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FICValdivia 2012 (1) Los senderos de la libertad

Tres interesantes documentales de origen hispano en plan experimental conforman la muestra Locación España. Uno de ellos, La casa Emak Bakia, promete ser uno de los mejores documentales presentes en Valdivia.

Por Jorge Morales

En La casa Emak Bakia, de Oskar Alegría, se recuerda una frase clásica de Man Ray que perfectamente podría definir el espíritu de todas las películas que integran este foco: La búsqueda de la libertad y el placer; eso ocupa todo mi arte.

Porque si algo tienen en común estos directores y sus cintas es su voluntad de dejarse llevar. Ni Oskar Alegría ni Víctor Iriarte ni Andrés Duque tienen guiones que se sigan a pie juntillas, ni modelos predeterminados antes del rodaje. Más bien sus películas son cartografías de viaje, en que van descubriendo como un elemento interactúa con otro abriendo un significado inesperado que no siempre es diáfano y concreto y que seguramente resultará distinto según su propia interpretación y la de cada espectador. Pueden buscar describir un estado emocional como en Ensayo final para utopía, o meditar sobre el proceso creativo de una obra artística en Invisible, o desentrañar un misterio –en La casa Emak Bakia- aparentemente insubstancial que fascina a su director: ¿Por qué Man Ray título Emak Bakia a uno de sus cortometrajes?

En cada una de esas búsquedas, se pone a prueba los límites de la narración, con resultados más experimentales y abstractos, especialmente en los trabajos de Duque e Iriarte. Así como Andrés Duque ocupa largas secuencias completamente mudas, Víctor Iriarte deja la pantalla negra por varios minutos y en varias ocasiones. No son, sin embargo, meros caprichos.

Ensayo final para utopía, de Andrés Duque, es un collage que tiene escenas de una cinta sobre la revolución mozambiqueña, una competencia de baile, planos cotidianos de Barcelona (pero trabajados con extraños efectos especiales), y tomas de su padre enfermo, agonizante, y finalmente muerto. Como él mismo declara en el inicio de la película, está triste, y esa es la sensación que trasciende y contagia las imágenes. Así el regocijo de un grupo de bailarines africanos se pierde cuando los vemos danzando en silencio y más parecen fantasmas de un rito mortuorio, de un réquiem.

En Invisible, Iriarte retrata a la chelista Maite Arroitajauregi grabando en un estudio las distintas pistas de su próximo disco de su inclasificable proyecto musical Mursego, pero él sugiere que en realidad ella graba la banda sonora de un filme de vampiros. El realizador pone planos negros durante varios minutos durante el transcurso de la cinta para que escuchemos esos sonidos (a veces, sólo ruidos y disonancias) y para que posiblemente les demos algún significado y los complementemos con frases que pone en pantalla y que podrían ser los diálogos de esa supuesta película futura. Es decir, presenciamos la maqueta, las ideas sueltas del borrador de un film posible, pero que finalmente es la cinta que estamos viendo, escuchando, y sobre todo, imaginando.

Curiosamente, la obra más "convencional" de este trío es la que lleva más lejos este gesto de libertad y con un resultado asombroso. Oskar Alegría en La casa Emak Bakia parte indagando el motivo por el cual Man Ray, el artista norteamericano que fue precursor del dadaísmo y el surrealismo, nombró Emak Bakia a su corto homónimo, un dicho vasco que significa "Déjame en paz". Aunque en principio Alegría tenía el antecedente de que se trataba del epitafio de una tumba en el cementerio de Biarritz, a poco andar descubre que es el nombre de una mansión de la costa vascofrancesa donde Man Ray habría rodado el film. La búsqueda de la casa se convierte en su obsesión, pero decide que su investigación no tiene que seguir un desarrollo lineal sino que debe ser como el sendero serpenteante de una liebre, de aquí para allá, de allá para acá, sin lógica ni premeditación. Así otros elementos que va encontrando y le despiertan la curiosidad, decide conocerlos y descifrarlos por mero gusto; por ejemplo, el origen de una postal con una única y sugerente frase o la historia de un payaso que actuó en varias películas de Fellini y cuya tumba con su foto está en el cementerio de Biarritz donde inició su viaje. Las vertientes que se abren son múltiples y Alegría toma algunas, haciendo un film ordenadamente disperso, encantador y sutil, donde el azar y la intuición comandan su brújula.

La casa Emak Baika es una caja de sorpresas que Oskar Alegría va abriendo y cerrando a voluntad. El mismo desenlace con la resolución del "misterio" del clown felliniano –y que debe ser uno de los finales más conmovedores que haya dado el documental en los últimos años- no era un misterio hasta que Alegría le dio existencia. Y ese es el mayor hallazgo de su película: convertir un hecho casual y cotidiano en un enigma y desentrañarlo. Por puro placer y con total libertad.

Publicado en el suplemento KU del Diario Austral / Martes 2 de octubre de 2012

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