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El fenómeno Machuca Abriendo
las Alamedas

El último film de Andrés Wood ha revuelto el ambiente cinematográfico chileno. Emocionando a millares de espectadores, batiendo récords de taquilla y logrando una aprobación casi unánime de la crítica. Con un tema proscrito y supuestamente impopular para el público medio, Machuca crece y promete, sino cambiar el futuro del cine chileno, al menos liberarlo de esa fórmula facilista de sexo y costumbrismo.

Por Jorge Morales

El cine despierta pasiones, amor u odio con intensidad inusitada según quien lo observe. Lo más curioso es que una misma película puede provocar sentimientos totalmente antagónicos. Y por eso, el excesivo entusiasmo o desprecio puede eclipsar una visión más medida sobre la obra artística. Pero las películas que te roban el corazón (así como las que te dan ganas de vomitar), son películas y punto y por eso más allá de venerarlas (o escupirlas) es necesario en algún minuto detenerse fríamente y juzgar sus méritos y defectos según el material que ponen en juego. El "cómo" ordena sus elementos.

El director Cristián Galaz bendijo hace unas semanas a Machuca no sólo como nuestra mejor candidata al Oscar sino como la mejor película de la historia del cine chileno. Es sintomático que quien fuera el cineasta nacional que inauguró la comedia sexual con éxito contante y sonante, elogie una cinta que está en las antípodas de esa fórmula. Y claro, aunque es difícil aventurar qué impacto tendrá Machuca sobre nuestro cine, claramente, es un paso adelante. El chacotero sentimental y sus secuelas nos tuvo tanto tiempo cautivos en la mediocridad que Machuca nos permite respirar más tranquilos. Nos calma esa ansiedad por encontrar una película que nos conquiste de principio a fin, que nos mate, que nos deje sin juicio. Un deporte tan popular en el periodismo que este año, curiosamente, y casi con idénticos argumentos, se ha dado dos veces. Ahora con Machuca y hace unos meses con B-Happy... ¿No seremos demasiados afortunados?

Al margen del valor real del filme, Machuca rompe dos mitos absurdos: que las historias con trasfondo político ya estaban muy vistas (una mentira total) y que esa temática alejaba al público (algo que era posible, pero que no justificaba no correr el riesgo). Roguemos, en todo caso, que ahora nuestro cine no se vaya a llenar de películas sobre la UP, la dictadura y hasta la transición, que no seamos presa del mismo efecto dominó de El chacotero.

Wood filmando Machuca

Lo interesante de Machuca, como acertadamente dice Jorge Letelier en su crítica, es que vemos a un director enfrentando a sus fantasmas y de allí construyendo su película. Aunque ya había ocurrido con Imagen Latente (1988), como recuerda Letelier, la solvencia de Machuca las diferencia. No creo que eso le dé, sin embargo, su diploma de autor a Wood. Polanski, que desde el principio tuvo un sello distintivo, se demoró más de 40 años en contar su experiencia en el ghetto de Varsovia en El pianista (2002), una buena película que es no es mucho mejor que Cuchillo al agua (1962), su notable ópera prima. Lo que hace del cine una expresión autoral es que a través de una película de zombies, por ejemplo, uno muestre un estilo propio, una estética, una narrativa, una visión de mundo. Machuca tiene una visión de mundo, pero es una película narrativa y estéticamente comercial. No hay que ser demasiado observador para ver la similitud de la escena de Pedro Machuca despidiéndose del padre McEnroe con la escena de un adolescente Ethan Hawke despidiéndose de su profesor (Robin Williams) en La sociedad de los poetas muertos (1989).

El chacal de Nahueltoro (Littin, 1969)

Wood es un director comercial con olfato y sensibilidad. Historias de fútbol (1997) tomaba un fenómeno popular que sonaba podía atraer público; El desquite (1999) era un filme de época que perfectamente podría ser un piloto de Los Pincheira (protagonizado por la misma Tamara Acosta); La fiebre del loco (2001) se sumaba a la marea de los excesos populistas, pero la idea estaba en el aire: Negocio redondo (2001), la otra cinta del género molusco. Wood es bueno, pero su estilo no tiene nada de nuevo. Sólo mirando el panorama de este año, Y las vacas vuelan es infinitamente mejor en su frescura, en su radicalidad y en lo prometedor de la propuesta y de su realizador, pese a ser una cinta hecha con dos pesos. Machuca es Subterra, pero más personal, más emotiva, más creíble y con muchísimo más oficio narrativo (recordemos que era el debut de Ferrari). Manuel Yañez cuenta en su crónica de Cannes que la sección donde participó Machuca -La quincena de realizadores- pese a tener una excelente recepción de la crítica era claramente la película menos arriesgada de la muestra, que se caracteriza por tener trabajos más alternativos. Lo alternativo de Machuca es que es chilena. Está bien hecha, sí, habla de un tema que los cineastas se negaban a mostrar, sí, pero como película es igual a cualquier filme medianamente emotivo de Hollywood. No tiene nada de malo, pero por eso Machuca no es ni de cerca la mejor película de la historia. El chacal de Nahueltoro (1969) todavía domina su sitial justamente porque no es un filme tópico. Tiene escenas de antología de verdadero trasfondo social y emotividad como el "chacal" pateando una pelota. Es delicada, es tierna, y al mismo tiempo, es durísima y subversiva. Ni siquiera está contada en forma clásica, ocupa sin miedo el formato documental y hasta su música es bellamente fea. O sea corría todos los riesgos para perder y gana. Eso la hace excepcional, eso la convierte en la mejor.

Los méritos de Machuca están a la vista. Su perfecta reconstrucción histórica (de la que, sin embargo, el filme se ufana como cabro chico como diciendo "hasta chancho chino pusimos"), actuaciones memorables como la de Matías Quer y Aline Kuppenheim -cuyo desempeño demuestra lo poco explotada que estaba como actriz-, una estupenda fotografía con mucho grano que le da ese aire de film viejo y lejos del iluminismo plano y sin atmósfera de casi todas las películas chilenas, y esos medidos efectos especiales para estar orgullosos de cómo hemos avanzado en el plano técnico. Sorprendentemente logradas resultan las patéticas escenas en que la madre obliga al niño rico a convivir con su amante, aunque con un deslucido Luppi en un registro meramente decorativo y comercial (la bendita coproducción).

La sociedad de los poetas muertos (Weir, 1989)

Pero Machuca es totalmente convencional. Tomando uno a uno los códigos clásicos de la estructura narrativa, Machuca avanza. Niño conoce a niño, se hacen amigos, se disgustan, se separan. Faltó el happy end (el reencuentro), pero hubiera sido un final demasiado cínico con nuestra historia (hay que ver no más como la misma película ha vuelto a extremar posiciones). Esa complaciente adhesión a esos códigos le quita sorpresa al filme y lo aleja de cintas de autor que han tratado con más asertividad la infancia como Los cuatrocientos golpes (1959) o Adiós a los niños (1987), sobretodo a ésta última con la que tiene un contexto político asimilable. Por eso emparentarla, por ejemplo, con una película como La sociedad de los poetas muertos no desmerece a Machuca sino que la ubica en un rango y en un género.

Una recreación de las marchas en la UP

El mayor mérito de Machuca es que es la primera película de ficción que trata el período de la Unidad Popular de frente... aunque mirándolo por el lado. Porque aún cuando esta película tenga la UP como telón de fondo, mira esa época con distancia, con poco compromiso, de un modo más superficial, y, por lo tanto, con menos riesgo. Rescata algo de la sensibilidad y del conflicto humano que fueron su marca registrada, y por eso ha logrado calar hondo porque sus imágenes son parte de nuestro imaginario colectivo. Pero está lejos de develar lo que fue la UP, un mito viviente que recién comienza a desmontarse. Una escena que da cuenta cabal de esa distancia es cuando Gonzalo Infante (Matías Quer) va a la pieza de su empleada doméstica (Gabriela Medina) que vive totalmente ajena a lo que estaba ocurriendo. El golpe para el entorno de la familia Infante es una imagen televisiva. Eso impide a la película recrear la incertidumbre que se vivió en esos días y suavizar el tránsito a la violencia que resulta totalmente desmedido. Nadie debería dudar a esta altura que todo aquello ocurrió, pero la forma brutal de mostrarlo (con muerte de Martelli incluida), está al borde de la manipulación y la caricatura. De hecho es totalmente inverosímil -aún siendo un hecho verídico- que en el colegio Saint Patrick irrumpiera una tropa de militares y actuara con tanta violencia contra sus estudiantes tratándose de un establecimiento de gente adinerada. Un yerro pese a que Wood muestra con extraordinaria precisión el modus vivendi de la clase alta nacional.

No se puede decir lo mismo del retrato del mundo popular donde el cine chileno, pese a su majadera insistencia, siempre queda al debe. ¿Acaso los niños pobres al entrar a un colegio de clase alta -en su primer día de escuela- irían con la ropa rota y sus zapatos sucios? ¿No hubieran invertido las autoridades del colegio en trajes de baño en vez de que los chicos se bañaran en calzoncillos? Descuidados detalles que parecen una concesión (prejuiciada) con el público europeo que "necesita" que le subrayen que estos son niños pobres. En ese sentido, faltó también mostrar al verdadero simpatizante proletario de la Unidad Popular, orgulloso y confiado de que éste era su gobierno, que lejos del personaje de Manuela Martelli (una actriz que es un volcán, pero cuyo histrionismo necesita maduración y ajustes) jamás hubiese aprovechado la convulsión social para obtener aunque fuera mínimos beneficios económicos. Si la Unidad Popular tuvo un signo inequívoco, es que fue un gobierno que causó dentro del mundo obrero una verdadera revolución emocional que se sentía totalmente partícipe del proceso.

Los 3 jóvenes protagonistas

Pero, ¿sería el fin de Machuca centrarse en el conflicto de la UP? Sí y no. Es como si Wood tuviera la necesidad de contar el conflicto para hablar de otro tema tan profundo como ése, como el desamparo infantil que tiene -curiosamente- un trasfondo político. Porque Machuca es una cinta sobre guachos. Infante y Machuca tienen padres ausentes que escapan o se emborrachan sin asumir su responsabilidad. La frase más triste de la película es cuando Machuca dice a su padre que los deje tranquilos y vaya a emborracharse. Bajo cualquier consideración política, la UP fue un padre ausente, un proceso que perdió su conducción entre el desbande y la conspiración, y que recibió de "golpe" un padre bonachón, pero hipócrita y cruel que bien puede ser simbolizado en Luppi.

Machuca ha sido un avance en muchos sentidos para el cine chileno. Es el filme de un director que ha madurado con cada una de sus películas y que poco a poco ha ido refinando su capacidad narrativa. Esa continuidad y esa maduración es alentadora. Técnicamente es superior a cada sido todo lo visto en nuestra pantalla y habla de un período del que hay un manto de olvido. Pero Machuca no es nuestro Ciudadano Kane. Cuando una película de esa magnitud aparezca seguramente no llenará las salas y la crítica se dividirá en dos grupos irreconciliables. Pero el triunfalismo que se instala cuando nos enfrentamos a una buena película es muy parecido a una victoria en el fútbol. No por "ganar" esta vez nos convertimos en campeones del mundo. Puede que si finalmente Machuca es nuestra candidata al Oscar, gane la estatuilla. Pero si la gana o no, no es ni mejor ni peor película que antes. En España, antes de Almodóvar, la única cinta que ganó un Oscar fue una discretísima película llamada Volver a empezar (1982) de José Luis Garci. Hoy nadie la recuerda. Por eso lo importante de Machuca es que demuestra que estamos mejorando (o que Wood está mejorando), pero, como dicen en el fútbol, todavía quedan muchos partidos por jugar.

Publicado el 04-09-2004

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