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Novecento

El film clásico de Bertolucci Volver al Novecento

Ver después de muchos años un "fetiche" cinematográfico puede ser una experiencia decepcionante, ingrata e incluso dolorosa. Pero al menos para nuestro compañero Joel Poblete, el reencuentro tras casi 15 años con la imperfecta pero fascinante "Novecento" de Bertolucci, fue emotivo y hasta iluminador. La tan postergada edición en DVD que apareció a fines del 2006 (al cumplirse cuarenta años de su estreno) permite acceder a la versión más cercana al corte original del director de cinco horas y cuarto de duración.

Por Joel Poblete

Hay una categoría de películas que tienen mucho de malditas, desmesuradas y ambiciosas, que no son perfectas e incluso tienen unos cuantos defectos en su narración y puesta en escena, pero sin embargo a determinados espectadores los atrapan y les dejan un recuerdo imborrable. Para mí una de ellas ha sido durante años Novecento, el pretencioso fresco con el que, a modo de una verdadera alegoría, Bernardo Bertolucci intentó reflejar los cambios sociales y políticos en la Italia de la primera mitad del siglo XX, y de paso se encontró con unos cuantos problemas con su distribución internacional, tanto por su excesivo metraje como por su temática y el impacto y polémica de algunas de sus imágenes.

¿Por qué se ha convertido en un fetiche para mí? De partida es bueno recordar que en Chile, a causa de la mirada generosa con el proletariado y los discursos de izquierda que mostraba la cinta, era lógico que la censura de la dictadura pinochetista no permitiera su exhibición en la época de su estreno (1986), y permaneció prohibida durante años, hasta que por ahí por 1992, ya en democracia, se lanzó en video y TVN la transmitió como miniserie, en capítulos emitidos en horario de trasnoche. En esos años yo recién estaba empezando a obsesionarme con el cine más allá de la entretención que podía traerme como espectador, pero no sabía demasiado sobre Bertolucci, salvo su generosa cosecha de Oscar con El último emperador (en esa misma época hubo cierto revuelo por el también postergado estreno de El último tango en París); leí en la prensa que se exhibiría en la TV esta especie de "película maldita" que había estado prohibida, y seguí la serie con fascinación y asombro, además de grabarla en video. Lo anecdótico es que a pesar de que se había levantado la censura, de todos modos se cortaron algunas escenas y hasta alteraron el orden de algunas secuencias de manera bastante torpe y burda (había momentos que se cortaban, y sin embargo su continuación aparecía varios capítulos después), y a pesar de eso, su sorprendente mezcla de crudeza, delicadeza, política, violencia, lirismo, sexo y crónica histórica me capturó por completo, me apasioné por las vicisitudes de sus personajes y me obsesionaron las actuaciones, la dirección de arte y fotografía, la bellísima e inolvidable partitura de Morricone.

De Niro, Depardieu y Donald Sutherland

Además, Novecento abordaba uno de los temas que más me obsesiona y atrapa en el séptimo arte: el paso del tiempo, y cómo éste influye en las vidas y acontecimientos. No es casualidad que buena parte de mis películas favoritas tengan que ver con esto; me fascina cuando dentro de una misma obra vemos evolucionar, para mejor o peor, a sus personajes y entorno, y la historia de Alfredo y Olmo, dos niños nacidos el mismo día (coincidiendo con la muerte de Verdi, ni más ni menos), en los albores del siglo XX y en el corazón de la región italiana de Regio Emilia, tiene mucho de eso. Aunque tienen distintos orígenes sociales, ambos cultivan una amistad de años que se verá afectada por el tiempo y por las diferencias ideológicas y de clase –uno era hijo del patrón, el otro de uno de los trabajadores, y mientras el primero hizo la vista gorda ante el ascenso del fascismo, el segundo se convirtió en adalid del comunismo y los derechos del campesinado-, que de paso van señalando el complejo desarrollo de la historia italiana de esas décadas, de ese siglo que precisamente en italiano debería ser llamado "Novecento" (mucho más acertado que el nombre 1900, como se conoció a la película en Estados Unidos y América Latina).

A pesar de la irregular carrera que ha tenido Bertolucci en las últimas dos décadas, y que algunos de sus títulos me han decepcionado mucho -El pequeño Buda y The dreamers, por ejemplo, proyectos que a priori parecían interesantes pero en los que el italiano no va más allá de los aciertos visuales-, no dudo en mencionarlo entre los realizadores que más me han interesado como cinéfilo. Nunca más volví a ver Novecento, pero seguía guardando una enorme veneración por ese título, aunque temía que podía deberse a la traicionera nostalgia que a menudo nos hace imaginar algunas cintas mucho más grandes de lo que realmente son. Siempre sentía la curiosidad de volver a verla, pero sabía que no estaba en DVD salvo una edición europea que al parecer no era demasiado digna, por lo que durante años esperé a que se editara finalmente. Me alegré enormemente cuando finalmente se anunció la edición en DVD, a fines del año pasado, de la versión más fiel y completa de la película, con una duración de 5 horas y 15 minutos, además de un par de extras que incluían declaraciones de Bertolucci y su inseparable (e insuperable) director de fotografía en esos años, el MAESTRO Vittorio Storaro.

Varios afiches de Novecento

Por supuesto, la encargué por internet y la recibí hace alrededor de dos meses, aunque me costó encontrar un momento propicio para ver completa y en una sola sesión esta extensa cinta, como debe ser, y no en capítulos como la vi hace 15 años. Y ahora puedo decir que volví a quedar fascinado, incluso aunque ahora tomé más conciencia de las irregularidades de la obra de Bertolucci. Afortunadamente, aunque parezca increíble, la extrema duración no es un defecto, salvo para aquellos espectadores impacientes, pero lo que sí puede agotar es su excesiva ideologización. Más allá de las ideas políticas de cada uno, la apología de las clases obreras y campesinas y la exaltación del socialismo rozan el panfleto y su exceso de didactismo no resiste tan bien el paso del tiempo, especialmente en la última media hora, cuando un improbable y cuestionado "juicio popular al patrón" sirve de excusa para un desfile de banderas rojas que de seguro provocará urticaria a muchos... pero a la vez es en estos excesos donde radica una de las grandes virtudes que Bertolucci exhibe en Novecento, la capacidad de expresar su forma de pensar a través del cine, con una pasión desbordada, genuina y hasta ingenua. Lo mismo vale para estremecedoras escenas ligadas al sexo y la violencia, que incluso en estos días, cuando el público ya está acostumbrado a ver de todo en la pantalla, pueden incomodar y perturbar a más de alguien. Por ejemplo, quienes la han visto de seguro no olvidan la muerte de un gato o de un niño, o a dos jóvenes Robert De Niro y Gerard Depardieu completamente desnudos, masturbados simultáneamente en una cama por una chica que ejercía esporádicamente la prostitución (con el excesivo celo y pudor de muchas estrellas hoy en día, cuesta imaginar muchos ejemplos actuales de actores famosos que hoy en día asuman tales niveles de desinhibición y entrega a lo que requieren sus directores).

De cierta manera, se podría afirmar que Novecento es una suerte de compendio de lo mejor y lo peor que Bertolucci nos ha ofrecido en su cine, y que a la luz del desarrollo que su carrera ha tenido posteriormente nos hace añorar esos tiempos en que con mayor o menor fortuna, pero con enormes dosis de auténtico arte cinematográfico, asumía riesgos reales, no estrictamente cosméticos, al contar sus historias. Es que definitivamente, al menos para mí, Novecento pertenece a esa categoría en la que también figuran Las puertas del cielo de Cimino o Erase una vez en América de Leone, por mencionar dos ejemplos: más allá de que alguna sea más magistral que las otras, en estos tres títulos malditos hay pasión, desgarro y ambición por parte de sus directores, hay metrajes excesivos, hay una voluntad de recurrir a una épica por momentos casi operística para abordar el pasado, en la que se mezclan la crudeza, lo sórdido y violento con el sentimentalismo, la poesía y la melancolía.

Sterling Hayden y Burt Lancaster

Novecento no me decepcionó, porque aunque a ratos me molesten los citados excesos panfletarios, que algunas situaciones dramáticas se resuelvan de manera poco convincente o recurriendo a exagerados desbordes melodramáticos, que el relato se atrape a sí mismo en el último tercio con un torpe desenlace, hay muchas otras cosas que la hacen una obra única y maravillosa: la deslumbrante y hermosa ambientación de época, la bella fotografía de Storaro, a la que no es arriesgado considerar una de las mejores de la historia del cine (esos atardeceres, las brumas, la oscuridad en los interiores, ¡y cómo refleja el cambio de estaciones en el campo emiliano, la naturaleza haciendo eco de los vaivenes dramáticos de la historia con parajes que pueden ser indistintamente –según el momento- bucólicos como siniestros!), y una de las partituras de Morricone que deberían figurar en el cuadro de honor en la honorable filmografía del veterano maestro (por más que en el mediocre homenaje que le rindieron en los últimos Oscar la olvidaran), no sólo por su capacidad de sugerir la atmósfera para cada escena, sino además porque hay secuencias completas cuyo sentido se ve potenciado por su inolvidable música. Pero más allá de eso, está el creciente dramatismo que se apodera de su historia, y las magníficas actuaciones de un elenco multinacional y privilegiado, que va de unos jovencísimos y muy adecuados De Niro, Depardieu, Dominique Sanda y Stefania Sandrelli hasta un conmovedor Burt Lancaster -tan lejos y tan cerca de la vez de su príncipe de El gatopardo de Visconti-, un sólido y muy humano Sterling Hayden, una histérica y sorprendente Laura Betti y el impresionante Attila de Donald Sutherland, uno de los villanos más perversos y aterradoramente inolvidables de la historia del cine. Y por encima de todos esos logros, están los imborrables rostros, las miradas de esos campesinos reales de los sitios donde se filmó la película, en pequeñas localidades en los alrededores de Parma, la ciudad natal de Bertolucci; incluso muchos de ellos quizás vivieron los hechos en carne propia, lo que le da a muchos momentos del filme un carácter casi documental, de testimonio y herencia de un mundo cercano al ocaso, un estilo de vida en vías de extinción. La magia de Novecento está en buena parte en esas caras curtidas por el dolor y la injusticia, que sin embargo a menudo se alegran por la fugaz ilusión de una fiesta, un baile o una canción. Es en la capacidad para entender su esencia, así como la de esos personajes y esa historia, y trasladarlos a la pantalla grande en una película que puedes querer u odiar, pero no te deja indiferente, donde descansa el talento y la proeza que Bertolucci desarrolla en esta película fallida, irregular sin duda, pero finalmente fascinante, irrepetible, única.

Publicado el 02-07-2007

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