Otro Horror Buenas noches, mamá

Por Andrés Nazarala R.

Hay otro cine de terror que poco tiene que ver con monstruos, fantasmas, casas encantadas y asesinos seriales, al menos como se nos presentan habitualmente. El horror que esconde, por ejemplo, la duplicidad en Persona (Ingmar Bergman, 1966) o la lobreguez humana que Michael Haneke ha retratado en todas sus formas. Lo primero que podemos decir de la austríaca Buenas noches, mamá –al margen de que su material promocional no difiere mucho al de alguna película tipo Actividad Paranormal- es que se enmarca dentro de un cine desafiante que, si roza el género, es por su amplitud de inquietudes.

La premisa es fascinante: dos niños se reencuentran con su madre, una figura de la televisión, luego de una cirugía estética que la tiene con su rostro vendado. La vida continuará como siempre en una casa moderna y aséptica pero hay algo que hará ruido: la mujer ha regresado ligeramente cambiada. Hay cosas que no recuerda y su actitud parece distinta. Esto lleva a los niños a sospechar que se trata de una impostora.

Severin Fiala y Veronika Franz, quienes también codirigieron un documental sobre el controversial actor y cineasta Peter Kern, juegan con las tensiones pero también con el punto de vista. Se aprovechan de la vulnerabilidad que esconden dos niños indefensos enfrentados a lo desconocido para transgredir el lugar común y transformarlos en pequeños sádicos que diseccionan a la mujer como si fuese un insecto. ¿Ha pasado algo sobrenatural? ¿Es la madre una impostora o una mujer en crisis? ¿Quién es la víctima y quién el victimario?

Las hipótesis –fantásticas o humanas- circularán como suspicacias privadas construyendo una película inasible que se desarrollará paralelamente en nuestras cabezas. Porque Buenas noches, mamá no complace al espectador con explicaciones ni soluciones obvias sino que mantiene una sobriedad estética de alta factura. Apuesta por los planos fijos, la contemplación, el silencio y la perturbadora idea de que algo puede desencajar dentro de nuestra estructurada cotidianidad. Y eso es, probablemente, el horror en su forma más siniestra.