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Crónicas caninas (2) Un debutante de setenta años

De las aperturas de las distintas secciones, la más esperada y también la más decepcionante fue sin duda la de la Quincena de los Realizadores. Es difícil pensar que Tetro no fue realizada por un debutante, sino por el director de El padrino. (Foto: Tetro)

Por Pamela Biénzobas desde Cannes

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Hace tres años fue El código Da Vinci, y el año pasado fue Blindness (en un lapsus voluntario prefiero omitir My Blueberry Nights del 2007). En comparación, la película de apertura de este año pasaría por una obra maestra.

Lejos de ser de lo mejor de Pixar, y con un efecto 3D sólo moderadamente espectacular, Up (Pete Docter) resultó una inauguración bonita, alegre y consensual; una historia para un público quizás demasiado infantil, con momentos de belleza narrativa (todo el comienzo que resume la vida del protagonista), pero también de repetitividad y cierta languidez.

En cualquier caso, Up es una película coherente con sus orígenes y está dentro de lo que se puede esperar, en términos de propuesta y de calidad. Todo lo contrario de Tetro, de Francis Ford Coppola, la película con que arrancó la Quincena de los Realizadores.

Tetro

Cuando al terminar la función de prensa Olivier Père, director saliente de la sección, le comenta a Coppola que Tetro sería una de sus películas más personales, mi sincera impresión es que fue un insulto involuntario. Pero el hombre detrás de maravillas como El padrino o Apocalipsis ahora efectivamente reivindicó su último título, rodado en Buenos Aires con Vincent Gallo, Alden Ehrenreich y Maribel Verdú, como una de las creaciones importantes de su carrera. Paradójicamente, Tetro parece una clásica película de debutante, que busca exorcizar fantasmas personales y familiares ("Nada en la historia sucedió realmente, pero todo es verdad", aseguró Coppola sobre el drama familiar que tiene como telón de fondo dos hermanos músicos, como su padre y tío), que compone la imagen impúdicamente con excesos esteticistas pesados y en general gratuitos, pretensión artística cuasi-adolescente (en la realización pero sobre todo en el relato) que o no teme abusar de los clichés o simplemente no es consciente de ellos. Y qué mejor caldo de cultivo para clichés, por cierto, que situar la historia en otra cultura. El tango, el barrio de La Boca, la "argentinidad" o la "latinidad" en general (claramente la película no tiene claras las fronteras) pasan por un tamiz de un cierto realismo mágico mal comprendido.

Ehrenreich desembarca (literalmente, pues trabaja en un barco) en Buenos Aires y busca a su adorado hermano mayor (Gallo) que se fue hace años prometiendo volver a buscarlo, pero que luego cortó lazos con su familia. Ambos tratan de escapar al peso aplastante de la figura del padre, un genio de la música. Tetro, como se hace llamar ahora el mayor, vive con su pareja, una española (Verdú) que fue su terapeuta en un hospital psiquiátrico… Prefiero dejar hasta ahí la trama, a la que pronto se añaden golpes de efecto irrisorios y un mundillo pseudo-artístico-vanguardista de dudoso gusto. Una curiosidad en ese sentido es el personaje de una influyente crítica literaria interpretada por Carmen Maura, y que originalmente iba a ser un hombre (Javier Bardem, al que según Coppola se le habrían subido los humos a la cabeza), cuyo pseudónimo es Alone (¿Hernán Díaz Arrieta?).

Nobody Knows About the Persian Cats

Más afortunada y modesta fue la apertura de la sección oficial Un Certain Regard. Con Kasi az gorbehaye irani khabar nadareh (Nobody Knows About the Persian Cats), el iraní Bahman Ghobadi (Las tortugas también vuelan) vuelve no sólo a los títulos zoológicos sino también a la música como expresión de una civilización, y a los problemas políticos de su país, al igual que en su film anterior Niwemang (Half Moon). Pero esta vez no se trata de la cultura popular tradicional, teñida de fantasía folklórica, sino de los sonidos subterráneos urbanos.

Basándose en hechos y personajes reales, Ghobadi crea una ficción sobre la joven música independiente (indie pop, rap, rock…) de Teherán. La censura y opresión política son a la vez el gran tema subyacente y el vehículo dramático. Poco a poco, el talento de Ghobadi es capaz de arrastrarnos hacia el interior de una obra que podría parecer demasiado íntima, casi para iniciados. Al comienzo planea la pregunta de ¿por qué va a interesarnos la pequeña historia de una pequeña banda amateur?, pero pronto la tensión que se va creando a través de las imágenes y la música va construyendo el relato y densificando los personajes, y a la vez, de manera muy bien equilibrada, va creando el retrato de una sociedad bajo un régimen autoritario. Lo íntimo, lo político, y también lo universal de una música que podría escucharse igualmente en una pequeña sala de Santiago, se entrelazan hábilmente para crear un tejido fino y sólido.

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