Cine Chileno

Más Cine Chileno

Edición Nº 90 Cine chileno 2012
El año de la euforia
Edición Nº 88 Actuando con Raúl Ruiz
Herencia espectral
Edición Nº 88 Que pena tu boda
Esta no es una crítica
Edición Nº 86 Tres semanas después / Torres Leiva
La vida continúa
Edición Nº 85 Mabuse Awards
Tres de Diez: Cine chileno 2000-2009

Sobre La recta provincia de Raúl Ruiz No entiendo, pero
parece que sé

Adrian Martin, editor de Rouge, la prestigiosa revista de cine australiana, y el mayor experto del cine de Ruiz en el mundo, siempre está atento a cualquier aventura audiovisual de nuestro cineasta. El 2005, cuando se realizó una exhibición de películas de Ruiz en Chile, Martin nos hinchó de orgullo felicitándonos por un dossier que hicimos sobre el ciclo. Por eso, apenas se enteró del estreno de La recta provincia en la TV chilena, nos contactó de inmediato para que le enviáramos un texto. Gonzalo Maza escribió el artículo y en diciembre apareció publicado en Rouge la versión original en inglés que acá reproducimos íntegramente.

Por Gonzalo Maza

Texto original en inglés: Ruiz and the devils

NOTA: El texto contiene algunas descripciones hechas especialmente para el público extranjero. Agradecemos a Adrian Martin y el equipo de Rouge por permitirnos publicar este texto en su versión en español.


Un día que Dios estaba
sin saber mucho qué hacer
llegó y se paró en las manos
y creó el Mundo al Revés

Angel Parra en La Recta Provincia

En los últimos días he tenido muchas conversaciones sobre Raúl Ruiz y sus películas. Curiosamente, no han sido conversaciones de cine. En Chile mucha gente se enfurece cuando le nombran a Raúl Ruiz. Ya me ha pasado varias veces. Las razones son diversas pero todas apuntan a que hace un cine inentendible, enrevesado, y por tanto, "falso". "Yo lo conozco de años", me dijo alguien. "Desde antes de que tú nacieras… Es un farsante". Y luego agregó: "Como todos los chilotes, no más".

"Pero Raúl Ruiz no es chilote", repliqué yo. "Nació en Puerto Montt".

"Como todos los chilotes" insistió, y en un segundo ya habíamos montado espontáneamente un diálogo ruiziano, me imagino, a pesar suyo.

Chiloé es un archipiélago que queda en el sur de Chile, frente a la ciudad de Puerto Montt, y que es famoso por su belleza geográfica, sus iglesias de madera que datan desde hace 500 años, su comida en base a papas y mariscos, pero por sobre todo, por los mismos chilotes.

Avisos publicitarios de la serie

Los chilotes a menudo cuentan historias de sí mismos que suenan como mentiras, pero no todas lo son. Cuentan, por ejemplo, que todas las papas del mundo son originarias de Chiloé. Que antes de que los españoles colonizaran la isla no había papas en ninguna parte; y que, de hecho, en la isla pueden encontrarse hasta 300 tipos de especies distintas. También dicen que cuando un chilote decide cambiarse de casa, se llevan la casa consigo. La arrastran de un lado de la isla a otro.

Si bien no se trata de una isla muy extensa en territorio, tiene una rica mitología propia basada en historias de sirenas, demonios y barcos fantasmas que habitan el lugar. Los chilotes no solo creen estas historias; las cuentan como si les hubieran pasado a ellos con una cara de seriedad pero como si estuvieran a punto de soltar una carcajada.

Hay algo cotidiano y maravilloso en Chiloé que tiene un vínculo muy estrecho con las películas de Raúl Ruiz. Recién hoy, hace unos días, que se estrenó en la televisión chilena La recta provincia que los chilenos podemos ser testigos directos de esa conexión. Como bien decía mi interlocutor chileno, aunque Raúl Ruiz nació en Puerto Montt, es chilote. Y sus cuentos parecen mentiras, pero no lo son. O, por lo menos, se ven muy serias, pero están a punto de soltar una carcajada.

Los ruizianos que hayan podido ver Días de campo podrán encontrarse en La recta provincia con la misma pareja protagónica: una madre y su hijo. Si bien en Días de campo, Paulita y Daniel Rubio estaban definidos por la separación, en los cuatro capítulos de La recta provincia, Rosalba y Paulino permanecen inseparables. Los interpretan, además, los mismos actores: la septuagenaria Bélgica Castro e Ignacio Agüero, quien, dicho sea de paso, es uno de los más importantes y sensibles documentalistas chilenos.

Rosalba y Paulino viven cuidando una fantasmal casa patronal del campo chileno. Un día Paulino escucha la voz de su madre que le pide aguardiente con mucha urgencia, pero rápidamente descubre que no es su madre quien lo llama; tampoco es el "penate" de la casa, un alma que –según en el narrador- vive en la cocina y que a cambio de una copa de vino los protege de "hormigas, incendios y ratones".

En busca del origen de la voz, Paulino avanza por el campo y bajo un árbol encuentra un hueso humano con algunos orificios como si fuera una flauta. La cámara de Ruiz se queda en el árbol del descubrimiento… Es un guindo con frutos maduros rodeados de abejas.

"Es un hueso de cristiano", exclama Rosalba y decide buscar agua bendita para darle sepultura. Pero el cura del lugar anda de viaje y un ex carabinero que decide ayudarle se espanta ante los gritos de "el ánima que remeda" ("el más allá no entra en la cabeza del carabinero", le dice antes de arrancar).

Finalmente se enteran del origen del hueso cuando reciben la visita de un extraño hombre, pero muy simpático: el diablo Aliro, quien les advierte que la voz que pide aguardiente es de un "manducador", es decir, el alma de alguien que muere con un empacho (en este caso, con el deseo irrefrenable de tomar aguardiente justo antes de morir). La única manera de acallar al manducador es visitando el Cementerio de Picaflor.

Entonces, Rosalba y Paulino emprenden su viaje: salen a buscar los huesos faltantes del manducador para darle sepultura. Y dan comienzo a la serie de La recta provincia.

Muchas constantes del cine de Ruiz están presentes en La recta provincia: los personajes fantasmales y sus "dobles", y los espejos como ventana que comunica los mismos; los narradores que se interrumpen para contar historias dentro de las historias dentro de las historias; los diálogos con ingeniosos juegos de palabras y las referencias constantes a un mundo fuera de la película, que hace crecer la experiencia fílmica de espectador como si fuera un gran océano al que vamos todos juntos a pescar.

Ruiz ha dicho en sus últimas entrevistas que su interés por contar historias le viene de su abuelo (chilote) y de su abuela (del valle central de Chile) quienes le contaban las más extraordinarias historias cuando era niño. Lo curioso, ha dicho Ruiz, es cómo esas historias del campo chileno tienen muchos elementos en común con cuentos vikingos, relatos chinos milenarios y Las mil y una noches, y además, cómo estos relatos entre sí también están vinculados.

Para las películas de Ruiz, las exploraciones narrativas (como en Tres vidas y una sola muerte, El dominio perdido) son simultáneamente exploraciones sobre la composición de los encuadres en el cine. Una búsqueda no puede hacerse sin la otra, y las discusiones que a menudo suelen darse entre los narradores de sus películas (como en Hipótesis de un cuadro robado o Un lugar entre los vivos son empujadas principalmente respecto a cómo cada uno recuerda un hecho, como "lo encuadra" en su memoria).

Entonces, si La recta provincia resume la manera de contar historias en múltiples culturas, ¿es también ese un comentario respecto a la manera en que podemos entender el cine?

Ruiz dirigiendo a Bélgica Castro e Ignacio Agüero

De los cuatro capítulos de serie (en que total suman unos 170 minutos), el que mejor resume esas búsquedas paralelas es el segundo. Rosalba y Paulino se encuentran con la Diableza Belisaria (Javiera Parra). Ya sabemos que diablos hay muchos, no uno solo, y que la mayoría de ellos habita en La recta provincia. En este lugar, Belisaria se propone hacerles de guía: comienza a contarles la historia del diablo Aliro (que es distinta de la historia que Aliro contó de sí mismo en el capítulo anterior) y dentro de esa historia, Aliro comienza a contar la historia de Belisaria. En este segundo relato, la diableza conversa con un cura, quien a su vez cuenta la historia de San Germán, y San Germán cuenta a Juan Lobo la del bandido Pedro Pitaferro quien es ayudado por la Virgen para juntar un tonel de lágrimas para salvar su alma. Ya estamos a estas alturas a cinco historias de profundidad, cinco narradores (los cuatro mencionados más una voz radial hecha por el mismo Ruiz) que han ido cambiando y se han cruzado a una dimensión narrativa dual: la del personaje que cuenta la historia del narrador que está contando su historia.

Más significativo es cómo el relato retrocede un peldaño –se devuelve por su propio camino- para recapitular en la conversación que tienen San Germán y Juan Lobo. Lobo dice: "¿Y (esa historia que acaba de contarme) qué tiene que ver conmigo?". "Busca y encontrarás", le responde San Germán.

-¿Llorar salva?- pregunta Lobo.
-Frío- le responde San Germán.
-¿Llorar cansa?
-¡Helado!
-¿Salvarse da pena?
-Por ahí.
-¿Lo mucho es siempre poco?
-Tibio, tibio.
-¿Y lo poco es ya mucho?
-¡Caliente!-

Pero Lobo (quien viste un chaleco de piel de oveja) no logra entender la moraleja. "Me dejó en las mismas. Cada vez entiendo menos donde están los buenos y donde están los malos", le dice a San Germán, y su queja bien puede ser la de cualquier espectador ante una película de Ruiz. Pero Lobo quiere entender (eso lo salva) y para encontrar el "pecado puro", asiste a una Convención de Justos y Pecadores en Petorca, donde un grupo de personas grita a viva voz sus faltas.

Amaro Gómez-Pablos

Lobo vuelve a juntarse con San Germán y le trae una conclusión y una pregunta: "Hay millones de pecados… ¿Por qué siempre hablan de siete?". Y San Germán, en esas revelaciones del cine de Ruiz tan intensas como simples, casi en premio al espectador atento y dedicado, responde haciendo sonar unas guindas que caen en un plato. "En esta melodía hay siete notas. Cada nota es un pecado. Si escuchas sólo una nota, te quedas sordo. Pero si mezclas, haces una melodía". San Germán, también llamado el Santo Pecador, y Juan Lobo se quedan armando melodías con las guindas. "No entiendo", termina Lobo, "pero parece que sé".

En seguida, la cámara hace un travelling hacia la izquierda de la mesa donde están sentados San Germán y Lobo, y vemos a Paulino (quien se supone que está escuchando el relato) tocando el hueso-flauta. Creando una melodía.

No entiendo, pero parece que sé. Una frase que bien conecta con lo que a Ruiz le atrae de las búsquedas narrativas, las visuales y de las historias del folclor mundial. Historias para transmitir conocimiento, pero también, que en sí mismas son exploraciones de algo muy dentro de nosotros mismos que no puede ser dicho directamente, que no puede mostrarse sin antes ocultar los rastros, un pudor narrativo que busca acercarse a las palomas sin que éstas se espanten.

Al día siguiente de que se exhibió el primer capítulo de La recta provincia apareció publicado un comentario de televisión en el diario de mayor circulación en Chile. La crítica decía de una manera muy enrevesada que era muy probable que la mayoría de los espectadores no entendieran la serie, y que quizás haya sido mejor idea "faltarle un poco el respeto a Ruiz" y pedirle que hiciera un guión "más apretado".

Bélgica Castro

Más allá de lo ofensivo de la nota (no tanto para Ruiz, sino que para todas las personas que vemos televisión acá), este argumento es común escucharlo en Chile y sin tantos eufemismos. Si bien existe una comunidad cinéfila que admira y respeta el trabajo de Ruiz, muchos otros se manifiestan con violencia ante una obra como esta, la encuentran "snob", "afrancesada", "falsa" y otros más audaces dicen "que ni se compara con las películas verdaderamente buenas de Ruiz, que hizo en los años ochentas", y que ahora "no hace más que repetirse".

Lo agotador de escuchar estos comentarios tiene que ver con la soledad de espectador de Ruiz. Son espectadores que han buscado y no han encontrado nada. Que renuncian a mitad del camino. Para los demás, como Juan Lobo, hay belleza y significado al final del camino. Un significado muy difícil de explicar a los que preguntan despectivos por qué uno sigue viendo las películas de Ruiz. Un goce inexplicable, una suerte de cine con contraseña en una época que al cine le exigimos que nos de todo lo que pueda darnos por el precio de la entrada.

Publicado el 14-01-2008

Este artículo aún no tiene comentarios. Puedes ser el primero en comentar.

Buscador
Quiénes Somos | Contáctanos