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19º PÖFF de Tallinn Una vitrina báltica
para Latinoamérica

En su primera edición como festival de "lista A", el Black Nights Film Festival abrió el camino para nuevos nombres de la región que, con más talento que inventividad, encontraron en el puerto báltico un trampolín para iniciar su recorrido internacional.
(Foto: Epitafio)

Por Pamela Biénzobas

"Me sorprendió la larga escena sin diálogo del comienzo, con dos hombres pescando en silencio. Me dije que más bien parecía un film estonio, y no latinoamericano. ¿Es realista que estén así, sin intercambiar palabra al borde del río, o es más bien una elección de estilo de film para festivales?" Sin la menor ironía, con simpatía, incluso, una joven espectadora abrió así el encuentro con el colombiano Martín Mejía Rugeles tras el estreno mundial de Nacimiento en el Black Nights Film Festival, en Tallinn, Estonia (del 13 al 29 de noviembre). La delicada película acabaría ganando la Competencia de óperas primas del PÖFF (en una sílaba; como se llama habitualmente al evento báltico por su título original de Pimedate Ööde Filmifestival), además del premio Fipresci.

Mientras que Estonia suena terriblemente exótico para un latinoamericano (y, digámoslo abiertamente, para casi todo el mundo fuera de la región báltica), no es extraño que en el lejano país la idea de América latina invoque los clásicos clichés. Pero la actitud es precisamente la de abrir los ojos, interesarse por el otro, y dejarse sorprender o emocionar. Y en la 19ª edición del PÖFF, su primera como festival "de lista A" (acreditación de la federación de productores FIAPF para festivales competitivos no especializados, apenas quince en todo el mundo), Latinoamérica no se sentía tan distante, con una presencia variada atravesando sus distintos programas.

Nacimiento

La nueva acreditación implica desafíos y límites a la selección de las secciones competitivas, apremiando al festival a encontrar y revelar en exclusiva obras de calidad, pese a llegar después de Venecia o San Sebastián y al mismo tiempo que Mar del Plata, único acreditado de América latina. La programación latinoamericana en esta crucial edición para el festival, que necesita a la vez fortalecer su prestigio internacional –ahora también como descubridor– y llenar sus salas durante dos semanas con el público local, participa de la búsqueda de equilibrio del festival, con algunas películas fácilmente accesibles, pero sin temer empujar hacia obras más exigentes o austeras.

 

Así, la única latinoamericana en la Competencia principal, Epitafio, indudablemente contribuye a asentar el perfil del festival como osado, que estrena mundialmente en su sección más importante una película de mínima acción. Co-realizada por Yulene Olaizola (Intimidades de Shakespeare y Victor Hugo) y Rubén Imaz (Familia tortuga), pone en escena –o más bien instala en su escenario natural– un simbólico pasaje de la historia de México: la ascensión del conquistador Diego de Ordaz al temido y venerado volcán Popocatépetl (aún activo) en 1519.

La presencia de Xabier Coronado (escritor asturiano radicado en México) rivaliza con la de un paisaje sobrecogedor, que, fotografiado por Emiliano Fernández, llena la pantalla para transmitir la hostilidad, la dificultad y también la embriaguez épica de Ordaz y sus dos acompañantes, convencidos de cumplir una misión divina. El diálogo es escaso y la acción, lenta, puntuada y realzada por la lucha contra los elementos. Durante el ascenso, el único contexto es la adversidad de tres cuerpos frágiles enfrentando la nieve, el viento y la actividad volcánica. La lectura política la agrega (o no) nuestra perspectiva histórica ante una expedición que, iniciada con la asistencia de indios cooperadores, en una relación aparentemente bienintencionada, proporcionó a los hombres de Hernán Cortés el azufre necesario para la pólvora. "Lo único que existe con certeza es la maldad", reflexiona con aparente humanismo el héroe sanguinario al recordar el horror infligido a los indios durante el asalto a una comunidad. La conquista de la naturaleza. La conquista de una civilización. En nombre del rey y de Dios.

Primeros pasos

Entre las catorce concursantes de la Competencia de óperas primas, tres estrenos mundiales latinoamericanos introdujeron nuevos nombres al paisaje internacional. La premiada y ya citada Nacimiento, de Martín Mejía Rugeles, impresionó con una excelente realización dentro de una línea que no es nueva en el circuito de festivales pero que ciertamente sigue siendo marginal: la tranquila y respetuosa contemplación de historias humanas complejas en las postergadas zonas rurales (otro ejemplo actual: la multi-premiada La tierra y la sombra, del también colombiano César Acevedo). A lo largo del embarazo de su protagonista Helena, que, como anuncia su título de la película, acompañamos hasta su término, la sensualidad de la naturaleza exuberante contrasta con una desolación sorda. La promesa de vida, con lo que tiene de primitivo, violento y sublime, condensa esa tensión gracias a una factura admirablemente sólida y sensible.

Anna

La sensación de ya visto pesa más en el otro debut colombiano en competencia, Anna, de Jacques Toulemonde Vidal. Juana Acosta carga sobre sus hombros con una película obnubilada con el personaje titular. Anna es excesiva, y Anna, la película, lo es también. Indisociables, ambas están llenas de clichés. Anna, exuberante colombiana en París, es incapaz de respetar los acuerdos de custodia compartida de su hijo Nathaniel. Cuando el padre decide recurrir a la justicia, la apasionada y desequilibrada madre se lleva súbitamente al niño a Colombia junto a su novio, con quien sueña con abrir un restaurante en una playa perdida, iniciando una fuga permanente. El montaje está completamente al servicio del ritmo frenético y de la intensidad de cada secuencia, más que del relato o la puesta en escena. El resultado es un conjunto de momentos de nivel desigual, que busca inscribirse en el difícil linaje de Gloria de Cassavetes o Julia de Erick Zonca.

Guaraní, del argentino Luis Zorraquín, gana la apuesta contraria, con un relato que va construyéndose plano tras plano, a medida que los personajes y sus lazos van adquiriendo más densidad. Aquí el movimiento también es constante pero sereno, y la puesta en escena otorga un rol narrativo a los vastos espacios en que se desarrolla la acción. Con modestia y dominio, Guaraní es a la vez una historia de aprendizaje, de lazos familiares y de valorización de las raíces en un formato de road movie. Iara, una adolescente guaraní, sufre en soledad, entre sus tías y primas, sintiéndose abandonada por su madre que partió a trabajar a Buenos Aires. Cuando su abuelo Atilio, que sueña con un nieto, se entera de que la mamá de Iara está embarazada, no soporta la idea de que el bebé nazca en Buenos Aires y no en territorio guaraní. Juntos parten a buscarla, sin tener mucha idea de a dónde ni cómo, pero con toda la ingenuidad y la determinación necesarias para lanzarse a la aventura.

Fuera de las secciones competitivas, Latinoamérica estuvo presente en Tallinn con películas que ya concursaron en grandes festivales. La selección del Panorama acogió, de Venecia, la venezolana Desde lejos, (Lorenzo Vigas, ganadora del León de oro), La memoria del agua (Matías Bize, Venecia) y la audaz Boi neon de (Gabriel Mascaró); y de San Sebastián, la incomprendida y subvalorada Eva no duerme (Pablo Agüero, San Sebastián). Con más recorrido, tras Sundance y Berlín, la encantadora brasileña Que horas ela volta? (Anna Muylaert) encontró una espacio en el Screen International Critics' Choice.

Nina y Laura

Pero el PÖFF también tiene su vitrina para obras más singulares, desde modestas óperas primas hasta enormes creaciones que escapan a otras categorías (como The Forbidden Room, de Guy Maddin). En la sección bautizada Forum se lució doblemente la grácil Kattia González, protagonista y coproductora de las dos entradas costarricenses: Viaje, de Paz Fábrega, y Nina y Laura, Alejo Crisostomo (coproducción chilena).

La pertinente lectura que el programador del festival Javier García Puerto propone para el segundo largometraje de Fábrega (tras Agua fría de mar, 2010), como una suerte de "Frances Ha latinoamericana", no impide resentir la superficialidad de un material que, por muy simpático y refrescante que sea –y lo es–, resulta demasiado flaco e insuficiente para 71 minutos. Libre y espontánea (como la película), Luciana conoce a Pedro en una fiesta. Al día siguiente, decide acompañarlo por el fin de semana a una investigación en terreno en plena naturaleza, iniciando un viaje sobre todo personal.

Mucho más densa e interesante, Nina y Laura es una pequeña película fina y sutil acerca del duelo. Combinando distintos registros, sigue principalmente a Nina (Kattia González) mientras pone en orden su casa en Costa Rica con el proyecto de seguir a Laura, su pareja retornada a Chile. La narración en presente está entrelazada con la voz en off de Nina –a menudo dirigiéndose a Laura y refiriéndose a Mateo, el hijo que perdieron–, con recuerdos de un pasado en Chile, a modo de postales, y también, en el mayor quiebre formal, con testimonios a cámara de personas que han perdido a seres queridos. La dulzura y honestidad de los distintos elementos permite que formen un todo fluido y consistente.

Distancias cortas

La dulzura también dicta el tono de la mexicana Distancias cortas, largometraje debut de Alejandro Guzmán Alvarez. El enorme cuerpo del músico Luis "Luca" Ortega es el centro de gravedad de la historia de una improbable amistad entre Fede, obeso al punto de apenas poder moverse, y Pablo, un adolescente igual de solitario, además de Ramón, el cuñado de Fede. La empatía más sencilla y franca los une y despierta a la vida. Sin novedad formal pero con apreciable destreza, la película sabe explotar el espacio para transmitir encierro y apertura, y va construyendo su relato con un logrado equilibrio entre lo previsible y la sorpresa.

Esa sensación, entre algo ya visto pero con algunas revelaciones, engloba en cierta forma la selección de descubrimientos latinoamericanos del 19º PÖFF. Al abrirse a una producción joven y principalmente debutante, el evento estonio ofrece un trampolín (muchos títulos comenzaron en el puerto báltico su trayectoria internacional) para el talento emergente de la región.

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