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Film Estreno

Feria de antigüedades Un caballo llamado Elefante

Por Jorge Morales

En 2003, cuando Andrés Waissbluth debutó –valga la redundancia- con Los debutantes, el cine chileno se encontraba en un momento de transición. Los años 80 y 90 habían tenido sonoros y millonarios fracasos –de público y crítica- con propuestas ambiciosas pero de débil factura y una pobreza franciscana en ideas, punto de vista y narración. Los únicos grandes éxitos, El chacotero sentimental (1999) y Sexo con amor (2003), adolecían de casi todos esos males, pero habían logrado conectar con un público mayoritario listo para el consumo fácil de comedias verdes. Los debutantes se parecía menos a esas películas que a las que llegarían luego con una camada de realizadores jóvenes como Fernando Lavanderos con Y las vacas vuelan (2005) o Sebastián Lelio con La sagrada familia (2006). Luego Andrés Waissbluth realizaría 199 recetas para ser feliz (2008) una "provocadora" cinta, pero tan inconsistente desde el punto de vista dramático –como instalar la idea de que un ménage à trois puede ser una forma de duelo- que terminaría por eclipsar sus modestos aciertos previos.

Han pasado 8 años desde 199 recetas… y el cine chileno -aunque sigue divorciado del público- se pasea por los festivales del mundo con éxito y en general con buenas (y sobrevaloradas) críticas. Hay algo innegable entre casi todos los nuevos realizadores. Para bien y para mal, saben lo que quieren. Es un cine que trasluce sus propósitos, no anda "experimentando" ni siquiera cuando experimenta. Pueden ser películas mediocres, pero hay un cierto refinamiento en esa mediocridad. Hay poca intuición y mucho cálculo, pero aciertan más. Es un cine "fresco", pero a base de aire acondicionado.

Un caballo llamado Elefante, la nueva película de Waissbluth, parece venir de otro mundo. No sólo por lo evidente (dirigirse al público infantil y preadolescente, un nicho casi inexplorado en el cine latino) sino por (volver a) experimentar con una fórmula fracasada en todos los sentidos, la que podríamos llamar "dramaturgia" de la coproducción latinoamericana. En otras palabras, construir una historia (en este caso alrededor de un circo) que permita reunir actores de toda Latinoamérica para lograr vender el mismo producto en diferentes países. Una idea cuyos resultados dramáticos y comerciales se repiten casi indefectiblemente: filmes académicos y un negocio infructuoso para todos. La multiplicidad de acentos y nacionalidades reunidas en Un caballo llamado Elefante evita establecer con claridad su época histórica y su pertenencia geográfica. La inexactitud temporal (algunas camionetas modernas o el banano del niño, no corresponden supuestamente a mediados del siglo 20, la época donde pareciera transcurrir) o la nula alusión a Chile, le restan una identidad que si bien no es su problema principal, marca la absurda idea de pretender ser "universal". Porque la película parte sin piso no queriendo afirmarse en lo mínimo: en dónde y cuándo nos encontramos. De hecho, pensar en el circo como un espectáculo mágico y deslumbrante (una idea que la película aspira pero no logra concretar), ya es un anacronismo. Al menos en Chile, el circo representa más un show en decadencia que un fenómeno de variedades en ascenso. Y por cierto, ¿cuántos niños han asistido al circo alguna vez? Ese imaginario generacional casi requeriría una explicación.

Por otro lado, el argumento es tan básico –rescatar un caballo- que tiende a estancarse de inmediato porque los niños no parecen decididos a liberarlo –incluso ni siquiera defienden que se trate de su propio caballo frente al dueño del circo que, en principio, se muestra como una persona honesta y justa (aunque su irreprochable moral inicial parece desmoronarse fácilmente a posteriori)-. Lo cierto es que todos los adultos de la película se ven como gente desagradable, amargada y hasta criminal. Más que una visión desencantada del mundo (o que el arquetipo del malo hubiera contagiado a todo el elenco), pareciera que Waissbluth no tuviera ningún punto de vista que quiera traslucir a través de esta historia. En ese sentido, cuesta ver ese impulso tan siútico que llamamos inspiración. Un caballo llamado Elefante parece menos un sentido relato infantil personal o arquetípico (o ambos) que un desmañado producto con fines comerciales algo ingenuos. Porque cuesta mucho creer que un producto demodé, elemental y de tan pobre presencia (la discreta dirección de arte, sus rudimentarios efectos especiales) enganche con el target de un público que anda atrapando pokémones con su celular.

Curiosamente, Un caballo llamado Elefante está muy cerca de ese rancio cine ochentero que Andrés Waissbluth ayudó a sepultar con Los debutantes. Al margen que se trate de una cinta para niños, la audacia más o menos buscada, más o menos conseguida de sus primeros filmes, no se ve acá por ninguna parte.

Un caballo llamado Elefante
Chile-Colombia-México, 2016
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Música:
Elenco:

Duración:
Andrés Waissbluth
Matías Cardone, A. Waissbluth y más
A. Waissbluth, M.A.Labarca, Daniel Laguna
Enrique Stindt
Jorge García, A. Martínez, Soledad Salfate
Camilo Sanabria
Tomás Arriagada, Joaquín Saldaña, Ana Sofía Durand, Miguel Rodarte
80 minutos

 

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