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San Sebastián 2011 (4) Dejarse llevar

La elección de la Concha de oro de este año fue una fuerte señal, apoyando (a la cabeza de un palmarés por lo demás sin sorpresas) un cine tremendamente personal y original: Isaki Lacuesta y su incalificable film Los pasos dobles

Por Pamela Biénzobas

Para culminar un palmarés que hasta ahí no ofrecía grandes sorpresas –excepto la incomprensible ausencia de Terence Davies–, el jurado presidido por Frances McDormand, casi como una provocación y una declaración de principios, otorgó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián 2011 a Los pasos dobles, de Isaki Lacuesta, ciertamente el trabajo menos convencional de todos los competidores, y probablemente el que dejó más perpleja a la audiencia.

Una reacción que se repetía entre público profesional y general era la idea que al dejar de luchar por entender la película, y simplemente dejarse llevar, la experiencia confusa se transformaba en un placer. Es que si el cine del catalán se caracteriza por una total libertad y un rechazo no-violento de la narración clásica (aparte del excelente Los condenados, su trabajo de construcción más tradicional), un film suyo inspirado en un personaje cuasi-legendario poco puede tener de expositivo, claro y lineal. François Augiéras, una suerte de escritor y pintor maldito francés del siglo pasado, vivió largas temporadas en África, en especial en Malí, y habría pintado un búnker hoy enterrado en la arena, que algunos quieren encontrar.

Los pasos dobles

Lacuesta, junto a su co-guionista y cómplice Isa Campo, se apropian de esta figura escurridiza no en un intento por fijarlo, sino al contrario prolongando los desplazamientos de su identidad. Así, el personaje de Augiéras en el film es un joven dogón (etnia de Malí) forzado a errar por el desierto. Tomando elementos de la biografía (o del mito) del francés, pero también abandonando las formas de narración y representación occidentales, Los pasos dobles juega con un modo de relato cruzado y móvil, mezclando lugares, encarnaciones y tiempos.

Las reglas del juego (o más bien la libertad de la ausencia de reglas) están enunciadas desde el comienzo, sobre todo con la afirmación inicial de que la historia ocurrió hace tanto, tanto tiempo, que pareciera que todavía tiene que ocurrir. Estamos en un registro de fábula y de transmisión oral, y hay que escucharlo y verlo como si estuviéramos alrededor de una fogata oyendo historias medio recordadas, medio inventadas, medio vividas, sin que el propio contador sepa exactamente cuál parte corresponde a qué.

En paralelo al hilo principal (aunque no sea muy apropiado hablar en esos términos esquemáticos), el artista mallorquín Miquel Barceló ofrece una suerte de correlato del pintor blanco en el desierto, pero sin proponerse necesariamente como otra encarnación de Augiéras. De hecho Los pasos dobles dialoga con otro film rodado al mismo tiempo: El cuaderno de barro, sobre Barceló y la performance Paso doble, creada junto al coreógrafo Josef Nadj.

El cuaderno de barro

Es un universo en plena creación en la pantalla, pero sin tomarse en serio, sin sugerir que al final resultará algo concreto y establecido. Es el permanente movimiento de cuerpos, de palabras que al pronunciar una ficción crean una posible realidad, de paisajes de dunas que borran las huellas que permitirían situarse en el tiempo y en el espacio.

Ante todo, es un movimiento lúdico, ligero, gracioso. Por eso, pese al reflejo natural de buscar comprender racionalmente, resulta fácil abandonarse y "disfrutar". Hay quien acusa justamente la película de autocomplacencia, lo que resulta perfectamente justo y también legítimo. Pero se trata de una autocomplacencia complaciente, que no se contenta con un hermetismo provocador, sino que busca compartir y hacer participar al espectador de esa irresponsabilidad infantil, algo que el jurado claramente tiene que haber sentido.

Para un festival que en su competencia internacional juega siempre con el delicado equilibrio de buscar la calidad pese a venir justo después de Venecia, y que tiene que dejar un espacio importante para el cine de público masivo, es una señal importante que el logo de la Concha de oro de este año vaya en el afiche de Los pasos dobles en lugar de un film como Neds (Peter Mullan), convencional ganador del año pasado. El festival seguirá siendo asociado al gran espectáculo y a la posibilidad de ver películas con vocación más comercial, en su competencia o en funciones especiales, pero inscribirá su marca también en un cine arriesgado y personal, que aunque difícilmente se verá en muchas salas, sí representa el creciente prestigio internacional de una creación española independiente y original.

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