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83 / Ochenta y tres Remake

Por Jorge Morales

Hacer un cambio de la revista de la magnitud que estamos llevando a cabo (nuevo diseño, nuevo programa, nuevo hosting) debería ser motivo de celebración. Pero, a decir verdad, el proceso por el que atravesamos para lograr este renacimiento tuvo una serie de problemas, costos personales para amigos y compañeros, mucho desgaste y estrés ante situaciones inesperadas, que, en principio, sólo podemos suspirar aliviados y sonreír con cautela. No quiero ser aguafiestas sino asumir que, aunque estamos contentos, las circunstancias adversas que se presentaron –por responsabilidad colectiva, directamente mía como líder del equipo o por la incomprensión de quienes nos financiaron- sólo pudimos superarlas gracias a la generosidad de todos y cada uno de los involucrados.

Por eso, esta transformación viene de la mano de una encrucijada, de una ecuación casi imposible de resolver: cómo dar el salto de ser un proyecto eternamente filantrópico a un medio comercialmente sustentable. Porque sostenerse en el tiempo sólo por el idealismo de sus miembros, es un sueño condenado a desaparecer. Quizás ese destino no sea malo en sí mismo. Después de todo, toda empresa tiene su ciclo de vida. El punto, sin embargo, es que mientras todas las áreas del cine se desarrollan exponencialmente, la prensa y crítica cinematográfica sigue siendo un sector informal que debe mendigar espacios en los diarios y sostenerse ad honorem en Internet. Es cierto que esta situación no sucede solamente en Chile, y que la crítica como oficio va en retirada en otros países, supuestamente, por la proliferación de blogs y sitios de Internet (lo que no deja de ser una ironía). Pero la realidad es que en Chile nunca hemos gozado editorialmente con medios críticos especializados en cine que no tengan sus días contados.

Leyendo los valiosos artículos del crítico filipino Alexis Tioseco que publicamos en este número, y el texto de Gabe Klinger sobre la muerte de Alexis y su pareja, la crítica eslovena Nika Bohinc –un sentido recuerdo que perfila con claridad cómo eran estos dos destacados críticos jóvenes-, si bien la situación cinematográfica en sus respectivos países es diferente –y en algún sentido diametralmente opuesta a la nuestra-, hay más de un elemento común desde el punto de vista de la crítica. Por un lado, el esfuerzo por argumentar y analizar el cine nacional desde una perspectiva menos caprichosa y condescendiente que la puramente superficial (como quedarse pegado en el tema de la duración de una película, que en el caso de Alexis Tioseco y el cine filipino adquiere mucho sentido) y por otro, la batalla por la independencia editorial a la que dedicó grandes esfuerzos Nika Bohinc. A su manera, ambas posiciones son conciliables a la lucha –sin querer darle ningún tinte heroico a la palabra, pero lucha al fin- que debemos enfrentarnos para darle vida a Mabuse en un ambiente particularmente inhóspito, donde los cineastas tienen la epidermis muy fina (nadie luce su cuero de chancho) y una oferta de publicaciones más pendiente de la televisión que del cine.

En diciembre, Mabuse cumple siete años, y ochenta y tres –el misterioso número que lleva esta edición (todavía en marcha blanca)- son la cantidad de meses que llevamos en línea. Como no queríamos depreciar nuestro pasado, y en reconocimiento a la cantidad de material que hemos publicado (y que estará nuevamente disponible por completo en un corto tiempo más), la edición 83 es el primer número de la que esperamos sea una nueva etapa de la revista donde logremos encontrar la forma de asegurar la permanencia de este espacio en el tiempo. No es una tarea fácil, pero estamos seguros que quienes nos han leído durante tantos años y quienes nos descubrirán de ahora en adelante, encontrarán en Mabuse un medio que asume la crítica y los fenómenos sociales asociados al cine con seriedad y profundidad; un capital sobre el cual no estamos dispuestos a transar.

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