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Los caminos del cine Irse por las ramas

Por Jorge Morales

Hace varios años compré en una feria un carrete de 16 mm sin sonido con imágenes sin editar de un reportaje, noticiario o documental, de origen francés o canadiense (ambas cosas imposibles de determinar) sobre algunos hechos "rutinarios" ocurridos durante la Unidad Popular: el cierre de la campaña de un diputado demócrata cristiano, un almuerzo al aire libre de algunas figuras muy reconocibles de la época (el Choro Soria y Régis Debray) y una joyita, la visita de Fidel Castro y Salvador Allende a Tierra del Fuego. Naturalmente era este fragmento –que además era el que se asomaba en el extremo de la cinta- el que me tenía más animado. Sin embargo, después de verlo mi entusiasmo inicial se disipó. El material no era de lo mejor y seguramente correspondía a algunos descartes del montaje final para el que fue filmado. Lo que más me llamó la atención, sin embargo, era una de las tomas de la secuencia de Allende y Castro donde justamente no aparecía ninguno de los dos. Cuando ambos mandatarios –las dos figuras políticas más relevantes y emblemáticas de la izquierda en ese minuto en el mundo- conversan y miran las Torres del Paine, el camarógrafo, sin ninguna razón aparente, deja de enfocarlos y empieza a mostrar un árbol que está a un costado, perdiéndose durante largo tiempo entre sus ramas hasta llegar a las nubes y el cielo.

El director José Luis Torres Leiva me cuenta una situación similar en El cielo, la tierra y la lluvia, su primer largometraje de ficción: una niña corre detrás de un perro y ambos desaparecen entre los pastizales cubiertos por la neblina. Pero la cámara que los sigue, los abandona y se queda pegada en un árbol al que empieza a recorrer lentamente por sus ramas.

-Me fui por las ramas –se ríe Torres Leiva como estableciendo un simple y muy gráfico marco definitorio para su personal propuesta cinematográfica. Decisiones que van en contra de la concentración racional del relato y que ocupan estos elementos que dispersan como parte de una estrategia narrativa en que a lo insignificante se le dota de sentido.

No es que el cine en su formato clásico haya agotado sus posibilidades (de hecho Hollywood semana a semana nos demuestra que es el mayor "reciclador" del planeta), pero para ensanchar sus márgenes, hay que irse por las ramas. Probablemente uno de los más acicalados insultos encubiertos de la crítica de cine sea decir que una película es "academicista" que no es otra cosa que evidenciar que un filme, en rigor, sigue las reglas. O sea que hace tan pulcramente la pega que no crea nada nuevo, que el director no arriesga ni pone nada de sí mismo. Plegarse a un muy cerrado cuadro de normas tiende a adormecer la creatividad. Cuando ese anónimo camarógrafo decide inconcientemente darle la espalda a la Historia -o "hacerse el artista"- y abrirse a la belleza del entorno no hace otra cosa que responder a sus instintos. La fórmula y el cálculo es, por el contrario, el fin del instinto y el festín de la especulación.

Esto me hace recordar la pelea de dos grupos de montañistas chilenos rivales –uno encabezado por Mauricio Purto y otro por Rodrigo Jordán- que escalaron simultáneamente el Everest en 1992. La expedición de Purto se llamaba "La ruta lógica" y seguía el trayecto que resultaba más sencillo o "lógico" dadas las complejidades del ascenso. En cambio, el grupo de Jordán tomó una ruta alternativa mucho más difícil y peligrosa, es decir, una ruta "ilógica". El bochonorso resultado ya es conocido: Jordán llegó primero y los tipos terminaron insultándose a más de 8.000 metros de altura.

En realidad, no hay nada de malo en seguir la "ruta lógica" en el cine. Mal que mal es el cine que más tiempo ha sobrevivido y desde el que de cuando en cuando nace una obra valiosa y hasta imprescindible. Pero es probable que quien no tome el camino de siempre –aunque demore más tiempo, se equivoque más y sea incomprendido- llegue muchísimo más lejos. Lo único que es completamente aplicable de la ciencia al arte es que quiénes rompen los cánones establecidos son los que abren la posibilidad de avanzar. Pero en el caso del arte, el avance no está relacionado con el progreso –el cine no "mejora" con los años- sino con la libertad. Quien experimenta nuevas formas –ni siquiera porque este empeñado en experimentar sino porque le sale así- demuestra que aunque parezca que lo hemos visto todo, nunca terminaremos de aprender. Desde luego no todos tienen el talento o la visión para ensanchar el cine –la vanguardia también es refugio de los farsantes- por lo que distinguir la impostura de lo auténtico nunca será tarea fácil. Pero, bueno, eso es otra historia.

En la entrevista que publicamos al director Carlos Reygadas, Jorge Letelier le pregunta sobre su insistencia a trabajar sin actores, negativa que le impediría entrar en los grandes estudios. Reygadas dice:

-No, para nada, porque yo no quiero hacer cine mainstream. Es como si te dedicas a tocar la flauta y grabas discos, eso es todo. No por eso te querrás convertir en Britney Spears o The Who. Nada, tocas la flauta y ya está. Esa tendencia tan fuerte en el cine de pensar que es un objetivo en sí mismo de que te vea el mayor número de espectadores me parece un error. Eso está bien para el cine espectáculo o el cine producto. Si no haces un producto, evidentemente el fin no es que te vean lo más posible.

Puede parecer de perogrullo, pero no es la meta de todos los cineastas trabajar en Hollywood. Y Reygadas, al menos por ahora, es otro que prefiere irse por las ramas.

Publicado el 23-10-2007

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