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Oliver Laxe Nada en lo inesperado que no esperaras secretamente

Veinticuatro horas exactas desde el estreno mundial de "Mimosas" en la 55ª Semaine de la Critique de Cannes, Oliver Laxe se sentó a conversar con Mabuse al lado del mar. Entonces no sabía que un par de días más tarde su segundo largometraje se llevaría el Gran Premio de la sección, seis años después de que su ópera prima "Todos vosotros sois capitanes" ("Todos vós sodes capitáns") recibiera un premio Fipresci en la Quincena de los realizadores. (Foto: Pamela Pianezza)

Por Pamela Biénzobas

Oliver Laxe apenas digería las emociones tras haber descubierto por primera vez su película Mimosas en la pantalla grande el día anterior. Algunos detalles insignificantes para el espectador, como errores del subtitulado que ponían demasiado énfasis en la invocación religiosa, o problemas de mezcla de sonido, todavía lo atormentaban y nublaban la alegría por la excelente recepción que la película había suscitado. Y a la vez, en su idealista humildad, se reprochaba su propia reacción, que traslucía una frustración del ego.

En una acertadísima analogía, el cineasta gallego (nacido en Francia y residente sobre todo en Marruecos) ha sido asimilado a un perro San Bernardo, en el sentido más positivo de la comparación. Llena el espacio en que se encuentra con su enorme talla, pero también con la bondad que irradia. Con una sonrisa y un guiño a la historia de Mimosas, se ve a sí mismo en su determinación por hacer cine "con alma", "resistiendo con la espada de plástico como Shakib, pero vamos a liberar a la doncella". Y de pronto invita a la conversación a Robert Bresson: "Nada en lo inesperado que no esperaras secretamente… Va por ahí la peli, alguien que se da a su intuición, al olfato".

-¿Qué esperas secretamente ahora?

-Estoy contento. Es una peli muy valiente, y cuando eres valiente hay recompensas. El fruto más bonito en el árbol, el más sabroso, está arriba. Hay que subir al árbol y te puedes caer, pero no hay otro camino. Creo que estamos en una buena posición para poder seguir trabajando con un poco menos de precariedad, aunque la tenemos asumida; no hay ningún problema. Veo el futuro con ganas, sobre todo después de seis años de proyecto. Se ha cerrado la puerta y me veo atravesando por otras pelis y con ganas de otras cosas. Es un buen momento.

-¿Cuál fue el primer concepto o la primera imagen de este proyecto que te tuvo tantos años?

A la derecha, Ahmed Hammoud

-Efectivamente mi manera de trabajar es a través de imágenes estructurales. Soy muy de estar en espacios y traducirlos en imágenes. ¿Cuáles fueron las primeras? Fueron ciertos paisajes cerca de mi casa. He vivido en Skoura, un palmeral cerca de Ouarzazate, que es la puerta del desierto. Está rodeado de las montañas más bonitas de Marruecos, a unos cuatro mil metros. Hay también montañas volcánicas, hay oasis… y digamos que fueron algunos de esos espacios que me han seducido mucho. Algunas caras también, que tenía muy dentro. De alguna manera he intentado tejer e hilvanarlas narrativamente. Después de ...Capitanes (Todos vosotros sois capitanes, 2010) he escrito unos cinco o seis tratamientos de pelis muy diferentes, y se ha impuesto éste. 

 

-¿Qué sentías con esas caras y esos paisajes?

-Muchos de estos actores no profesionales son amigos míos, y son amigos míos porque me han conmovido. Tengo amigos hermosos. Para qué trabajar con actores, es mi lógica. De alguna manera he intentado profundizar en lo que me había conmovido.

De Ahmed (Ahmed Hammoud), lo que me conmueve es su misterio. Tiene algo inaprensible, algo muy suyo: un silencio muy misterioso, una inadaptación. Tiene una cicatriz en el alma muy sabrosa. Shakib (Shakib Ben Omar) tiene una inocencia que no es de este mundo. Tiene una pureza, tiene un amor, tiene un abandono, un desapego de esta vida que es angelical. Entonces vamos a hacer de él una especie de ángel o de espíritu. Y Said es un guerrero espiritual, un hombre de valores, un soldado del amor. Es un tío de palabra, un poco pícaro. Y esa presencia se nota. Tiene integridad, dignidad hasta el último momento. Toca salvar a la doncella, "hagámoslo", trascendiendo la propia idea de la muerte sin esta ansiedad contemporánea, este infantilismo de "uy uy uy, que la vida se acaba, hay que experimentarlo todo, vivir todo mucho. ¡Rápido, rápido!". No hay pasado, futuro, presente; vivimos en la eternidad. ¿A dónde vas?

-¿En qué momento sentiste "tengo la película"?

-Hubo un gran aprendizaje durante las cinco semanas de rodaje, que eran muy pocas para esta peli. Hubo tres o cuatro momentos en que era evidente que el proyecto era un fracaso, y oías a la gente decir "uy, pobre"… Fue un gran aprendizaje porque obviamente tengo mi ego y tengo ganas de que me vaya genial y tener éxito y que a la gente le encante mi trabajo y que entiendan lo que quiero. Tengo expectativas, desgraciadamente. Me miro con indulgencia. Soy humano.

Mimosas

Pero el ser consciente de que había sido un total fracaso me hizo aceptarlo y entender que la vida me estaba pegando una hostia, una bofetada tremenda. "Me va a venir bien. Me va a hacer madurar, crecer. Hay algo aquí detrás. Es un obstáculo pero es bueno para mí. Me abandono al camino y acepto lo que me da. Me he equivocado. A lo mejor he sido muy ambicioso, muy loco, inconsciente de traer toda esta gente a esos espacios en que había que atravesar en mulas. Hemos tenido que crear unos campamentos especiales, invirtiendo dinero en eso en lugar de otras cosas…". Integré el hecho que de alguna manera idolatro al dios del cine, pero para mí el cine no es un fin sino una herramienta para ser una persona más libre, sensible, es decir emancipada, desapegada, abandonada, contenta, en simplicidad, sin busca de sentido porque estamos rodeados de sentido. Acepté la bofetada en medio del rodaje y en lugar de hundirme –aunque me hundí bastante, no trágicamente pero con dolor– y lo integré, lo acepté y lo intenté llevar con un máximo de dignidad. Me hizo seguir de pie y en mi sitio. Fue ahí donde me quiso poner la vida. Y al final, ya sabes, el cine es milagroso. A veces en el montaje escondes un par de cositas, añades un par más, y al final nos dimos cuenta de que esos obstáculos que habíamos tenido habían sido perfectos. Todo había sido en su sitio. Vale de poco lamentarse "y si hubiera...", "¿por qué no…?" "el otro no ha hecho esto y es la culpa de tal…". No, no, ¡está todo perfecto! Si la mirada es cortoplacista, te frustras. Si alargas la mirada, si lees con distancia, te das cuenta de que todo está en su lugar.

Esto es fácil de decir ahora mismo, es muy bonito, pero ayer cuando me di cuenta durante la proyección de los problemas de traducción, estaba irritado en plan "¡mi película!", idolatrando al dios del cine, "¡yo quería tener un éxito!", buscando culpables… ¡Me lío mucho!

-¿Cómo has vivido la evolución desde "Todos vosotros sois capitanes"?

Todos vosotros sois capitanes

-Tenía un objetivo muy claro: yo no me quería conformar. ...Capitanes fue muy bien. Es una peli que iba a ser un corto, que se hizo con las manos entre cinco personas, se entendió muy bien, encontró su público… ¡fue fantástico! Pero no me quiero conformar con eso. No es que sea ambicioso. Es que creo que estoy aquí para servir, no de manera paternalista ni pedagógica ni didáctica. Venimos a compartir, a ser parte de un milagro, estamos en el paraíso, y de alguna manera genera un sentimiento de responsabilidad.

Viendo cómo está la industria del cine y de la exhibición hoy día, viendo las dialécticas y la polarización que existe entre cine comercial y cine de autor (que es absurda, pero es la industria la que está interesada en ello), lo que quería hacer era una peli con alma –como hace la gente que hace cine en los márgenes- en un contexto semi-industrial, y resistirme a esa tendencia de polarización "el cine con alma va al museo o a la cinemateca, y las salas de cine se llenan de palomitas y de películas que intentan dormir al ser humano". Precisamente hay un cine de autor que es impostado, que está muy cómodo en el nicho. Me parecía un poco ineficaz quedarme ahí y de alguna manera he querido nadar un poco a contracorriente de eso. Y ha llevado tiempo.

No quiero tener techo. Ahora voy a hacer una peli como ...Capitanes, encerrado seis meses en la casa de mis abuelos en Antares, en Galicia. Vamos a hacer una peli en un tiempo humano, sagrado, con las manos; no un tiempo industrial, en cinco semanas. Vamos a dejar que la naturaleza nos penetre, que el espacio nos habite.

-Va a ser tu primer largometraje en España.

-Sí, es una peli de retratos excesivos. Me encargan hacer una serie de retratos de Galicia para un museo, y poco a poco el concepto de identidad y patrimonio lo vamos rompiendo. Nos damos cuenta de que para hacer una peli sobre el patrimonio la mejor manera es filmar a quien rompe y destruye el patrimonio: un pirómano. Después de tantos retratos y buscar, encontramos a este pirómano que es el que expresa de manera indirecta, sin subrayar tanto la cuestión de la identidad, sino de manera tangencial, la parte más viva de Galicia. Es destruyendo el concepto de identidad que surge la identidad.

-Identidades, nacionalidades... Tus dos largometrajes son en Marruecos, pero formas parte de la productora Zeitun, bien enraizada en Galicia. ¿Sientes una pertenencia al paisaje y al paisaje cinematográfico gallego?

-Sí, totalmente. Para mí hay una continuidad entre Galicia y Marruecos. De alguna manera Mimosas es una peli tremendamente gallega, creo, por la relación con el paisaje, por la ambigüedad, por el no decir. El gallego es ambiguo, es misterioso, es femenino, es amante de la sombra y de la luz. Por eso me gusta el título de la peli que no quiere decir nada, simplemente es hermoso. Algo querrá decir, yo no lo sé. Es una herencia de una escena de un café en Tánger que se llama Las Mimosas, que estuvo en el guión. Por falta de medios no pudimos rodar en Tánger y ha quedado el nombre. Todo lo que hemos hecho hacia Tánger ha sido para que la película se acabara llamando Mimosas. ¡Los caminos para que las cosas se hagan son un misterio!
 

Mimosas
Si tú lo haces bien, yo lo haré mejor

Por P.B.

En un taxi a través de interminables planicies desérticas, o a lomo de mula atravesando inhóspitos cañones de la cordillera del Atlas, Mimosas nos invita a un viaje. Nos invita a unirnos a la caravana. ¿Hacia dónde? ¿Por dónde? Estas preguntas son casi accesorias. El grupo que viaja a pie a través de los pasadizos rocosos en un principio está acompañando a un jeque que sabe que su muerte está próxima y desea ser enterrado en su pueblo natal de Sijilmasa. Pone al grupo en riesgo, pero su autoridad es tan natural que nadie la cuestiona. En una realidad paralela, el líder de una flota de taxis designa a Shakib (Shakib Ben Omar) para ir en busca de la caravana y guiarla hasta su destino, y cuidar especialmente a uno de sus miembros, Ahmed (Ahmed Hammoud). A medio camino entre el tonto del pueblo y el sabio del pueblo, Shakib es consciente de sus limitaciones, pero cuenta con su fe como su arma más poderosa.

Para cuando encuentra la caravana, el jeque ya ha muerto. Ahmed y Said (Said Aagli), dos miembros de la escolta, aseguran a la viuda y al resto del grupo que llevarán a cabo la misión de llevar el cuerpo a su destino, ahora seguidos por el inesperado compañero de viaje Shakib, quien ofrece su ayuda como pastor. No conocen el camino, pero dieron su palabra. Y, como dice Said en un momento de crisis, sería la primera cosa importante que logren en sus vidas. Partimos con estas tres almas, perdidas (pero no almas perdidas) en las montañas nevadas, transportando un cadáver, guiadas apenas por su (a veces trémula) fe y determinación, buscando la iluminación. "Si tú lo haces bien, yo lo haré mejor", repite Shakib como un mantra en su conmovedora y obstinada voluntad por superarse.

Mimosas ha sido descrita como un "Western metafísico", en un intento por encontrar referencias familiares que puedan ayudar a asir racionalmente la experiencia, o al menos a hacerla más accesible a través del lenguaje. Ciertamente es metafísico. Y de hecho es religioso, aunque su anclaje en una creencia específica –el Islam; la estructura incluso está puntuada por tres títulos de capítulos con las posiciones de oración musulmana Ruku (inclinación), Qiyam (de pie) y Sajda (postración)– de ningún modo es limitador, y puede ser interpretado como un modo de vehicular una creencia mucho más universal y trascendental: la fe en el ser humano y en la noción de servicio desinteresado.

La alusión a un género cinematográfico clásico, por otro lado, no tiene que ver con el aspecto político del Western y su choque de civilizaciones, ni su concepto violento y codicioso de la conquista. La asociación se justifica principalmente por la dimensión espacial. En Mimosas, la comunión de los cuerpos con el paisaje es fundamental. La fotografía de Mauro Herce captura de manera magnífica la naturaleza sobrecogedora, que puede a la vez nutrir el espíritu y poner al cuerpo en peligro. Como en el Western, la amenaza latente de un otro casi siempre invisible está permanentemente acechando a los héroes, y el encuentro fortuito con otros aventureros puede traer lazos de responsabilidad nuevos e inesperados.

Mimosas es una obra que respira, que se expande y crece más allá de la pantalla, y que no pide explicaciones o sumisión de la parte del espectador mientras esté dispuesto a compartir la experiencia y permitir a la película desplegarse libremente. Esta cualidad abierta es especialmente clara en el film e instalación de Ben Rivers, The Sky Trembles and the Earth Is Afraid and the Two Eyes Are Not Brothers, una bella y generosa colaboración entre los dos proyectos que amplía aún más las misteriosas posibilidades narrativas y estéticas de Mimosas.

 

 

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