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Alicia Calderón Retratos de una búsqueda: Los rostros que México no quiere ver

En el Festival de Documentales de Tesalónica conversamos con la directora mexicana sobre su ópera prima, que acompaña a tres madres en su calvario por encontrar a sus hijos desaparecidos en medio de la violencia actual. La película, que retrata a la vez casos particulares y toda una sociedad, se presentó también en la reciente edición del Festival de Cine de Mujeres de Chile.
(Foto: Batsoulsas Michalis)

Por Pamela Biénzobas

Cuando Alicia Calderón se preparaba para el estreno mundial de su documental Retratos de una búsqueda, en el festival mexicano de Morelia en octubre pasado, sentía que las miles de desapariciones producto de la violencia cotidiana del narcotráfico, las mafias y la guerra contra la droga no solo eran ignoradas por la comunidad internacional, sino por gran parte de la sociedad del propio país, que quería creer en un fenómeno lejano, que solo afectaría a los involucrados. "No sé si es un mecanismo de defensa porque es súper doloroso entender que nos está pasando todo eso" intenta comprender la periodista y ahora realizadora.

El día de su primera proyección, algo había cambiado. Un grupo de estudiantes de pedagogía se habían convertido en involuntarios símbolos del flagelo que azota el país. El número 43, por la cantidad de personas desaparecidas esa noche en el estado de Guerrero, se transformó en una suerte de cábala desesperada, metáfora de miles de otras vidas suspendidas. México y el mundo ya no podían seguir ignorando una realidad en la que muchos familiares de desaparecidos, y sobre todo sus madres, viven cada día, buscando sin reposo posible a aquellos que un día fueron arrancados de sus lados.

Retratos de una búsqueda acompaña a tres de esas madres, cada una con su propia historia, su propia estrategia y su propio presente. La mirada es de una compasión fundamental que evita sobriamente la explotación emocional. La estructura logra entretejer las tres historias de manera fluida y dinámica, logrando un documental de investigación rico en información, pero sin agobiar.

-¿Por qué decidiste pasar al documental precisamente con este tema, y qué diferencia significó en tu trabajo?

-Significó una diferencia fundamental, precisamente porque mi experiencia era más periodística, donde siempre está la exigencia de poner todas las caras de la moneda, y si bien no puedes ser objetivo debes intentarlo. Todo eso es importante pero también te ata. Yo quería hacer un trabajo subjetivo, desde el punto de vista de las madres. No quería poner a especialistas ni nada de eso.

Mi formación me permitió acercarme sin temor, pero quería gozar de la libertad de no tener que responder a ningún formato específico.

Retratos de una búsqueda

-En la concepción de la película, ¿cómo elegiste a los personajes, y cómo planificaste el desarrollo?

-Lo primero es que las tres mamás, en el entramado de las desapariciones en México, son distintas. A mí me interesa dar el mensaje de que ese no es un problema de un grupo en particular, de un tipo de personas o una extracción social en particular, sino que ya ha alcanzado tales dimensiones que cubre todo, no hay un perfil. Por eso elegí una mamá que vive en un pueblo pequeño y no puede hacer mucho más que hablar por teléfono, que es un tipo de camino de búsqueda; otra mamá que va a tener una conversión hacia el activismo, de una ciudad más grande (Guadalajara), y la otra la elegí porque era el único caso en México en que el FBI estaba interviniendo. Entonces me daba la dimensión más internacional, nos sacaba de la frontera.

Preparé muy poco el documental antes, porque quería hacerlo antes de que Felipe Calderón dejara la presidencia, así es que empezamos con muy pocos recursos. Hay algunas cosas que sí estaban escritas, que sabía que vendrían, porque yo sabía qué cosas hacían y hacia dónde las tenía que acompañar. La etapa más compleja fue el trabajo de edición, cuando ya tenía el material, pues había que enlazar tres historias de manera que el público pueda entender, que haya coherencia al seguir brincando de una a otra. Pero precisamente como era mi primer largometraje una de mis claves fue acercarme a gente muy experimentada en el documental, entre ellos el editor, Juan Manuel Figueroa, que ha trabajado en documentales de Everardo González (El cielo abierto, Los ladrones viejos) y que es editor también de ficción, y también mi esposo (José Miguel Tomasena) que es escritor.

Lo difícil es que todo te parece importante, porque las historias son tan dramáticas, y hay detalles pequeños que reflejan tanto que es muy difícil dejarlos fuera. Además, teníamos tres historias redondeadas, pero en el camino entrevistamos a más mamás, teníamos muchos más testimonios, porque cada vez me encontraba con casos que sentía que eran demasiado importantes.

Junto a la complejidad narrativa estaba la complejidad de seguridad. Había una mamá que yo quería incluir, que tiene cuatro hijos desaparecidos. Sin embargo, en ese momento era muy difícil contar su historia desde ciertos momentos íntimos (como ya teníamos a una mamá en el proceso de marchas, siempre en exteriores) porque en su pueblo muy pequeño de Michoacán, un estado con mucho crimen organizado, había muchísimos desaparecidos, y era muy peligroso. Fue muy doloroso tener que dejarlo. Es un caso que amerita muchísima atención pero por las condiciones de seguridad no pudimos contarlo.

-¿Cómo abordaste la construcción visual, escapando del escollo de los testimonios a cámara en una historia que se basa tanto en el relato de los personajes?

-Sabía que debía tener entrevistas a cuadro, sobre todo el testimonio inicial donde cuentan cómo desapareció su hijo. Cuando una mamá te habla de un hijo, su rostro, sus manos son muy expresivas. Sin embargo fue difícil. De hecho, la entrevista de una de ellas era la preparatoria, de scouting, que no esperaba poner. Pero después ella no estuvo emocionalmente en condiciones de repetir la historia con ese nivel de detalles. Entonces prioricé la oralidad y el momento antes que lo estético.

Con las otras quería transmitir las atmósferas. Con la que está en su pueblo, donde todo pasa más lento, quería transmitir esa calma, y cómo la gente que tiene un hijo desaparecido puede vivir un pequeño infierno en el que hay muchos prejuicios sobre ellas. Y también mostrar que en lugar de recurrir primero a la justicia mexicana, que es como de juguete, van a ver a brujas y psíquicas y ese tipo de cosas. Entonces para mí era claro que en el pueblo los planos tenían que ser mucho más abiertos, más lentos...

"Las desapariciones no son un problema de un grupo particular o de una extracción social particular, tomó tales dimensiones que cubre todo"

-En tu opinión, ¿cómo está abordando el cine mexicano el tema de la violencia y las desapariciones?

-Creo que el cine empieza a abordarlo. Al parecer se están haciendo varios documentales sobre los desaparecidos en México, pero no han salido todavía. Empezamos esa etapa y me parece muy importante dar el golpe y decir "sí, tenemos que hablar de esto y tenemos que hacerlo en este momento, porque además las desapariciones no son cuestión del pasado sino que siguen sucediendo; es un delito que no se castiga y más del 90% de impunidad". Hay que hablar ya de eso y no, como sucedió en muchos otros países como Chile o Argentina, 20 años después porque era difícil hablar durante las dictaduras. Pero ahora sí, con cuidado, podemos hacerlo.

Es algo que está empezando ahora, a partir de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. En mi caso, con la presentación del documental en México se me han empezado a acercar gente que está haciendo teatro sobre el tema de los desaparecidos, otros que están haciendo ficción... en distintas ramas artísticas se está tomando el tema y cada vez impulsándolo más y más. Yo creo que es algo positivo, que ojalá vaya destapando los oídos y quitando los antifaces de muchos mexicanos y del mundo general.

-Después de estar tanto tiempo inmersa en el tema, ¿sientes que puedes pasar fácilmente a otras cosas para tus nuevos proyectos?

-De hecho mi nuevo proyecto tiene que ver también con eso. Quiero hacer tres documentales sobre este período en México. Ahora estoy tratando un caso particular. Yo estaba preocupada por qué estaba pasando con los niños: los que se quedaban huérfanos, los hijos de desaparecidos, los que viven en un contexto súper violento relacionado con el crimen organizado. Me interesaba hablar, más que de la tragedia misma, de cómo podríamos recuperarlos o ayudarlos. Encontré una especie de refugio para niños que tienen familia o tutores, que viven fuera pero van a este lugar donde los atiende una persona de su comunidad, del mismo contexto violento y que entiende perfectamente su situación, pero que es capacitada por una organización civil para guiar a estos niños y procurar rescatarlos de todos sus procesos traumáticos. Son niños de perfiles distintos, por ejemplo que vivieron balaceras en su escuela, que han visto muertos tirados en su barrio... ¿Cuál podría ser el camino para ayudarlos? Porque si multiplicas el número de asesinados y de desaparecidos, más la violencia cotidiana, tienes tantos niños en una situación súper vulnerable, con unos rencores tremendos, y esto se convierte en un círculo vicioso.
 

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