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Obras inconclusas Los amargos almuerzos de Orson Welles

Un libro de Peter Biskind revela los ácidos pelambres del cineasta pero también su frustración por no poder filmar. El autor de "El Ciudadano Kane" habría dejado 19 proyectos inconclusos. Se espera (o podría ser, para ser precisos) que este año se estrene el más ambicioso de todos: "El Otro Lado del Viento", una mordaz crítica a la industria cinematográfica.
(Foto: John Huston, Orson Welles y Peter Bogdanovich)

Por Andrés Nazarala R.

En Mis almuerzos con Orson Welles (Anagrama), Peter Biskind encuentra y reproduce el contenido de unas míticas cintas que el cineasta Henry Jaglom grabó entre 1983 y 1985 durante los almuerzos que compartió habitualmente con el legendario director. Sibarita célebre (en el documental Jodorowsky’s Dune, el chileno cuenta cómo lo conquistó por el estómago para que forme parte de su película de ciencia ficción), el autor de El Ciudadano Kane opina de comidas y brebajes mientras apunta sus dardos en contra de cineastas, actores y productores de Hollywood. Muy pocos se salvan. Welles se muestra asombrado ante el éxito de Hitchcock (a quien considera un realizador mediocre), califica las películas de Woody Allen como "terapéuticas", aborda la "ninfomanía" de Grace Kelly, habla mal de Chaplin y perfila a John Huston como un borracho que en el set le dejaba el trabajo a sus directores de fotografía. Pese a todo, la figura de Welles se vuelve entrañable porque detrás de sus pelambres se esconde una figura quijotesca, un hombre derrotado que no asume una condena difícil de comprender: la paradoja de ser venerado por todos pero no ser capaz de conseguir un financista para sus proyectos.

Orson Welles y Henry Jaglom haciendo la digestión

Biskind cierra el libro con un dato devastador: "Orson Welles murió de un ataque al corazón el 10 de octubre de 1985, cinco días de almorzar por última vez con Henry Jaglom. En mitad de a noche, con una máquina de escribir en el regazo".

No sé sabe a ciencia cierta cuántos proyectos dejó pero, según una minuciosa investigación realizada por Jonathan Rosenbaum (Discovering Orson Welles), probablemente fueron 19 en total, entre guiones, borradores, tratamientos, cortos, fragmentos y tráilers. En el libro de Biskind, el director se refiere a cuatro de ellos.

El más importante, tanto por sus ambiciones como por su posibilidad de concreción es El Otro Lado del Viento (The Other Side of The Wind). Entre 1969 y 1976, Welles filmó escenas de la que sería una gran sátira a la industria, una suerte de "obra total" en la que, de alguna manera, se vengaría de enemigos y ofrecería sus comentarios sobre el estado del cine. Fue pensada como su película de regreso tras su autoexilio en Europa, un mockumentary al estilo de F for Fake pero mucho más complejo como dispositivo. El director decidió mezclar filmaciones en blanco y negro y colores registradas en distintos formatos (8 mm., 16 mm., 35 mm. y video) con secuencias de foto fija, grabaciones de audio y una película, dentro de la misma película, en la que se burla del cine de Antonioni y Godard.

Dennis Hopper, John Ford y John Huston en El otro lado del viento

John Huston interpreta a un director de cine que muere en un accidente automovilístico poco tiempo después de su fiesta de 70 años. Welles aprovecha ese evento social para retratar a una amplia fauna de personajes peligrosamente inspirados en personas reales. Peter Bogdanovich encarna a un cineasta muy parecido a él, Susan Strasberg emula a la crítica cinematográfica Pauline Kael (quien alguna vez acusó falsamente a Welles de no haber escrito El Ciudadano Kane), el escritor Joseph McBride se encarga de otro especialista en cine (diseñado como amalgama de varios críticos estadounidenses), Lili Palmer emula a Marlene Dietrich, Tonio Selwart interpreta a un personaje inspirado en John Houseman (antiguo socio de Welles con el que se peleó en 1940), Dennis Hopper hace de un pedante cineasta avant-garde (es decir, de alguien no muy diferente a él en esos años) y por la pantalla desfilan seis invitados especiales que se interpretan a sí mismos: Claude Chabrol, Paul Mazursky, Henry Jaglom, el productor George Jessel y los directores Curtis Harrington (emblema del New Queer Cinema) y Richard Wilson.

No es de extrañar que una película tan ambiciosa haya sufrido problemas presupuestarios. Welles pudo iniciar el rodaje gracias al a un apoyo proveniente de España, pero malos entendidos con un grupo de inversionistas iraníes –liderados por el cuñado del Sha de Persia- terminaron arruinando el proyecto. Un grupo liderado por Peter Bogdanovich trabaja actualmente en el rescate del film. El año pasado recaudaron dinero a través de Crowfunding y están en conversaciones con Netflix para estrenarla a través de la plataforma.

Tienta imaginar cómo hubiese sido la irrupción de El Otro Lado del Viento en el panorama cinematográfico de fines de los 70 y si, acaso, hubiese sido o no la obra maestra que Welles pretendía mostrarle al mundo. Al menos la intención estaba. El director pensaba probar nuevas posibilidades en el montaje con el fin de componer un collage frenético que cuestiona, pero al mismo tiempo adopta, las ambiciones del avant-garde. Pero el film es más que eso: una suerte de declaración de principios del cineasta frente al mundo. Rosenbaum, quien vio buena parte de las escenas, elogió sus "complejas y shockeantes reflexiones sobre el machismo, la homofobia, Hollywood, cinefilia, erotismo y los medios durante los 60', sin mencionar su estilo kamikaze".

Rodando The Dreamers

Junto a su compañera, la actriz croata Oja Kodar, Welles escribió también, en 1978, el guión de The Dreamers, proyecto basado en dos cuentos de Karen Blixen (la escritora en la que se basó La Fiesta de Babette) que fue rechazado por la BBC, Miramax y Northstar Productions, compañía de Hal Ashby que financió el desarrollo del guión pero no quiso seguir adelante con la producción.

El director filmó un monólogo de 10 minutos en el jardín de su casa con el fin de conseguir financiamiento. En él, haciendo uso de su habitual histrionismo, Welles se disfraza de un mercader del siglo XIX para narrar la historia de una diva de la ópera que desaparece tras perder la voz. La historia circularía en torno a sus tres amantes. Según los apuntes del cineasta, la película contaría con música de Erik Satie y sería filmada tanto en color como blanco y negro. Aunque no alcanzó a armar un elenco, Welles pensó en Timothy Dalton, Oliver Reed, Bud Cort, Peter Ustinov, Alida Valli y Jeanne Moreau.

En 1994, Peter Bogdanovich anunció que filmaría The Dreamers pero el proyecto quedó en nada.

En sus almuerzos con Jaglom, Welles menciona también su intención de adaptar El rey Lear pero lejos de las costosas ambientaciones de época que suelen acompañar las adaptaciones de Shakespeare. La idea era hacer un film pequeño, en 16 mm., blanco y negro, y muchos primeros planos. "Hasta ahora, todos, y yo me incluyo, hemos tenido siempre la sensación de que había que ampliar los elementos visuales de Lear en vez de hacer lo que nos permite el cine, esto es, reducirlo a lo esencial hasta convertirlo en una historia más íntima y abstracta".

Don Quijote

Pero la película inconclusa más célebre de Welles es su versión de Don Quijote, concebida inicialmente como un programa de 30 minutos para CBS en el que trasladaría a los personajes de Cervantes al mundo "actual", es decir, a 1955. Después de ser removido de Sed de mal, el director decidió extender la idea a un largometraje. Con una ayuda inicial de su amigo Frank Sinatra, inició un rodaje improvisado en Francia, luego en México, España e Italia. La falta de presupuesto y el constante cambio del guión a lo largo de los años fueron complicando el proceso. En un momento concibió la idea de que Don Quijote y Sancho deambularan en un mundo post-apocalíptico, luego lo cambió por un viaje a la luna. Su última idea fue, sin embargo, que los personajes se desenvolvieran en la España de Franco.

Cuando murió, Welles le dejó los derechos y el material rodado a Kodar. Ella recorrió Europa buscando a un director que lo pudiese continuar. Muchos rechazaron la oferta pero no Jesús Franco, quien había sido director de segunda unidad en Campanadas a medianoche. El inclasificable cineasta español, que incursionó en el terror y en el erotismo con la misma excentricidad, terminó completando el film pero, por asuntos legales, no pudo usar todo el material. Combinó lo que tuvo en su poder con imágenes de Orson Welles filmando en España (sacadas de un documental sobre el director). El resultado es caótico e incoherente, un Frankenstein fílmico que nunca pudo cobrar vida, una obra que no le pertenece ni a Franco ni a Welles.

Las divagaciones y derrotas que marcan la recta final en la vida del cineasta tienen un paradójico contrapunto en El Ciudadano Kane. Con 26 años de edad, Welles hizo la que, si no es su obra maestra, al menos es su mayor contribución al arte cinematográfico. Afirmar que no volvió a alcanzar ese nivel significa desmerecer una filmografía que nunca perdió inquietud, aunque los estudios hayan metido sus garras. Como le dice Welles (Vincent D'Onofrio) a Ed Wood (Johnny Depp) en un bar –encuentro imaginado por Tim Burton en la película dedicada al "peor cineasta de la historia"- El Ciudadano Kane fue la única película en la que tuvo total libertad. Remata la conversación con una recomendación algo artificiosa que, sin embargo, refleja su constante lucha por la independencia: "Vale la pena pelear por las visiones. ¿Para qué pasar tu vida complaciendo los sueños de otros?"

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