomas Durand, Gabriela Aguilera, Marcial Tagle 110 minutos |
- > Juan Andrés dijo: 19 de Diciembre de 2012 a las 15:25
- Me alegra encontrar esta crítica. Escribí sobre la película la semana pasada (se acaba de estrenar en Uruguay) y comparto muchas ideas con lo que dice Leopoldo Muñoz acá. No estamos solos.
Les dejo el link a la crítica por si les interesa: http://www.paraver.com.uy/gavilan-gavilan-que-me-muero-gavilan/
Saludos,
juan