Cine Chileno

Más Cine Chileno

Edición Nº 90 Cine chileno 2012
El año de la euforia
Edición Nº 88 Actuando con Raúl Ruiz
Herencia espectral
Edición Nº 88 Que pena tu boda
Esta no es una crítica
Edición Nº 86 Tres semanas después / Torres Leiva
La vida continúa
Edición Nº 85 Mabuse Awards
Tres de Diez: Cine chileno 2000-2009

Sobre la crisis del Normandie Nos habíamos amado tanto

Los problemas económicos que golpean con dureza al viejo y querido cine arte, son la excusa para afinar los recuerdos y lamentar aquellos tiempos en que ser cinéfilo era toda una aventura que a juzgar por el presente, se perdió entre las brumas del progreso
(Foto: Brazil)

Por Jorge Letelier

La nostalgia

Gracias a un olvidado trabajo de estudiante, me tocó ir al Normandie pocos días después de haber cerrado definitivamente sus puertas, en 1991. Tenía una entrevista con el administrador histórico del cine, Hernán Klambert, y más allá del tono lacrimógeno que le imprimí a la nota, me conmovió su desazón, ya que no sólo cerraba la sala a la que le había servido los últimos diez años, sino que era el único trabajador al que no se le había confirmado que continuaría en la nueva etapa del cine, que se inaguraría a fines de ese año. (*)

Casi como una impertinencia inadmisible, al final de la entrevista le pedí a Klambert si podía echar un último vistazo al ahora fantasmagórico recinto. Aproveché de sentarme en una esquina de la última fila, y en silencio traté de despejar todo el ruido que había acompañado su cierre: los oportunismos políticos de rigor, los lamentos y protestas de los seguidores, y hasta la performance final de las Yeguas del Apocalipsis, simulando una trasnochada y decadente galería de la fama de Hollywood. Preferí encerrarme en mis propios recuerdos de los mejores momentos que había pasado en el viejo coloso de la Alameda. Y descubrí con sorpresa que no eran uno o dos, sino muchos los memorables episodios vividos.

Mi relación con el Normandie parte de una constatación tan arbitraria como irrefutable: considerarme un espectador fiel a lo largo de bastantes años, tanto en la desaparecida sede de Alameda como en el de calle Tarapacá. Puedo decir que una parte fundamental de mi iniciación cinéfila se lo debo a esos viejos ciclos de Ingmar Bergman, a la copia desteñida y con mal sonido de Nos habíamos amado tanto (Ettore Scola, 1974), o a las siempre alucinantes proyecciones de Brazil (Terry Gilliam, 1985).

Fresas salvajes: un clásico del Normandie

Eran los tiempos en que ser cinéfilo en Santiago era una cuestión relativamente fácil -como decía Raúl Ruiz, con apenas dos películas al año-, pero con los reglamentos claros y convenientemente aprendidos: conocer a pie juntilla los ciclos de cine alemán del Goethe, asistir a las exhibiciones en la estrecha sala del chileno-francés, comprar religiosamente la revista Enfoque, y, por cierto, ir a tomarse una cerveza al Cuervo después de una función en el Normandie.

Claro, la competencia en aquellos años pre globalizados eran, para decirlo de cierta forma, "amistosa'', y mientras los Errol's se abrían tímidamente al catálogo de cine arte y clásicos, la existencia de las multisalas eran más bien una ficción de Isaac Asimov que una realidad amenazante. Por ello, el viejo rito de asistir al cine se cumplía con fidelidad litúrgica.

Pero quizás tan importante como satisfacer el hambre cinéfila, que por aquellos años era tan importante como la vida misma, asistir al Normandie era un sublime acto de resistencia cultural a la dictadura. No era un dato menor que el cine se ubicaba a una cuadra del edificio Diego Portales, por lo que los aires de la represión se podían oler casi en las mismas butacas. Bajo la frase "vamos al Normandie'' se aunaban dos emociones vitales: una declaración de amor al cine y un exquisito acto de negación a los oscuros días del pinochetismo. No es casualidad que estas se mezclaran exquisita y proféticamente el día en que el gobierno militar fue derrotado en el plebiscito (5 de octubre de 1988): aquella vez el Normandie programó El gran dictador, de Charles Chaplin.

Bajo ese contexto, funciones como el preestreno de La ley de la calle, cuando descubrimos que Coppola no era sólo mafia y clasicismo, sino que un consumado esteta avantgardístico, la inolvidable proyección de Bird, de Clint Eastwood, con el cuarteto de Roberto Lecaros jazzeando y calentando el ambiente de la enorme historia que se venía, o la calurosísima y repleta función de apertura de Haz lo correcto, cuando se nos reveló a un cineasta que filmaba con fuego, como Spike Lee, no pudieron haber sido sino uno de esos milagros que iluminaban la oscuridad imperante.

Los hechos

Cuando se hizo pública la situación del Normandie, uno de sus dueños, Alex Doll, reconoció que la causa principal de la crisis era la baja en la asistencia de espectadores de unos 9000 a unos 6000 al mes, lo que corresponde a una merma de un 33%. Para Doll, los balances negativos del cine se arrastran desde 1999, pero es desde 2001 que la situación se torno crítica.

La primera lectura que se desprende de estas cifras, es la presencia del Hoyts de La Reina como una de las causas directas de la debacle del cine. Si bien este argumento es algo que el propio Doll desecha como factor de su actual situación, es un tema a considerar: con cuatro salas destinadas permanentemente al circuito off-Hollywood, en condiciones de proyección muy superiores al viejo Normandie, y en calidad de estrenos, tienden a inclinar la balanza a su favor.

Nos habíamos amado tanto de Ettore Scola (1974)

Aún más, con la desaparición del eje Espaciocal-Lo Castillo en Vitacura, y la sala Aiep en Providencia, nos encontramos con una famélica oferta de tres salas de cine arte en la ciudad: Alameda, El Biógrafo y Normandie, curiosamente las tres en el centro. Sin duda que a la luz de estos datos, el gigante de Avenida Ossa tiene algo que decir al respecto.

Pero al contrario de lo que publica la revista "Siete+7'' en su edición del 11 de abril ("Cine arte: ¿Peligro inminente?''), la crisis del Normandie no es un hecho aislado y envuelve también a la oferta general de cine arte, y no sólo por la reducción de salas: más allá del caso del cine de calle Tarapacá, la supervivencia del resto no sólo es muy poco halagadora, sino que parece responder a una estrategia de mera sobrevivencia: el Centro Cultural Alameda debió restringirse a estrenar en su propio reducto, contando con sólo dos estrenos en los cuatro meses que han transcurrido del año (y uno de ellos, La última tentación de Cristo cedido por otra distribuidora, UIP) mientras que El Biógrafo sobrevive con escasa convocatoria pero solventado por su dueño, la distribuidora Transeuropa, quien la tiene exclusivamente como sala de sus propios estrenos.

A la luz de estos datos, es claro que el antiguo cinéfilo militante está hoy en otra parte, o derechamente, no está. El propio Doll da algunas pistas al respecto: "nuestro público es principalmente universitario, luego que egresan y entran a trabajar, emigran''. Esta sentencia esconde un conformismo peligroso, ya que al parecer no existe una estrategia para reencantar al público fiel una vez pasado su momento peak. A la luz de los actuales resultados de taquilla, la tradicional programación en base a reposiciones no alcanza a satisfacer a la audiencia. ¿Culpa del mercado?. Es muy posible. ¿Incapacidad de adecuarse a los nuevos tiempos?. Casi una certeza.

A esto se suma que la definición de cine arte que el Normandie ayudó a forjar en la década del ochenta, ahora no está tan clara: cuesta despejar la frontera de los filmes comerciales con los de autor. ¿Un ejemplo?. Roman Polanski, viejo prócer del "cine de calidad'', ahora coquetea con la industria merced a los premios Oscar de El pianista.

Cultura, divino tesoro

Más que su oferta programática, el gran plus del Normandie es su archivo fílmico. Desde 1996 recibe el nombre de Corporación Cultural Cinemateca, y agrupa cerca de dos mil títulos entre la antigua colección normandiana de Alex Doll y su socio Sergio Salinas, más las cintas que han llegado a través de Los Filmes de la Arcadia, empresa con que Doll ha entrado a tallar al competitivo mercado de la distribución cinematográfica.

Como una maniobra desesperada, Doll pidió un préstamo de quince millones de pesos al Banco Estado, entregando como garantía este patrimonio de ribetes invaluables. El no fue rotundo. El empresario alega y con razón: "si el Estado no se interesa en un patrimonio cultural, ¿quién sino?''. Peor aún, el Área de Cine de la División de Cultura del Ministerio de Educación, consultada por Doll por si estaba en condiciones de ir en su ayuda, respondió que no tenía el dinero para ello, que el Fondart era una buena opción.

Brazil (1985)

La grosera indiferencia de los "organismos culturales'' de gobierno respecto a este tema es una constante en la memoria audiovisual del país en los últimos cien años. Sin archivos de cine mudo chileno, casi sin registros de los filmes nacionales producidos entre las décadas del treinta al cincuenta, se suma ahora la virtual pérdida del imaginario fílmico de los últimos veinte años, recopilado pacientemente por el ahora despreciado Normandie. Incluso más, Doll tiene en sus bodegas una completísima colección de los noticieros Emelco y partidos completos del mundial de fútbol de 1962. ¿A alguien le importa eso?. A la luz de la situación, sólo a los nostálgicos.

Es interesante contrastar la experiencia de la Cinemateca con su símil uruguaya, probablemente la mejor y más completa de Sudamérica. Siendo una corporación privada sin fines de lucro, ostenta el "grado'' de monumento histórico y patrimonio cultural por el Poder Ejecutivo y la Intendencia Municipal de la ciudad de Montevideo, además de de ser declarada de interés cultural. La Cinemateca uruguaya no recibe aportes del Estado, pero este respaldo y la presencia de 9000 socios, la convierten en una experiencia reflejada en números azules.

¿Qué queda por hacer?. Es difícil aventurar una salida que vaya –por ahora- más allá de subir un poco la cantidad de asistentes, como la primera y obvia maniobra de sobrevivencia. Pero mientras la orfandad reclamada por Doll se ajusta más bien a un añejo paternalismo que poco explica sobre las causas del decrecimiento de espectadores al cine, el peligro de perder los archivos de la Cinemateca supone una desgracia mayor que refleja la vergonzosa indiferencia de los organismos responsables, una aberración más de quiénes se arrogan la representación de la cultura sin conocer más allá de los límites de sus propios escritorios.

Por ello, quizás en unos meses más, el anuncio será el siguiente: "¡Atención fabricantes de peinetas!. Se ofrecen miles de metros de celuloide a bajo precio, consultar en el cine arte Normandie''. Si antes la víctima se llamó José Bohr, Coke Délano y otros, ahora serán los Fellini, Bergman, Tarkovski y Chaplin de turno. Total, en el mercado, el nombre es lo de menos.

(*) Luego de la citada entrevista, Hernán Klambert fue confirmado como administrador del Normandie, cargo que desempeña hasta hoy.

Publicado el 03-05-2003

Este artículo aún no tiene comentarios. Puedes ser el primero en comentar.

Buscador
Quiénes Somos | Contáctanos