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San Sebastián 2009
La pantalla como superficie
Edición N° 83

Lacuesta, Fanego y Goetz Los tres desentierros de Ezequiel

Afiche de Los condenados

Los actores argentinos Daniel Fanego (Salamandra) y Arturo Goetz (El asaltante), y el director español Isaki Lacuesta, exponen su visión sobre la película ganadora del Premio Fipresci del Festival de San Sebastián 2009. Aunque con opiniones divergentes en lo político, mientras preparaban la cinta, sus visiones y posturas alimentaron el proceso, y aportaron los matices a una obra que pareciera plantear preguntas no en busca de respuestas sino de debate.

Por Pamela Biénzobas

Esta conversación se inició con los dos actores protagónicos y posteriormente se unió el director hispano.

-¿Cómo llegaron ustedes a este proyecto, y cómo sintieron el hecho de que un español pusiese en escena esta historia?

Arturo Goetz: Primero me dio un poco de temor hacer una película de un español contando un tema muy sensible y tan nuestro. Ayer la vi por primera vez y quedé bastante más tranquilo. Creo que es útil que se discuta la película. Va a levantar bastante polémica en nuestros países; no todos van a estar de acuerdo.

Daniel Fanego: La primera sensación que tuve cuando me llegó el guión fue "¿quién es esta persona que quiere hacer esto?". Personalmente me ha tocado en suerte tener que ser jurado de guiones de teatro político, soy uno de los fundadores del Teatroxlaidentidad (N. de la R.: Colectivo que apoya a las Abuelas de la Plaza de Mayo en la búsqueda de hijos cuya identidad fue cambiada) y he leído tanta cosa específica del tema que estaba con la vista un poco afilada para este tipo de materiales. Cuando me llegó el primer guión tuve un cierto recelo, más que temor.

A partir del conocimiento con Isaki y su obra, ya me interesó el personaje del director. Aquí hay un tipo valioso, hondo, afilado, que no es ingenuo a la hora de filmar, que me está ofreciendo esto. Los correos electrónicos iban y venían, hasta que viajó con Isa Campo, su mujer y guionista, y estuvimos trabajando sobre el guión, sobre los materiales que habían inspirado el guión, y de a poco se me empezó a despegar la película de un tema nacional.

Todo el tiempo mi tarea como personaje protagónico, al tener ese viaje de un lado hacia el otro, ese camino del héroe, entre comillas, fue tratar de comprender esto más como un relato metafórico. Por un lado se desinscribe, en la metáfora, y por otro se inscribe: cuando presentamos voces argentinas, un decorado determinado como la selva, aparece una inscripción concreta; o cuando uno dice "ETA".

La Leyenda del tiempo (2006)

Lacuesta hace lo mismo en La leyenda del tiempo, pero al revés: te vende que tiene un documental y luego te encuentras con un material en alguna medida ficcionado. Aquí este material está ficcionado, y desinscrito. Pero con los cuerpos, las voces y los decorados vuelves a encarnarlo. Hay una cierta trampa dialéctica que me parece que es lo que permite que se abra el debate, porque si nosotros hubiéramos hecho una película sobre los Montoneros, las FARC, el MIR, los Tupamaros o alguna de las guerrillas que hubo, hay o habrá inscrita histórica y geográficamente en un determinado lugar, hubiéramos tenido que hablar de política, y ésta no es una película política, si es que hay algún cine que no sea político, pues creo que el hombre en todos sus aspectos culturales se pronuncia políticamente. Creo que Isaki acá se pronuncia de alguna manera, y pone en interrogante la validez de la violencia armada como forma de resistencia. Pero a mi juicio no es una película eminentemente política, sino una metáfora moral. Y me parece que está bueno que tenga estas trampas, porque si no, no sé si se produciría el debate.

Arturo Goetz: Yo en cambio sí creo que es una película política y que toma una posición en contra de la violencia armada. No es explícita, pero creo que es ése el mensaje. Y también habla de las culpas y los grises. Eso es lo que le encuentro mejor a la película: los grises. No es Hollywood esto. Hay matices, hay historias, hay cosas que no se han revelado, que a lo mejor vale la pena que se digan…

Isaki Lacuesta entra en ese momento y, al saber mi nacionalidad, inmediatamente destaca el trabajo del director de fotografía chileno Diego Dussuel (con quien ya había trabajado en La leyenda del tiempo).

-Hablábamos sobre la dimensión política de la película. ¿Cómo trabajaste esa universalidad al mismo tiempo específica?

Isaki Lacuesta: Lo específico acostumbra repetirse inevitablemente. La película no habla de un grupo ni de un país concreto sino que habla de conflictos morales personales, de los individuos, de cómo tenemos que afrontar las decisiones y las consecuencias que van a comportar. Que incluso las mejores intenciones comportan a menudo fatalidad y desgracia y dolor. Y eso es muy universal.

-Pero en algún momento decidiste instalarlo en Argentina, de manera identificable, en vez de hacerlo en España. Le diste un contexto. ¿Tuviste el temor de transmitir una mirada de extranjero, de europeo hacia Argentina?

Isaki Lacuesta: Me daba más temor esta visión de qué hace un español de treinta años hablando de un tema así que no le corresponde. Y en todas las conversaciones era la primera pregunta. Para mí son temas que nos tocan a todos, y había que ser muy prudente en escuchar mucho, pues seguro que del primer guión al definitivo había miles de cosas que se habían pasado por alto y miles de matices que han aportado ellos (Fanego y Goetz) y otros actores y amigos.

Arturo Goetz, Isaki Lacuesta y Daniel Fanego (Foto: Carlos Pérez)

En 2003 estuve por primera vez en Argentina, y recorriendo un poco Paraguay y Uruguay. El mismo año estuve filmando la primera excavación que se hacía en la zona del Ebro con criterios arqueológicos para encontrar cuerpos de la Guerra Civil. Luego la prohibieron y terminó siendo clandestina. Venía muy impactado de todas las historias que me habían contado amigos argentinos y pensé hacer una película que se llamara Fosa común, mostrando tres historias distintas que podían ser la de España de los años 30, la de Argentina en los 70 y una historia bosnia de los años 90, y cómo aunque había cosas que no tenían nada que ver entre ellas, había vínculos, situaciones que se repetían.

A medida que fue pasando el tiempo todo esto se fue decantando en una película de ficción: algo mucho más narrativo, con estructura de relato, donde podíamos contar estos temas que me inquietaban e interesaban.

Si la hacía en España, ¿en qué contexto? La guerra civil hubiese hecho mucho más difícil ligarlo con el presente. En el caso de la historia de ETA, sigue en presente. Me interesaba ese lapso de treinta años de los personajes que perdieron la batalla.

-La película trata de una manera muy sensible e inteligente a la generación siguiente. ¿Qué espacio le quisiste dar a eso, y por qué? ¿Tiene que ver con tu pertenencia a una generación?

Isaki Lacuesta: No era una cuestión de dar una mirada de mi generación, sino la de "otra" generación. Me interesaba que hubiera conflicto entre la gente que protagonizó aquellos hechos en primera persona, pero que también se viera el conflicto entre las dos generaciones y dentro de la generación de los jóvenes.

En el fondo era la idea de una película coral con un abanico de perspectivas. En el caso de los jóvenes es acaso lo más evidente: los personajes de Pablo y Silvia arrancan desde extremos más contrarios. En la película hay dos figuras ausentes: Ezequiel (el desaparecido) y Silvia (su hija), que está ausente por voluntad propia. Martín está tratando de conducirla hacia lo que le interesa, de pasarle el testigo de su legado a Silvia.

Bárbara Lennie en Los condenados

-¿Cómo planteaste dramática y visualmente el tratamiento de la tensión y del suspenso tan fuerte en Los condenados? Se habla desde el comienzo de un secreto, pero no es eso lo que crea el suspenso, pues aunque se adivina muy rápido de qué se trata, la tensión sigue ahí.

Isaki Lacuesta: Hay gente que no lo ve, y sospecho que tú lo entiendes por el hecho de ser chilena. Siempre he pensado que el suspenso debería estar no en qué es lo que pasa, pues en general el espectador llega al cine sabiéndolo, sino en el por qué.

Creo que lo más complicado era lograr el equilibrio entre lo explícito y lo no explícito. En el primer guión todo era mucho más subterráneo que ahora, y ellos me decían "no se entiende un carajo". Añadimos bastantes cosas y procuramos que haya el suficiente asidero para que el espectador pueda comprender y seguir lo que está ocurriendo, y al mismo tiempo que haya muchos huecos como para que el espectador pueda proyectarse y dilucidar por sí solo qué es lo que ocurrió, y sobre todo qué motivaciones les mueve. Casi no hay ninguna secuencia en que ellos cuenten por qué hacen las cosas. Incluso entre nosotros diferimos sobre las razones que mueven a los personajes.

Premio Fipresci San Sebastián 2009
Los condenados de Isaki Lacuesta

Recogiendo los escombros

Por P.B.

¿Qué sentido tienen cavar y cavar para exhumar un cuerpo enterrado treinta años antes, con el fin de enterrarlo de nuevo? La pregunta es planteada sinceramente en Los condenados, que gira en torno a una excavación, disfrazada de trabajo universitario, para encontrar los restos de un revolucionario asesinado en la selva. Aunque el elenco y el contexto indican que se trata de Argentina, en términos generales la película podría transcurrir en cualquier país que haya sufrido la represión militar en el pasado reciente.

Uno de los principales logros del guión es el de construir una historia concreta, con personajes complejos, que no deja de ser fundamentalmente universal, al punto de que nunca se sienta una mirada de extranjero (viniendo de Lacuesta y su co-guionista Isabel Campo, ambos españoles). Los condenados toma un gran tema, que ha sido tratado una y otra vez en distintos países (aunque demasiado menudo no a la altura del contenido), y sin simplificarlo lo transforma en un vehículo para explorar aspectos básicos de la naturaleza humana. Lo más importante es que lo hace a través de los medios del cine.

Arturo Goetz y Daniel Fanego en Los condenados

El argumento lleva a Martín de vuelta a su país tras largos años en exilio, para encontrarse con Raúl en la selva, en el lugar donde alguna vez escaparon a una masacre. Poco antes, una excavación oficial encontró los cuerpos de otros revolucionarios, pero Ezequiel aún no aparece. Un grupo de estudiantes de arqueología, veinteañeros dirigidos por Raúl, junto con la madre y la viuda de Ezequiel (pero no su hija, que ya no quiere más), y la viuda de otra víctima, están reunidos en una casona en medio de la naturaleza. Raúl y Martín comparten un secreto respecto al día de la matanza, que uno puede imaginarse desde el comienzo. Sin embargo, la tensión es permanente, y poco tiene que ver con la información, sino con las emociones. La culpa, el reproche, el resentimiento, la rabia, el arrepentimiento, la negación, la esperanza… Para las víctimas, sus familias y también para los que vendrán, no se trata sólo de un asunto de memoria, sino de presente; de cómo vivir hoy y mirar hacia el futuro. A través de las diferentes posiciones de los más jóvenes, la frustración por no haber sido parte de un pasado que no les tocó, o por no poder escapar al fantasma de un pasado que no eligieron, y los difíciles lazos entre ellos y los mayores, la película también trata de esa brecha generacional, una consecuencia delicada y a menudo soslayada.

Todo este peso agobia la atmósfera de Los condenados. Se le siente tan claramente que no necesita explicación. El suspenso no reposa en una revelación esperada, sino en todas esas emociones contenidas, a punto de explotar, y en la fragilidad de las personas y de los lazos, a un paso de caerse a pedazos. La escena en que el joven Pablo dispara a una vaca puede ser catártica, pero también es horriblemente desesperada.

Al igual que sus personajes, la película busca una cierta armonía, pero no tratando de quedarse en terreno seguro, sino de encontrar un equilibrio: entre el encierro y la inmensidad de la selva; entre el enfoque en personajes individuales y en la comunidad; entre el pasado y el presente; el énfasis y la sutileza; la reserva y la expresión; entre una estructura accesible y soluciones interesantes. La cámara escoge hábilmente qué mostrar y qué sugerir, utilizando sin ostentación el espacio en off y los puntos de vista. Los actores (en particular Daniel Fanego y Arturo Goetz, ambos brillantes) aportan los matices y la densidad a sus personajes, que incluso pueden parecer demasiado ambiguos para aquéllos que se esperan un retrato esquemático o hagiográfico de los ex militantes. La inteligencia y sobriedad de la película reside en que no pretende resolver o incluso comentar el (un) pasado histórico, sino hablar de cómo, pese al tiempo transcurrido y a los procesos judiciales y políticos, las consecuencias de este tipo de represión estatal violenta de las luchas ideológicas (que puntúan la historia contemporánea en todos los continentes) aún permanecen después de décadas, de manera más o menos silenciosa, en individuos, generaciones y sociedades quebradas.


 

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