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El Acorazado Potemkin

La idea, las minas y el plagio El acorazado Potemkin

Acaban de cumplirse 80 años del estreno de este emblemático filme soviético que fuera la mejor promoción que la antigua URSS pudo tener antes de estancarse en la obviedad de sus cintas propagandísticas. Su director Sergei M. Eisenstein cuenta en estas líneas (extraídas del libro "Anotaciones de un director de cine") cómo nació la idea, el peligroso rodaje en un acorazado que era depósito de minas explosivas y una curiosa acusación de plagio.

Por Sergei M. Eisenstein

El acorazado Potemkin surgió de media página del voluminoso guión de El año cinco, que escribí con Nina Agadzhánova en el verano de 1925. Cuando uno revisa ese guión, se asombra de que dos personas no privadas de juicio y de cierto hálito profesional, pudieran siquiera por un momento imaginar que todo eso podía realizarse y rodarse. ¡Y en una sola película! Y luego comienzas a mirar desde otro ángulo. Y de pronto, resulta que "eso" está lejos de ser un guión. Es un abultado cuaderno de trabajo, el sumario gigantesco de una labor tenaz y meticulosa acerca de una época, una asimilación del carácter y el espíritu del tiempo, de su ritmo, de la vinculación interior de acontecimientos diversos. En resumen, un sumario extenso sin la cual no podía verterse en el episodio parcial del Potemkin la sensación del año cinco en su conjunto. Sólo impregnándonos de todo eso, sólo respirándolo, sólo viviéndolo, podía como realizador, por ejemplo, tomar resueltamente la secuencia El acorazado pasa sin un solo disparo a través de la escuadra o Una lona separa a los condenados al fusilamiento, y ante el asombro de los historiadores de cine, de una breve línea del guión hacer durante los rodajes escenas de la película inesperadamente emotivas. Esa sensibilidad ante el material nos permitía sin desviarnos del sentido de la verdad, planear incluso escenas no indicadas en el guión (como la famosa escena de la escalinata de Odessa que surgió en el encuentro directo con el lugar) o cualquier detalle no previsto por nadie (la niebla en la escena del duelo).

Pero la pequeña de ojos azules, tímida e infinitamente modesta y grata Nina Agadzhánova hizo para mí muchísimo más: a través del pasado histórico-revolucionario me llevó al presente revolucionario. El intelectual llegado a la revolución después del año 17 inevitablemente tuvo que pasar por la etapa del "yo" y "ellos" hasta que se operara la fusión en el concepto del soviético revolucionario: el "nosotros".

Minas, minas, minas

El acorazado Potemkin

Para hacer una película de un acorazado se necesita precisamente de un acorazado. Y para revivir la historia de un acorazado de 1905, tenía que ser del tipo los que existían el año 5. En 20 años –esto ocurría en 1925- la fisonomía de los buques de guerra había cambiado por completo. Ni la bahía de Lúzhskaya, en el Golfo de Finlandia –en la Flota del Báltico-, ni en la Flota del Mar Negro, en 1925, había acorazados del viejo tipo. El propio Potemkin hacía mucho tiempo que lo habían desguazado y era difícil seguir la pista de dónde, cuál hojas de otoño, habían ido a parar las planchas del pesado blindaje que protegieran sus potentes costados. Sin embargo, el servicio de información comunica que si bien no existe el Potemkin, vive aún un compañero de su serie, el otrora pujante y glorioso acorazado Los doce apóstoles.

Encadenado a la rocosa orilla de la ensenada de Sebastopol, mientras las anclas de hierro tiran de él hacia el fondo arenoso del mar, se alza su armazón en uno de los recovecos más recónditos de la bahía. Sobre su enorme y ancho lomo de ballena no se ven ni torretas artilleras, ni mástiles, ni astas, ni puente de mando… se las llevó el tiempo. Sólo queda un mortífero contenido en sus bóvedas metálicas: minas, minas, minas. El cuerpo de Los doce apóstoles de convirtió en un depósito de minas. Por ello se haya tan cuidadosamente encadenado y fijado contra fondo firme: la mina no gusta de sacudidas, evita las vibraciones, exige inmovilidad y calma. Pero el destino quiso que la ballena de hierro despertara. Que moviese una vez más sus costados. Que volviese una vez más hacia el mar abierto su proa al parecer clavada para siempre a la orilla rocosa. Pero el drama del Potemkin ocurrió en alta mar. Ni desde la borda ni desde la proa la cámara puede enfocar sin que asomen por el lente las pesadas, negras y salientes rocas de la costa de Sebastopol. El ojo perspicaz de mi ayudante de dirección, Alexéi Kriúkov, que fue quién descubrió en la ensenada a Los doce apóstoles encuentra una solución: dar un giro de noventa grados y dejar el buque perpendicular a la orilla. De esa manera, tomado desde la proa, se enfilaba exactamente con la bocana que se abría entre las rocas circundantes y se dibujaba en todo lo ancho de sus bandas sobre un cielo limpio dando la sensación de estar en alta mar. Cierto que en la película aparece una vista lateral del acorazado, pero estas tomas se hicieron en los baños de Sandunov en Moscú. En el agua tibia de la piscina se mece el cuerpecito gris del pequeño modelo a escala del Potemkin.

Por orden especial del alto mando de la Flota del Mar Negro, el gigante de hierro se coloca, por última vez, de cara al mar. Y parece como si su proa aspirara el aire soleado de alta mar después del olor pesado del fango de las costas. Las minas que dormitan en su vientre, sin duda, no advirtieron nada, mientras se dio el suave viraje de su pesado cuerpo.

Eisenstein con el ratón Mickey

Con vergas, traviesas y contrachapados se restableció –según viejos diseños que se guardaban en el Almirantazgo- la parte superior del buque, el exterior exacto del acorazado Potemkin. Esto es casi un símbolo de la propia película: a base de la historia auténtica, reproducir el pasado por los medios del arte. Pero ni un solo desplazamiento a derecha o izquierda. ¡Ni un solo centímetro en sentido lateral! De lo contrario, desaparecerá la ilusión de alta mar.

No menos rigurosas son las limitaciones del tiempo: dos semanas con el fin de acabar la película para el día del aniversario de la Revolución. No menos rigurosa es también la seguridad que frena los excesos de una inventiva ansiosa porque toda la labor transcurre bajo el signo de las minas. Minas, minas, minas. No se puede correr. No se puede fumar. ¡No se puede estar en cubierta si no hay necesidad! Tal vez eso precisamente comunique la austeridad y armonía que caracterizó la película.

Más terrible que las minas es el compañero Glazástikov, su guardián, que nos fue especialmente asignado. Glazástikov no es ningún juego de palabras (Glaz en ruso significa "ojo"), pero es la caracterización exacta de ese ojo avizor, de ese guardián de las andanadas de minas que se hallan bajo nuestros pies. Para descargar las minas hubiéramos precisado de meses y teníamos que terminar la película para el aniversario. ¡Prueben filmar la rebelión en semejante plazo! Pero "vanos son los obstáculos para los rusos": ¡la rebelión se filmó! No se estremecieron en vano las minas, pero algo de su fuerza explosiva se llevó consigo en su viaje su retoño cinematográfico. La imagen fílmica del viejo rebelde causó no pocos quebraderos de cabeza, a las censuras y a los piquetes de policía de muchos países de Europa. No menos revolucionó las entrañas de la estética cinematográfica.

Lo opuesto a la verdad en aras de la verosimilitud

El grupo de amotinados: sin y con la lona encima

La película acababa de recorrer nuestras pantallas y debía proyectarse en Ucrania, lo que suscitó un gran alboroto. El motivo del revuelo era… un plagio. El promotor era un compañero que decía ser ex partícipe de la rebelión del Potemkin. Sus pretensiones no eran del todo claras puesto que no era autor de ningún material literario sobre la rebelión. Pero, como partícipe directo de los acontecimientos reales se consideraba con derecho a pretender una parte de los derechos de autor que a A y a mí nos correspondían por el guión. La pretensión era vaga y chillona, pero promovió en tantos lugares que él "estuvo bajo la lona durante el fusilamiento en la cubierta" que el asunto, por último, llegó a tribunales.

El argumento contundente parecía ser ese hecho, de que el compañero "estuvo bajo la lona". Los juristas se hallaban ya dispuestos a iniciar de un momento a otro los debates acerca del asunto del perjudicado partícipe de los acontecimientos del Potemkin, cuando todo el barullo y todas las ostentosas pretensiones se hicieron humo. Porque toda la evidencia del caso era el testimonio del compañero que "estuvo bajo la lona". Pero, por favor… De hecho nadie estuvo bajo la lona. Y no podía estar. Por el simple motivo de que nadie había cubierto jamás a nadie con una lona en el Potemkin. La escena de los marineros cubiertos con la lona había sido… invención mía.

Recuerdo perfectamente cómo se arrancaba los pelos desesperado el ex oficial de Marina, asesor en cuestiones de la flota (que dicho sea de paso, interpretó el papel de Matiushenko en la película), cuando se me ocurrió la idea de cubrir con una lona a los marineros amenazados de fusilamiento. ¡Se reirán de nosotros! –aulló- ¡Nunca se procedió así!

Y luego explicó con lujo de detalles que en los fusilamientos, efectivamente se ocupaba una lona. Pero tenía otro fin: se tendía bajo los pies de los que iban a ser fusilados para que su sangre no manchara la cubierta.

¡Y usted quiere cubrir a los marineros con la lona! ¡Se reirán de nosotros! –repetía.

Escena clásica: El coche en la escalera de Odessa

Recuerdo que repliqué: Si se ríen será porque lo merecemos, porque no lo supimos hacer. Y ordené que se hiciera la escena tal cual figura en la película. Posteriormente ese detalle, que parecía aislar de la vida al grupo de rebeldes, resultó ser uno de los más fuertes de la película. La imagen de una gigantesca venda colocada sobre los ojos de los condenados, la imagen de un gigantesco sudario tendido sobre un grupo de seres vivos resultó ser lo bastante persuasiva para cubrir la "imprecisión" histórica, por lo demás, conocida sólo por un círculo reducido de doctos y especialistas.

Así se justificaron las palabras de Goethe: "Lo opuesto a la verdad en aras de la verosimilitud". Y fue en este punto donde se atascó nuestro terrible acusador que pretendía haber estado bajo la lona en el momento del fusilamiento. Su alegato resultó ser "lo opuesto a la verdad", y pese a la "verosimilitud" de su afirmación, quedó en vergüenza.

La escena perduró en el film y se hizo carne y hueso de los acontecimientos. Y lo que es principal: nadie se rió de ella nunca ni en ningún lugar.

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