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Crónicas caninas 2013 (2) La absurda búsqueda de una verdad

Cuando en Chile recién podremos admirar Una separación (2011), la película que consagró -Oscar incluido- al director iraní Asghar Farhadi, con estreno programado para junio, su última película acaba de estrenarse en Cannes simultáneamente a su estreno en las salas francesas. Una grata sorpresa que guarda algunas similitudes con su film anterior, tiene una estructura que se asemeja a un policial y mantiene las búsquedas narrativas, visuales y éticas de Farhadi.

Por Pamela Biénzobas desde Cannes

Después de Una separación, el nombre de Asghar Farhadi pasó merecidamente a una categoría superior, de un prestigio ya no sólo reservado a un puñado de especialistas, sino incluso a un público general. OK, el nombre mismo no es tan conocido incluso por una cuestión fonética, pero al acompañarlo del subtítulo "el director iraní de Una separación", inmediatamente genera un "ahhhh" de reconocimiento, y por lo general, de admiración.

Así, el anuncio de Le passé (El pasado) en Competencia Oficial formó parte justamente del lado asegurado de la Selección de este año, y la película, producida por y rodada en Francia, pasó a ser uno de los títulos más mediatizados en el país, donde se estrena en salas al mismo tiempo que en Cannes. Es decir, hoy viernes 17. Durante las últimas semanas, la sinopsis estuvo pasando sin cesar antes de las funciones regulares en las salas de cine arte de París. En ella se veía a Ahmad (Ali Mosaffa) en trámites de divorcio de Marie (Bérénice Bejo, la actriz franco-argentina que saltó a la fama con The Artist). Comprendíamos rápidamente que ella le había pedido viajar de Irán a París para finalizar los trámites, ya que está ahora viviendo con otro hombre (Tahar Rahim, protagonista de Un profeta). Y nos enterábamos también que la situación genera conflicto entre la mujer y su hija mayor (Pauline Burlet, notable), quien guarda un secreto.

Más allá de las visibles coincidencias anecdóticas, ¿qué tantas semejanzas tendría La passé con la película anterior de Farhadi? Cuando ya prácticamente conocíamos el trailer de memoria a fuerza de verlo una y otra vez, esta mañana la película entera se desplegó al fin. No, no se trata en absoluto de una nueva versión de lo mismo. No hay repetición sino una coherencia férrea en las búsquedas narrativas, visuales y sobre todo éticas del cineasta.

Bérénice Bejo y Ali Mosaffa

Farhadi dirige con una soltura impresionante en Francia y en francés, sorteando la clásica trampa de quienes pasan a una lengua que no es la materna. La posible distancia cultural se salva por la opción de tomar a un personaje extranjero como mirada central, y también como elemento exterior que viene a perturbar una estabilidad precaria, no por una presencia invasiva, sino porque la integridad que representa da a los otros la confianza para enfrentar de lo que estaban huyendo.

Una vez más, Farhadi plantea complejos cuestionamientos morales que carcomen a sus personajes. Pero esta vez la relatividad valórica y de la noción de verdad no sólo está dada por la hábil puesta en escena y puesta en espacio, sino por la necesidad de los mismos protagonistas de encontrar respuestas. Viendo la película se comprende por qué el género policial -al que se adscribe de alguna manera- funciona tan bien: porque precisamos explicaciones, justificaciones y certezas, sobre todo para distribuir (y ojalá evadir) culpas y responsabilidades, y así liberar una conciencia demasiado vacilante para bastarse como árbitro.

Le passé se asemeja a una película con estructura policial, pero de una investigación vana y absurda de una verdad forzosamente inexistente, o al menos esencialmente relativa. A falta de evidencia objetiva, la duda, especialmente sobre el propio estatus moral, pareciera ser lo más insoportable, pues obliga a enfrentarse y juzgarse uno mismo. Y es el motor de una película intensa y desafiante.

Esa intensidad y esa profundidad de la exploración de Farhadi le debe mucho a su extraordinaria manera de integrar la mirada infantil al conflicto moral. En su cine, los niños no son accesorios, sino sujetos en plena construcción, sobre todo de la ética con que llegarán a la edad adulta. Ellos observan y oyen lo que los grandes imprudentemente exhiben creyéndolos ciegos y sordos. Y sin apoyo, sobre todo cuando se dan cuenta de la falibilidad de esos adultos que de pronto se ven tan endebles, tienen que luchar por sacar sus propias conclusiones y alimentar sus conciencias.

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