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Festival Kino Pavasaris 2016 Nueva Europa,
Vieja Europa

Europa la nueva, Europa la vieja; Europa la mujer sin edad ni época, frágil y sólida, amante y destructora. Europa la herida, tratando de despertar de su noche soviética y de limpiar la sangre de su fractura balcánica, para encontrar su propia identidad. La vasta región a la que se suele referir como "nueva Europa", que de manera algo vaga abarca Europa central y oriental de pasado comunista, de los Balcanes subiendo hasta Polonia, se mostró bajo una luz triste y desesperanzada en la competición "New Europe – New Names" de la 21ª edición del Festival de Cine Kino Pavasaris de Vilnius, Lituania (31 de marzo-14 de abril), donde nuestra compañera Pamela Biénzobas fue jurado oficial. (Foto: Jajda)

Por Pamela Biénzobas

La "primavera de cine", como reza el nombre del evento, se apoderó de la capital lituana de apenas medio millón de habitantes –y algunas otras ciudades-, con más de cien mil entradas del 31 de marzo al 14 de abril, de acuerdo a los organizadores. Y como dos semanas no bastaron para la fuerte demanda, se agregaron siete días más de funciones, hasta el 21. Con su programación ecléctica, entre títulos que ya han triunfado internacionalmente (Carol o incluso Cemetery of Splendor no necesitan mucha promoción), Kino Pavasaris le da un espacio destacado a categorías que suelen recibir menos atención, como cortometrajes (algunos de estudiantes, con su propia competición) y videoclips (también con un premio). Entre los largometrajes, dos programas son competitivos. En "Baltic Gaze" (mirada báltica), con films de toda la costa de ese mar, más allá de los tres estados bálticos "clásicos" (Lituania, Letonia y Estonia), no es sorprendente que el premio principal haya ido a la extraordinaria Under the Sun, de Vasily Mansky (comentada a la ocasión del Festival de documentales de Tesalónica).

"New Europe – New Names", por su parte, se concentra en primeros (sobre todo) y (unos pocos) segundos largometrajes de la región otrora separada del Oeste por una cortina de hierro. Las diez películas pintaron un paisaje desolado de sus sociedades, interesándose especialmente en el peso paralizante del pasado o en la insustancial levedad del presente y su deseo de occidentalización, y en la amenaza que ambos significan para la familia. En más de quince horas de cine, apenas un puñado de diálogos que buscaban la risa, unos pocos momentos de ternura y muchos, muchos hospitales. Y muchas mujeres, también. Más allá de que cinco de los films fueran de directoras, prácticamente todos tenían por protagonista absoluta o por motor o base de la acción a un personaje femenino.

Monika Naydenova en Jajda

El premio a la mejor película (y sus 7 mil euros) fue compartido por dos propuestas muy diferentes, reflejando la diversidad de miradas y reconociendo esas búsquedas, a veces más logradas que otras. La obra más sólida y cabal fue sin duda Jajda (Thirst, sed), debut de la búlgara Svetla Tsotsorkova, y que no sólo se llevó ex aequo el galardón principal, sino que además le valió a Monika Naydenova, de apenas 13 años al momento de filmar, el premio a la mejor actriz. A diferencia de tantos otros roles femeninos en la selección, "la niña" de Naydenova (que como todos los otros de Thirst ni siquiera tiene nombre) no acapara ni la historia –de múltiples personajes– ni la cámara, pero es capaz de concentrar y crear una tensión palpable con sus gestos y mirada. Con admirable dominio y economía de recursos, y apostando por la sobriedad y la contención, Thirst nos sitúa en medio de una pequeña familia aislada en el campo, en plena sequía. Como el agua es vital para la actividad de lavandería de la madre, contratan a un cavador de pozos nómada, que se fía de las facultades rabdománticas de su hija. La cámara (de Vesselin Hristov) y el montaje se alían a las miradas y expresiones corporales para construir, con un mínimo de diálogos, un microcosmos a punto de estallar bajo el calor.

Menos lograda en su resultado final (aunque convenció a los demás miembros del jurado), la otra premiada, Já, Olga Hepnarová (I, Olga Hepnarova), tiene el mérito de la ambición. Los co-directores checos Peter Kazda y Tomáš Weinreb decidieron explorar un personaje de fuerte resonancia en la región: una joven que en 1973, con 22 años, "sentenció a muerte" a la sociedad de la que se sentía víctima y en toda conciencia atropelló con un camión a un grupo de gente en una parada de tranvía en Praga, matando a ocho. Ella misma pidió y recibió, dos años más tarde, la pena de muerte. La bella actriz polaca Michalina Olszanska lamentablemente cae en la caricatura fácil al tratar de encarnar un personaje complejo. Claro que no la ayuda la construcción dramática poco convincente en el desarrollo de su personalidad (un ejemplo: aunque su homosexualidad es planteada como un elemento importante de su sufrimiento y ruptura con la sociedad, su confianza en la seducción ya se la querría cualquier joven tímido). Esos problemas de evolución dramática probablemente se deben a cortes en la sala de montaje, pues la película sufre de fuertes vacíos de guión, como el rol que juega un colega salido de la nada. Pero aunque la apuesta está lejos de ganada, la pasión con que está esbozado el retrato, su intento por transmitir la austeridad de una época (por ejemplo con su estilizado blanco y negro), y la valentía de intentar entender a un protagonista asesino dan a I, Olga Hepnarova una potencia inusual.

Córki Dancingu

El premio a la mejor dirección también reconoció la osadía más que el resultado final, y sobre todo el talento indudable de puesta en escena y mirada cinematográfica de la polaca Agnieszka Smoczyńska en su caótica y excesiva Córki Dancingu (The Lure). El musical gore de dos sirenas ochenteras (la misma Michalina Olszanska y Marta Mazurek) que deciden pasar una temporada en Varsovia (¿acaso no se oye el peligroso canto de Occidente?) es muy débil a nivel narrativo con su acumulación de momentos, pero al menos resultó refrescante con su desenvoltura juguetona. Su compatriota Marcin Bortkiewicz también decidió tomarse toda la libertad para construir Noc Walpurgii (Walpurgis Night), adaptada de una obra de teatro de un solo personaje. La imposible ligereza del tema –una sobreviviente de los campos de exterminio– está abordada precisamente con ligereza en la forma, como para evitar la trampa del pathos que requeriría enfrentarlo dramáticamente. La opción es válida e interesante, y los actores Malgorzata Zajaczkowska, como la "diva", y Philippe Tłokiński, como el joven que busca respuestas, juegan el juego. Pero entre la búsqueda del tono adecuado y la soltura de formas, la película se embrolla y diluye la fuerza que alcanza por momentos.

Esas actitudes libres, lúdicas, de experimentación contrastaban fuertemente con el clasicismo formal de varias otras películas, que, aunque parezca esquemático, concordó en general con una cuestión de edad. Pues los "nuevos nombres" de la sección, aunque fueran debutantes, tenían en promedio cuarenta años.

Así, por ejemplo, la tercera entrada polaca de la competencia parecía construida siguiendo un manual de instrucciones. Moje córki krowy (These Daughters of Mine), de Kinga Dębska, demostraba un dominio de la comedia dramática bien codificada, con diálogos milimetrados para sacar una risa, y situaciones y personajes esquemáticos. Cuando la madre cae en coma y el padre se revela absolutamente dependiente y por lo tanto inútil, dos hijas deben superar sus diferencias y rivalidad. Visualmente, la directora no da la menor muestra de personalidad, y la cámara pareciera tratar de calmar su inseguridad moviéndose sin cesar. El resultado es liviano pese a la gravedad de la situación, y de seguro conquistará un público amplio en busca de una historia más que de cine.

Mucho más comprensible es la elección de una forma al servicio de la trama en los casos de Ines Tanović y Mirjana Karanović, que escarban en las heridas de la guerra en la ex-Yugoslavia. La factura convencional de Naša svakodnevna priča (Our Everyday Life), el primer largo de ficción de la bosnia Tanović, sirve para poner en imágenes eficazmente un guión sólido e inteligente, que respeta la inteligencia del espectador. La cantidad de información es compleja, pero al igual que en "la vida diaria" del título, se va revelando y armando naturalmente, con momentos de cotidianeidad y otros realmente dramáticos tratados con sobriedad.

Naša svakodnevna priča

Uliks Fehmiu ganó el premio al mejor actor por su interpretación de un hombre de cuarenta años destrozado por la guerra, incapaz de adaptarse a lo que la sociedad espera de un adulto, en permanente conflicto con un padre que lo acusa de esconderse tras sus traumas. La madre, en tanto, trata de sostenerlo en todo, y sufre por la distancia con su hija, exiliada desde la adolescencia. Es una generación perdida, de hombres heridos por la experiencia de la guerra, y muchas mujeres alejadas de su país, enviadas hace veinte años al extranjero para su protección. La construcción dramática, siempre contenida, se apoya en actuaciones precisas. Sólo el personaje y la interpretación del padre (Emir Hadžihafizbegović) es burda, quizás dirigido así en un intento por acentuar su "vejez" (ya que, aunque no se note, entre él y "su hijo" Fehmiu hay apenas seis años de diferencia).

Dobra zena (A Good Wife) es casi un espejo de Our Everyday Life desde el otro lado de la línea de fuego. La omnipresente actriz serbia Mirjana Karanović (Papá salió en viaje de negocios, entre muchos otros) escribió y dirigió su primera película ya acercándose a los sesenta años, abordando directamente el tema, tan conocido por nuestros lados, de los criminales que luego siguen haciendo sus vidas disfrazados de padres de familia ejemplares. Boris Isaković encarna muy bien ese equilibrio precario del ex militar indignado por quienes buscan la verdad. Karanović, por su lado, se reprime demasiado como la "buena esposa" durante parte importante de la película, con reacciones vacuas que parecen recurrir al efecto Kuleshov, mientras que deberían estar expresando la complejidad de su tormento, para comprender la evolución de su conducta. Drama fácilmente accesible, aunque no por ello facilista.

La visión de la sociedad serbia actual es mucho más cínica en Vlažnost (Humidity), de Nikola Ljuca, el más joven de los "nuevos nombres" (30 años). Entre la nueva normalidad del universo de yuppies a la occidental (casi un "Serbian Psycho" con veinte años de retraso), una cierta extrañeza que le da por momentos toques casi fantásticos, y la nostalgia por los valores clásicos de la familia, la película muestra un Belgrado de triunfadores construyéndose sobre bases demasiado débiles. Petar (Miloš Timotijevič), uno de esos yuppies, queda desorientado cuando su esposa desaparece de un momento a otro. Sin decir nada a nadie, como esperando despertar de un mal sueño, lo acompañamos durante una semana entre éxitos laborales, fiestas llenas de sexo y drogas, y su rol de buen hijo, hermano y yerno. Aunque peca de auto-complacencia en ese zambullido en la piscina vacía de la sociedad ultraliberal, abusando del interés e implicación del espectador, Humidity es capaz de construir una atmósfera interesante y revelar un talento a seguir.

Rodinny Film

El eslovaco Marko Škop y el esloveno (que trabaja en República Checa) Olmo Omerzu también son nombres a tener en cuenta, esperando que la eficacia y confianza de sus comienzos dé paso en ambos casos a un carácter más propio y una mirada más personal. Škop escribió y dirigió Eva Nova para la gloria de la actriz Emília Vásáryová, quien encarna aquí a una antigua estrella caída en desgracia, luchando contra el alcoholismo y tratando de recuperar el respeto de su hijo, quien a su vez ve cómo su propia familia se desmorona. Ya sea mirando al pasado o cuestionando el presente, la mayoría de los títulos de la selección escrutan la fragilidad de los lazos familiares. No podría ser distinto en el caso de Omerzu, quien eligió por título Rodinny Film (Family Film) para su interesante drama de una familia moderna en que los padres parten a recorrer el mundo en velero, dejando a su hija universitaria e hijo adolescente viviendo solos en su cómodo departamento burgués.

Entre las heridas abiertas del pasado –nazi, soviético, de guerra balcánica– y un presente en que los valores tambalean en la carrera hacia la globalización, las nuevas miradas de la nueva Europa seleccionadas en el Kino Pavasaris parecen cargar con un peso moral de anciano, permitiéndose rara vez la despreocupación y ante todo la audacia de una juventud que para muchos es un lujo que nunca vivieron.

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