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No son todos los que están Oro y pirita

Por Jorge Morales

En nuestra clásica votación de las mejores películas del año, a la que convocaremos como siempre a la más amplia mayoría de críticos nacionales –una encuesta que hemos realizado sagradamente desde el 2003 y que publicaremos próximamente- tendremos como en otras oportunidades una sección dedicada a las cintas más destacadas que nuestros especialistas hayan visto fuera de los estrenos comerciales, ya sea en festivales, DVD, internet, etc. Cuando pensaba en mi elección personal de ese apartado, la primera película que se me vino a la cabeza fue Recuerdos de una mañana, de José Luis Guerín, que tuve la fortuna de ver en la última edición del Festival de Valdivia. Este filme de sólo 47 minutos fue parte del Jeonju Digital Project, una iniciativa del festival coreano en que se convoca a tres destacados cineastas para que realicen tres cortos en formato digital que luego se exhibirán reunidos como un largo en el mismo certamen.

Recuerdos de una mañana es una pieza que destila emoción mostrando el impacto que provocó entre los vecinos de un barrio de Barcelona el suicidio de un músico que se lanzó de la ventana de su departamento. Lo más sorprendente es que Guerín –un compulsivo recopilador de imágenes con las que ha construido varias de sus películas- había grabado al músico tocando violín en ropa interior en su casa mucho tiempo antes de su muerte. ¿Cómo ocurrió semejante coincidencia? Porque Guerín vive en el edificio de enfrente. En otras palabras, el realizador catalán –aparte de ser un auténtico (y peligroso) voyeur- apenas si salió de su casa para filmar esta cinta.

Recuerdos de una mañana

Se suele decir y repetir con cierta inocencia que gracias al desarrollo de la tecnología digital cualquiera puede hacer una película. Es verdad, pero la calidad del resultado cinematográfico sigue siendo una prerrogativa del talento de su ejecutor. No es que Guerín sólo tuviera una cámara disponible y se topara con un drama humano a la vuelta de la esquina, sino que es la sensibilidad que tuvo para escoger y convertir esta tragedia en un documento poético lo que hace la diferencia.

En ese sentido, si bien el desarrollo de las herramientas cinematográficas ha permitido el florecimiento de un montón de cineastas en ciernes que antes no contaban con los recursos para realizar una película, no todos son artistas incomprendidos ni genios segregados por la injusta y miope distribución comercial. Simplemente algunos realizadores hacen películas que no dan la talla para entrar al circuito de exhibición por su propia inoperancia estética y narrativa y no simplemente por la crueldad del mercado.

Pensaba sobre eso cuando miré de reojo la programación del Festival de Cine B –al que no pude asistir porque me encontraba fuera de Chile-, un evento que propone editorialmente mostrar el cine que queda fuera de los circuitos comerciales, y que tenía, en esta oportunidad, la impresionante cifra de 700 cintas en exhibición. Una cantidad que puede resultar engañosamente atractiva, pero que de tan inabarcable parece no tener filtro. Se quiera o no, la sobreabundancia termina por opacar el cine que realmente vale la pena ver. No cabe duda que una parte de las películas programadas fueron buenas, como también es obvio que una buena cantidad –por mero cálculo estadístico- deben haber sido bodrios indiscutibles o material descartable. Dejar al público la tarea de hacer su propia curatoría (con 700 películas no queda otra alternativa), es desligarse de la facultad de diferenciar el oro de la pirita.

Vikingo

En la versión anterior de Cine B, se manejó una cifra más "sensata" (500 películas), pero como la organización fue mucho peor –el catálogo online estuvo disponible apenas un día antes de que terminara el festival- costaba mucho orientarse sobre lo que se estaba mostrando. Sin embargo, fue allí donde tuve la oportunidad de ver la que a mi juicio fue una de las mejores películas del año pasado: Vikingo, del argentino José Campusano. A la función que asistí no había más de diez espectadores, pese a que en el certamen se le estaba haciendo una muestra retrospectiva al director. La historia de Vikingo tiene como eje central la vida un rudo motoquero (el "Vikingo" del título) que vive con su familia en una zona pobre de la periferia de Buenos Aires donde recibe a un forastero en desgracia que es mirado con sospecha y desconfianza por su pandilla. Pese a que la cinta tiene algo del western (la idea del "intruso" que viene a desequilibrar un orden preestablecido es un elemento clásico de las películas de vaqueros), el mundo que muestra no se parece en nada a que uno haya visto antes. Así como las motocicletas hechas a mano con repuestos brujos que ocupan estos motoqueros marginales (que, por contraste, son una mofa a esas aburguesadas pandillas chilenas de millonarios dueños de Harley-Davidson), la película transmite una autenticidad y libertad de espíritu difícil de encontrar.

La productora de Campusano se llama Cinebruto y en su declaración de principios, como en pocos manifiestos fílmicos, se resume exactamente lo que se traspasa a través de la pantalla "a fuerza de experimentar hemos optado por la incertidumbre, el azar y el riesgo latente, como nuestras herramientas de cabecera. Podríamos decir que nuestro lema es: se filma o se filma". Esa última frase no significa el acto gratuito de filmar por filmar sino de no rendirse frente a cualquier obstáculo. Una compulsión que sólo tiene sentido en la medida que sus resultados sean como los de Vikingo, donde la fuerza de sus imágenes es más poderosa que los ripios de un trabajo de cierta precariedad, pero lleno de vida.

La energía y singularidad del largo de Campusano o la delicadeza del corto de Guerín no es totalmente infrecuente, pero no se encuentra a cada rato. Por lo tanto, la mejor manera de apreciarlos, es darles el espacio, el aire y la preponderancia que los distinga para que tampoco se pierdan y confundan con la marea de mercachifles cuyo único "mérito" es haberse quedado fuera del sistema.

 

> caspe 47 dijo: 01 de Enero de 2012 a las 16:41
¿Destilar emociones? ¿A qué emociones se refiere, amigo? ¿Cree de verdad que es emocionante ver como un puñado de vecinos dicen lo que les viene en gana sobre una persona enferma, débil e indefensa? Por favor, Morales, el cine hay que saber verlo...
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