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España: Cine y crisis Amanece, que no es poco

La crisis por la que atraviesa Europa y que ha afectado particularmente a España, como es lógico ha tenido sonoros efectos también en el cine hispano. Se cierran salas y los canales de distribución de películas españolas se reducen cada vez más. Pero esas consecuencias no sólo se aprecian en el aspecto económico, sino también en las historias y argumentos de sus películas. Un breve recorrido por el cine de la crisis. (Foto: Ayer no termina nunca)

Por Tariq Porter

A nadie se le escapa la situación que vive últimamente buena parte del mundo, sumido en una aguda crisis económica de la que de momento no parece conocerse el abasto ni la solución, y mucho menos en países como España, en la que se encuentra enquistada sin apenas señales de mejora. El país ibérico lleva ya un lustro de incertidumbre y rumbo errático, de cifras que hablan por sí solas y que revelan cuán profundo es el bache. También el ámbito artístico y cultural, tan susceptible de ser relegado de las prioridades básicas, se ha visto bastamente damnificado por las circunstancias, dejando a su paso algunos datos muy ilustrativos de cómo se ha ido incubando una hecatombe en el sector. Si hablamos de números, es inevitable comenzar citando un hecho que sin duda acondicionó la situación actual, como fue la subida del IVA cultural que aprobó el gobierno español el año 2012, pasando de un 8% a un 21%, lo que supuso, para muchas entidades, caer inmediatamente a números rojos. Si el consumo en salas de exposiciones, de cine, de teatro, etc., ya se había visto sustancialmente reducido durante los últimos tiempos, y con ello su recaudación, la drástica subida de impuestos fue un tiro de gracia que acabó con decenas de entidades y locales en todo el país.

Ello lo demuestran, por ejemplo, las nada menos que ciento cincuenta salas de cine que desde 2012 hasta hoy se han clausurado, o el cierre de compañías de peso como Alta Films, propiedad del Presidente de la Academia Española de Cine Enrique González Macho y principal referencia en la distribución y exhibición de cine independiente tanto estatal como internacional. A todo eso se le suma, cómo no, la progresiva reducción de público –de un 15% respecto a 2012, llegando a mínimos históricos–, y también de rodajes cinematográficos, que caen un 28% respecto al año anterior. El resultado es un receso generalizado que pone en jaque la salud de una industria tan necesaria como falta, es evidente, de unas políticas sensibles y capaces de incentivar su reactivación.

Por suerte, y a pesar de todo, ni la voluntad ni el cine cesan, y aunque en muchos casos sea de forma más austera nunca dejan de aparecer nuevas producciones de calidad y nombres a los que seguir que nos hablan frecuentementede esta misma realidad. Así, durante los últimos años se han proyectado en los cines españoles varios films que hablan de la susodicha crisis, y lo hacen con tonos muy distintos entre los que no faltan ni el humor ni el optimismo, tampoco la rabia o el desasosiego. Destacamos algunos buenos ejemplos que ilustran con bastante nitidez la actualidad en el país.

Ayer no termina nunca

Ayer no termina nunca, el último trabajo de la directora catalana Isabel Coixet, fue presentado en el Festival de Málaga y habla de un futuro cercano en el que la crisis ha llegado ya a su cúspide llevándose por delante el sistema público y la dignidad de miles de personas que, se supone más que se explica, malviven en un entorno empobrecido. Coixet vuelve a sus orígenes después de rodar en Japón y los Estados Unidos y lo hace, efectivamente, con una propuesta austera y arriesgada en la que otorga a los dos protagonistas todo el peso dramático de la historia. De hecho, la película cuenta solamente con los dos actores –Candela Peña y Javier Cámara, ambos entregados– y un único escenario para construir un crescendo dramático sobre familias quebradas y tormentos interiores. Reitera la directora su gusto por la desventura exacerbada, por la eterna penitencia espiritual de unos sujetos que, una vez más, viven presos de su dolor interno. Sin embargo, lo que a priori se presenta como una desdicha individual lo transforma Coixet en una denuncia colectiva, una advertencia acerca del continuo desmantelamiento del bien público. A pesar de su premisa minimalista, Ayer no termina nunca no descuida el contexto actual y lo introduce sin sutilezas, haciéndolo partícipe de una tragedia perfectamente factible sin esconder sus pareceres al respecto, criticando las respuestas políticas que tanto España como Europa han dado a sus problemas económicos –esto es, la inclinación de las administraciones centrales por privatizar servicios e infraestructura pública en favor de liquidez a corto plazo–. Son de hecho estas políticas las que instigan el desolador futuro que Coixet plantea, los cimientos de este drama familiar.

5 metros cuadrados

5 metros cuadrados habla también de crisis, pero lo hace desde una óptica mucho más pragmática, centrándose en el lastre inmobiliario español que fue causa directa del desastre económico y fuente inagotable de gestiones corruptas. Dirigida por Max Lemcke, el film cuenta con otro gran dúo interpretativo –esta vez son Fernando Tejero y Malena Alterio– para relatar el calvario que pasa una pareja que, a punto de casarse, decide comprar un apartamento. Situado justo en el inicio del estallido de la burbuja inmobiliaria, 5 metros cuadrados desentrama lo que fue una realidad para mucha gente, que vio como el inmueble en el que habían invertido miles de euros quedaba en un limbo inhabitable de hormigón y paredes a medio hacer, y así mismo su dinero y proyecto de vida. A diferencia de Coixet, que filtra el contexto entre diálogos, en pequeñas dosis, Lemcke se sumerge de lleno y señala todos los agentes que propiciaron lo que fue la ruina de tantos, mostrando no sólo la impunidad de sus responsables sino la activa complicidad política con la que contaron. Su protagonista, un excelente Tejero, transmite con convicción la impotencia, la exasperante sensación de verse atrapado en un laberinto sin salida en el que cualquier esfuerzo es estéril y las consecuencias trascienden lo económico, contaminando todos los estratos del entorno personal. La de Lempcke es, en definitiva, una lúcida exposición sobre una de las mayores lacras de la España contemporánea, de retórica directa y efectiva.

El mundo es nuestro

Cambiando de registro, este año se estrenó una comedia que nació alentada por el éxito de sus creadores en la red, en la que colgaban cortometrajes de humor protagonizados por ellos mismos: El mundo es nuestro, escrita y dirigida por Alfonso Sánchez, que tiene un rol protagónico con Alberto López. Siguiendo la línea de los primeros trabajos de sus autores cuenta las peripecias de dos jóvenes barriobajeros, rufianes de tres al cuarto, que planean atracar una sucursal bancaria del centro de Sevilla. Una vez allí, y después de innumerables contratiempos, la pareja de ladrones se encontrará encerrada en la oficina junto con una serie de personajes que son en definitiva la genuina fauna del país. Y en que lo que podría ser otra oda a la torpeza -un Mister Bean a la española- deviene en manos de Sánchez y López en un hilarante e incluso tierno retrato de la España de a pie, en la que todo el mundo tiene algo que reprochar a las entidades bancarias y en que, una vez más, los mandamases quedan expuestos al juicio del pueblo. Sánchez debe su estilo, cómo no, a la comedia española del esperpento de Berlanga, Azcona y compañía, tan recargada de intencionalidad y conciencia social como de verborrea y humor ágil, aunque es más gamberra que sus precedentes. El mundo es nuestro es, en fin, una gran caricatura de la España de la crisis, donde todos los estamentos sociales son igualmente ridiculizados y en la que no falta de nada; indignados y banqueros, empresarios y desempleados, mafiosillos y farándula… nadie se libra del guiñol de Sánchez, tan incisivo como transversal.

A esta lista se podrían sumar otras películas interesantes como Terrados, ópera prima de Demian Sabini, o La chispa de la vida, de Álex de la Iglesia, sendas desventuras con el desempleo como protagonista que relatan distintas –y muy peculiares– formas de afrontarlo. Pero el cine es un arte extremadamente permeable, por lo que no son sólo las películas que tratan específicamente el tema en las que lo vemos reflejado; buena parte de las producciones españolas recientes que podemos ver en cartelera tienen, inevitablemente, referencias directas o indirectas al panorama socioeconómico actual, véase Los últimos días (Àlex Pastor, David Pastor), La gran familia española (Daniel Sánchez Arévalo), Somos gente honrada (Alejandro Marzoa), o Las brujas de Zagarramurdi (Álex de la Iglesia), entre muchas otras. Es interesante apreciar, por otro lado, la forma en la que el cine español trata la temática, a mucha distancia del modo en que lo hace, por ejemplo, el cine norteamericano. Mientras que en los Estados Unidos se aboga mayormente por las películas sobre grandes corporaciones, grandes quiebras y cifras macroeconómicas a lo Margin Call (J.C. Chandor, 2011) o Too Big To Fail (Curtis Hanson, 2011), en España todo tiene un tono doméstico, terrenal. La crisis se vive en la calle y así lo hace también en el cine, enfocado en lo micro, de vocación costumbrista, casi antropológica, tan austero como la realidad que viene a retratar

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