Festivales

Otros Festivales

Edición Nº 102 Festival Kino Pavasaris 2016
Nueva Europa, Vieja Europa
Edición Nº 101 Bafici 2016 (4)
El Tila: Solo contra todos
Edición Nº 101 Bafici 2016 (3)
No todos rieron
Edición Nº 101 Bafici 2016 (2)
Los exiliados románticos
Edición Nº 101 Bafici 2016 (1)
A la manera de Perrone

Crónicas Caninas (8): La anhelada conmoción

El recuento. El resumen. Lo bueno, lo malo, lo feo. Punto y final.
(Foto: Independencia de Raya Martin)

"Un gran año", decían algunos respecto a la Competencia. Un año de valores seguros, más bien, pero no necesariamente estimulantes, como evocaba la crónica número 6. ¿Qué es un gran año en Cannes (o en general en un festival de primera línea)? Uno que revele, que proponga, que reafirme, que desafíe. No un año "vitrina" que muestre que tal festival consiguió ganarles a los otros los estrenos fuertes del año.

A final de cuentas, en todo caso, fue un buen año, y el palmarés así lo atestó. Aunque como cualquier juicio estético, y sobre todo el resultado consensual de un grupo muy diverso de personas –y más allá de los rumores sobre la presidencia intratable de Huppert, y el recelo por el hecho de que laurease a un realizador cercano-, el resultado es esencialmente cuestionable, en la subjetividad de mi apreciación personal (única postura posible para un comentario al respecto), me pareció una repartición acertada y valorizadora. E incluso osada, pues premiar a Kinatay por la puesta en escena y Spring Fever por su guión (ver crónica no. 3) implica un desafío a las concepciones tradicionales de escritura cinematográfica.

Los premios de interpretación –los menos sorprendentes, pues los rumores circulaban fuertes- fueron igualmente formas de premiar aspectos notables de películas relevantes de un modo u otro, que evidencian un talento indudablemente superior al promedio, pero que no marcan un gran momento en la carrera de sus realizadores. Efectivamente Charlotte Gainsbourg está excelente en su rol intenso y exigente en Antichrist. Y el austriaco Christoph Waltz aporta tensión, carisma y sustancia a Inglorious Basterds, una película de Quentin Tarantino que (aunque hay quienes la consideraron una obra maestra) necesitaría un buen recorte para encontrar una fluidez actualmente ausente entre los distintos capítulos, la mayoría de los cuales se extiende más allá del umbral del interés visual o narrativo.

Muy coherente es también la elección de Un prophète, de Jacques Audiard, para el Gran Premio. Muchos lo ven como un "segundo lugar", pero por lo general se trata más bien de una película que ha apasionado mucho más, que genera discusión, desacuerdo, desafío, pero no logra el consenso del premio principal, que en cualquier contexto y cualquier jurado, lo más probable es que no sea realmente la preferida de la mayoría, sino aquella que logró unir a todos en un compromiso.

Lo anterior no desmerece en nada a la triunfadora actual, Das Weisse Band, una obra brutal en más de un sentido. Pero claramente es más consensual (aunque sea por lo impecable) que la mucho más arriesgada película de Audiard, que no teme soltar al espectador que no entre en su juego estético y narrativo. Es decir, entre estas dos cumbres de la competencia, la repartición parecía lógica.

Más cuestionable es la forma de distinguir a Alain Resnais, inventando un premio a la trayectoria que no estaba previsto, y que se lee como un sincero y merecido homenaje al hombre pero un innegable desaire a su última película.

Si hace dos años se instauró excepcionalmente un Premio del Aniversario Sesenta (para una película, que se llevó con toda justicia Paranoid Park), a los jurados siguientes les quedó gustando la idea de un comodín y ya el año pasado abusaron otorgando un incongruente "premio especial del 61 festival" a Catherine Deneuve y Clint Eastwood. Para ella, actriz, pasa, pues no significa un menosprecio a su último trabajo (aunque dicho sea de paso que la película que la tenía en Competencia, la extraordinaria Un conte de Noël, de Arnaud Desplechin, merecía en sí un reconocimiento mayor). Pero para Eastwood, que competía como director con Changeling, una película decididamente menor (dicho por alguien que no es fan de su obra, pero reconocido también por muchos de sus seguidores), fue bastante despectivo. Que el presidente del jurado haya sido Sean Penn fue visto también como una señal de un golpe personal, y que Eastwood no haya ido a recoger el premio sugiere que acusó el golpe.

Y así llegamos al festival número 62, en que no estaba previsto ningún premio especial ni menos un homenaje a la trayectoria (cosa que se anuncia siempre con anticipación). Las ganas de recompensar a Alain Resnais –que por estos días cumple 87 años- eran evidentes y loables. Se hablaba del cincuentenario de la Nueva Ola, ya que el 59 fue el año en que compitieron Los cuatrocientos golpes de Truffaut (premio al mejor director) e Hiroshima, Mon Amour. Si ese año Resnais partió con las manos vacías, su regreso a la Competencia con Les Herbes folles era la ocasión de saldar la deuda (por lo demás, su única recompensa oficial en Cannes había sido el Gran Premio de 1980 por Mon Oncle d'Amérique). Pero claro, aunque fue de lo más destacado (y perfectamente premiable), su último título ciertamente no va a marcar la historia del cine como otrora Nuit et brouillard o El año pasado en Marienbad. Entonces, si el año pasado el jurado lo hizo, por qué este año no va a poder hacerse también, y qué mejor solución: no premiamos la película sino que improvisamos un "Premio Especial al Conjunto de su Carrera". Es de esperarse que el próximo año el festival dé al nuevo jurado una indicación clara impidiendo esos homenajes ambiguos.

Como siempre, queda la sensación de haber visto demasiado poco de las secciones paralelas, e incluso de Un Certain Regard, y la constatación de que el consuelo durante el festival de "lo podré ver de regreso a París, cuando se repitan los programas" es absolutamente irrealista y nunca tendré la ocasión de ir a las repeticiones.

De la Semana de la Crítica, finalmente, aparte de Huacho (primera crónica), sólo tuve la ocasión de ver los dos otros títulos "latinoamericanos". Entre comillas porque si Mal día para pescar, de Álvaro Brechner, es auténticamente uruguaya, Altiplano, de la estadounidense Jessica Woodworth y el belga Peter Brosens, propone una mirada terriblemente reductora y extranjera hacia un Perú de fantasía europea bienintencionada. Con la etérea Magaly Solier en el rol principal, además de un Olivier Gourmet siempre talentoso pero mal elegido para el papel, la película ofrece algunos planos de una belleza fotográfica sublime, pero que en el contexto de la película sólo aumentan la pretensión de un trabajo ingenuo.

La competidora uruguaya, en cambio, es bastante menos grandilocuente, aunque sí ambiciosa. El relato podría estar mejor hilvanado para enganchar al espectador, pero el balance final de esta producción amable y de muy buena factura (basada en el cuento Jacob y el otro de Juan Carlos Onetti) es globalmente positivo, sobre todo por el trabajo de los personajes: muy bien escritos, puestos en escena e interpretados.

Retrospectivamente, de mi evidentemente parcial experiencia de Cannes, la pequeña muestra de Un Certain Regard que vi fue de lo más consistente. Si Mother, de Bong Joon Ho, no resultó tan impactante en su momento, con el tiempo fue consolidándose como una película nada desechable, narrativamente compleja (una complejidad justificada y lograda, cosa rara…), estilísticamente impecable y emocionalmente densa. Los títulos rumanos, comentados en la crónica 4, se alzaron entre lo mejor visto en Cannes, y a final de cuentas el otro título abordado en esa ocasión, Independencia, de Raya Martin, no fue superado, para mí, en el resto del festival.

Si la sensación tras doce días de cine fue que había mucha cosa buena pero poco extraordinario, o sobre todo poco realmente remecedor, al mirar hacia atrás es indudablemente la obra de Martin la que entregó aquello que en el fondo uno busca la mayoría de las veces cuando entra en una sala de cine (especialmente en un festival): la sensación de encontrarse frente a una creación artística nacida de una urgencia, una mirada propia, un amor y una postura política, moral y vital, que busca, a riesgo de "equivocarse", explorar su propia concepción del cine, reivindicando y basándose en el patrimonio histórico (especialmente en este caso) y estético. En el fondo, que nos conmuevan.

Este artículo aún no tiene comentarios. Puedes ser el primero en comentar.

Buscador
Quiénes Somos | Contáctanos