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En la Competencia Latinoamericana se presentó "El Tila: Fragmentos de un psicópata", la particular mirada del chileno Alejandro Torres al caso de uno de los criminales más celebres de nuestra historia reciente. Un infierno entregado en fragmentos que logró incomodar con sus dosis de violencia y crítica social.

Por Andrés Nazarala desde Buenos Aires

Error, obra de teatro recientemente estrenada en el Teatro del Puente de Santiago e inspirada libremente en 4:48 Psicosis de Sarah Kane, presenta una situación incómoda y ambigua que vamos vislumbrando progresivamente frente a un escenario que no cuenta con más de dos sillas, un tubo fluorescente y un piso cubierto de vidrios rotos. Aunque el director Danilo Llanos se resiste a entregar señales obvias, entendemos que el hombre que abusa psicológica y físicamente de esa persona dañada que se esconde bajo una capucha deportiva es un tutor del Sename. La víctima es interpretada por la actriz Katy López pero la indefinición sexual arroja una clave acerca de su condición: es un personaje despojado de cualquier rasgo de identidad, un monstruo creado por las instituciones, un error.

En una escena de El Tila: Fragmentos de un psicópata, de Alejandro Torres, el famoso "violador de La Dehesa", como lo apodaron los medios en su momento, le lee a su abogado un escrito con sus "pensamientos". El defensor ríe porque reconoce que se trata de la traducción de una canción de Metallica. La tesis parece clara: la principal lucha del Tila (sólidamente interpretado por Nicolás Zárate) es consigo mismo, contra su propia vacuidad; sus crímenes son medios de sobrevivencia, acciones desesperadas para convertirse en un individuo y dejar de ser un amparado sometido a promesas de reinserción.

En otra escena memorable, el director del Sename le vaticina un gran futuro luego de confesarle que es el único dentro de hogar que tiene el talento como para triunfar en el mundo exterior. Minutos antes presenciamos una escena de abuso, lo que agrava el cinismo de un discurso vacío.

A riesgo de caer en psicologismos, pero sin glorificar al retratado, la película apuesta por una tesis valiente que tienen al protagonista como el mártir de un sistema que también incluye a una sociedad desigual y a una prensa que, con su sensacionalismo, es capaz de transformar a un asesino en una célebre figura pública. El Tila recolectaba los diarios que se referían a él, pegaba los recortes en los muros de su celda como si toda esa información pudiese llenar su propia indefinición.

El Tila: Fragmentos de un psicópata

Alejandro Torres trabaja con la materia prima de los programas policiales televisivos –no hay intenciones de desechar las actuaciones dramáticas ni el clima escabroso en pos de los terrenos "sutiles" del cine chileno de hoy- pero alcanza vuelo propio a través de una narración fragmentada que refleja la memoria del propio Tila mientras relata su historia a una periodista o a los fiscales encargados del caso. Las verdades a ratos se contraponen, chocan. La película funciona, de alguna manera, como la revisión de un expediente judicial.

Para pegar las piezas, el director recurre a un montaje hábil e ingenioso que, de alguna manera, plasma la idea de corriente de la consciencia. Por ejemplo, el grito de una mujer violada se funde con el de un evangélico que canta junto al criminal en su celda, entre otras estrategias de encadenamiento. También hay violencia, mutilaciones, violaciones, sangre. Alejandro Torres construye una película sombría e incómoda que no usa metáforas ni eufemismos para componer la triste existencia de un desesperanzado. Así y todo, alcanza momentos de insana poesía como cuando, en time lapse, observa la tumba de El Tila a través del tiempo, desde que se llena de flores, globos y regalos, pasando por la descomposición de las ofrendas hasta una fosa vaciada por "no pago" donde no queda más que un zapato putrefacto. El infierno en menos de 30 segundos.

 

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