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El director de "La sagrada familia", está desde principios de octubre en París gracias a una beca –conocida como La Résidence- que otorga la fundación que organiza el Festival de Cannes a seis directores de todo el mundo para que durante cinco meses escriban un guión contando con la opinión y asesoría de destacados cineastas. "Zebra" nos envia sus reflexiones sobre el cine a partir de esta experiencia, inédita para un realizador local. Agradecemos el entusiasmo, confianza e interés de Sebastián en colaborar con nosotros. ¡Bienvenido a Mabuse!

Por Sebastián Lelio*

* Por razones personales, Sebastián inició un proceso legal para cambiar su apellido Campos por Lelio, apellido que tuvo hasta los siete años. Por lo que en estos textos y en sus futuras películas figurará (como de hecho ya ocurre en la misma Residencia) con su apellido original.

Hace poco pude ver una película que resultó ser algo así como mi bienvenida cinematográfica a París. En Montmartre, un barrio vecino al lugar donde está ubicada la residencia que por estos días me acoge, hay un pequeño cine llamado Studio 28, que guarda entre sus anécdotas el que casi se fue a la quiebra en 1930 luego del estreno de La edad de oro de Luis Buñuel. La película provocó intensos odios y fue prohibida rápidamente. Al no poder reembolsar las entradas vendidas, el dueño de la sala tuvo que abandonar la dirección del cine. El Studio 28 era frecuentado por artistas como Jean Cocteau y Abel Gance y tiene la gracia de programar muchas películas distintas cada semana.

Pues bien, en esta salita fue donde vi The Wind That Shakes the Barley (en español sería algo así como El viento que mece la cebada) la película con la que el británico Ken Loach ganó este año la Palma de oro en Cannes.

El mítico Studio 28 (Foto: Sebastián Lelio)

Vi casi toda la película al borde de las lágrimas. Es una obra transparente en sus intenciones y en su sencillez, si es que se puede hablar así de un estilo visual y narrativo tan elegante como austero. Se dice que Ken Loach practica una especie de grado cero de la escritura cinematográfica, un estilo que paradójicamente termina siendo tremendamente sofisticado; por la profundidad de las emociones retratadas, por la densidad moral de la historia, por la compleja humanidad que alcanzan los personajes.

The Wind That Shakes the Barley se trata de la formación de guerrillas voluntarias en la Irlanda de los años 20 y su lucha por independizarse de los británicos. La historia está centrada en Damien (vívidamente interpretado por Cillian Murphy) un joven aspirante a doctor que se ve forzado a abandonar sus estudios para unirse a su hermano en la urgente lucha por la tierra y por la libertad.

Luego de ganar terreno contra los británicos, ambos bandos acuerdan una tregua para acabar con la feroz carnicería. Sin embargo, la aparente victoria desemboca en que las familias irlandesas que pelearon unidas se vean enfrentadas como feroces enemigos, poniendo en jaque sus lealtades y principios más allá de lo humanamente soportable.

El cine de Ken Loach ha sido siempre literalmente político y ha puesto su foco en las batallas de los oprimidos. Cultiva el bosque en el que vas a perderte, dice un poema de Eduardo Angüita. Con esta película, Loach parece haberse perdido magistralmente en su propio bosque cinematográfico, cultivado durante más de 42 años, desde que comenzó a dirigir documentales y ficción.

Como decía, la película provoca sentimientos intensos y emociona hasta los tuétanos. En la sala se podía sentir la tensión de los espectadores y la compenetración creciente con la historia y con los personajes. La película es tan sólida que varias veces me dio la sensación de que se iba a caer de la pantalla, como si fuera un objeto pesado, y no solamente una proyección intangible de luces y sombras.

The Wind That Shakes the Barley de Ken Loach

¿Qué es lo que hace que una película sea capaz de despertar emociones tan potentes? En primer lugar lo más evidente: hay películas en las que el cine logra ser algo así como la sofisticación del espejo; nos vemos reflejados en los cuerpos de los personajes, en la textura de los paisajes, en las emociones descritas, en la intensidad vital de la historia. Hay películas con las que se gana vida, con las que se carga el disco duro de experiencias y emociones de las que muchas veces carecemos en nuestras propias vidas.

Pero en segundo lugar el cine emociona porque asistimos con él a la batalla de alguien, y de pronto, quizás sin merecerlo, nos hacemos parte de una victoria insospechada, de una victoria que nunca anticipamos, de una epifanía regalada.

Para cerrar cometo la patudez de citar un fragmento de una conferencia dada por el filósofo Alain Badiou, en la que habla brillantemente de la potencia afectiva del cine. Lo que aquí explica Badiou me parece completamente aplicable a The Wind That Shakes the Barley, una película en la que se puede sentir la emoción del combate, no sólo de los personajes que luchan por sus derechos, sino también del combate artístico de Ken Loach, un veterano que alcanzó con este filme una victoria preciosa.

El cine como experimentación filosófica por Alain Badiou

Seminario de Alain Badiou organizado por la Universidad de Buenos Aires en septiembre del 2003
Texto recopilado por Gerardo Yoel en el libro Pensar el cine

"El cine puede reproducir el ruido del mundo; también, inventar un nuevo silencio. Puede reproducir nuestra agitación o inventar nuevas formas de inmovilidad. Puede aceptar nuestra debilidad de palabra, puede inventar un nuevo intercambio. Pero al principio los materiales son los mismos. Y me parece que es la gran razón por la cual millones de personas pueden juzgar un filme como contemporáneo de su propia existencia, mientras en el caso de las otras artes sólo pueden hacerlo mediante una larga educación. No es una superioridad del cine como arte, porque las artes que requieren una larga educación son de una intensidad absolutamente comparable y tal vez superior, pero se trata de una particularidad del cine. Es lo que hace que el cine se comparta, toda la humanidad lo comparte hoy. Entonces, sabemos qué quiere decir que el cine sea un arte de masas. Pero debemos preguntarnos qué precio se paga, por qué hay uno. Me parece que el precio es el siguiente: la impureza es tan grande, los materiales son tan infinitos y la cuestión del dinero es tan crucial que al cine le resulta imposible llegar al grado de pureza que alcanzan las otras artes. Siempre hay un resto, un resto muy importante, una impureza que subsiste. En cualquier película encontrarán momentos de banalidad, imágenes inútiles, frases que podrían no estar, colores exagerados, actores mediocres, pornografía no controlada y así sucesivamente. Porque el cine es una lucha contra lo impuro. Y en el fondo, cuando vemos una película, vemos un combate, el combate contra la impuraza del material. No vemos solamente el resultado, no vemos solamente las imágenes-tiempo o las imágenes-movimiento. Vemos la batalla, la batalla artística contra la impureza: batalla a veces ganada, a veces perdida en el mismo filme.

El filósofo Alain Badiou

De manera que podemos saber qué es un gran filme. Un gran filme es un filme donde hay muchas victorias. Algunas derrotas y muchas victorias. Y por eso un gran filme tiene algo de heroico, porque realmente es una batalla y una victoria. Es por eso que la relación con el cine no es una relación de contemplación. En el caso de las otras artes a veces nos hallamos contemplando porque tenemos la gran pureza. En el cine tenemos el cuerpo a cuerpo, tenemos la batalla, tenemos lo impuro y, por lo tanto, no estamos en la contemplación. Estamos necesariamente en la participación, participamos de ese combate, juzgamos las victorias, juzgamos las derrotas y participamos en la creación de algunos momentos de pureza.

Son tan extraordinarios esos momentos de victoria que eso explica la potencia afectiva del cine. No sólo la potencia afectiva de las historias que nos cuentan, no sólo porque el cine está ligado al amor, sino porque hay la emoción del combate. De pronto, la pureza de una imagen nos embarga y, como es el resultado de una batalla, hay una gran emoción, participamos de la victoria.

Por eso el cine es una arte por el cual lloramos, se llora de alegría, no solamente por la emoción amorosa o por lo sentimental, se lloran victorias. Algo casi imposible sucede. Porque el cine consigue extraer un fragmento de pureza de lo peor que hay en el mundo, su material preferido.

Durante mucho tiempo, bajo la idea de revolución tuvimos la idea de una gran victoria posible. Una victoria definitiva, irreversible. Después, la idea de revolución se ausentó y quedamos huérfanos de la idea de revolución. Y a causa de ello pensamos a menudo que no existe absolutamente ninguna posibilidad de victoria, que el mundo está desencantado, y finalmente nos resignamos.

Pero el cine está allí. El cine dice a su manera: "Hay victorias, hay victorias en el peor de los mundos". Naturalmente, tal vez no exista LA victoria, LA gran victoria, pero hay victorias. Y ser fiel a esas victorias particulares es ya mucho para el pensamiento. Entonces, miremos filosóficamente los filmes, no sólo porque crean nuevas figuras de la imagen, sino porque nos dicen algo sobre el mundo, algo muy simple que es lo siguiente: "El peor de los mundos no debe crear desesperación". No hay que desesperarse. Esto es lo que nos cuenta el cine, creo. Y por eso debemos amarlo, porque puede alejarnos de la desesperación si sabemos mirarlo, mirarlo como una batalla contra lo impuro. Y mirarlo como una colección de victorias preciosas".

Salud por Ken Loach y por Alain Badiou.
¡Hasta la Victoria, siempre!

Publicado el 25-10-2006

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