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Cine Chileno 2008 Crecer duele: De la artesanía a la industria

Tanto la prensa como gente del medio audiovisual están consternados por la baja asistencia que tuvo el cine chileno el 2008. Nuestro compañero Alejandro Fernández Almendras, que debuta este año con su primer largometraje Huacho, no está especialmente conmocionado por este "declive" porque está convencido que la preocupación no se ajusta a la realidad. Con datos en mano intenta probar que no hay tal crisis de público, sino que expectativas desmedidas de taquilla, un espectador más selectivo y varios "cines chilenos".

Por Alejandro Fernández Almendras

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Pasar del favor al sueldo, de los efectos especiales con software pirata al supercomputador de Silicon Valley, de la dependencia exclusiva en el Fondart o al Fondo de Fomento Audiovisual a las coproducciones internacionales, y finalmente de los festivales de segundo y tercer orden a Cannes, Sundance, Locarno y Rotterdam no ha sido una experiencia tan fácil como podría pensarse para el cine chileno. Ello porque el aumento de la profesionalización, la diversificación de los estilos y la aparición de tipos de cine bien definidos, los premios internacionales y el enorme aumento de estrenos, en resumen, la considerable consolidación y madurez de la producción nacional, ha sido acompañada por una baja en el promedio de asistencia en salas de cada película y una disminución en lo que recauda cada uno de los éxitos de taquilla, algo que ha llamado la atención de los medios y que ha inquietado a más de un realizador. Pero revisemos las cifras del 2008 comparándolas con las cotas históricas:

Taquilla histórica de las películas chilenas

Fuente: Cámara de Exhibidores Multisalas de Chile; Universidad Católica / Recopilación: Gonzalo Maza

En un primer vistazo, lo que más llama la atención es el hecho de que el año 2008, lejos de ser el fracaso o año perdido que uno pudiera pensar si ha leído los artículos de Héctor Soto y Rodrigo González en La Tercera o la entrevista a los realizadores de El Regalo en La Segunda, así como otras notas recientes en El Mercurio o El Mostrador, se trató de un año con muy buena asistencia, superior al promedio para las películas chilenas y muy cercano a la marca del millón de asistentes.

Más aún, si se descuenta cada año el mayor éxito de taquilla, las cifras del 2008 muestran que los 22 estrenos chilenos en salas comerciales –descontado 31 Minutos- suman 722.713 espectadores, la cifra más alta en la última década, y el porcentaje del total de espectadores más alto de los últimos diez años, con excepción del 2003.

El escenario que se infiere de estas cifras (aunque faltaría un estudio de mercado que pudiera corroborarlo) es el de un cine chileno diverso, en el que se ha producido no sólo una deseada diversificación de contenidos, de oferta, sino también de espectadores, de demanda.

Sin embargo, hasta ahora ha primado una cierta decepción del medio ante los resultados de taquilla, en buena parte porque la película más vista sólo fue capaz de llevar poco más de 200 mil espectadores, cifra baja si se compara con las de años anteriores (sólo los años 1998 y 2000 presentan cifras inferiores en su máxima recaudación por película).

Chile puede

El no contar con un gran e indiscutido éxito de taquilla ha sido interpretado por los medios, y por muchos realizadores, como un fracaso. Es así que quienes esperaban grandes asistencias, o al menos asistencias superiores a ciertas cifras, no las cumplieron, y eso tal vez ha hecho que se repitan los titulares o las frases en entrevistas que hablan de cifras de público que no se alcanzaron. Es el caso paradigmático de Santos, pero también de decepciones menos estrepitosas y bulladas, como las de Lokas o Chile Puede. Si a eso se le agrega el hecho de que muchas cintas nacionales han obtenido premios o han captado una atención inédita a nivel de crítica internacional, se cae a veces con facilidad en la lógica (a mi juicio errónea) de que lo que ocurre es una disociación entre el público y los premios, es decir, entre los espectadores y la supuesta "calidad" de las cintas. Este argumento equivale a decir dos cosas, ambas bastante peligrosas: o bien la gente no valora la calidad y su gusto es mediocre; o bien los premios internacionales y el reconocimiento en el exterior carece de verdadero valor.

Creo que estas posturas son erróneas, en tanto parten de una base falsa, es decir, del supuesto fracaso del cine chileno en el 2008, fracaso que sólo es tal si seguimos midiendo el éxito en términos de la cifra bruta de espectadores de una o dos películas que se espera se acerquen a las marcas históricas de taquilla de Sexo con amor, Machuca o El chacotero sentimental; y no desde el punto de vista de un nuevo escenario, diverso y segmentado, que tiene ya varios años de evolución, y que me atrevo a pensar, será la tónica en los años que vienen.

Hipótesis de trabajo: el espectador hoy puede elegir, y elige

Si pensamos que el número de espectadores de cine chileno se ha mantenido relativamente estable cerca del millón de entradas en los dos últimos años, y en promedio en los últimos diez por encima de los 700.000 mil, podemos inferir que lo que ocurrió el año pasado, con muchos estrenos pero relativamente bajas recaudaciones individuales, es una muestra de una diversificación del público, que este año optó por ver una u otra película chilena, pero no todas ni una sola en particular.

¿Tony o Mansacue?

Esto estaría marcando la aparición de un nuevo escenario, pues en vez de los grandes éxitos de una o dos cintas de años pasados, el 2008 fue un año de un importante éxito colectivo constituido, paradójicamente, por varias decepciones individuales. Mi sensación es que tras años de diversificación, en que se valoró (con justicia) el que el cine chileno fuese heterogéneo, de temáticas, estilos y propuestas variadas, el público también ha ido cambiando, y ha dejado de ser la masa indiferenciada que consumía el estreno chileno que llegaba a la cartelera cada dos o tres meses, y que ahora, con muchas semanas en las que se estrenan dos o más cintas, ha comenzado a elegir entre una y otra de acuerdo a sus propios gustos y experiencia con el cine nacional.

Sin ningún afán de probar nada, excepto tal vez mis propios prejuicios, este año no quise ir a ver una serie de películas nacionales, a decir verdad la mayoría de ellas, en parte porque al ver sus anuncios o escuchar comentarios de amigos o familiares ya creía saber con qué me iba a encontrar y prefería evitar el gasto de tiempo y dinero. Y también porque por primera vez sentía que había cintas chilenas que sí quería ver, que sí me llamaban la atención por sus propuestas, temáticas, reconocimiento en el extranjero o trabajos anteriores de sus realizadores. Y entre las primeras y las segundas elegí obviamente las que me interesaban.

Si tal es el caso de alguien como yo, que se dice interesado en el medio local, es lógico pensar que lo mismo pase con el espectador común y corriente. Esto, que a primera vista podría ser perjudicial para la "industria", a mí me parece que es uno de los grandes logros del cine chileno el 2008, pues implica que se está cumpliendo la promesa que durante años se le hizo al público: que tendría un cine nacional diverso y de calidad, hecho para gustos particulares y distinto a la estandarización de Hollywood. Sin embargo, lo que para los espectadores sin duda es una ganancia, para los cineastas y productores, y en especial para la prensa, no ha resultado ser tanto. ¿Por qué?

Ajustando las expectativas

La hipótesis de trabajo anterior (y que se podría resumir en la idea de que se cuenta con un público base promedio para el cine chileno de cerca de un millón de espectadores al año, de los cuales unos 200 o 300 mil irán a ver la película más taquillera) permite pensar en dos alcances más bien negativos para el cine más comercial.

El primero es la necesidad de que cualquier película que quiera transformarse en un fenómeno de taquilla debe entusiasmar a una masa de espectadores más amplia que los que habitualmente van a ver películas chilenas, pues en caso contrario –y si se repiten escenarios como el del año pasado, con una veintena de estrenos- su público se diluirá entre una oferta más variada. Esto queda claro al observar años de grandes éxitos individuales de taquilla, como el 2003 y 2004, cuando Sexo con amor y Machuca hicieron que fuesen 1,7 y 1,2 millones de espectadores a ver cine chileno, respectivamente, cifras que no se han vuelto a repetir y que se alcanzaron gracias al extraordinario éxito de estas cintas. Es curioso también comprobar que al descontar la cinta más taquillera los años 2003, 2004, 2007 y 2008, se llega a una base que va entre los 550 y los 722 mil espectadores, lo que refuerza la idea de que existe un piso más o menos estable sobre la cual los grandes éxitos de taquilla ayudan a elevar las cifras globales.

Y el segundo alcance implica la necesidad de ajustar los modelos de explotación comercial, de modo que en un escenario de alta competencia nacional, y ante la imposibilidad de movilizar a un público que esté fuera de la base de consumidores de cine chileno, no se tengan grandes pérdidas económicas.

En el Chile de hoy, más allá de consideraciones de marketing o publicidad, el análisis frío de las cifras indica que las posibilidades de que se tenga menos de 9 mil espectadores son casi de un 50 por ciento. Y si se repiten las cifras del año pasado, un gran éxito de taquilla debería rondar los 250 mil pero no el millón de espectadores de Sexo con amor ni los cerca de 900 mil de El chacotero sentimental. Este escenario no tiene relación con el modelo comercial de muchas cintas de vocación abiertamente masiva, que necesitan muchas veces cifras bastante superiores para justificar si no los gastos, al menos las ganancias que compensen el esfuerzo que ha significado su producción.

Esto obliga primero que nada –si se quiere ser realista- a ajustar los costos de forma tal de que sea rentable hacer cintas comerciales, populares y de vocación masiva con una proyección de espectadores de no más de unos 250 mil; y segundo, a que las cintas de espíritu más autoral busquen la forma de no depender del mercado local sino de modo tan sólo marginal.

Sexo con amor

En este sentido la exportación del cine chileno y su vinculación con centros más grandes de producción y distribución parece ser el camino más sensato. Sin embargo, no se trata de una vía sencilla, ni mucho menos segura. Para las cintas más comerciales, la gran ventaja de mercados más grandes como España, Brasil o México (nuestros aliados naturales por idiosincrasia o lengua, y países con los que existen ya múltiples ejemplos de alianzas en cuanto a cine comercial se refiere) no consiste sólo en la posibilidad de que una cinta chilena pueda llegar a romper la taquilla en algunos de estos países, pues aunque así lo hiciera lo más probable es que el grueso de las ganancias se las lleve el distribuidor, agente de ventas o coproductor. La ventaja es que se trata de industrias de tamaño mucho mayor al local, con bolsillos mucho más profundos, y que sobre todo entienden el cine como una industria de riesgo y por consiguiente tienen estrategias de explotación a escala, ya sea a través del televisión, el DVD o el cable, que le permiten minimizar sus pérdidas y maximizar sus ganancias.

Por su parte, las cintas de menor atractivo comercial encuentran en el extranjero una buena fuente de financiación (en mi caso, más de tres cuartas partes del financiamiento de Huacho, provino del exterior) y circuitos de distribución (festivales, canales de televisión, cine arte, etc.) que aunque no implican grandes ingresos, al menos permiten subsistir y seguir haciendo películas.

Cabe destacar que tras años de buscar la profesionalización del medio y tras haber alcanzado altas cotas de calidad técnica, bajar los costos de producción a un nivel que permita la sostenibilidad del cine chileno no es tan fácil como parece, y en este sentido no sería descabellado que muchas cintas busquen un sistema de producción mucho más "amateur", o que rescate formas de agrupar intereses no sólo comerciales sino artísticos, tal como ocurre en los colectivos de artistas o de teatro.

Hacer cine en Chile no siempre tiene que ser sinónimo de grandes y profesionales equipos de rodaje, enormes esfuerzos de producción y generosos recursos. Ser más grande no siempre es mejor, particularmente cuando el aumento de la producción, al hacer crecer la demanda por ciertos recursos y técnicos calificados, va haciendo crecer cada día los costos.

Creo que es una tarea pendiente de las fuentes gubernamentales de financiación que abran líneas que permitan la existencia de otras estructuras de producción que privilegien la flexibilidad por sobre la rigidez, la improvisación por sobre el plan, la duplicidad de labores de los miembros de un equipo, la adquisición de equipos propios y la utilización de dichos recursos por sobre una estructura de personal y uso de bienes de producción de corte industrial, que hasta ahora ha sido el gran norte del gobierno a la hora de pensar el cine chileno.

Tony Manero

Asimismo, al hablar de producción en Chile, una y otra vez se termina cayendo en el tema de la televisión, hasta ahora el gran ausente en materia de realización cinematográfica. Más allá de algunas pocas coproducciones, por lo general en cintas de corte comercial (con notables excepciones, por cierto, como ocurrió con Tony Manero), cuando no iniciativas propias que buscan potenciar sus programas, la televisión chilena le hace el quite olímpicamente al cine nacional.

La televisión tiene recursos de sobra como para ayudar a financiar varias películas al año (el costo por capítulo de algunos realities haría posible la financiación de una o dos cintas con lo que actualmente se gasta en cinco o seis episodios), y si lo que teme es una pérdida de su inversión, no sería descabellado pensar que se dedique con más insistencia a apoyar aquellas cintas que cree que puedan tener una buena respuesta en taquilla y en rating, liberando así recursos del Estado para apoyar proyectos de menor envergadura, de mayor riesgo artístico, que como ha quedado demostrado este año, no sólo responden a la necesidad del público de contar con una oferta variada, sino que han comenzado a cosechar importantes reconocimientos a nivel internacional.

Perdón, ¿dijo "cine chileno" o "cines chilenos"?

En la mayoría de los artículos de prensa que han tratado el tema, los casos que se han presentado como los más emblemáticos del supuesto fracaso del cine chileno del 2008 han sido cintas que han tenido un importante repercusión crítica, tanto en Chile como en el exterior, pero escaso público local. Se suele citar los casos de Tony Manero, La buena vida y El cielo, la tierra y la lluvia. Sin embargo, a mi juicio no se debe caer en la asociación fácil de que a un premio en el exterior –que hasta cierto punto valida o garantiza la calidad de una cinta- debe corresponder una alta convocatoria en las salas.

Difícilmente es posible esperar una taquilla generosa para cintas tan oscuras, densas y claustrofóbicas, tan poco amables con sus personajes y sus espectadores (aunque no por ellos menos intensas y muchas veces brillantes) como Tony Manero o El cielo, la tierra y la lluvia, dos cintas de una vocación y convicción autoral que hace palidecer a casi todo lo que se hizo en Chile en materia de "cine arte" en las dos o tres décadas pasadas, al menos en lo que se refiere a ficción. Ni los tres mil espectadores de El cielo, la tierra y la lluvia, ni muchos menos los más de 86 mil de Tony Manero pueden ser considerados como un fracaso. Estas cintas desde su mismo origen tenían claro el público al que apuntaban, tanto en Chile como en el exterior, y sus prioridades no estaban en la taquilla del fin de semana, sino en una serie de conceptos autorales que deseaban ponerse en juego a pesar de su escasa vocación masiva, y que a juzgar por su resultados y la más que buena recepción en el circuito internacional, han conseguido con creces.

Lokas

Al contrario, en los artículos que tratan sobre la falta de público para el cine chileno, poco o casi nada se habla de los que para mí sí constituyen casos fallidos a nivel de público, pues se trataba de cintas mucho más "industriales" que basaban todas sus esperanzas en contar con una recaudación importante. Casos como los de Chile Puede, Lokas o Santos, y en mucho menor medida la históricamente pobre recaudación para un fenómeno televisivo de la magnitud de 31 Minutos, son los casos que a mi juicio deben ser analizados a la hora de hablar de un supuesto fracaso del cine chileno en el 2008.

Si hay cintas que quedaron en deuda son estás, pues por su propia naturaleza estaban llamadas a convocar al público que pocas veces va al cine a ver películas chilenas, a esos 500 mil o un millón de personas que están por sobre la base de los 700 mil que se reparten año a año las películas nacionales. Estas eran las que debieron haber elevado el total de espectadores. Si cada una de ellas hubiese cumplido con sus expectativas de público nadie hablaría hoy de crisis del cine chileno, y las altas cotas de calidad y reconocimiento internacional que han logrado las cintas de vocación más personal o artística que hoy se citan como ejemplos de "fracasos" serían valoradas en su justa medida y no utilizadas como prueba de una supuesta dislocación entre el cine de autor y el público, argumento que a la larga sólo consigue menoscabar las bases de un tipo de cine que tras varios años de trabajo de los realizadores y convicción de las fuentes oficiales de financiación está recién comenzando a asomar la cabeza con fuerza.

Lo importante es no confundir los objetivos de cada película y no juzgar sus resultados en base a una idea general del "buen cine", que piensa que una cinta debe tener al mismo tiempo éxito de crítica, el reconocimiento internacional y un público masivo en Chile. Por supuesto que eso podría llegar a ocurrir, pero así como es absurdo buscar un arquero que sea además un gran pateador de tiros libres (aunque sí los hay, como Chilavert), tampoco es sano buscar una cinta que satisfaga todas las aspiraciones del cine chileno: éxito de taquilla, reconocimiento internacional y consenso crítico.

De allí que no sea justo reclamar mayores audiencias para cintas como las de José Luis Torres Leiva, de la misma manera que sería absurdo reclamar más reconocimiento de la crítica, local o extranjera, para películas como Sexo con amor o El chacotero sentimental.

El cielo, la tierra y la lluvia

La falta de conexión del público masivo con los grandes éxitos críticos del 2008, como Tony Manero o El cielo, la tierra y la lluvia, no son tampoco un signo de "autismo" autoral, sino ejemplos de un apertura inédita en las formas y objetivos del cine nacional, y el hecho de poder contar con cintas como esas en la cartelera es una alternativa que desde hace muchísimos años se buscaba como antídoto contra cierta uniformización de la oferta en torno a la comedia más o menos picaresca, bonachona y a fin de cuentas bastante conservadora.

Tampoco hay que olvidar que tanto en Chile como en el resto del mundo varias de las cintas que logran concitar el interés cinéfilo o crítico tienen vidas muy duras en las carteleras locales. Tal es el caso, de, por ejemplo, Che en EEUU, donde tuvo una exhibición más bien marginal al igual que The Wrestler. Ni qué hablar de la que tal vez fue la mejor cinta estadounidense del 2008, Wendy and Lucy, de Kelly Reichardt, que se estrenó en una sola cadena de cine de arte, en una sola pantalla en Nueva York, una ciudad con cientos de cines y más de ocho millones de habitantes.

Finalmente, tampoco hay que hacerse una idea errónea de lo que significan los fenómenos de cinematografías exitosas en circuitos internacionales, como la iraní, la argentina o la coreana. La mayor parte de las veces el gran consenso crítico no viene acompañado de buenas cifras en las taquillas locales. El caso de Lisandro Alonso en Argentina o Hong Sang-Soo en Corea son ejemplos de esto. Y eso que ni siquiera hablamos del caso iraní, donde varias de las películas que conocemos y admiramos ni siquiera se estrenan, ya sea por la imposición de las autoridades o bien por el escaso interés que concitan en el público masivo.

El tema de la "marca"

Al aumentar la oferta, la diferenciación de los tipos de cine chileno se ha hecho más clara, y de allí surge la necesidad, a mi juicio, de dejar de hablar del "cine chileno" como un bloque homogéneo, lo que hasta cierto punto sólo era posible cuando existían películas bastante parecidas y un volumen de producción muy bajo.

Mansacue

Por lo mismo sería bueno evaluar la conveniencia de seguir tratando de impulsar una "marca" global que ya carece de toda novedad y consistencia, y que por lo demás si tiene algo de propio es lo más fácilmente identificable por el espectador. Así como sería absurdo etiquetar todas las clases y marcas de café con una simple presentación que dijera "café", así me parece que no tiene sentido tratar de agrupar todas las cintas nacionales bajo un gran rótulo de "cine chileno", que sólo busca volver a homogeneizar una producción que ya está bastante diversificada. Es cierto, se trata de cintas hechas en Chile, por chilenos, actuadas por chilenos, pero más allá de eso es nula la similitud que tienen, por ejemplo, Mansacue y El cielo, la tierra y la lluvia.

Del mismo modo, como estrategia de marketing, no creo que sea posible ya obtener mucho interés, novedad u originalidad de la "marca", especialmente tras años en que se ha vendido de todo, desde "la primera película chilena de... (karatekas, ciencia ficción, terror, digital, etc.)", hasta muchas cintas que dicen representar, ellas sí, el verdadero Chile y los verdaderos chilenos.

También está el tema de competencia entre las mismas cintas nacionales. El año pasado ya ocurrió que dos o más películas se topaban en la misma fecha de estreno, y ante ese escenario de competencia es absurdo pensar en que se pueda seguir apelando a la chilenidad de una cinta como valor, pues implicaría que una de ellas tendría que ser "más chilena" que la otra para atraer más espectadores.

Es cierto que en general las cintas chilenas comparten códigos con el público local y de una u otra manera se refieren a una realidad que es conocida por todos, lo que debería darle un atractivo extra. Sin embargo, a mi juicio el efecto de dicho atractivo ya está reflejado en las cifras de los años anteriores, cuando el promedio de asistencia local del cine chileno fue del 6,45 por ciento, cifra nada despreciable y que está más o menos en el rango de lo que en muchos países representa su industria local. Dicho de otra forma, las películas chilenas, a pesar de la disparidad de sus recursos publicitarios respecto del cine de Hollywood y al trato bastante abusivo de los distribuidores, tienen, por el sólo hecho de ser chilenas, una ventaja por sobre el resto de los filmes en la cartelera.

Por todo ello creo que insistir en la "chilenidad" como única estrategia de promoción o valoración no es lo más efectivo, y tal vez ha llegado el momento de empezar a hablar con más fuerza de los distintos tipos de cine chileno que han surgido tras años de esfuerzo de los realizadores, del gobierno y del público; cada uno con sus objetivos propios y con algo distinto que ofrecer a los cada vez más afortunados espectadores.

Publicado el 10-02-2009

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